A vueltas con la reencarnación (2)
Después de haber visto en el artículo anterior algunas observaciones genéricas sobre la reencarnación y su difusión en Occidente, ahora me fijo en el individuo. ¿Quién es el creyente en la reencarnación? ¿Por qué una persona que ha nacido y ha crecido en una civilización con raíces cristianas en un proceso de profunda secularización escoge esa tercera vía de una creencia de origen oriental? Los sociólogos de la religión hablan de la búsqueda permanente en el hombre actual, un contínuo bricolaje espiritual que lo sitúa ante un pluralismo en el que toda doctrina y práctica es producto susceptible de adquisición. Hay variedad en los contenidos ofertados y, cómo no, también en sus precios.
Basándose en estas consideraciones aceptadas por un gran número de estudiosos, Courtney Bender ha publicado recientemente un artículo académico sobre el tema en el Journal of the American Academy of Religion. Investigando el origen de la asunción de las creencias reencarnacionistas por parte de los norteamericanos, la autora afirma que “deben tanto a las interpretaciones del siglo XIX y comienzos del siglo XX como a los encuentros más contemporáneos con los textos e ideas de Asia”. Por lo que queda claro que no sólo se trata de un préstamo oriental, sino también de una elaboración decimonónica de doctrinas ocultistas occidentales.
En su trabajo, Bender explica cómo algunos norteamericanos se explican a ellos mismos como producto de una genealogía de vidas pasadas, hecho que incluso intentan probar con la ciencia y algunos instrumentos más o menos fiables. De hecho, varias corrientes psicoterapéuticas que encontramos bajo el paraguas de la Nueva Era propugnan la regresión o la hipnosis como el mejor medio para conocer las existencias anteriores. En los años 80 se fundó en California, sede clásica de la nueva espiritualidad, la Asociación de Terapia de Vidas Anteriores. Como señala el estudioso Vicente Merlo en su amplio estudio sobre la Nueva Era, “recordemos cómo la introducción de la idea de reencarnación y su aceptación es casi unánime en la Nueva Era, cómo se halla presente en autores tan influyentes como Edgar Cayce, A. Bailey, R. Steiner, Omraam Mikael, y un largo etcétera, en el que hay que destacar como investigación no esotérica sino científico-empírica la obra de Ian Stevenson”. Para ver la postura de este autor basta con acercarse al título de su último libro sobre este fenómeno: La reencarnación: una clave para entender el sentido de la vida.
Volviendo al estudio de Courtney Bender, revisa las bases históricas de la defensa de la transmigración de las almas en Occidente: teosofía, espiritismo, rosacruces y un amplio espectro de la “nebulosa místico-esotérica”. Constituía, para los autores de esta época, una extensión de la hipótesis de la evolución de las especies. Y llevó a sus defensores a buscar “la verdad de la reencarnación” en sus respectivos sistemas doctrinales, lo que en el cristianismo supone “profundizar” hacia una versión mística y gnóstica. Además, muchos fenómenos psicológicos comenzaron a explicarse desde la teoría –tenida ya por certeza– de la metempsicosis.
Lo siguiente fue pasar de la percepción de haber vivido en otras ocasiones a la pretensión de poder conocer en qué consistieron. Y así diversos gurús y personajes dijeron ser la reencarnación de importantes personajes del pasado –también religioso– y, por lo tanto, depositarios y herederos de su doctrina y carisma. Otros aprovecharon la ocasión, como ya he señalado antes, para sanar el alma de las personas con problemas gracias a la intervención en la raíz de estas negatividades: lo experimentado en las vidas pasadas. Una versión contemporánea, pues, del concepto oriental del karma. Pero con un barniz científico, por supuesto: Berner detalla cómo los reencarnacionistas del siglo XIX afirmaron poder investigar empíricamente las existencias anteriores, pero sin hallar eco en la comunidad científica. Incluso algunas sociedades de investigadores tuvieron que salir públicamente desmintiendo la seriedad de muchos experimentos espiritistas.
Y, desde este trampolín de una creencia escatológica alternativa elevada a la categoría de algo serio y científico, sólo un pequeño salto impulsaba a sus partidarios para defender la existencia de unos “Maestros ascendidos”, entidades espirituales superiores que guían al hombre hacia la verdad. Y, en sus ratos libres, les dictan libros y revelaciones que explican todo esto de la reencarnación. La cosa no hace más que complicarse en estas nuevas espiritualidades, y por ello le dedicaremos algún espacio más.
Luis Santamaría del Río
En Acción Digital
6 comentarios
A lo que otro Gurú que no profesaba la misma filofía intentando explicarse, vino a decirle.
-Mira amigo, tú al igual que todos, llevas en tu fuero interno como un código genético natural que día a día registra y se carga o se descarga según tú decidas; No ya de la herencia genética que hayas recibido de los que te precedieron; Sino la que tú mismo, libre y responsablmente, supuestamente transmitas a tus hijos.
Y ese sentimiento del que tú dices o pretendes que sientes que has vivido otras vidas anteriormente a la tuya: Es tan cierto; como no lo es:
-Siempre y cuando entiendas que la vida anterior que tu sientes haber vivido: no es una vida que tú hayas vivido; sino la herencia genética que tú has recibido de los que te precedeiron; en modo y manera viva y operante, para poder hacerse notar en el fuero interno de tu razón de ser y existir.
Pues una cosa es la "reencarnación física" que por ley natural no existe; Y otra cosa es la "herencia genética fisica" y sus multiples atavismos físcos y psíquicos que por ley natural sí que existe.
Y otra cosa es la Cuarta y Quinta Generación a la que tú, por herencia genética, aparentemente, perteneces. Con capacidad a la preprogramación genética.
Y otra cosa es la Sexta Generación a la que yo pertenezco sujeto al yugo del Pecado Original. Que todo es génesis.
En los genes esta toda la información necesaria para trasmitir la herencia a través de generaciones, es decir, cada individuo posee en su ADN los rasgos que nos hacen diferentes a unos de los otros, pero no tan diferentes de nuestros padre y abuelos, ya que en ellos al menos el 25 % de su ADN es idéntico al nuestro, por lo cual de ellos heredamos rasgos físicos y mentales y a la vez lo hacemos de nuestros antepasados mas remoto, por lo cual podemos ser muy parecidos de un antepasado que vivió hace más de mil años.
O sea que uniendo personas que posea la infamación genética heredada de antepasados con un similar ADN podrían procrear un individuo idéntico al de un antepasado en común. Este “Ser” tendría los rasgos físicos iguales al de su tátara tatarabuelo y si su mente fuera también la misma, estaríamos ante la reencarnación de esa persona que vivió hace tantos años.
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