Manipulación, latigazos y quemaduras: habla la víctima de una secta umbanda de Argentina
Antes de la feria judicial por el receso de fin de año, el Tribunal Oral Federal N°2 de Salta (Argentina), que tiene al juez Domingo Batule como presidente, llevó a cabo dos audiencias con una fuerte carga emotiva. En una de ellas, se escuchó el desgarrador testimonio de una de las víctimas: la mujer contó los episodios de maltrato y sometimiento que sufrió bajo la autoridad de los líderes espirituales del culto umbanda.
Según explica el diario El Tribuno, se trata de Juan Jorge Soria Villalba y su pareja María Ester Arroyo, quienes son juzgados por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual, agravado por el uso de intimidación y por la calidad de “ministros religiosos” de las personas imputadas, y concursa de forma real con lesiones leves.
El tribunal se completa con los jueces Gabriela Catalano y Abel Fleming. Por la acusación, en tanto, interviene el fiscal general Eduardo José Villalba. También participa del debate el titular de la Defensoría Pública de Víctimas, Nicolás Escandar.
Detalles del proceso judicial
El juicio comenzó el 15 de diciembre pasado, ocasión en la que un testigo, ex pareja de una víctima, anticipó los cruentos episodios que se vivían dentro del santuario de San La Muerte, dirigido por Soria Villalba y Arroyo, desde una casa ubicada en villa San Antonio, a pocos minutos del casco céntrico.
En la audiencia siguiente, el 29 de diciembre, el relato de una víctima –dado a conocer a través de un video para evitar la revictimización– superó con creces lo relatado por el testigo, pues contó en primera persona las atrocidades que sufrió a manos de los acusados.
Su testimonio dejó al descubierto el rostro más aterrador del delito de trata de personas en Salta, muchas veces, imperceptible; máxime dentro de un culto religioso, donde la vulnerabilidad de los fieles está a flor de piel, como el caso de esta víctima, quien llegó en busca de ayuda espiritual después de un divorcio marcado por la violencia de género.Así fue la manipulación que sufrió
Sin poder ver a sus hijos y con intentos de suicidios, la testigo reconoció haber llegado al santuario de los acusados con “el juicio nublado”. Afirmó que, en un inicio, Soria Villalba y Arroyo, parecían “buenas personas”, pues le brindaron el apoyo anímico que ella buscaba.
Más adelante, sin embargo, todo comenzó a cambiar. De pronto, las palabras de aliento se convirtieron en órdenes que debía cumplir, siempre con la excusa de que las peticiones que se le hacían provenían de entidades espirituales, que sólo los acusados podían interpretar.
Fue así como los acusados la convencieron de que el mal que padecía provenía de su propia familia, por lo que debía separarse de ellos. También le dijeron que el local comercial que tenía, y que era su sustento de vida, tampoco era bueno para su vida, por lo que tenía que venderlo.
“Me aconsejaron que me apartara de la familia, ya que no era buena; y que debía cerrar el negocio porque no era viable, que las personas que me habían hecho daño estaban alrededor mío. Ellos eran videntes y supuestamente veían todo el daño que sufría”, relató.
De esta manera, la víctima fue aislada y quedó a merced de los imputados, quienes la sometieron a castigos físicos, humillaciones y actos denigrantes que jamás pensó que existieran, ya que no se percató de ellos hasta que logró huir.
“Todo fue una farsa para sacar plata” y otros beneficios a su costa. “Con otros hermanos que salimos de ahí, nos pusimos a hablar de lo que sucedía y eso no era religión. Con una vara te decían que estaba mal estar con tu familia, pero con la otra, con la teoría, enseñaban que la familia era lo primero que debíamos tener”, afirmó.
Cómo aumentó su implicación
“Seguía yendo al santuario, donde me enteré de que también se practicaba el culto de Umbanda, lo que a mí me interesaba, así que pregunté si podía ingresar y me dijeron que sí, pero debía pagar una sesión. En ese momento pague unos cinco mil pesos”, explicó.
Después de ello, le ofrecieron hacerle un “trabajo de limpieza”, que tampoco era gratis, sino que debía “pagar la consulta”, todo con la promesa de que así tendría éxito en su trabajo. Más adelante, se bautizó. Fue un 23 de abril, pues se trataba de una fecha importante para ese culto (la fiesta de San Jorge, a quien identifican con el orishá Ogum).
Con el bautismo, “empezaron más obligaciones, aportar más trabajo y vivir en el santuario con más responsabilidades. La plata que recibía -producto del trabajo- se debía aportar al santuario, unos 800 pesos de cuota mensual y si había una fecha de alguna entidad (similar a un santo) se debía aportar para las ofrendas”.
Dado que también era devota de San La Muerte, también tenía que aportar para el santuario. “Tenía que buscar hacer cosas para generar más plata; cuando ingresé, era un lugar chico, era la parte de adelante del inmueble, y ellos (los acusados) decían que querían agrandar el santuario”.
“Querían reformarlo para que albergue más devotos, así que comenzamos a hacer de todo, rifa, venta de empanadas, todo para que se junte esa planta, además de pagar la cuota y lo de las ofrendas”, recordó la testigo, quien aportó dinero durante 5 o 6 años a los acusados.
Al pedirle que actualice los aportes que hacía, indicó que “hoy en día, serían unos 20.000 pesos por mes. También estaba la fiesta de San La Muerte, para la cual se debía aportar y así cumplir con lo que el pae y la mae (Soria Villalba y Arroyo) querían para esa festividad, por ejemplo, un conjunto de música, DJ y otras muchas cosas. Era una fiesta que se hacía a orillas del río”.
Presión psicológica y castigos físicos
En su testimonio, alternado con fuertes picos de emotividad y sollozo, la testigo se refirió a la presión ejercida por los acusados, especialmente en lo vinculado con el dinero. “Se debía aportar para todo, así que casi no veías tu dinero ni para comer”.
Y también fue bastante explícita respecto a qué pasaba si no aportaban. “Tenías castigos. En mi caso, en una sesión de kimbanda, me quemaron con la cera de la vela en mi cuerpo, me echaron tierra y agua del cementerio y me pedían que me autoflagelara”, describió.
Entre lágrimas, siguió con el recuerdo de esos episodios. “En otra ocasión, me dieron siete latigazos y me quemaron los pies con brasas de carbón, lo que me causó una ampolla enorme que hasta el día de hoy tengo secuelas; fueron una infinidad de cosas que pasé”.
Al explicar las razones de estos padecimientos, mencionó varios motivos que no sólo no justificaban tales penitencias, sino que eran irrisorios y dieron muestra del nivel de sometimiento que habían logrado, en este caso, sobre la testigo. Entre otros motivos, remarcó que los castigos respondían al nivel de los aportes de dinero. “Otras veces, era porque te olvidabas de algo, como un paquete de cigarro para la entidad o una vela, cosas así”.
“Si no hacías el pago semanal, era un castigo. También me castigaron por ponerme en contacto con mi familia cuando mi padre cayó enfermo. No eras dueña de pensar ni de actuar. Cuando les dije que quería ver a mi familia, me dijeron: para qué vas a ir, si tu familia no te quiere; te van a echar la culpa de todo, pero mi padre estaba mal y si lo veía, era un castigo, ya sea dinero o físico”, dijo con la voz quebrada.
Indicó que valiéndose de las promesas de porvenir que las entidades espirituales de ese culto representaban, los acusados, en su calidad de videntes, obtenían lo que querían. “Tenían una facilidad de hacerte creer tanto de las cosas que llegabas a pensar que estaba bien, pero para eso, primero te interrogaban de todo, veían tu estado tu Facebook y así sabían todo de uno. Actualmente tengo pesadillas por los muchos castigos que padecí por no acceder a sus pedidos”.
Por último, y a modo de reflexión, consideró que “de haber estado acompañada por la familia, como estoy ahora, no hubiera pasado lo que pasé”.
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