La primera guerra civil de España

La muerte del rey Amalarico en 531, extinguió la estirpe de Alarico Baltho, el más esclarecido de los visigodos, que no volverían a tener otra dinastía que les uniera tan firmemente. Los nobles eligieron para sucederle al candidato obvio, Teudis (Thiudareiks), cabeza del partido de los ostrogodos y el más poderoso de entre ellos.

Dados los antecedentes de corrupción durante su mandato como gobernador de Teodorico en Hispania, y su participación en el asesinato de su predecesor, era previsible un reinado aciago. Sorprendentemente, resultó ser un rey prudente y logró dar estabilidad al reino de los godos occidentales. Fue también el monarca que aparcó definitivamente el sueño de recuperar los territorios galos perdidos, y puso sus ojos en la península ibérica, donde la monarquía y el pueblo hallarían finalmente su solar.

En efecto, cuando comienza su reinado, la antigua diócesis de Hispania se hallaba en un estado aún confuso. La provincia de Galecia (la actual Galicia más Portugal al norte del Duero), era la sede del reino suevo, con capital en Braga (Bracara Augusta). El centro del dominio germánico se hallaba en la provincia Tarraconense, que comprendía toda la cornisa cantábrica y el valle del Ebro, aunque en realidad el rey visigodo sólo controlaba el valle medio y bajo del gran río (donde se hallaba la corte, Barcelona). Aguas arriba, los montañeses eran virtualmente independientes. Más aún, mientras los astures y cántabros (que habían adoptado algunas costumbres romanas, como el gobierno de senados oligárquicos, cohabitando junto a sus antiguas estructuras tribales), mantenían un vasallaje teórico y eran en general pacíficos, los vascones los pirineos occidentales efectuaban con frecuencia correrías de destrucción y saqueo a lo largo del valle, siendo invariablemente su primera víctima la ciudad y obispado romano de Pamplona (Pompaelo). La provincia Lusitania, con capital en Mérida (Emerita Augusta), comprendía las actuales Extremadura española y Portugal al sur del Duero, mientras la Cartaginense (con capital en Cartagena- Cartago Nova) era la provincia más grande, y ocupaba el espacio delimitado por las provincias anteriores. A lo ancho del valle del río Guadalquivir, en latín Betis, se asentaba la provincia de la Bética, con capital en Sevilla (Hispalis) la más rica de Hispania, donde la influencia goda era débil y la aristocracia terrateniente romana aún era poderosa, e independiente de facto.

En este momento de la historia de España, la relación entre el monarca, la nobleza goda y la aristocracia senatorial hispanorromana, era la piedra angular para lograr la estabilidad del joven reino. Según el pacto o foedus firmado por el rey visigodo Valia y el patricio Constancio en nombre del emperador Occidental en 416, los germanos eran asentados en calidad de “aliados”, y sus nobles recibían 2/3 de todas las tierras cultivables, las viñas, los ganados y las casas. Esas propiedades eran arrebatados a los propietarios romanos, que retenían el 1/3 restante, el único que quedaba sujeto a impuestos imperiales (en realidad, los godos estaban liberados de impuestos por el simple hecho de serlo, y el pago de tributos y la administración de su recaudación estaba a cargo de hispanorromanos). Con tan desigual pacto, firmado bajo unas condiciones draconianas, la nobleza goda se convirtió en poco tiempo en una casta de familias de grandes terratenientes, eximidos de impuestos e inmensamente ricos. Los aristócratas romanos quedaban fuertemente perjudicados, y su principal salida era enlazar en matrimonio con los godos, para que sus tierras fueran consideradas “godas” y libres de cargas. Cuando el receptor de impuestos dejó de ser el emperador romano, los reyes germanos lucharon contra estas prácticas, que dejaban a la corona sin sus principales ingresos, renovando la vieja prohibición romana de matrimonios mixtos entre ambos pueblos. Esta norma no se cumplía de forma efectiva: el propio Teudis estaba casado con una rica heredera hispanorromana.

La principal separación entre ambos pueblos seguía siendo, no obstante, la religiosa. Los romanos eran católicos y trinitarios, y los visigodos minoritarios conservaban celosamente el arrianismo nacional, que les llevaba a tener sus propios templos, sus propios cementerios (con sepulcros en los que se enterraban tesoros junto al cuerpo, una reminiscencia de su época pagana que perderían al convertirse al catolicismo), su clero, sus concilios y sus libros sagrados; aparentemente carecían de vida monástica. Poco se sabe de ellos, salvo que los sacerdotes podían conservar a sus esposas al ordenarse y que persistía en ellos el cesaropapismo oriental: la familia real utilizaba sus propios cálices y el rey era la cabeza efectiva de su iglesia; los clérigos se tonsuraban, pero conservaban orgullosamente sus germánicos largos cabellos. El clan ostrogodo de Teudis había heredado la política de tolerancia hacia los católicos de Teodorico Amalos. En ese momento histórico la política religiosa de los reyes hacia la población católica dominada fue determinante, pues los reinos germanos arrianos, dominantes en Occidente durante más de 50 años, iban a sufrir un golpe fatal desde Oriente.

El incendio iba a prender en el reino vándalo del norte de África. El rey Trasamundo había virado la política persecutoria de sus predecesores, hacia la tolerancia religiosa con los católicos. En 523, su primo y sucesor Hilderico, sintiéndose poco seguro, buscó la alianza del emperador oriental, permitiendo el libre culto de su población católica romana. Esto le enajenó por completo el apoyo de su nobles arrianos, y en 530 fue destronado y encerrado por uno de ellos, llamado Gelimero, que se proclamó rey, retornando a la política de persecución de la Iglesia. En otras circunstancias, la alianza de Hilderico con el imperio romano hubiese sido papel mojado, pero en aquel año se sentaba en el trono de Constantinopla uno de sus más grandes emperadores, Justiniano. No solo era un gobernante astuto y decidido, sino que, para desgracia de los vándalos, había concebido el proyecto de recuperar las tierras del antiguo imperio de occidente de sus poseedores germánicos arrianos, y estos hechos eran la excusa perfecta para desencadenarla. Gelimero buscó la alianza de sus correligionarios para defenderse de la represalia romana por su usurpación. En 532 expidió dos embajadas: una de ellas visitó la corte ostrogoda de Rávena, donde la regente Amalasunta, hija de Teodorico Amalos y gobernante del reino en nombre de su hijo Atalarico, rechazó la petición vándala, ya que estaba aliada a Justiniano. También Teudis rechazó la alianza propuesta por la embajada que llegó a Barcelona. Inauguraba así una política de neutralidad ante los acontecimientos exteriores que la mayoría de los monarcas visigodos iban a seguir, y que dotaría al reino de un peculiar aislamiento a lo largo de toda la alta edad media.

La respuesta de Justiniano tardó, pero llegó finalmente: en junio de 533 un ejército imperial relativamente modesto, al mando del general favorito de Justiniano, Belisario, desembarcó en África, no lejos de Cartago, para reponer en el trono a Hilderico. Gelimero ordenó asesinar al monarca cautivo y combatió en defensa de su trono. Teudis, poco fraternamente, aprovechó la ocasión para enviar una expedición que tomó la antigua ciudad de Ceuta (Sebta), que los vándalos habían abandonado para concentrarse en la defensa contra los invasores. Derrotado cerca de Cartago, Gelimero, abandonando la capital en manos de Belisario, huyó a las montañas donde se escondió durante 1 año, hasta que en marzo de 534 se entregó a los romanos, siendo trasladado a Constantinopla. Dado que Hilderico había muerto, Belisario incorporó todo el norte de África al Imperio de Oriente poniendo fin al reino vándalo, y a mediados de año una flotilla imperial tomó por sorpresa Ceuta, aprovechando la incuria de los visigodos, que no habían reparado las deterioradas fortificaciones. Era el primer contacto de los godos con el que sería uno de sus más encarnizados enemigos. Los imperiales ocuparon también las islas Baleares, al igual que el resto de las del mediterráneo occidental, hasta entonces en manos vándalas.

El episodio de Ceuta demuestra que Teudis definitivamente había comenzado a tomar interés por el sur peninsular. Su tolerancia hacia los católicos le granjeó las simpatías de los hispanos y fue pronto imitada por el nuevo rey suevo, Veremundo, que aunque arriano, permitió la reconstrucción en sus tierras de las iglesias y monasterios mandados destruir por sus predecesores. Teudis consolidó un grupo de poderosos nobles ostrogodos “nacionalizados” tras el tratado de 526, enlazados por matrimonios y relaciones clientelares, que dominaron los puestos clave de la administración, entre los que descolló Teudiselo (Thiudareikgaisel), tal vez familiar del rey, pues su nombre parece ser un diminutivo del de el monarca, que fue nombrado duque. La influencia ostrogoda se mantuvo, no solo en la tolerancia religiosa, sino en la adopción de usos provenientes de Italia: desde la moneda de Teodorico, pasando por la organización de ejército en regimientos de mil hombres llamados thiufas, hasta la adopción de modelos transalpinos en joyería, como hebillas y fíbulas en forma de arco radiado talladas a cincel (aunque los herreros visigodos pronto evolucionarían esos diseños de forma original). También en las relaciones comerciales que proporcionaron prosperidad al reino, los vínculos con Italia eran muy superiores a los mantenidos con la Galia o norte de África.

En Italia precisamente es donde se estaba fraguando el segundo acto de la tragedia para los arrianos. La reina Amalasunta, aliada de Constantinopla, había quedado muy debilitada tras la inesperada muerte de su joven hijo el rey Atalarico. Los nobles rechazaban su romanismo y estaban en contra de que una mujer reinara en solitario. Amalasunta asoció al torno a un primo suyo llamado Teodato, en un intento de legitimar su posición, pero resultó un movimiento errado. Teodato se erigió en adalid de los opositores a la reina, y ordenó prenderla y encerrarla a finales de 534. La oportunidad que el Cielo ponía no era de las que un hombre como Justiniano desaprovechaba. Amenazó a Teodato y exigió la libertad de la reina aliada. El monarca ostrogodo fue lo suficientemente torpe como para ordenar el asesinato de la cautiva en primavera de 535, y el emperador no necesitó más para ordenar a Belisario que partiera desde Cartago hacia Italia con su ejército. Tomó rápidamente Sicilia y luego desembarcó en el sur de la península, conquistando la importante ciudad de Nápoles. Los ostrogodos, exasperados por su incapaz rey, asesinaron a Teodato en 536, extinguiendo con él la familia de los Amalos, y eligieron a un noble llamado Vitiges como sucesor. Se inició así una larga y destructiva guerra de casi dos décadas entre romanos y ostrogodos, que no interesa a nuestro relato por el momento.

Por mucho que a Teudis le importara lo ocurrido en su tierra natal, hubo de preocuparse antes por una nueva campaña de los reyes francos de Neustria, Childeberto de Paris y Clotario. Tras haber ocupado el territorio de su difunto hermano Clodomiro (incluido asesinato de sus herederos) y conquistado Borgoña, que fue para Clotario, lanzaron contra la provincia Septimania una primera ofensiva en 535, en la que tomaron Lodeve y Rodez, aunque las tropas godas lograron rechazar su ataque a Arlés. Con el permiso del rey, en 540 tuvo lugar el concilio provincial de Barcelona, que se ocupó de cuestiones disciplinares, destacando la obligatoriedad de que el clero se cortara el pelo (para diferenciarse de los sacerdotes arrianos), pero no la barba; dos años antes, en 538, el metropolitano de Braga, en Galecia, había recibido una carta del papa Virgilio, en la que le recomendaba la triple inmersión en el bautismo de arrianos conversos y el uso de la partícula filioque en el rezo del Gloria. En 541, los dos monarcas francos planearon una segunda expedición, mucho más ambiciosa, contra el reino visigodo. Con un fuerte ejército, y acompañados por los tres hijos de Clotario de Borgoña, entraron en la provincia Tarraconense por Roncesvalles, arrasando la campiña, tomando y saqueando Pamplona, y dirigiéndose de inmediato a Zaragoza (Caesaraugusta), a la que rodearon. Teudis encomendó el ejército a su favorito, el duque Teudiselo, que optó por bloquear los pasos pirenaicos a espaldas de los invasores. Los francos se hallaban atascados frente a la ciudad del Ebro, sin poder tomarla tras 49 días. Sobre este sitio hay varias leyendas. Se dice que los defensores pasearon por las murallas la túnica de san Vicente mártir, y que los francos huyeron ante aquel signo. Las fuentes francas afirman que Childeberto obtuvo la túnica bien como botín o bien a cambio de levantar el asedio y que a su vuelta a París erigió una iglesia para albergar la reliquia. Sea como fuere, y más probablemente por conocer que el ejército visigodo les cortaba la retirada, los francos optaron por abandonar el sitio y dirigirse al norte, para forzar su salida hacia la Galia. En algún lugar indeterminado de los Pirineos, el duque Teudiselo, al mando del ejército real, logró derrotar a los dos reyes y tres príncipes francos. Fue un auténtico desastre para los invasores, que no habían padecido una derrota tal desde que la estirpe de Clodoveo se hiciera con el trono franco. Sufrieron muchas bajas, se recuperó el botín, y todos los miembros de la familia real fueron capturados, junto a miles de soldados. Tras varias semanas de negociaciones, y a cambio de un fuerte rescate, el humillado Childeberto y sus familiares fueron liberados y regresaron a sus tierras. La soldadesca, menos afortunada, no tuvo quién pagara su libertad, y fue ejecutada en castigo por sus saqueos. El correctivo sufrido por los francos les mantuvo alejados durante muchos años del reino visigodo.
En 540 los ostrogodos, que habían perdido al valeroso Vitiges y estaban retrocediendo frente a los invasores imperiales, eligieron como rey a un noble llamado Hidibaldo, cuyo único mérito era ser familiar de Teudis, de quién, por afinidad familiar, esperaban ayuda. Fue vana esperanza, pues el monarca visigodo no varió su neutralidad, máxime cuando hubo de ocuparse de hacer frente a los ataques francos. En 541 los ostrogodos le sustituyeron por su sobrino Totila, con el que lograron recuperar el norte de Italia.

Pacificada definitivamente la frontera con los francos, Teudis comenzó a desplazar el centro de poder real hacia el sur. En 546 se hallaba en Toledo (Toletum), donde el 24 de noviembre publicó la primera ley real desde los tiempos de Alarico II, la cual estipulaba la prohibición de hacer regalos caros a los jueces para ganarse su voluntad. Ese año tuvo lugar el concilio provincial de Valencia, presidido por el obispo-teólogo local Justiniano (autor de varias obras sobre el rebautizamiento de arrianos, que repudiaba), en el que se protegieron los bienes de la iglesia cuando el obispo moría, pues al parecer era costumbre que los sacerdotes y laicos del cortejo episcopal tomaran para sí algunos bienes del patrimonio eclesiástico tras el deceso. El obispo más próximo debía trasladarse de inmediato a la sede y hacer un inventario que remitiría al metropolitano. Por cierto que en este sínodo se testimonió que algunos arrianos estaban convirtiéndose al catolicismo gracias a la predicación. Justiniano murió en 548, dejando sus bienes a la comunidad monástica del sepulcro de san Vicente mártir, de la que había sido abad antes de su consagración. El rey se trasladó poco después a Sevilla (Hispalis), donde levantó un palacio y estableció su capital, haciendo así efectiva la autoridad real sobre la rica provincia bética, de la cual se obtuvieron elevados impuestos. El partido ostrogodo sin duda trabó amistosas relaciones con los terratenientes hispanorromanos, que apreciaban su tolerancia religiosa, y allí sería donde comenzarían a convertirse algunos nobles godos. El que llamamos “partido ostrogodo”, no era en el fondo sino un grupo de aristócratas unidos por intereses comunes y alianzas familiares, y no sólo estaba compuesto por ostrogodos, sino también por visigodos que habían enlazado por matrimonio, o por vasallaje personal, para medrar a la sombra del poder del trono. Frente a ellos, los nobles visigodos nativos formaban una vasta mayoría, desarticulada, rabiosamente nacionalista y anticatólica, humillada tras la derrota de Vouillé, 40 años atrás, apartada del poder por los gobernadores de Teodorico, y descabezada cuando había creído poder recuperar su influencia con Amalarico; alimentaba un rencor hacia la casta dominante, sintiendo que eran desposeídos de honores en su propio reino por un grupo de “extranjeros”. Aunque el fundamento de identidad de estos “partidos” era sobre todo el afán de poder y de influencia de familias aliadas o enfrentadas entre sí, la tolerancia o persecución de los católicos era la característica que les distinguía. La tensión en la nobleza iba a estallar en un futuro no lejano, conmoviendo los cimientos del reino.

El rey envió 547 una nueva expedición para tomar Ceuta (la única iniciativa militar ofensiva que se le conoce), consciente de la importancia estratégica de dominar ambas orillas del estrecho. Los visigodos obtuvieron el triunfo y saquearon la ciudad, pero al domingo siguiente, pensando ingenuamente que no serían atacados por ser el día sagrado, fueron derrotados y exterminados por una fuerza expedicionaria romana. Fue el último acto conocido de Teudis. Anciano, con poco tiempo de reinado por delante, y amado por sus súbditos, permanece como un misterio el origen del complot contra su vida. Tanto los visigodos nacionalistas como algunos disidentes dentro de su propio grupo de poder son los autores más probables. En 548, cuando paseaba por los jardines de su palacio sevillano, un miembro de su guardia, simulando un ataque repentino de locura, le hundió un puñal en el vientre. Mientras agonizaba en el suelo, cuenta la leyenda que Teudis, acordándose de que había ordenado matar a su predecesor en el trono, pidió a sus cortesanos que perdonaran la vida de su asesino; sin duda el remordimiento por aquella mala acción le había acompañado toda su vida. Murió tras haber sido el noble más poderoso durante 25 años y rey durante 17, y su gobierno se puede calificar en términos generales como benéfico. Tras él, las situación empeoró.

Su favorito Teudiselo fue elevado al trono, apoyado en el grupo ostrogodo y en su prestigio como general. Mantuvo la corte en Sevilla y firmó con los reyes francos el cese de sus incursiones a cambio de un tributo; un tratado tan frágil que los francos reanudaron sus escaramuzas poco después de su firma. El irritado Teudiselo ordenó una auténtica limpieza étnica de francos en el valle del Ebro, expulsando o asesinando a los que aún vivían allí. El nuevo monarca había heredado apenas el nombre de su predecesor, pues su fama militar no podía ocultar su incompetencia en el gobierno y sus perversiones personales: se decía de él que era un borracho y un adúltero habitual con las esposas de sus nobles. Si a los visigodos nacionalistas ya les irritaba un rey ostrogodo carismático y prudente, uno disoluto e incapaz fue demasiado. En diciembre de 549, tras poco más de un año de reinado, los conjurados visigodos aprovecharon la ebriedad de Teudiselo durante un banquete en su palacio sevillano para apuñalarle hasta la muerte, si bien públicamente se atribuyó a una venganza de maridos deshonrados. Con la muerte del venal Teudiselo terminaban casi 40 años de tolerante gobierno al estilo del ostrogodo Teodorico, que había mantenido la paz interior y la prosperidad en el reino. Los visigodos iban a echar de menos este periodo en los siguientes 30 años.

El cabecilla de los visigodos “nacionalistas”, un noble de Lusitania llamado Ágila (Akhila), fue elegido inmediatamente como nuevo rey en Sevilla. Ágila era un arriano ferviente como no se había visto desde los tiempos de Eurico, y aparentemente su primera decisión fue prohibir los concilios católicos (decreto que conocemos por testimonios posteriores), a tenor de la reacción inmediata que produjo: antes de que acabara el año, los aristócratas romanos de Córdoba y su campiña expulsaron a los funcionarios visigodos y se dieron un gobierno senatorial propio, rebelándose contra la corona. Por desgracia, apenas tenemos detalles sobre tan extraordinaria rebelión, que no cuenta con precedentes en el mundo germánico contemporáneo. A mayor abundamiento, tenemos pruebas de que entre los mismos nobles godos existían disensiones sobre el rey y su nueva política religiosa. Un partido de nobles visigodos, herederos del antiguo partido ostrogodo en la tolerancia a los católicos, se mostró en desacuerdo con la elección de Ágila. Sin duda eran particularmente numerosos en la capital, pues cuando a principios de 550, el rey inició los preparativos de la campaña para aplastar la rebelión cordobesa, apartó de la expedición a muchos de ellos por temor a una traición, y tomó la anómala medida de llevarse consigo el tesoro real visigodo en vez de dejarlo en Sevilla.

Acompañado de su primogénito, Ágila llegó a las cercanías de Córdoba, donde profanó la tumba del mártir san Acisclo, patrón de la ciudad, en un gesto deliberado para provocar a los alzados católicos a la batalla y evitar un largo sitio. La iniciativa surtió efecto y los cordobeses atacaron a la expedición real cerca de la ciudad. Apenas sabemos nada del tipo de tropas de que disponían los rebeldes (si eran esclavos armados, o más bien germanos mercenarios, como en el pasado) pero la derrota de los visigodos fue tan inesperada como completa: el primogénito de Ágila murió en combate, y el ejército real huyó ignominiosamente, abandonando el tesoro real en el campo como trofeo para los vencedores. Tal vez hubiese entre los huídos algunos enemigos del rey que aprovecharon la refriega para arrastrar a todos a la deserción. El monarca logró escapar, pero para cuando llegó a Sevilla, las noticias del desastre le habían precedido, y los nobles adversarios, dando por seguro el ocaso de la estrella de Ágila, y tal vez su muerte, habían proclamado como su sucesor al magnate Atanagildo (Athanakhild), uno de los visigodos que habían servido como clientes del partido ostrogodo de Teudis. Pero Ágila no había muerto, y se escabulló con unos pocos fieles a Mérida, donde tenía su solar. Allí se hizo fuerte y reclamó su legitimidad al trono, allegando partidarios entre los visigodos arrianos más intolerantes. Fracasada la conjura, y delimitados ambos bandos, estalló en el reino visigodo la guerra civil. Los últimos 4 reyes habían muerto violentamente, pero desde la derrota de Vouillé, 43 años atrás, el reino había vivido en paz y prosperidad. Ahora se iban a enfrentar las principales familias visigodas en una guerra fratricida, en la que la persecución o tolerancia a la Iglesia católica (la de los hispanorromanos), jugaría un papel primordial.

En medio de esta guerra parcialmente religiosa, se produjo un hecho trascendente en el vecino reino suevo, que demostraba hasta que punto repercutían estas disputas en él. El arriano rey Charriarico (o Ariarico), que comenzó a reinar en 550, envió a unos embajadores al sepulcro de san Martín de Tours, en la Galia, con ricos presentes para el santuario, prometiendo convertirse si su hijo enfermo de lepra sanaba. La vuelta de los embajadores, acompañados de otro Martín, un sacerdote de Panonia (moderna Hungría), coincidió con la curación del joven. Martín predicó el catolicismo a los suevos, y el rey y su familia se convirtieron, erigiendo en Dumio un templo a san Martín, y a su alrededor un monasterio, cuya dirección confiaron al monje panonio, y que se convirtió pronto en el foco de irradiación de la fe católica en todo el reino. El rey además levantó la prohibición de convocar concilios provinciales.

Mientras, en el reino visigodo la guerra se extendió como una mancha de aceite en 550 y 551. Por desgracia, poseemos pocos testimonios contemporáneos, pero sí sabemos que, aunque se combatió por todas las provincias, las principales batallas se dieron en el valle del Guadalquivir, y que el reconstruido ejército real de Ágila comenzó a llevar la mejor parte. A finales de 551, el usurpador Atanagildo se vio ya en situación desesperada, y como en una repetición del hado maldito de los reinos arrianos, se volvió a Constantinopla en busca de ayuda. Fueron enviados emisarios a Justiniano, fiados en que la tolerancia mostrada por el rebelde hacia los católicos decidiría al emperador a sostenerle.
Ahora bien, la guerra en Italia estaba alcanzando su clímax, tras 16 extenuantes años, y habiendo cambiado Roma de manos en 6 ocasiones. Justo ese año, el eunuco persa Narsés, enviado con importantes refuerzos como nuevo general imperial, había logrado acorralar a Totila, pero este aun no estaba vencido. En esas circunstancias, Justiniano, aunque no dejara de encontrar providencial esta nueva ocasión de intervenir en los asuntos internos de un reino germano arriano, no podía distraer fuerzas del teatro principal de operaciones en Italia en un momento tan decisivo. Las negociaciones concluyeron con un tratado de alianza del imperio con Atanagildo, que incluía un pago en oro a Justiniano, producto del cual llegó en junio de 552 una pequeña expedición romana al mando de un patricio llamado Liberio, que contaba nada menos que 80 años y había sido prefecto en el sur de la Galia en 514 (donde había sufrido un intento de asesinato por visigodos fanáticos). Según el historiador E.A. Thompson, este cuerpo expedicionario, insuficiente en número, fue enviado con urgencia porque Atanagildo estaba a punto de sucumbir. Desembarcando en Cádiz o Málaga, llegó a Sevilla, la capital del rebelde, justo a tiempo para unirse a sus tropas contra la expedición del ejército real que había penetrado en la Bética desde la Lusitania, con objeto de acabar definitivamente con la rebelión. La batalla de Sevilla, habida en agosto o septiembre de 552, fue la más importante de la guerra, y con el auxilio de los profesionales soldados imperiales, Atanagildo logró derrotar a las tropas de Ágila, volviendo a equilibrar la situación. Durante otros dos años más, los visigodos siguieron destrozándose en una guerra sin cuartel, que provocó la tala de árboles, la muerte de ganado, el abandono de innumerables aldeas y pueblos, la destrucción de iglesias, el incendio de cosechas y casas. En suma, la ruina de uno de los reinos más ricos de Occidente, en una reproducción a pequeña escala de lo que había padecido Italia con la invasión imperial, solo que esta vez por culpa de una guerra civil. Los bizantinos aprovecharon para ir ocupando todas las ciudades que unían Sevilla con la costa atlántica y mediterránea (Medina Sidonia, Cadiz, Málaga).

El 1 de julio de 552, mientras tanto, había tenido lugar en Umbría la batalla de Taginae, en la que Narsés derrotó definitivamente a Totila. Los ostrogodos eligieron un nuevo rey en la persona de Teya, pero su suerte estaba echada: vencidos nuevamente en la batalla del Monte Lactario, cerca de Nápoles, en octubre de 553, desaparecieron definitivamente de la historia, e Italia (o lo que quedaba de ella) fue incorporada al Imperio de Oriente. En ningún momento de su desesperada lucha por la superviviencia recibieron ayuda de sus hermanos de raza y religión visigodos, absorbidos por sus propias querellas internas. Al contrario, los de Septimania habían aprovechado su fin para recuperar la importante ciudad de Arlés, cedida a los ostrogodos en virtud del tratado de 526.

A finales de 554, pacificada su flamante conquista, Justiniano pudo al fin ocuparse plenamente del siguiente objetivo de su vasto plan de restitución imperial en Occidente: la diócesis de Hispania, agotada por las luchas intestinas de los godos, parecía madura para la anexión. Las tropas veteranas de Italia de las que se pudo prescindir, fueron enviadas a socorrer (o más bien absorber) a Atanagildo y el reino de los visigodos. Según Thompson, una segunda expedición militar imperial, mucho más numerosa, desembarcó cerca de Cartagena a principios de 555. La ciudad, tal vez por ser partidaria de Ágila, o porque sus habitantes ya habían comprendido que el enemigo auténtico eran los invasores orientales, presentó resistencia, y fue tomada por la fuerza. Sus murallas fueron derribadas, la ciudad incendiada, y miles de sus habitantes huyeron, entre ellos un matrimonio mixto formado por el noble romano Severiano y su esposa visigoda, que tenían tres hijos, cuyos nombres conviene retener: Leandro, Fulgencio y Florentina. Como tantos otros, se refugiaron en Sevilla, donde en 560 nacería su cuarto hijo al que llamarían Isidoro. Las tropas de Justiniano continuaron su marcha y tomaron Baza (Basti) y su región, esperando enlazar con sus posesiones en el valle del Guadalete.

En ese punto, los nobles visigodos fueron al fin conscientes de que se habían estado desangrando en una fratricida e inútil guerra durante 5 años, de la cual sólo estaban saliendo beneficiados los griegos. Las negociaciones entre ambos grupos terminaron con el asesinato en Mérida del renuente Ágila en marzo de 555 a manos de sus propios seguidores, tras un estéril y conflictivo reinado de 5 años, y la unificación bajo la corona de Atanagildo, el cual se comprometió a mantener las medidas anticatólicas de Ágila para conservar el apoyo de los visigodos más nacionalistas. Mérida había conocido una efímera capitalidad, y se había establecido en ella una floreciente colonia de griegos. Uno de ellos, llamado Pablo, de profesión médico, llegó a ser nombrado metropolitano de la sede con ayuda de la herencia que había recibido de un rico paciente agradecido. La paz que estrenaba el reinado indiscutido de Atanagildo fue la de los cementerios: el reino estaba en la ruina, y el tesoro real perdido a manos de los cordobeses, por lo que el monarca hubo de devaluar por primera vez la ley de los tremisses de oro que Teodorico el Grande ordenara acuñar en 511; naturalmente, esta medida condujo a la inflación, empeorando la situación. La elección de Toledo como sede real por Atanagildo (por su localización central), unida a la destrucción de Cartagena, convirtió a aquella ciudad en la nueva capital de facto de la provincia Cartaginense. Aunque no repitió las profanaciones de Ágila, el rey mantuvo la prohibición de reunir concilios católicos; no obstante, en estos años conocemos cada vez más casos de godos conversos al catolicismo, como el que adoptó el nombre de Juan al profesar como monje y marchó con 20 años en 559 a estudiar a Constantinopla, y del que volveremos a oír hablar. Durante el reinado de Atanagildo, la nueva generación de reyes francos trató de implicarle en sus disputas internas. Sigeberto, hijo de Clotario de Borgoña y rey de Austrasia, pidió y obtuvo en matrimonio a Brunequilda, la hija menor que el rey había tenido con su esposa Godswinda, buscando un aliado contra su pariente y rival Chilperico de Neustria. Pero este anuló su jugada haciendo lo propio con la hija mayor del monarca visigodo, Galswinda. Así, el rey hispano terminó siendo neutral en las guerras entre reyes merovingios, pero sus hijas, que se convirtieron al catolicismo al casarse, jugarían un papel importante en esas querellas; Brunequilda dio a luz a su hija Ingunda en 567.

En mayo de 561 tuvo lugar el concilio general del reino suevo de Braga, en el que el rey Ariamiro, sucesor de Charriarico, confirmó la conversión de los suevos y de todo el reino a la fe católica. Ya sólo los visigodos permanecían en el arrianismo entre todos los reinos germánicos que cien años atrás habían doblegado al imperio occidental. El de Atanagildo fue un reinado decadente, en el que la debilidad de la corona se tradujo en la secesión de los cántabros, que establecieron una capital en Amaya y realizaron incursiones sobre los Campus Gothi, y la independencia de la tribu de los sábaros, al norte del Duero. El rey se embarcó en diversas expediciones para tratar de recuperar las ciudades ocupadas por los bizantinos, sin obtener resultados apreciables. También fracasó en su campaña de 567, cuando intentó reconquistar Córdoba y el vital tesoro real visigodo que allí se guardaba; el prestigio de la corona visigoda tocaba fondo en aquellos días, cuando su ejército no podía reducir a una simple ciudad de romanos rebeldes. Atanagildo murió en Toledo en 568 de muerte natural (el primer monarca visigodo en 84 años), tras 18 años de gobierno en declive imparable. Dejaba un reino arruinado, dividido, al borde de la fragmentación en varios pequeños territorios autónomos tanto hispanos como godos, y a merced del imperio de Oriente, cuyo emperador Justiniano había muerto en 565. Según una piadosa leyenda posterior, Atanagildo se convirtió secretamente al catolicismo en su lecho de muerte, pero probablemente no es cierta.



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6 comentarios

  
Ano-nimo
Muy interesante el relato, aunque para leerlo con detenimiento y tiempo; y releer los anteriores.

Muchas gracias, Luis. Un cordial saludo.
30/09/10 5:16 PM
  
Pedro L.
Muy interesante Luis. Te sugiero que uses doble espacio entre líneas, de lo contrario es muy difícil leer en el computador un texto tan largo.

Saludos

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LA

Gracias, Pedro. Tendré que preguntar a nuestro experto técnico, porque con este programa a mí ya me cuesta poner cursivas y negritas, así que lo de modificar interlineados se me figura como escribir en chino. En cualquier caso, siempre puedes copiar el artículo en un documento de tu procesador de texto, y allí ponerle el interlineado o tipo de letra que te resulte más cómodo.
Un saludo.
01/10/10 12:49 AM
  
Ano-nimo
Hola Luis:

Al releer el artículo me surgen una serie de cuestiones y dudas, como por ejemplo las razones por las que el Papa Virgilio recomendase una triple inmersión en el bautismo o lo que comentas del obispo de Valencia Justiniano que repudiaba el rebautismos, lo que implica que debía ser una costumbre rebautizar, cosa que por lo menos hoy en día no se puede hacer. ¿Cuales eran las razones tanto para esa triple inmersión como para el rebautizamiento?.

Muchas gracias y un cordial saludo.

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LA

Hola, Ana. El tema de la necesidad o no de un bautismo para volver a la fe católica fue tema de apasionado debate en su momento. Este es un artículo más histórico que teológico (probablemente el padre Iraburu o el padre Alberto Royo en "temas de Historia de la Iglesia" podrán darte más y mejor información). Con todo, sí puedo decir que el rebautismo era una herencia de los donatistas, en aquella época aun presentes (e influyentes) en el norte de África. En conjunto, los principales autores se oponían, y esa fue la doctrina definitivamente aceptada. Mucho más enconada fue la discusión sobre si la inmersión bautismal debía realizarse en número de una vez o de tres, dado el simbolismo que el número de veces encerraba (Dios uno y trino). Si bien ambas formas eran católicas, los arrianos realizaban tres inmersiones, por lo que la mayoría de los católicos prefería hacer una para distinguirse. Desde la carta de Virgilio al metropolitano Profuturo, en el reino suevo se realizó la triple inmersión, así san Martín de Dumio en 570 en su obra "de trina mersione", la aconseja. No obstante, en una carta dirigida a san Leandro, obispo de Sevilla, en 579 el papa Gregorio Magno recomendaba la inmersión única, y esa fue la práctica que finalmente se impuso. De hecho, dados los antecedentes del papa Virgilio, no fueron tomadas en consideración la mayor parte de sus orientaciones pastorales.
02/10/10 1:05 PM
  
Ano-nimo
Bueno, dejo algunas cuestiones más.

"Ahora se iban a enfrentar las principales familias visigodas en una guerra fratricida, en la que la persecución o tolerancia a la Iglesia católica (la de los hispanorromanos), jugaría un papel primordial".

Me llama la atención la importancia que tenía esa tolerancia o intolerancia, y me gustaría saber la razón de la tolerancia de los arrianos, ¿tenían algo que perder en el caso contrario?, ¿eran católicos o estaban casados con católicos?.

"Atanagildo, el cual se comprometió a mantener las medidas anticatólicas de Ágila para conservar el apoyo de los visigodos más nacionalistas".

¿Qué tenía que ver el nacionalismo con el arrianismo ya que en realidad los visigodos eran unos recién llegados?.

Y una última cuestión, por curiosidad, ¿todos esos títulos de duques, etc... proceden de los pueblos bárbaros?, pues desde luego hasta donde yo sé, y quizás me equivoco, no existían entre los romanos.

Muchas gracias y un cordial saludo.



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LA

"la razón de la tolerancia de los arrianos, ¿tenían algo que perder en el caso contrario?, ¿eran católicos o estaban casados con católicos?"
La intolerancia o la tolerancia de los godos arrianos hacia los católicos tenía una profunda razón de estado: tanto godos como romanos seguían la doctrina de la "religión de estado" inaugurada por Aureliano y Diocleciano (primeramente el culto al emperador, luego al sol y finalmente el cristianismo). La existencia de una religión oficial u otra marcaba totalmente la identidad como pueblo de un reino. Los arrianos intolerantes deseaban marcar con la persecución a los católicos la diferencia entre godos dominadores y romanos dominados, la condición de vencedores de los primeros y la ausencia de derechos políticos de estos últimos. Para que nos hagamos una idea, algo semejante al apartheid sudafricano. Al practicar el estilo tolerante de Teodorico, los romanos participaban en mayor medida en el funcionamiento de la administración del estado, y su influencia era mayor. También mejoraba la paz social, al acomodar al sistema a los más poderosos de entre los hispanos. Y sí, en efecto, los arrianos tolerantes solían emparentar con aristócratas romanos, y los godos que emparentaban con romanos solían hacerse tolerantes hacia el catolicismo. A partir del reinado de Teudis empiezan a darse casos de godos arrianos que se convierten al catolicismo. Ese fenómeno irá in crescendo, y tendría importantes consecuencias en un futuro próximo.

"¿Qué tenía que ver el nacionalismo con el arrianismo ya que en realidad los visigodos eran unos recién llegados?"
Hablar de nacionalismo es proyectar una figura política moderna para intentar hacer comprender una cosmovisión de 15 siglos atrás. Podemos entender ese nacionalismo no ligado a un territorio, sino, al estilo germánico, a una tribu o clan. Un godo se definía por pertenecer a un pueblo con unos antepasados comunes, una lengua gótica y una fe arriana. Sus familias nobles y sus reyes ejercían la cohesión de la tribu. Los visigodos vivieron una larga travesía histórica desde las costas de lo que hoy es Prusia, hasta las actuales Moldavia y Valaquia (donde se establecieron alrededor del año 200), luego en la actual Bulgaria a finales del siglo IV, en Macedonia, en las actuales Serbia y Croacia, en Italia durante un breve período de esplendor a principios del siglo V y luego en la actual Aquitania, desde donde se expandieron hacia España, donde terminarían su periplo histórico fundiéndose con los romanos y dando lugar al pueblo español (eso se verá en "próximos capítulos"). Para un visigodo el territorio era algo relativo. Era mucho más importante pertenecer a la "gloriosa nación de los godos", vencedora del Imperio romano en numerosos combates. Muy germánicamente, los godos eran, de hecho, racistas, y se consideraban al incio "superiores" a los latinos.

"Y una última cuestión, por curiosidad, ¿todos esos títulos de duques, etc... proceden de los pueblos bárbaros?, pues desde luego hasta donde yo sé, y quizás me equivoco, no existían entre los romanos"
Todos los honores administrativos provenían de los romanos, y estaban copiados de títulos imperiales. Existían los comites, o condes, que eran los gobernadores de las ciudades importantes y su campiña. también se aplicaba ese título a cada uno de los altos funcionarios palatinos (comes thesaurorum, por ejemplo, era el "conde del tesoro", o ministro de Hacienda, modernamente). El título de dux, duque, también era romano, provenía de la palabra duco, guiar, y era un título militar del bajo imperio romano y de los bizantinos. En la época que nos ocupa, era un funcionario nombrado por el rey, comandante militar de una provincia (en la práctica, era también el gobernador de la población goda). Solo siglos más tarde se convirtió en un título hereditario y honorífico.

Un cordial saludo
03/10/10 11:21 AM
  
Ano-nimo
Entendido, muchas gracias, Luis; una cuestión más:

"De hecho, dados los antecedentes del papa Virgilio, no fueron tomadas en consideración la mayor parte de sus orientaciones pastorales".

¿Qué antecedentes?.

Un cordial saludo.

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LA

http://es.wikipedia.org/wiki/Vigilio

un saludo cordial
03/10/10 12:46 PM
  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por el link; lo buscaba por Virgilio, no Vigilio, y no encontraba prácticamente nada.

Un cordial saludo.
04/10/10 12:33 PM

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