Día 8: El anuncio del Ángel y la Encarnación del Hijo de Dios
EL ANUNCIO DEL ÁNGEL Y LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Contemplar
Un pequeño caserío al norte de Jerusalén, ni tan lejos ni tan cerca del lago. Una casita como tantas otras y, en ella, una joven de no más de 15 años. Sus rasgos, su ropa, su lenguaje, son parecidos a los de otras muchachas de su edad. Pero en su corazón y en su mirada hay una profundidad y una pureza jamás antes vista.
Está sola en ese momento, ocupada en los quehaceres que le han encomendado. Pensando, quizá, en la proximidad de su matrimonio con José, con quien ya está comprometida. Pensando, tal vez, en cómo podría ella vivir aquello que de modo tan fuerte le había nacido en el corazón desde niña: pertenecer por completo a Dios.
De pronto, el Ángel entró en su casa. Mensajero de Dios, portador de un Anuncio que inauguraría la plenitud de los tiempos, tan espiritual como real. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
María se pone de rodillas y baja la vista. Está desconcertada, tal vez se ruboriza. Junta las manos, el corazón le late fuertemente. “¿Qué significará este saludo?”
“No temas…” dijo Gabriel, y esa divina palabra bastó para serenarla, y se dispuso a escuchar, todavía con la cabeza inclinada, pero ahora con los ojos abiertos. Lo que oía era inaudito. El Tiempo parecía detenerse: la espera de todos los siglos, el gemido de Adán, del justo Abel, de Abraham y los patriarcas, de Moisés, de David, de los profetas, del pueblo en el exilio, de todos los justos de los largos siglos de postración… la espera había llegado a su fin, y Ella, ¡Ella!, había sido la elegida.
Le parecía imposible y a la vez sentía que para ese momento había sido hecha. Un vértigo indecible se apoderó de su alma, a la vez que volvió la pregunta que la entretenía antes de la llegada del Mensajero: ¿cómo podría ser madre, anhelando ser virgen?. Esta vez levantó la cabeza y se atrevió a mirar a Gabriel, que la observaba con reverente estupor. Era ella la obra maestra de la Trinidad, más bella y pura que todos los coros angélicos. María pregunta, y el Ángel explica: “El Espíritu Santo descenderá sobre Ti… nada es imposible para Dios”.
Y se hizo un silencio. Gabriel quedó esperando. Con él, quedaron expectantes todos los hombres de todos los tiempos. El Plan de Dios dependía del consentimiento de esta jovencita, en esa simple casa, en aquel perdido e ignoto caserío.
María comprende la trascendencia del momento. El corazón le late ahora ya de un modo increíble. Siente a la vez una infinita alegría y ganas de reír, y una emoción desbordante y deseos de llorar. Pero no duda, ni un instante. Desde que tiene uso de razón, desde que comenzó a escuchar la Palabra y a orar con los salmos, aprendió que la única respuesta válida ante Dios es: sí. Pero su obediencia es humilde, y se atreve aún a más. No sólo acepta esto tan grandioso que Dios le propone: le dice una vez más, de rodillas con las manos sobre su pecho, con los ojos bien abiertos y una expresión de paz “yo soy tu esclava… hágase en mí según tu Palabra”.
Gabriel –y con él, invisiblemente, todos los coros angélicos- se postró en un gesto de adoración. Pequeñísimo, invisible al ojo humano, pero ya completamente hombre, está el Verbo Eterno. No existen palabras para describirlo: sólo de rodillas, como quedó María, largamente, tocando su seno, se puede ingresar en este misterio. Ingresa así tú también.
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Reflexionar
Amar es darse como se da Dios. Se entrega, se pone al servicio, se hace uno de nosotros. Amar es ir al encuentro, es sacrificarse y ponerse a los pies. ¿Sabes amar así?
La verdadera libertad y grandeza del ser humano consiste en descubrir y obedecer la voluntad divina. Porque Dios no es nuestro rival, sino nuestro gran Aliado. ¿Estás abierto a lo que Dios te pide?
A pesar de las infidelidades humanas, Dios siempre sigue siendo fiel y cumple sus promesas. Puede tardar, puede demorar, pero siempre cumple. ¿Sabes esperar los tiempos de Dios?
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Pedir
Jesús, Verbo eterno, pequeñísimo Niño por nacer, enséñame a ser humilde como tú, ayúdame a amar con un amor generoso, a arriesgar.
Espíritu Santo, que fecundaste el seno de María, transforma mi vida y hazla fecunda en buenas obras.
María, bendice a todos los jóvenes para que abran su corazón a la llamada de Dios. Dame tu humilde docilidad, tu disponibilidad, tu búsqueda continua de la Voluntad del Padre.
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