Sacerdotes mártires valencianos (XIX)
Don Vicente Ballester Far nació en el pequeño pueblo de Benidoleig, en la comarca alicantina de la Marina en 1888. Estudió en el Seminario Conciliar de Valencia, obteniendo una beca por su buen expediente académico en el prestigioso Colegio del Corpus Christi (popularmente, del Patriarca) de la capital valentina. Ordenado en 1913, marchó a hacerse cargo de la capellanía del Mar, o de las Aduanas, hasta que fue trasladado a la del monasterio de las Agustinas Descalzas. Caso excepcional, los pescadores le tenían tanto afecto, que la cofradía elevó un escrito, firmado por todos sus miembros, solicitando al arzobispado se dejase sin efecto dicho traslado. Era conocido por todos por su carácter desprendido. Daba buena parte de sus bienes en limosnas, y vivía con muebles, y aún ropa, prestados. Destacó en el apostolado del catecismo y su amor por la Eucaristía.
También se sometía a severas mortificaciones, incluyendo ayunos estrictos en Cuaresma o el uso de cilicio. Al estallar la guerra en 1936, y prohibir las autoridades las actividades sacramentales, se trasladó el día 2 de agosto a la casa familiar de su pueblo. El día 23 de septiembre el comité marxista de Jávea le requirió para que declarara al respecto de ciertos bienes del Sindicato Agrícola de Jesús Nazareno, del que había sido consiliario muchos años, y que se habían echado en falta al incautarlo la autoridad revolucionaria. Como era muy popular en su pueblo, el comité de Benidoleig, para evitar verse comprometido, se ausentó la noche en que fueron a por él los milicianos de Jávea. Estos tenían el proyecto de asesinarle en el trayecto, pero el chofer del automóvil que habían requisado para tal efecto, honrando su conciencia, se resistió a llevarlos al conocer el proyecto, con riesgo para su propia vida. Finalmente decidieron llevarlo en efecto a la localidad, pero al día siguiente lo sacaron a la carretera entre los cercanos pueblos de Benisa y Teulada. Su ejecución consistió en dispararle varios tiros al abdomen, donde la muerte se produce por medio de un lento y doloroso desangramiento. Como Jesús en la cruz, en medio de la horrible agonía, pidió el perdón para sus asesinos, y muy especialmente para el que finalmente, para acabar con aquella infame tortura, le disparó un tiro de gracia en la cabeza. Su cadáver fue encontrado en la cuneta, con el Rosario entre sus manos entrelazadas, y es probable que lo hubiese estado rezando durante el trayecto hasta allí. Días más tarde, la mancha de su sangre derramada apareció cubierta de anónimas rosas, pues era muy amado de quienes le conocían. Enterrado inicialmente en el cementerio de Benisa, al término de la guerra fue trasladado al de Benidoleig. Tenía 48 años.
Guillermo Catalá Bas nació en Jávea en 1887. Curso la carrera sacerdotal en el Seminario Conciliar de Valencia, ordenándose en 1912. Fue cura párroco de Alquería de la Condesa, en las proximidades de Gandía, durante muchos años. Allí fue pastor celosísimo de la labor apostólica de la Iglesia, lo cual le ganó la enemiga de los elementos socialistas y anarquistas del pueblo, para los cuales la religión era una ideología política más. En 1936 había regresado a su pueblo, con el cargo de coadjutor parroquial. Cuando se produjo la revolución de retaguardia en julio, como tantos otros sacerdotes, se retiró discretamente, en su caso a una pequeña casita campestre propiedad de la familia de su madre. El 2 de agosto alguien denunció al comité local que se había visto a una persona introducir subrepticiamente objetos en aquella estancia. Eran el copón y las sagradas formas de la capilla del convento de las Agustinas Descalzas, requisado como cárcel por los sindicatos marxistas. El comité envió de inmediato un piquete, pero don Guillermo tuvo tiempo de poner a salvo los ornamentos sagrados y sumir todas las hostias consagradas, para evitar su profanación. Fue detenido y encerrado en diversas cárceles los siguientes meses (incluyendo el antiguo convento). Durante el día lo sacaban para que hiciera trabajos forzados en una alcantarilla, trasportándolo por en medio del pueblo con ropas ridículas o carteles infamantes colgados de la espalda, para irrisión de todos. Según testimonio de otros reclusos y de algún verdugo, los carceleros se ensañaban con él por las noches, obligándole a pasar horas arrodillado o con los brazos en cruz, despertándole repetidamente por la noche, y simulando torturas y fusilamiento a reclusos de otras celdas, diciéndole “esto te haremos a ti muy pronto”. A mediados de septiembre, unos milicianos de la Alquería de la Condesa lo sacaron de Jávea en un camión. Al llegar a las proximidades de Oliva, ya cerca del pueblo, lo bajaron, le ataron a la trasera del camión y todavía vivo arrastraron su cuerpo a gran velocidad durante el trecho hasta Alquería, donde el pobre cuerpo llegó horriblemente mutilado y descuartizado. Enterrado inicialmente en Alquería, sus restos fueron trasladados posteriormente al cementerio de Javea. Tenía 49 años.
En el pequeño pueblo montañés de la Marina llamado Gata de Gorgos, había nacido en 1869 Vicente Borrell Catalá. Curso sus estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de Valencia, ordenándose en 1895. Se desconocen los destinos que tuvo en su larga trayectoria como sacerdote. En 1936, ya anciano y próximo a la jubilación, servía como coadjutor en Jesús Pobre, pedanía de la pequeña ciudad de Denia. Apenas se produjo el Alzamiento, los revolucionarios, como en el resto de la España roja, tomaron el poder real, y decretaron su búsqueda y captura. Don Vicente se escondió en Gata de Gorgos, pero, siendo allí muy conocido, luego pasó a una pequeña y discreta casita de campo (poco más que un cuarto para almacenar los aperos de labranza con una cocinilla y un camastro), de las que tanto abundan en las zonas rurales de Valencia, en el término del cercano pueblo de Benitachell. Finalmente, fue denunciado y un piquete de milicianos marxistas de Denia lo sacó a golpes de la casa la tarde del 31 de agosto, so pretexto de llevarlo a su pueblo a prestar declaración. En un solitario tramo de la carretera a Alicante, conocido como la “garganta de Gata”, fue sacado del coche y torturado salvajemente: por testimonios y la autopsia posterior, consta que le desnudaron, le golpearon y azotaron salvajemente, le hirieron de diversas maneras y concluyeron su horrenda carnicería amputándole los genitales, todavía vivo, y metiéndoselos en la boca. Finalmente, fue rematado con muchas descargas de fusilería. Fue dejado en la cuneta, pero tan ligeramente tapado con tierra que no costó, al terminar la guerra, recuperar su cadáver e inhumarlo en el cementerio de la cercana localidad de Teulada. Tenía 67 años.
Vicente Ballester Gil nació en el pueblo de Pedreguer (comarca de La Marina) en 1871. Comenzó una carrera de Bachiller en Artes, pero decidió pasarse a la eclesiástica en el Seminario Conciliar de Valencia, ordenándose de presbítero en 1871. Fue coadjutor o cura párroco en las localidades de Villanueva de Castellón (La Ribera), Gata de Gorgos, Sagra, Pedreguer y Senija, todos estos ya en su comarca de la Marina. Enfermo gravemente de diabetes, no quiso abandonar la cura de almas, y el obispado decidió enviarle en 1916 a la parroquia de la pequeña y tranquila pedanía de Llosa de Camacho, en Alcalalí, también en La Marina. Durante 20 años, y a pesar de las limitaciones físicas de su enfermedad (para la que en aquella época no existía un tratamiento realmente efectivo, pues la poco eficaz insulina animal se había descubierto sólo unos pocos años antes, y su comercialización era cara y limitada a unas pocas áreas en España), sirvió de forma abnegada y sin querer renunciar a su pequeño rebaño, sufriendo más por las complicaciones de salud que por las pocas fatigas de su ministerio. Al comenzar la guerra se retiró a la casa familiar, donde le cuidaban dos hermanas y una sobrina. Poco después, toda la familia se trasladó a una pequeña casa campestre, pues, pese a la avanzada edad y el deterioro físico del sacerdote, los marxistas habían emitido orden para buscarle. El 6 de noviembre, a primera hora de la tarde, unos individuos llamaron preguntando por cierto sobrino de las hermanas. Engañadas por este ardid, una de ellas entreabrió la puerta para responder, y los asaltantes empujaron la puerta y rápidamente descubrieron al anciano párroco. Sacándolo violentamente, lo metieron en un coche, y en una de las primeras curvas a la salida del pueblo en la carretera hacia Vergel, lo bajaron a empujones a la cuneta. Allí don Vicente les perdonó lo que iban a hacer y les dijo “¿por qué queréis matarme? ¿qué mal os hice? Sabed que quien a hierro mata, a hierro muere, y matándome no destruiréis la Religión. ¡Viva Cristo Rey, y Viva el Sagrado Corazón de Jesús!”. Los milicianos le hicieron callar y por tres veces le intimaron a que se diera la vuelta, pero el sacerdote se negó, y recibió la descarga mortal de frente. Su cuerpo fue enterrado en Sagra y al finalizar la guerra, trasladado a Pedreguer. Tenía 65 años.
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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.
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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros; Mateo 5, 9-12
5 comentarios
Pero eso sí, las consecuencias prácticas de ese totalitarismo, siguen existiendo, como esa ley, de estilo soviético o norcoreano, que dicta la historia, lo que un ciudadano debe saber y pensar, como en las dictaduras comunistas. Claro está, que sabiendo ellos que es algo que suena muy a totalitario ese engendro de ley, lo disfrazan con las dosis habituales de "buenismo solidario", haciendo creer a la embotada sociedad que es una ley para sacar a inexistentes cientos de miles de honrados "republicanos" de cunetas, etc...
Un ejemplo similar, muy a cuento hoy en día, es el del racismo de los partidos nacionalistas-independentistas vascos y catalanes. Hace un siglo no tenían ningún problema en que se notase porque esa forma de ser se llevaba en Europa, no era extraña. Pero tras la caída del nacismo, entendieron que soplaban nuevos vientos: no dejaron su racismo de lado -en realidad no pueden vivir sin sentirse superiores, en todos los aspectos- , pero suavizaron la forma de expresarlo y se unieron al coro de la democracia. Hoy en día, no obstante pueden encontrarse innumerables muestras de supremacismo racial en esos partidos.
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