Diario de María: 17 de diciembre
“…La noticia nos llegó por sorpresa. Algunos comentaron que era previsible, dada la extensión y la prosperidad del Imperio. Pero José y yo, y mis padres, teníamos sólo una cosa que nos ocupaba por esos días: el Niño.
La orden era clara y taxativa. Algunos se enfurecieron, otros incluso propusieron rebelarse. No era razonable tener que ponerse en camino en esa época del año.
Yo tampoco supe cómo reaccionar. Esperaba que de alguna manera Dios me manifestara su voluntad, como lo había hecho hasta entonces. Esta vez, no fue a través de un Ángel como lo hizo, sino a través de mi esposo.
Me impresionó su serenidad. Algo le decía, muy claramente, que el censo no era casual, y que también las decisiones del que tenía su trono en Roma entraban en el Plan de Dios.
Sólo entonces, luego de encontrar firmeza y claridad en su mirada y en su voz -las suficientes para despejar mi preocupación por la salud del Niño-, como un haz de luz se hizo inmenso en mi interior el texto Miqueas: “tú, Belén Efratá, no eres la menor… de tí me nacerá el que debe gobernar en Israel".
¡Belén! La ciudad de David. Todo se hacía claro, una vez más.
Mis padres y nuestros amigos se preocuparon. ¿Cómo podría yo resistir el viaje? ¿No era peligroso? Mi panza estaba ya tan grande, que el momento parecía llegar de hora en hora. Pero nosotros no podíamos contar a nadie nuestro secreto: sólo sonreíamos y nos mirábamos con gesto cómplice.
El Niño se mueve cada vez más. Siento el latir de su corazón. Paso horas silenciosas, e incluso en medio de la gente, imaginando cómo será su rostro.
Esta noche no puedo dormir. Partiremos al alba. Todo está preparado.
Gracias, Adonai. Hoy te digo, una vez más: yo soy tu esclava…”
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