1.07.17

¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?

Primera lectura del sábado de la duocécima semana del Tiempo Ordinario:

El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día. 
Alzó la vista y vio tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo: «Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo».
Contestaron: «Bien, haz lo que dices».
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: «Aprisa, prepara tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz unas tortas».
Abrahán corrió enseguida a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase de inmediato. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba bajo el árbol, ellos comían.
Después le dijeron: «¿Dónde está Sara, tu mujer?».
Contestó: «Aquí, en la tienda».
Y uno añadió: «Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo».
Sara estaba escuchando detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos. Sara se rió para sus adentros, pensando: «Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?».
Entonces el Señor dijo a Abrahán: «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: «De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja»? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo».
Pero Sara lo negó: «No me he reído», dijo, pues estaba asustada. Él replicó: «No lo niegues, te has reído»
Gen 1,1,15

Los modernistas que se regodean negando los milagros de la Escritura comparten algo en común con la esposa de Abrahán. No creen que Dios pueda obrar maravillas. Todo les parece alegórico. Su dios es un dios incapaz, limitado, falso. Pero Sara apenas tenía referentes para creer la promesa del Señor. No procedía de un pueblo que hubiera visto actuar a Dios. Los apóstatas recibieron el don de la fe y lo despreciaron.

Leer más... »

30.06.17

Señor, si quieres, puedes limpiarme

Evangelio del viernes de la duodécima semana del Tiempo Ordinario:

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Mt 8,1-4

¿Cómo no pedir a Dios que nos dé la fe de ese leproso que se acercó a Cristo en la absoluta confianza de que podía sanar su enfermedad?

Leer más... »

29.06.17

San Pedro, el primero de los apóstoles

Del Oficio de Lecturas del jueves Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles

El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires desconocidos. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Estos mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto y, con un desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad hasta morir por ella.

San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: Y yo te digo que tú eres Pedro. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Cristo le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro.» «Pedro» es una palabra que se deriva de «piedra», y no al revés. «Pedro» viene de «piedra», del mismo modo que «cristiano» viene de «Cristo».

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: Quedan perdonados los pecados a quienes los perdonéis; quedan retenidos a quienes los retengáis.

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.

A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro.

En un solo día celebramos el martirio de los dos apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa, aunque fueran martirizados en días diversos. Primero lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros, por la sangre de los apóstoles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina.

De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 295, 1-2. 4. 7-8: PL 38, 1348-1352)

Donde está Pedro, está la Iglesia. No es el único pastor, pero sí el primero de todos. Quien no reconoce a Pedro, no reconocer a la Iglesia y, por tanto, no reconoce a Cristo.

Leer más... »

28.06.17

Guardaos bien de los falsos profetas

Evangelio del miércoles de la duodécima semana del Tiempo Ordinario

Jesús dijo a sus discípulos: Guardaos bien de los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces.
Por sus frutos los conoceréis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.
Mt 7,15-20

Corren malos tiempos para el ministerio profético. El profeta no busca agradar al mundo sino mostrar la voluntad de Dios que, inexorablemente, está en consonancia con su Palabra revelada. El profeta no halaga los oídos de quienes buscan mil y una maneras de justificar sus pecados.

Leer más... »

27.06.17

Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo

Del oficio de Lectura del miércoles de la undécima semana del Tiempo Ordinario:

Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. De ellas, ocupa el primer lugar el pensamiento; viene en segundo lugar la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción, con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema.

Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo con Cristo, sino que llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las perlas el cieno de la perturbación, con el fin de afear y destruir el brillo de la piedra preciosa.

Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede.

En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo, para que el hombre, tanto en lo interno como en lo externo, se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de su vida, a este conocimiento que proviene001 del Señor, dejándose guiar y mover por él. En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre.

Del Tratado de san Gregorio de Nisa, obispo, Sobre el perfecto modelo del cristiano
(PG 46, 283-286) 

Cristo es la fuente de todo lo bueno que hay en el alma redimida. Causa una cierta ternura ver a los cristianos que piensan que en orden a la salvación pueden hacer algo por sí solos (Jn 15,5). Causa tristeza ver a los cristianos que piensan que, en orden a la salvación, no deben hacer nada (Stg 2,17).

Leer más... »