A menos que quieran cargarse también esta doctrina, cosa que no descarto, de momento es católico afirmar que quien peca gravemente y muere sin arrepentirse y confesarse, va al infierno.
Pero como bien dijo Cristo, hasta en el infierno hay grados.
En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma y Gomorra será tratada con menos rigor que esa ciudad.
Mat 10,15
Pues bien, aunque esto no lo dice Cristo, creo que no es muy aventurado creer que dentro del infierno tiene que haber un lugar muy especial para aquellos que, teniendo el ministerio de proclamar la verdad, ayudan a los pecadores a condenarse. Dice Dios por medio del profeta Ezequiel:
Hijo de hombre, te he puesto como centinela de la casa de Israel. Cuando recibas una palabra de mi boca, se la anunciarás de mi parte. Si digo a un malvado. «Vas a morir» y tú no le adviertes ni le insistes para que se convierta de su mal camino y viva, el impío morirá por su culpa, pero demandaré su sangre de tu mano. Si, por el contrario, adviertes al malvado y no se convierte de su iniquidad y de su mal camino, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu alma.
Y si el justo se aparta de su justicia y comete una iniquidad, pondré ante él un obstáculo y morirá. Como no le advertiste, morirá por su pecado y no se tendrán en cuenta las obras justas que había hecho. Pero demandaré su sangre de tu mano. Sin embargo, si adviertes al justo para que no peque y no peca, ciertamente vivirá porque atendió la advertencia y tú habrás salvado tu alma.
Eze 3,17-21
No hace falta haber estudiado teología en una universidad pontificia para saber que el suicidio es un pecado muy grave. Aunque ciertamente puede haber atenuantes en la responsabilidad de quien lo comete -p.e, una grave enfermedad psiquiátrica-, no hay nada que justifique el quitarse la vida.
Por desgracia, las legislaciones de los países democráticos favorecen cada vez más la eutanasia, que es una forma como cualquier otra de suicidio, pero con el agravante de que el Estado y el personal médico o sanitario lo facilita.
La Iglesia, como no puede ser de otra forma, condena la eutanasia. Pero resulta que los obispos canadienses del atlántico se han contaminado del virus de la falsa misericordia y han decretado que sus sacerdotes pueden administrar los últimos sacramentos a las personas que quieren suicidarse. Es decir, si alguien quiere quitarse la vida, va el sacerdote, le confiesa, le absuelve… y después se mata. Es difícil concebir una depravación mayor de los sacramentos instituidos por Cristo. Es difícil imaginarse una prostitución más perversa de la fe y la moral católicas.
Sin duda de esos obispos se puede decir esto:
Al que viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres testigos.
¿Cuánto peor castigo pensáis que merecerá quien pisotee al Hijo de Dios, profane la sangre de la alianza que lo consagra, y ultraje al Espíritu de la gracia? Conocemos al que dijo: Mío es el desquite, yo daré a cada cual su merecido, y también: El Señor juzgará a su pueblo.
Es terrible caer en manos del Dios vivo.
Heb 10,28-32
Esos obispos canadienses pisotean a Cristo y profanan su sangre derramada en el Calvario convirtiendo el sacramento del perdón en vía libre para suicidarse. Más que obispos de Cristo parecen obispos de Satanás (2ª Cor 11,13-15). Y lo peor de todo es que presentan su decisión como un acto de misericordia. Afirma Mons. Claude Champagne que ponen más énfasis en el cuidado pastoral que en la doctrina. ¿Qué misericordia es esa que acompaña al pecador camino del infierno? ¿qué tipo de pastor es el que ayuda a la conciencia del suicida a suicidarse? ¿qué pastoral ese esa que se burla de la doctrina?
Leer más... »