Colombia. La dignidad de un pueblo
Los colombianos han dicho NO al acuerdo de paz entre su gobierno y las FARC. Por muy pocos votos, con una abstención considerable, pero han dicho NO. Las encuestas daban la victoria al SÍ por un margen superior a los 20 puntos (60-40). La presión institucional fue tremenda. Los medios de comunicación en su inmensa mayoría -todos menos una emisora de radio y otra de tv- estaban por el SÍ. Se celebró en Cartagena una ceremonia de firma del acuerdo, con la presencia de destacadas personalidades internacionales. Entre ellas -ay, ay, ay-, la del cardenal Parolin, Secretario de Estado del Vaticano. Lo primero que cabe preguntarse es si no habría sido más prudente esperar a saber la voluntad de los votantes.
Vaya por delante que no pienso que el pueblo colombiano habría sido indigno si hubiera votado SÍ. Es comprensible las ganas de paz tras tantas décadas de guerra. Pero no era una guerra entre dos bandos equiparables. A un lado estaba el gobierno, el estado, un pueblo que no merecía tantas masacres constantes, tantos atentados, tantos secuestros, tanta miseria moral. Al otro lado estaban los asesinos, los extorsionadores, los que se forran gracias al narcotráfico.
El acuerdo de paz consistía básicamente en dar a las FARC casi todo lo que pedían. Impunidad por sus crímenes, presencia asegurada en el parlamento aunque no obtuvieran votos suficientes, cese de la fumigación de los cultivos necesarios para el narcotráfico y una política económica de corte marxista en las zonas controladas por ellos. Además la Constitución, sin la menor duda por presiones de la ONU y el Nuevo Orden Mundial, iba a ser modificada para introducir la ideología de género. El NO impide semejante avance de la cultura de la muerte en Colombia. Una paz conseguida bajo esas condiciones no es paz. Es rendición y sumisión al mal.