Diario de María: 23 de diciembre
“El día de hoy estuvo marcado por un hecho prodigioso. En Jerusalén todos hablaban de un fenómeno celeste que nunca antes se había visto. Una estrella luminosa, de un fulgor extraño y atrayente a la vez, se había visto en la noche anterior. Con José estábamos tan cansados, que no alcanzamos a observarla.
Algunos dicen que anuncia bendiciones. Otros, que presagia desgracias. Los más aventurados afirman que es signo de un cambio de época que está por ocurrir.
¿Serás tú, Niño mío, el que inaugure esta nueva época? Pienso también que no tuve demasiado interés en ver la Estrella, porque aún resuenan en mis oídos las palabras de Zacarías: “nos visitará el Sol que nace de lo Alto".
¡Cuántos viven en tinieblas y sombras de muerte! Estos días en la ciudad he podido percibir más que nunca el avance y la fuerza del pecado… ¡Cuánto odio entre los hombres, qué poca paz en los corazones! ¿Qué hemos hecho con las promesas que recibió nuestro Padre Abraham? ¿Acaso somos para el mundo signo de la Presencia del Señor?
Sol naciente, sol que naces de lo alto, para iluminar a los que están en las sombras de muerte… A nuestro alrededor, sin embargo, nadie se da cuenta. Todo transcurre con aparente normalidad, y nosotros con José no queremos que nada parezca extraordinario. Estamos seguros que así lo ha querido Dios.
Luego de visitar el Templo, comenzamos a encaminarnos hacia Belén, que queda a poca distancia. Y sucedió lo inesperado. Josías, el hermano de Jacob, padre de José… no quiso recibirnos. Durante todo el viaje teníamos la certeza de que él nos alojaría. No quiso entender razones. Ni darnos explicaciones. Había en él algo misterioso. Sólo nos permitió refugiarnos en un pequeño cobertizo junto a su casa, donde nos acurrucamos bien. La gente que pasaba por las callejuelas nos miraba extrañada: ¿por qué duermen ahí? Ninguno, sin embargo, atinaba a ofrecernos ayuda.
Hoy no fue aún el nacimiento, pero sabemos que acaecerá en cualquier momento. Y que no puede suceder allí: necesitamos algo más de privacidad.
Por primera vez vi en el rostro de José un rasgo de irritación, sólo momentáneo. Los dos sabemos que hay un plan… nos hemos habituado a nunca preguntar ¿por qué? sino sólo: ¿cómo? La obediencia nos devuelve siempre la paz.
Cada día de nuestro camino hemos rezado juntos, pero especialmente hoy: “Adonai, si es posible, que encontremos un lugar digno para que nazca nuestro hijo…Tu Hijo… pero que no se haga nuestra voluntad sino la tuya"”