De la primera predicación en Tataman (OGP-MCD)

Siendo las 9.30 y sin mi entrañable café matutino (pues muchas veces se hace imposible conseguir agua caliente), cogí mi mochila y comencé a patear la calle, pues debía encontrarme con el Padre Gustav a las 10am en su parroquia. Allí estaría también Ange, que era la persona que me llevaría en moto hasta una pequeña aldea llamada “Tataman”; ubicada a la orilla del río Volta Negro (que separa Ghana de Costa de Marfil) y a menos de mil metros de la frontera sureste de Burkina Faso.

Nomás llegue, los encontré a ambos conversando. Nos saludamos muy afectuosamente y enseguida se nos unió el Padre Wilfred para desearnos un “Bon voyage”, como estilan decir los franceses.

Íbamos a ir en moto, como recién decía, y la verdad es que de motos no se absolutamente nada (para el caso de autos tampoco); sólo un par de veces en mi vida he andado en los denominados “scooters” (cambios automáticos) y eso es todo. Y si he de decir toda la verdad y prometen no tirarme con nada, haré aquí una confidencia que solo conoce el Padre Federico. Durante el tiempo que estuve en Kenya ocupado en preparar esta misión, un buen día me levanté con la idea fija de aprender a andar en una moto con cambios, pues sería muy útil en ciertas regiones de África donde los caminos son muy angostos y los alquileres de 4x4 cuestan fortunas. Cuestión que estuve todo ese día hablando con locales en busca de alguien que me facilitara alguna para practicar, y llegando el final del día conocí a Collins, un keniata que se gana la vida como taxista. Convenimos el precio por un alquiler de (en principio) una semana, le deje un depósito y me trajo una moto al hospedaje donde me estaba quedando. Haciendo el cuento corto, a los diez minutos de probar la moto (sí, diez minutos) lo llamé a Collins para que viniera a buscarla de vuelta. En esos diez minutos casi mato a un árbol, a una maceta y a mí. Iba a ser un peligro para todos los que me cruzara… Fue el alquiler más caro de mi vida y el día que desistí de mi sueño “motoquero”.

De todos modos, y sin pretender justificar mi falta de habilidad en este campo, lo cierto es que la cuestión aquí (ahora lo sé) no es saber andar en moto sino conocer los ignotos caminos que conducen a aldeas remotísimas como las que fui hoy. El camino a esta aldea no aparece en ningún mapa (ni siquiera en el todopoderoso Google Maps) como tampoco los nombres de todas las aldeas que pasamos. Por tanto, queridos lectores, hoy tendremos el privilegio de conocer lugares y personas desconocidas, que a lo sumo conocieron unos pocos occidentales en algún tiempo lejano.

La jornada a Tataman fue realmente extenuante. Sin dudarlo un segundo, éste fue el viaje más difícil que he hecho en mi vida. Fueron tres horas de moto en angostísimos y zigzagueantes senderos (donde apenas había alguna huella de otro vehículo) repleto de obstáculos: piedras gigantes que nos hacían saltar metro y medio, bancos de arena que nos desestabilizaban al punto de casi caer en más de una oportunidad, arbustos y árboles raspándonos la cabeza y las piernas, etc. Pero lo que era realmente insoportable era el infernal calor (41%) y el penetrante sol, que todo lo incineraba. Para colmo, el agua que había llevado se terminó bien rápido y se hacía imposible conseguir agua en las aldeas para poder tomar y refrescarnos un poco el cuerpo. Llegando a una aldea (no recuerdo ahora el nombre) pude avistar una suerte de despensa y enseguida nos metimos allí en busca de bebidas. La buena noticia es que tenían hasta bebidas cola y jugos. La mala: estaban todas a temperatura natural (es decir, ardiendo).

Por supuesto que con tal de tomar algo de líquido compré lo que pude, pero jamás olvidaré la sensación: fue como tomar un té hirviendo en el desierto del Sahara o en la zona del Sahel. Y claro, estas aldeas remotas no tienen electricidad y no existe allí siquiera la idea de tomar algo frío. Muy ingenuamente pregunté si tenían bebidas “glace” (heladas, frías, en francés; se me escapó el turista y el occidental de adentro). La respuesta del vendedor y de aquellos que lo acompañaban fue una estrenduosa carcajada

Ah, pero olvidé mencionar que a la hora de camino se descompuso la moto… Y confieso que aquí, en algún momento, llegué a desesperarme (aunque hice lo indecible para no demostrarlo). Pasaron 20 minutos de probar y probar y la moto seguía sin arrancar. Yo pensaba: “¿Qué hacemos si esto sigue así?” Por el camino, salvo en dos aldeas, no habíamos cruzado a un alma. No teníamos comida ni agua. Detrás de unos arbustos se escuchaban algunos ruidos sospechosos (alguna serpiente o bicho similar, tal vez). Hasta donde sabía, en la zona había cocodrilos e hipopótamos (no quería preguntar más). “Aquí, antes de morirnos de hambre y de sed, nos almuerzan alguna de las 130 especies que componen la variadísima fauna del lugar”, me decía. Intenté mantenerme lo más animado y tranquilo posible, y conversaba con el chofer, fumando un cigarrillo, como si nada sucediera. El chofer era católico como yo, así que le sugerí que rezáramos y así lo hicimos. Pasados diez minutos, ¡voila!, el vehículo se dignó a revivir (y yo volví a respirar).

Entre otras aldeas, pasamos por Namldouo, Vargbor y darteno. Todas muy similares entre sí; típicas de la Savannahde esos lugares.

Pasadas casi tres horas desde que habíamos partido, finamente llegamos a Tataman. Esta es humildísima aldea con chozas hechas de ladrillos de barro (y techos a una o dos aguas de lata; algunas de paja o cañas), construcciones abandonadas o a medio terminar y cabras y niños descalzos con ropas rotas revoloteando por los alrededores. Pero Tataman es también un lugar muy pintoresco y agradable: desde la simpatiquísima gente y sus coloridas prendas hasta el contorno de variadísima vegetación y enormes mangiferas que a poco andar llevan a ríos y lagos.  

Al llegar nos ubicamos bajo la adansonia más imponente del lugar (también llamada “baobab, es un típico árbol africano), refugiándonos del sol. Había allí dos jóvenes que se encontraban armando una trampa para peces con cañas, a las que luego amarraban con una especie de lana; era éste un pueblo de pescadores (a 200 metros se encuentra el río Volta Negro). Inmediatamente nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron agua del tarro común del que estaban tomando (gustosamente aceptamos). El chofer, Ange, que hablaba francés y algo de inglés, me sirvió de comunicador y traductor entre ellos. Les comentamos primero el motivo de mi llegada a la aldea (es decir, de la predicación a pueblos paganos. Se mostraron bastante simpáticos y receptivos y luego de un momento de deliberación me mandaron a hablar con el jefe de la aldea Wala (mayoritariamente musulmán), un hombre llamado Liú. El jefe era un anciano muy simpático de cerca de 90 años, pero no hablaba ni francés ni inglés, motivo por el cual hubimos de recurrir al auxilio de uno de los jóvenes que se encontraba por allí. La cuestión no era nada simple, pero lo logramos: Ange (el chofer) traducía al francés lo que yo quería decir y luego el joven traducía del francés al Wala, para que entendiera el anciano. Apenas terminó de escucharnos me dio una muy cordial bienvenida, felicitándome por la labor y autorizándome a predicar en sus aldeas a todos los animistas (no así a los musulmanes). Se ofreció incluso a poner en aviso a otras aldeas de mi presencia para que se congregaran a escucharme. ¿Qué más podía pedir de este buen hombre? Luego de escucharlo atentamente y de agradecerle por su generosidad, nos despedimos de él y fuimos a almorzar unas sardinas con pan bajo la sombra de una gigante mangifera, pues ya el hambre nos había invadido a todos por igual.

Había que hacer algo de tiempo, así que fuimos a refrescarnos al río Volta Negro y nos dimos unos buenos chapuzones e incluso llegamos a la otra orilla (ubicada solo a 15 metros), es decir, a Ghana. Ese minúsculo río (de escaso anchor) separa a los dos países, y al parecer, por allí entran y sale mercadería de contrabando (como cigarrillos, etc.). El agua estaba hirviendo y era oscura, pero al menos era “mojada”… Lo que sigue parece de un cuento… En ese momento les pregunté a los pobladores por el estado de las bombas de agua en sus aldeas, y me decían que recién ahora estaban construyendo una. Pero había algo que no terminaba por entender: “¿Y el agua que tomamos hace un rato de donde sale?”, pregunté muy inocentemente. “Del mismo lugar donde estas tu ahora”, me respondieron. “¿Para qué pregunté…?”, pensé entonces, y rezaba para no agarrarme una diarrea africana.

Apenas terminamos me llevaron a una aldea llamada Galasso, habitada completamente por paganos e incluso algunos ateos. Al llegar, como marca la costumbre, tuvimos que pedir permiso al jefe de esa aldea (mayormente compuesta por los Loby) y éste no solo accedió sin problema sino que mandó a llamar a los pocos aldeanos que estaban por allí para que acudieran a nuestro encuentro.

Aquí, ahora, viene la parte más linda de esta experiencia. Las personas se acercaron; al principio algo tímidamente y hasta con algo de desconfianza. Les explicamos el motivo de mi visita. Enseguida saqué las grandes imágenes que traía conmigo del Jesucristo Misericordioso y de la Virgen de Schoanstatt y empecé con mi humilde prédica. La verdad es que ¡fue mi primera prédica! y estaba bastante nervioso. Lo cierto es que mi perfil es y siempre fue más bien intelectual y de acción, por decirlo de algún modo. No soy la persona más piadosa del mundo…, pero el Padre Federico me había animado y entrenado para esta gloriosa misión. Gracias a Dios, creo que a pesar de mis grandes falencias todo salió muy bien y el objetivo se cumplió: hicimos la primera aproximación del Evangelio a este pueblo. Hablamos de cosas trascendentes (la vida, la muerte, pero por sobre todo acerca de la vida después de la muerte), rezamos, les presentamos a Dios, Jesucristo, y a la Virgen María, a quienes les dijimos que deben encomendar sus oraciones para pedir por sus necesidades espirituales y materiales. En esta tarea me ayudó Ange, chofer y amigo para ese entonces.  La mayor parte de los aldeanos se mostró muy feliz, particularmente uno, a quien obsequié mi rosario. Antes de despedirme de esta buena gente, les dejé las dos imágenes bendecidas para que pudieran venerarlas en cualquier momento y para que siempre tengan presente a Jesucristo y a nuestra amadísima Virgen.

Al regresar de allí ya la noche iba asomando poco a poco y el calor comenzaba a ceder un ápice. Antes de partir, nos despedimos de ambos jefes y les prometimos que volveríamos y que nos quedaríamos más tiempo.

Pareciera increíble que en esa zona ubicada a sólo 40 kilómetros de Bouna no hubiera ido jamás un sacerdote católico ni predicadores que hayan recorrido cada aldea. Al preguntar esto a uno de los sacerdotes, me respondió que uno de los motivos era que la Diócesis abarca una extensión de 200 kilómetros cuadrados, razón por el cual se hace muchas veces difícil llegar a los rincones más remotos, y además, siendo pocos, tienen que ocuparse de un sin fin de cuestiones propias de la administración y del mantenimiento de la comunidad católica de la zona. Pero la principal barrera, según me comentaba un predicador de la zona, es el complicadísimo acceso a ese tipo de aldeas: no hay caminos, el viaje es realmente demoledor y son algo más de 6 horas entre ida y vuelta. Gracias a Dios, nosotros pudimos hacerlo.

Pero la mejor noticia de todas es la que me comunicaron al día siguiente de mi aventura: la parroquia local me confirmó que enviarán a un local católico para que se asiente en Tataman y comience a recorrer las aldeas animistas para predicarles el Evangelio por primera vez. Es decir, ¡habrá un predicador permanente para Tataman y todas las aldeas del río Volta Negro! (en el extremo noroeste de Costa de Marfil). De todos modos, sería deseable que pronto pudiera ir allí un sacerdote y cuantos voluntarios quieran enlistarse a esta gran misión (a ustedes, queridos lectores: todos pueden participar del la Misión Cuenta Regresiva del OGP).

Mi misión en Costa de Marfil llega a su fin por el momento, ya que mi apretadísimo itinerario me obliga a partir a Burkina Faso mañana a la madrugada.

Pero ya les contaré luego.

 

Abrazo grande

Cristián

Dios, Patria y Hogar

5 comentarios

  
Daniel Argentina
Padre querido, un detalle menor: ¿hay alguna forma de que nos digas quienes son los que aparecen en las fotos de tus artículos? son textos tan atrapantes y uno se queda con las ganas de saber si algunos de los que mencionás aparece en las fotos y quién es cada uno.


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Pues el autor del post, mi amigo Cristián Rodrigo Iturralde, es quien aparece en estas fotos misioneras. Dios lo bendiga. P. Federico
16/03/18 2:25 AM
  
Octavio
Magnífica descripción... un relato de los hechos maravilloso
16/03/18 4:42 PM
  
Ecclesiam
Recomiendo vivamente la lectura diaria de la autobiografía de san Antonio María Claret. Pater Federico, seguramente ya lo tienes en cuenta, empero, lo digo por si acaso, pues me parece que es una lectura obligatoria que debe acompañar a todos los misioneros de la cuenta regresiva y a los que quieren serlo.
16/03/18 5:17 PM
  
Ana
Dios te bendiga y te de su fortaleza Cristian.
Adelante
Gloria a Dios, lo demás no importa
16/03/18 5:51 PM
  
Federico García Montaño
Que Dios nuestro Señor bendiga sus misiones y los colme de conversiones. Viva Cristo Rey!!!
22/03/18 9:44 PM

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