Cuando un libro de caballerías evangeliza mejor que cien teólogos
El libro es la Novela de Caballerías “Tirant lo Blanch” (Tirante el Blanco), escrito por el caballero Joanot Martorell de Gandía en la década de 1460, pero no publicado hasta 1490 en su primera edición valenciana, para luego ser traducido a muchas otras lenguas. Es la última de una larga tradición de novelas de caballería en la península ibérica, como el Amadís de Gaula, el Curial e Güelfa o el caballero Zifar, inspirados en los grandes ciclos artúrico y rolándico provenientes de Francia. Martorell bebe explícitamente del poema anglonormando Guy de Warwick y del Libro del Orden de Cavallería de Raymon Llull, así como de Séneca y del valenciano Corella, coetáneo del autor. Fue traducido al castellano en una edición anónima en 1511, y su éxito contemporáneo fue discreto. Tal vez sea más conocido por ser uno de los pocos libros de caballerías que se salvan de la expurgación de la biblioteca de Alonso Quijano en la primera parte del inmortal “Don Quijote”, mereciendo elogios del cura Pero Pérez por su naturalidad e incluso sentido del humor.
La novela es muy larga, y consta de más de 400 capítulos. El argumento narra la vida y aventuras de Tirante “el Blanco” de Roca Salada, sobrino por parte de madre del duque de Bretaña. El joven acude junto a varios parientes a las bodas del rey de Inglaterra con la hija del monarca francés, su señor. Una vez en la isla se encuentra con un ermitaño, el antiguo caballero Guillem de Varoic (un trasunto casi literal de Guy de Warwick), salvador de Inglaterra de la invasión de los moros, que le inculca los principios de la Orden de Caballería, presentada como una orden militar y el código de caballería como su Regla. Tirante vence en las justas convocadas con motivo de la boda, y el propio rey de Inglaterra lo arma caballero. A su regreso al continente, e impresionado por sus hazañas y su prudencia, el rey de Francia lo nombra consejero de su hijo Felipe, que parte a Tierra Santa en peregrinación. Antes de llegar, los viajeros han de auxiliar a los caballeros de Rodas, atacados por los infieles. El brillante desempeño de Tirante le gana el aprecio del rey de Sicilia, que acoge a la expedición. Allí, el bretón auxilia al simple y tacaño Felipe a ganar el afecto y la mano de la hija y heredera del rey de Sicilia. Mientras se celebran sus bodas, llega un mensajero del emperador Federico de Constantinopla, que pide al rey siciliano que le envíe al joven capitán para ayudarle, pues casi todo su reino ha sido conquistado por los islamitas al mando del Gran Turco y el Sultán de Egipto, tras la trágica muerte de su único hijo varón.
Tirante y sus primos llegan a la capital imperial, y allí se desarrolla el núcleo de la trama. El caballero vence en lidia singular a todos los reyes y capitanes moros, y a su vez cae cautivo del amor de Carmesina , la hija del emperador, que termina por rendirse a Tirante y le jura amor eterno. Asimismo, sus acompañantes también se ven enredados en lances amorosos con damas griegas (alguna de ellas casada, como la propia emperatriz). Tirante ha de sortear los celos del duque de Macedonia, que también pretende a la princesa, y los engaños de una noble cortesana, la Viuda Reposada, que anhela en secreto desposarle, y trata de apartarle de Carmesina. A todos ellos supera Tirante, pero la fortuna se le muestra adversa cuando una tormenta dispersa la flota con la que acudía a combatir en Asia. Arrojado por el naufragio a las costas de Túnez, es hecho cautivo por el subalterno del rey local, que termina por liberarle y convertirle en su capitán al conocer sus prendas, prudencia y sagacidad. Cuando el rey de Etiopía ataca Túnez y mata a su rey, que le había ofendido, Tirante termina por hacerse su amigo, y convertirlo al cristianismo. Juntos conquistan toda la Berbería en una campaña de tres años, y bautizan a muchos moros.
El drama llega a su final. Con el auxilio de los bereberes cristianos, del rey de Etiopía y de Felipe de Francia (nuevo rey de Sicilia), Tirante acude con un gran ejército a la sitiada Constantinopla, donde el emperador ha perdido la esperanza. Todo su territorio y casi todos sus capitanes (incluyendo algunos bretones) han sido capturados por los musulmanes. Gracias a un ardid (destruir las naves que transportaban bastimentos al campamento de los sitiadores), Tirante logra bloquear al Gran Turco y al Sultán con todo su ejército, obteniendo su rendición. Bizancio queda liberada y Tirante prometido a su gran amor Carmesina, y nombrado césar y heredero de todo el Imperio. Pero cuando la tarea de reconquista está acabada y regresa a la ciudad para celebrar el casamiento largamente anhelado por ambos, Tirante sufre un cólico y muere poco después. Embargados de dolor, mueren poco después Carmesina y el emperador, cerrándose así con tragedia la novela de aventuras.
Tirant lo Blanch está escrito en romance valenciano, y es considerada una de las obras más completas del siglo de Oro de las letras valencianas. Plena de arcaismos e influencias de su matriz provenzal, es una obra magna y muy singular en su género: a diferencia del resto de novelas de caballería, hay una ausencia casi completa de elementos mágicos o sobrenaturales. Tirante destaca más por su ingenio, astucia y prudencia que por la mera fuerza de su brazo. La pareja protagonista representa en cierto modo el ideal del caballero y la dama, pero no por ello son perfectos, y también tienen debilidades. Los personajes secundarios, muy desarrollados, poseen virtudes y vicios en igual medida. Incluso los adversarios de Tirante tienen rasgos de humanidad (al final de la novela, el duque de Macedonia se reconcilia con Tirante tras liberarle del cautiverio, los reyes moros le cubren de elogios, etcétera), lejos de los villanos planos de las novelas al uso. El trasfondo del argumento esta evidentemente influenciado por la reciente y traumática caída de Constantinopla en manos del sultán otomano Mehmet II (apenas 10 años antes), y fantasea con la posibilidad de que finalmente la ciudad se hubiese salvado gracias a un auxilio de los caballeros de la Cristiandad latina que jamás llegó a producirse en la realidad.
No obstante, la razón de traer aquí un fragmento de esta obra no son sus méritos literarios o históricos. La novela está plagada de lances de honor y amorosos, juegos de ingenio, cortesías epistolares, discusiones filosóficas, aventuras, ecos de mitología grecorromana pagana, batallas, envidias y tercerías, ocasionales reflexiones espirituales y hasta alguna que otra escena erótica. Es decir, es una obra profana, muy lejos de ser un tratado teológico o incluso mínimamente devocional. El objetivo del autor es dar un modelo ejemplar de un noble y militar de su época a su lector aristócrata, y no particularmente hacer apostolado.
Y sin embargo, toda la obra está recorrida por una constante y fresca religiosidad, cotidiana y natural. Para el católico tardomedieval, heredero directo de una Cristiandad que pronto comenzaría a resquebrajarse bajo el maquiavelismo, lo sobrenatural era realidad, la conversión de infieles una obra de caridad, y la preocupación por la salvación del alma, un hábito. Y como muestra, particularmente emotiva a mi juicio, voy a dejar a mis lectores la transcripción de los últimos momentos de Tirante y Carmesina, los protagonistas y en cierta manera, los modelos a seguir. Los pensamientos de aquellos católicos cuando se veían llamados próximamente al Juicio. Su lectura hace más bien al alma que media docena de sesudos tratados teológicos de los últimos cincuenta años.
No encontrarán este texto ni comentado, ni citado, ni mucho menos reproducido, en las recensiones de los sesudos analistas literarios; y sin embargo, es posiblemente el texto que mejor refleja la personalidad de los protagonistas a ojos del autor de la novela.
A continuación de la traducción al castellano pongo el original en la “dulce lengua valenciana”, como homenaje también a mi tierra y mis ancestros, y a otros mis hermanos que comparten la misma lengua.
Oración que dijo Tirante delante del Corpus Domini
“¡Oh, Redentor del linaje humano, Dios infinito sobre la naturaleza, pan de vida, tesoro sin precio, joyel incomparable, prenda segura de los pecadores, cierta e infalible defensa! ¡Oh, verdadera carne y sangre de mi Señor, cordero manso y sin mácula, ofrecido a la muerte para darnos vida eterna! ¡Oh, claro espejo donde la divina e infinita misericordia se representa! ¡Oh, Rey de Reyes, a quien todas las criaturas obedecen! ¡Señor inmenso, humilde, dulce y benigno! ¿Y cómo podré yo agradecer a vuestra señoría el tanto amor que a mí, frágil criatura, habéis mostrado? No solamente, Señor, por mis grandes pecados habéis venido del Cielo a la tierra, tomando esta preciosa carne en el vientre de la sacratísima Virgen María, madre vuestra y, después, nacido Dios y hombre, subyugándoos a las mundanas miserias para pagar mis desfallecimientos quisiste soportar ásperos tormentos, cruel pasión y dura muerte, poniendo en cruz vuestra carne sacratísima, mas todavía aquella misma carne me habéis dejado para medicina espiritual y salud de mi infecta y manchada alma.
Infinitas gracias, Señor, os sean hechas de tales y tantos beneficios. Todavía, Señor, os agradezco las grandes prosperidades que en este mundo me habéis dado y os suplico tan humildemente como puedo que, pues de tantos peligros me habéis librado y ahora me dais muerte reconocida, la cual yo acepto con mucha obediencia, pues así plazca a vuestra santísima señoría, en remisión y penitencia de mis desfallecimientos, me queráis dar, Señor, dolor, contrición y arrepentimiento de mis pecados para alcanzar de vos absolución y misericordia. Así mismo, Señor, me ayudéis y me conservéis en la fe, en la cual, como católico cristiano quiero vivir y morir, y me deis la gran virtud de la esperanza, para que, confiando en vuestra infinita misericordia, encendido de caridad, llorando y lamentando mis pecados, confesando, alabando, bendiciendo y exaltando vuestro santo nombre, esperando y pidiendo venia y absolución, alto en el paraíso llegue a la eterna beatitud y gloria.”(cap. 468)
Muerte de Tirante el Blanco de Roca-Salada
“¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mi: creo, protesto, confieso, me arrepiento, confío, misericordia reclamo! ¡Virgen María, Ángel Custodio, ángel Miguel, amparadme, defendedme! Jesús, en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.”
Y dichas estas palabras, entregó la noble alma, quedando su bello cuerpo en los brazos del duque de Macedonia. (Cap. 471)
Ordenación de su alma y confesión pública de sus pecados de la princesa Carmesina al conocer la muerte de su marido el césar Tirante el Blanco
“Dejemos ahora las vanidades de este mundo y hagamos lo que tenemos que hacer, pues yo conozco que mi alma quiere partir de mi cuerpo para ir allí donde esta la de Tirante. Por lo que os ruego a todos que me hagáis venir prestamente a mi padre confesor”- que era el guardián del monasterio del glorioso San Francisco, gran doctor en la sagrada teología, hombre de santísima vida.
Cuando llegó, la princesa le dijo:
“Padre, yo quiero hacer confesión general en presencia de todos los que aquí están, ya que, pues no tuve vergüenza de cometer los pecados, no quiero tener vergüenza de confesarlos públicamente”. Y dijo de la siguiente forma:
“Yo, indigna pecadora, me confieso a nuestro Señor Dios y a la santísima virgen María, madre suya, y a todos los santos y santas del paraíso, y a vos, padre espiritual, de todos mis pecados que contra la majestad de mi señor Jesucristo he cometido. Y primeramente confieso que creo bien y firmemente en todos los santos artículos de la santa fe católica y en todos los santos sacramentos de la santa madre Iglesia, y en esta santa fe quiero vivir y morir, ofreciéndolos y presentándolos a mi Dios y a mi creador, protestando ahora y en la hora de mi muerte que yo no consiento, ni ahora ni entonces, y doy por revocado y anulado todo aquello que sea contra aquella.
Y más, padre mío, confieso yo, indigna pecadora, haber pecado, ya que he tomado del tesoro de mi padre, sin licencia ni voluntad suya, para darlo a Tirante para que se mostrase, entre los otros señores del imperio, más rico y liberal. Y por eso, señor emperador, suplico a vuestra majestad me quiera perdonar, y vaya en remuneración de todo lo que vuestra alteza me había de dar. Y pido perdón a nuestro señor Dios y, a vos, padre de confesión, penitencia, pues yo me arrepiento de corazón.
Y más, padre mío, he pecado gravemente, pues consentí que Tirante, marido y esposo mío, tomase el despojo de mi virginidad antes del tiempo permitido por la santa madre Iglesia, de lo que me arrepiento y pido venia y perdón a mi señor Jesucristo y a vos, padre, pido condigna penitencia.
Y más, padre mío, me confieso de que no he amado a mi Dios y creador, ni le he servido en aquella manera que debía y soy obligada, ya que he gastado la mayor parte de mi tiempo en vanidades y en cosas inútiles a mi alma, por lo que pido venia y perdón a nuestro Señor y, a vos, padre, condigna penitencia.
Y más, después, me confieso de que no he hecho ni servido aquel honor, amor y obediencia que tengo al señor mi padre y a la señora mi madre, así como buena hija y obediente debe hacer, ya que algunas veces e ignorado sus mandamientos con gran daño de mi alma, de lo que pido venia y perdón a nuestro Señor y, a vos, padre, condigna penitencia.
De todos los otros pecados que he hecho, pensados y obrados, de los cuales al presente no tengo recuerdo, mas tengo propósito de confesarlos, si tengo tiempo y me vienen a la memoria, de mi señor Jesucristo que, por su clemencia y piedad y por los méritos de su sacratísima pasión, me los quiera perdonar. Y pido ahora, a vos, padre, penitencia, ya que yo me arrepiento de todo corazón y de buena voluntad y quisiera no haberlos hecho.”
Entonces el confesor le hizo la confesión general. Y después la absolvió de pena y culpa, pues bula tenían del papa que, todos los emperadores de Constantinopla y sus descendientes, en el artículo de la muerte se podían hacer absolver de pena y de culpa. Y esta gracia la habían obtenido por el imperio romano que habían dado a la Iglesia.
Cuando la absolución fue hecha, la princesa pidió que le fuese llevado el precioso cuerpo de Jesucristo, y con mucha devoción y contrición, recibió aquel, que todos los que en la habitación eran, estaban admirados de la gran constancia y firmeza de ánimo que la princesa tenía y las muchas oraciones que dijo delante del Corpus, que no hubiera corazón de hierro en el mundo que oyese tales palabras que no abundase en muchas lágrimas. (Cap 476)
Oració que dix Tirant davant lo Corpus Domini
“O redemptor de l´humanal linatge, Déu infinit sobre natura, pa de vida, tresor sens preu, joyel incomparable, penyora segura dels peccadors, certa e infal.lible defensa! O vera carn y sanch del meu Senyor, anyel mansuet y sens màcula, ofert a la mort per donar-nos eterna vida! O clar spill hon la divina e infinida misericordia se representa! O Rey dels reys, a qui totes les creatures obehexen! Senyor inmens, humil, dolç y benigne! Y com poré yo regraciar a la vostra senyoria la tanta amor que a mi, frágil creatura, haveu mostrada? No solament, Senyor, per los meus grans peccats sou vengut del cel a la terra, prenint aquexa preciosa carn en lo ventre de la sacratíssima verge Maria, mare vostra y, enaprés, nat Déu y hom, subjugant-vos a les mundanes misèries per pagar los meus defalliments volgués comportar aspres turments, cruel passió e dura mort, posant en creu la vostra carn sacratíssima, mas encara aquella matexa carn me haveu dexada per medecina speritual y salut de la mia infecta e maculada ànima.
Infinides gràcies, Senyor vos sien fetes de tals y tants beneficis. Encara, Senyor, vos regracie les grans prosperitats que en aquest món me haveu donades e us suplique tan humilment com puch que, puix de tants perills me haveu deliurat e ara me donau mort regoneguda, la qual yo accepte ab molta obediencia, puix axí plau a la vostra santíssima senyoría, en remissió e penitencia dels meus defalliments, me vullau donar., Senyor, dolor, contrició y penediment dels meus peccats per atényer de vós absolució e misericordia. Axí mateix, Senyor, me ajudeu e.m conserveu en la fe, en la qual, com a cathìlic chrestià vull viure e morir, y.m doneu la gran virtut d´esperança, per què, confiant de la infinita misericordia vostra, encés de caritat, plorant y planyent los meus peccats, confessant, loant, beneint e exalçant lo vostre sant nom, sperant y demanant vènia e absolució, alt en paradís pervinga a la eterna beatitut e glòria”. (cap. 468)
Mort d´en Tirant lo Blanch de Roca-Salada
“Jesús, fill de David, hages mercé de mi: credo, proteste, confesse, penitme, confie, misericordia reclame! Verge Maria, Àngel Custodi, ángel Miquel, emprau-me, defeneu-me! Jesús, en les teues mans, Senyor, coman lo meu sperit.”
E dites aquestes paraules, reté la noble ànima, restant lo seu bell cors en los braços del duch de Macedònia. (Cap.471)
Ordenació de la seua ànima e confessió pública de sos peccats de la princessa Carmesina en coneixer la mort del seu marit el césar Tirant lo Blanch
“Ara dexem les vanitats de aquest món e façam lo que tenim de fer, car yo conech que la mia ànima del meu cors partir-se vol per anar allà hon és la de Tirant. Per què us prech a tots que.m façau prestament venir lo meu pare confessor”- qui era lo guardiè del monestir del gloriós Sent Franchesch, gran doctor en la sacra theologia, home de sanctíssima vida.
Com fon vengut, la princessa li dix:
“Pare, yo vull fer confessió general en presencia de tots los que açí són, car, puix no he hagut vergonya de cometre los peccats, no vull haver vergonya de confessar-los públicament”. E dix de la següent forma:
“Yo, indigna peccadora, me confés a nostre senyor Déu e a la sacratíssima verge Maria, mare sua, e a tots los sants e santes de paradís, e a vós, pare spiritual, de tots los meus peccats que contra la magestat del meu senyor Jhesucrist he comesos, E primerament confés que crech bé e fermament en tots los sancts articles de la sancta fe cathòlica e en tots los sants sagraments de sancta mare Sglésia, e en aquesta santa fe vull viure e morir, oferint e presentant-los a mon Déu e a mon creador, protestant ara e en la hora de la mia mort que yo no y consent, ans ara per lavors, he per revocat e anul.lat tot ço que sia contra aquella.
E més, pare meu, confés yo, indigna peccadora, haver peccat, car he pres del tresor de mon pare, sens licencia e voluntat sua, per dar a Tirant perquè.s mostràs, entre els altres senyors de l´imperi, més rich e liberal. E per ço, senyor emperador, suplich a vostra magestat de voler-me perdonar, e baja en remuneració del tot que vostra altesa me havia de dar. E deman-ne perdó a nostre senyor Déu e, a vós, pare de confessió, penitencia, car yo de bon cor me´n penit.
E més, pare meu, he peccat greument, car consent que Tirant, marit e spòs meu, prengués la despulla de la mia virginitat ans del temps permés per la santa mare Sglésia, de què me´n penit e.n deman vénia e perdó al meu senyor Jesucrist e a vós, pare, ne deman condigna penitencia.
E més, pare meu, me confés com no he amat a mon Déu e creador, ne servit en aquella manera que devia ne só obligada, ans he despés la major part del meu temps en vanitats y en coses inútils a la mia ànima, per què-n deman vénia e perdó a nostre Senyor e, a vós, pare, condigna penitencia.
E més, apre, me confés com no he feta ne servada aquella honor, amor e obediencia que só tenguda al senyor mon pare e a la senyora ma mare, axí com bona filla e obedient deu fer, ans algunes vegades he passat sos manaments en gran dan de la mia ànima, de què.n deman vènia e perdó a mon Déu e creador e, a ells e a vós, pare, condigna penitencia.
De tots los altres peccats que he fet, cogitats e obras, los quals a present no tinch en recort, mas tinch en prepòsit de confessar-los, si tench temps ni.m vénen a la memoria del meu senyor Jesucrist que, per la sua clemència e pietat e per los mèrits de la sua sacratíssima passió, los me vulla perdonar. E deman-ne ara, a vós, pare, penitencia, car yo me´n penit de bon cor e de bona voluntat e volguera no haver-los fet”.
Lavors lo confessor li féu fer la confesió general. E aprés la absolgué a pena e a culpa, car bulla tenien del papa que, tots los emperadors de Contestinoble e lurs descendents, en l´article de la mort se podien fer absolre a pena e a culpa. E aquesta gràcia havien obtesa per l´Imperi Romà que havien donat a la Sglésia.
Com l´absolució fon feta, la princessa demanà li fos portat lo preciós cors de Jesucrist e, ab molta devoció e contricció, rebé aquell, que tots los que en la cambra eren staven admirats de la gran constancia e fermetat de ànimo que la princessa tenia e les moltes oracions que dix davant lo Corpus, que no fóra cor de ferro en lo món quí hoís semblants paraules que no abundàs en moltes làgremes. (cap.476).
8 comentarios
Y da que pensar que ese cristiano final pudiera influir algo en Cervantes para que en la conclusión de su magna obra, D.Quijote muriese en la cama, cuerdo y confesado.
Y por cierto, habría que recordarle a los moralistas modernos (al mismo Padre Fortea, citado por el Padre Leandro Bonnin ) que las relaciones sexuales fuera del matrimonio siempre son pecado grave de fornicación, como lo demuestra esa confesión de Carmesina:
"Y más, padre mío, he pecado gravemente, pues consentí que Tirante, marido y esposo mío, tomase el despojo de mi virginidad antes del tiempo permitido por la santa madre Iglesia, de lo que me arrepiento y pido venia y perdón a mi señor Jesucristo y a vos, padre, pido condigna penitencia".
El ejemplo de John Senior: evangelizar con épicas, poesía y mirando las lejanas estrellas.
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