Vida en abundancia

Nuestra patria es celestial y eterna, y en regresar a ella debe trabajar nuestra alma, pero este mundo de aquí abajo también es obra de Dios. Gozarlo honestamente es agradable a sus ojos.

La religión cristiana no es religión para tristes. Ni para angustiados o deprimidos. Es vibrante, es desafiante, es exigente y maravillosa. Sursum Corda. Arriba los corazones, que Dios existe y nos ama como somos.

Gratuita es nuestra vida, y gratuita nuestra salvación. Nada merecemos, y sólo Amor se nos pide como retribución. Pero Amor recio, no frágil emoción. Amor que renuncia. Amor que trabaja. Amor que se alegra del bien ajeno más que del propio.

Come y bebe, pero acuérdate de los necesitados. Ríe y disfruta de lo honestamente ganado, que eso es agradable a los ojos del Señor. Pues también la risa y el baile son gozo para el alma, y los ángeles cantan eternamente.

Cuando celebres, celebra; cuando lamentes, lamenta; cuando ayunes, ayuna. Cada día tiene su afán. No fatigues tu alma más de lo necesario.

Recuerda que estamos en este mundo como viajero en posada de camino a su hogar.

Mide a los demás con la medida con que deseas ser medido. Y añade un palmo más de tolerancia.

Ten siempre presente que, igual que el Cielo está por encima de la Tierra, las cosas sagradas son mayores y mejores que las profanas.

En las bodas de Caná, alégrate. En el Monte de las Bienaventuranzas, gócese tu corazón. En el Templo, ora y adora. En el huerto de los Olivos, suplica y llora. En el Calvario, sufre por amor. Espera con confianza el Domingo de Resurrección.

No prometió Nuestro Señor camino de rosas, pero nos ha dado los sacramentos para armarnos sobre nuestras debilidades y las tentaciones del Maligno.

Recuerda que en el desierto y en la soledad nada nos tapa la contemplación de Dios.

A cada uno dio Dios su estado, al monje contemplación, al clérigo consagración, al laico, trabajo, matrimonio y crianza. Más perfecto es el estado de monje que del casado, pero uno y otro por igual pueden salvarse o condenarse.

Apartamiento del mundo, votos solemnes, silencio, culto divino, trabajo manual, comunidad y silencio son las herramientas de santificación del orden monástico. Mas el resto de estados, cuando les sea posible, deben también buscarlos.

Alimenta al hambriento, da agua al sediento, viste al desnudo, cuida al enfermo, aloja al peregrino, visita al cautivo, entierra al difunto.

Corrige al que yerra, enseña al ignorante, perdona las ofensas, ten paciencia con los defectos ajenos, aconseja al que lo precisa, consuela al afligido, reza por todos. Haz esto y tendrás un tesoro en el Cielo.

Busca el orden, la belleza y la armonía, porque son atributos de Dios.

Un alma rectamente formada y sánamente alimentada no vive atenazada por escrúpulos. El del cristiano es camino de maravillas, no de trampas.

Sigue a Cristo como hicieron los apóstoles, y verás milagros. Interrógalo como hicieron los fariseos, y no se te dará otro signo que el de Jonás.

Si buscas un milagro, en misa lo verás. Adora a Nuestro Señor, y haz compañía a la Santa Hostia, que es anticipio del agua de vida eterna (Apocalipsis 22,1).

No admires a los santos, imítalos.

Donde haya odio, no está Dios. Donde veas cuentas pendientes, no está Dios. Donde reine la discordia, allí está la mano del Malo.

No eres propietario de cuanto disfrutas en la Tierra, pues todos estamos de paso. El tesoro que nos ha de preocupar está en el Cielo. Goza con libertad de cuanto es lícito, y da con liberalidad mientras estés en el mundo.

Cuantas veces se aparecieron los ángeles a los mortales, les mandaron bendecir a Dios. Bendigámosle sin cesar.

¡Bendito seas, Señor, Dios de Israel!