ENDEUDADÍSIMO
ENDEUDADÍSIMO
Si me preguntan estos días: “¿cómo andás, padre?”, una de las respuestas más exactas que podría dar es, sencillamente: “endeudadísimo”.
Y debo reconocer que esto de estar endeudado llega a ocupar amplios espacios en mis pensamientos. Me encuentro manejando por la ruta sacando cálculos y porcentajes, o imaginando estrategias de recaudación de fondos para liquidar todas las cuentas de una vez por todas, o explorando novedosas formas de ahorrar, aunque sea en lo más mínimo…
Llega a sucederme incluso –lo confieso avergonzado- que estoy en medio de alguna celebración eucarística o una confesión, y mi mente vuela lejos de la patena, el cáliz y el corporal, sumando, restando y multiplicando, en una interminable danza de cifras.
Me levanto y ya muy pronto –casi al unísono con la canción mariana que me despierta- resuena la llamada del deber: “tenés que pagar tus deudas, Bonnin”. Y es casi imposible que por estos días pueda leer o rezar por las noches sin que esta idea vuelva a presentarse, insistente, tal vez por la fuerza de la costumbre adquirida desde mi infancia de “no tener cuentas sin pagar”.
La situación me incomoda, me molesta sobremanera y, sin embargo, me educa…
Me educa no sólo porque LA PROVIDENCIA DE DIOS se manifiesta y resplandece con insospechado vigor, sino también y sobre todo, porque me revela un misterio aún más profundo.
ENDEUDADÍSIMO he estado desde el mismo momento de mi concepción contigo, oh Padre amado, que me creaste sin mérito de mi parte, que me diste la vida sin pedir nada a cambio, que me regalaste tantos años de felicidad inmerecida, y que sigues sosteniéndome en el ser aún cuando te ofendo.
ENDEUDADÍSIMO he estado desde siempre contigo, oh Jesús mío, Amigo Fiel, Salvador y Señor, que pudiendo salvarme con una sola gota de tu sangre la derramaste toda… y me llamaste a la vida apostólica y sacerdotal, y me permites cada día ser canal de la Gracia de tu Espíritu, y me das a tu Madre como Madre tierna y cariñosa…
ENDEUDADÍSIMO he estado y estoy con tantas personas -¡tantas personas!- que gratuitamente, sin alardes, sin reproches, me han amado y hecho el bien desde que han sabido de mí: padres, abuelos, hermanos, amigos, maestros, sacerdotes, vecinos, feligreses e incluso desconocidos.
Señor, que así como en este tiempo y sólo temporariamente mi mente permanece absorta y distraída con cálculos mentales, así mi mente y mi corazón, de modo continuo e incesantes, vivan en la conciencia de la deuda de amor que tengo hacia Ti y hacia todos los que han sido signos de tu amor para mí.
Señor, que cada mañana me levante gozoso de tener un día más de vida para intentar retribuir algo de amor a ti y a mis hermanos como respuesta a tanto bien recibido… con la conciencia de que es imposible pagar esa deuda –y que tampoco tú lo exiges- pero que intentándolo es como mi vida adquiere sentido y grandeza.
Ayúdame a gozar cada día en esa infinita deuda, que me revela mi dignidad y lo valioso que soy para ti… y que espero poder transformar en alabanzas para siempre, en la eternidad.