Comparto con ustedes el texto restante del artículo de Mons. Tortolo que comencé a compartir ayer. Como podrán descubrir, el autor se explaya desde las afirmaciones del Beato Pablo VI hacia consecuencias bien concretas en la vida de todo creyente que se anima a vivir este vínculo personal con María.
En este año que intuyo será un año mariano por el centenario de las apariciones en Fátima, creo que las enseñanzas de Mons. Tortolo son una invitación a adentrarnos sin temor a una relación cada día más íntima con María, molde de Dios.
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IV. VINCULO VIVO Y PERSONAL
La verdadera Teología no teme las consecuencias de sus principios. Deduciéndolos se enriquece. Y los principios anteriores llevan a estas consecuencias teológicas: relación personal entre María y cada alma, comunicación de sus dones, viva comunión con Ella.
“Y he aquí que venimos a descubrir una relación personal entre la Virgen y cada una de nuestras almas; una relación que puede poner a cada alma en saludable eficiencia”.
La maternidad crea de hecho y de derecho una relación ontológica, permanente, entre la madre y el hijo. La Maternidad espiritual de María es muy superior en sus elementos a la físico-natural. Su Maternidad espiritual es Única en el orden creado: nos da la vida, pero nos mantiene siempre en Ella. Vínculo vivo y personal.
En virtud de esta relación cada uno es singularmente amado, formado, dirigido personalmente por Ella. Su acto de amor, su ruego, su actividad materna, su misión educadora, se vuelca concretamente en cada alma.
Coactora con Dios y con Cristo, conoce el pasado, el presente y el futuro. Conoce el designio de Dios sobre cada alma, su vocación individual en el Cuerpo Místico. Conoce la respuesta, la colaboración o el rechazo. Hilos divinos y humanos que están entre sus dedos, y que Ella -como en Caná- puede misteriosamente dirigir.
León XIII, cuya sabiduría y piedad mariana siguen vitalizando el mundo moderno, habla de “arcana quaedam Eius actio”. Arcana y misteriosa, pero eficaz acción de María sobre cada redimido.
El milagro de Caná ha revelado de una vez para Siempre el operoso y solícito espíritu materno de María, que hace suyo todo problema humano. Hoy, en la gloria, su Maternidad se ha revestido de una plenitud de gracia y de poder muy superior al de la hora aquella. Ve, oye, sigue los pasos de cada hijo. Previene, impulsa, corrige. Hasta el fin del mundo su corazón estará más en la tierra que en el cielo.
Cuando esta relación personal es vivida por el alma, conviértese en verdadera gracia de elección. María se da a quien se da a Ella. “Amo a los que me aman”. No porque su amor no preceda a la respuesta del hombre, sino porque la respuesta del hombre com-promete centuplicadamente su primer amor.
V. DIÁLOGO, PRESENCIA, COMUNIÓN
Esta relación personal acaba en comunión. Su forma habitual es el diálogo.
“Queremos creer que os es habitual esta confidencia filial y personal con María, este breve, caluroso y siempre renaciente diálogo, este modo de introducir su recuerdo, su pensamiento, su imagen, su mirada profunda y maternal en la celda de la religión personal, de la piedad íntima y secreta del espíritu”.
“Queremos creer”. Esperar estos frutos es lógico, aun cuando los frutos parezcan más del cielo que de la tierra. Pero se esperan, porque no se trata de carismas, sino de crecimiento interior.
La conciencia de esta relación es obra de experiencia personal. Al experimentar el Misterio maternal de María, el alma se abre. Es la confidencia. Lo más íntimo del corazón, aquello que quizá ni a nosotros mismos confiamos, ese mundo múltiple y complejo, herméticamente cerrado a otros, es el libro que filialmente se abre y se da a María.
Esta confidencia es diálogo. El diálogo es una necesidad metafísica del hombre, sobre todo el diálogo con Dios.
El diálogo es palabra, conversación, don mutuo Comporta presencia, apertura, comunión. Pero ¡cuántas formas puede tener el dialogo! Es voz, es gesto, es mirada, es transparencia personal, es ósculo, es silencio, es entrega. Diversas formas según el matiz personal o la profundidad del propio espíritu. Pero todas ellas formas válidas, irrenunciables, insuprimibles.
El diálogo con Maria es breve. Las palabras estorban; pueden obstruir la comunión íntima que la confianza engendra. Abrir el alma vale mucho más que hablar. Quien se da, se expresa del modo más perfecto.
El amor hace férvido el diálogo y lo torna renaciente. Refiriéndose a Dios y al amor de Dios enseña Santo Tomás de Aquino que “el amor crece con el frecuente trato”. El frecuente diálogo traduce el grado de amor, y el grado del amor hace renacer el diálogo a cada instante.
Apuntará San Juan de la Cruz que “la dolencia de amor no se cura sino con la presencia”. El amor exige la presencia de María, y descubre esta presencia siempre nueva.
Del diálogo renaciente se pasa a la comunión íntima hasta el don mutuo entre María e hijo. Estamos en un proceso vivencial, y al mismo tiempo de fijación espiritual, mediante el recuerdo, la imagen, la mirada interior.
María, con su misteriosa realidad, por dulce y suave presión psicológica, penetra hasta el ápice del alma y se estabiliza desde adentro como una “forma vitae”. Se da, entonces, conversión interior hacia Ella: pensamientos, contemplación, afectos. A esta conversión interior del alma responde Ella con una análoga conversión de Sí misma; y se imprime en el alma. Esta impresión no es imagen muerta, no es forma inerte. Es forma viva.
La Madre revierte sobre el alma su propio modo de ser, su espíritu. Y su espíritu es plena saturación del Espíritu Santo.
VI. ‘FIDELIDAD FIRME Y FÁCIL”
Nadie podrá explicar en el destierro que ocurre entre el núcleo más íntimo del yo y el mundo sobrenatural cuando éste lo fecunda. Cuando, refiriéndose a ello, el Papa dice: “¡ Bienaventurados Vosotros!”, la frase es primeramente una autoconfesión. Hijo de María también él, sabe por vía experimental qué cielo y qué nueva tierra es María para el alma. Pero luego la lacónica expresión del Papa equivale a aquella frase bíblica: “Todos los bienes me han venido con Ella”. Y quiere señalar algunos.
“La devoción a María, llevada a este grado de interioridad, posee virtudes maravillosas … , sobre todo la de una fidelidad firme y fácil a todo deber que lleve el sello de la voluntad de Dios y de la imitación de Cristo’’.
Esta reversión del espíritu de María sobre el alma, en virtud de su interioridad dinámica, imprime un estilo de vida: el de María, cuya tónica constante fue la más absoluta fidelidad a Dios.
Dios se gloría de ser fiel a su palabra. Hasta quiere llamarse así. Por eso encuentra su gloria en el hombre fiel, porque el hombre es su copia y delata su estirpe.
La fidelidad es la exigencia máxima que Dios pone al hombre, y para éste es su deber supremo. Sin embargo, cuando la fidelidad se hace forma habitual de vida, se convierte en desposorio con Dios, se entrega. Por lo tanto, debe ser firme, estable con estabilidad sagrada.
Pero, además, ésta fidelidad ha de ser fácil. ¡Con cuánta belleza y profundidad se refiere Santo Tomas de Aquino a la facilidad con que el alma se entrega a Dios cuando está purificada y ha removido los contrarios! El amor, sobre todo, es el alma de ésta fidelidad, y el amor hace fácil aun las cosas imposibles.
El valor personal más relevante es, en este sentido, la historia de María Santísima en su fidelidad firme y fácil a Dios. Su historia está hecha de hechos desconcertantes. Y sin embargo, ¡qué serena en sus reacciones, que dueña de sí misma, qué línea recta y clara de sus pasos, qué segura en sus decisiones! Imperturbable por dentro y por fuera gracias al orden interior, centrado en éste único principio: la voluntad de Dios. Su fiat no fue un exabrupto, tampoco maduración de un instante, ni pronunciado una sola vez. Fue la respuesta más legítima y más profunda de su amor siempre en acto.
Esta imperturbable fidelidad es el estilo de vida que transfunde a quien se deja poseer por Ella.
VII. LA DEVOCIÓN MARIANA: UNA ESCUELA DE FORMACION
Resume el Pontífice su pensamiento doctrinal con esta síntesis:
“Por lo tanto, se trata de una devoción de una utilidad pedagógica extraordinaria: por la singular firmeza con que sostiene la voluntad en la elección de lo mejor, en la constancia del empeño, en la capacidad del sacrificio; y, al mismo tiempo en la frescura sentimental -ya no peligrosa y ambigua- con que se llena de energías interiores, de frutos del espíritu, al alma devota. La devoción se transforma en fortaleza y poesía”.
Frases densas con afirmaciones definitivas. La devoción a María tiene un valor pedagógico excepcional. La batalla del mundo actual ¿no se libra, acaso, en torno a la formación del hombre? Cómo formar al hombre para que el hombre informe el tiempo.
La respuesta está en manos de María. Ella es Madre. Formar al hombre es deber inherente a su Maternidad, pero también es su derecho y es asimismo la exigencia de su proximidad con Dios.
Formar al hombre sobrenatural es replasmar a Cristo. Sólo Ella puede hacerlo en una línea universal, porque sólo Ella coactúa al mismo tiempo con la gracia y con el hombre.
No hay dos almas iguales. Cada una responde a un designio singular de Dios, cada una es portadora de un misterio personal. Y cada una provoca la actividad materna de María y su misión formadora.
En ocasión de esta misma festividad, la de la Madonna della Fiducia, Juan XXIII compuso una oración cuyo final tiene esta riquísima y delicada expresión: “Opus tuum, nos, o María. Oh María, nosotros somos tu obra”.
Magnanimidad
La acción formadora de María es fuerte en sus exigencias. Exige y promueve lo mejor. Contempla a Dios, y la escala de valores aparece nítida a sus ojos.
La elección de lo mejor no siempre es fácil. Se requieren claridad interior y libertad espiritual; dos calidades actuadas por otros altos valores. Calidades culpablemente raras.
A cada alma se le ofrece la opción de lo mejor frente a lo simplemente bueno No se trata de diferencia de matices, sino de grado. A toda alma noble, movida por el Espíritu de Dios, la opción de lo mejor se le impone con indudable exigencia.
María, llena de Dios, eligió siempre lo mejor. Por eso la magnanimidad fue la forma permanente de su virtud y de sus actos. Virtud aristocrática, en sentido teológico, y que junto a Ella se convierte en norma. Junto a Ella nadie puede tener un corazón pequeño. Como disposición habitual infunde Ella en las almas la sed de cosas grandes, la magnánima opción por lo mejor, el ansia de ser perfectos como el Padre Celestial lo es.
Constancia
Pero, además, imprime María la constancia en la acción espi-ritual. La constancia supone una fuerte voluntad. El sacrificio, cuando es pan diario fortalece al alma. Un alma heroica, y por tanto fuerte, sólo junto a la cruz puede ser formada. Y junto a la cruz está María.
Alude el Santo Padre a la riqueza interior de sentimientos que manan de esta devoción. ¡Cuánto se habla de ésta devoción enfermiza, peligrosa, subestimadora de Dios! Ciertamente la verdadera devoción mariana, porque es profunda y vital, es expansiva. Pero al mismo tiempo es sal que mantiene incorruptas la doctrina espiritual y la vida.
Poesía
Qué hermoso punto final: “La devoción se transforma en poesía!
Vivimos una edad traumatizada, neurótica. Almas intranquilas, inestables, opacas, duras. Reacciones sin control, cambios imprevistos de frente. Todo esto agravado por las radiaciones contagiosas.
¿No será signa de una obscura y triste orfandad de Madre?
María es el cielo de Dios, y es también el cielo de los hombres. La presencia saturante del Espíritu Santo en el alma de María la ha enriquecido de un modo extraordinario con sus dones y sus frutos. Y frutos del Espíritu Santo son la paz, el gozo, la alegría …
Esta riqueza es toda para sus hijos. Vivir en el alma de María es respirar su atmósfera interior, es contemplar su incomparable belleza, el esplendor divino de su forma espiritual, la poesía, en su acepción más sublime, es el aliento más natural del alma.
Cabe exclamar a modo de conclusión: “Feliz el alma que descubre el Misterio de María. Feliz, aún más, quién lo vive”.
Juan XXIII cerró el Retiro preparatorio para sus 80 años con esta afirmación: “La frase que expresa el pensamiento de clausura es la conocida, pero tan preciosa: “Ad iesum per mariam” (Giornale del anima, pág. 320). A los 80 años volvía así su gran corazón al dulce lema de la teológica piedad medioeval y lo convertía en ley íntima de su inminente retorno al Padre.
San Pío X, cuyo Pontificado está nutriendo las vertientes del Vaticano II, había escrito con la sabiduría incomparable de los Santos: “No hay camino más seguro y más fácil que María para llegar a Jesucristo y obtener la perfecta adopción de hijos que los hace santos… Desgraciados los que abandonen a María bajo pretexto de rendir honor a Jesucristo” (Ad diem illum)
VIII. EPILOGO
A modo de epílogo queremos añadir esta reflexión. Si transportamos la doctrina expuesta del plano personal al plano general de una Comunidad, Seminario, Nación o a un momento de la historia del mundo, se descubre de inmediato su extraordinaria proyección. Y se intuye qué puede ser una Comunidad, un Seminario, una Nación marianizada; o también un momento marianizado en la historia del mundo.
La esperanza, siempre alentadora de un mundo mejor, no tienen sustento más firme que la presencia de María. “Este es el siglo de María”, lo vienen repitiendo multitud de voces. La de los Papas y la de los Santos están entre ellas. ¡Ojalá quienes tenemos el grave deber de guiar, apacentar y santificar al Pueblo de Dios le ofrezcamos y le hagamos vivir la gracia de Dios en el Misterio maternal de María Santísima! Por Ella y para Ella no vacila Dios en abrir cauces milagrosos.