Del budismo tántrico y la inmolación de la mujer
La iluminación budista consiste en darse cuenta que todo es vacío (luego hay una discusión sobre qué es ese vacío, que nosotros creemos que es la nada misma) y el premio de la iluminación (próxima o consumada) son los “paraísos” budistas (que, en el fondo, no son sino vacío o nada).
Ahora bien, según el Budismo Tibetano o Vajrayana o Tantrayana –que es el Budismo más difundido en el Occiente (principalmente gracias a la nefasta obra de un conjunto de criminales como Trungpa Rinpoche, Sogyal Rinpoche, el Regente Rich y otros sujetos desvergonzados)-, los dos medios más rápidos de alcanzar la iluminación son el morbo y el sacrificio – al menos, mágico- de la mujer.
El sexo ritual tántrico apunta a que el ejercitante reciba toda la femineidad de la consorte sexual-ritual de modo tal de alcanzar un estado de bisexualidad interior (o, mejor dicho, una androginia o hermafroditismo interior, lo cual, creen, sirve para superar la “ilusión” de los dualismos), lo que supone, en la cosmovisión budista, que la consorte es sacrificada, perdiendo su femineidad –que es transferida al ejercitante masculino- y perdiendo aun su ser todo.
Este sacrificio normalmente es espiritual, pero, según una o más importantes fuentes budistas del Kalachakra Tantra, que es, según Richard Gere y Khyongla Rato «uno de los más importantes rituales del Budismo Tibetano»[1] y es enseñado anualmente por el Dalai Lama, quien departió sobre este tema incluso en el Madison Square Garden en 1991, este sacrificio puede ser incluso físico, matando a la consorte sexual. Como indican los Röttgen, «las iniciaciones kalachakratántricas son los rituales más significativos que el Dalai Lama conduce»[2], si bien él omite las referencias macabras en sus despliegues públicos ante las masas occidentales, dosificando hábilmente la explicitación del contenido mágico-doctrinal.