Dios invalidó los sacrificios de la ley antigua, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tuviera una oblación no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: «Que nadie medite en su corazón daños contra el prójimo; no améis jurar en falso».
Debemos, pues, comprender, si somos sensatos, los sentimientos de bondad de nuestro Padre; él nos habla, enseñándonos cómo debemos acercarnos a él, porque no quiere que lo busquemos por caminos desviados, como ellos. A nosotros, pues, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado; olor de suavidad para el Señor es el corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos investigar diligentemente acerca de nuestra salvación, para que el maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y nos aparte de la vida verdadera.
Les dice también, acerca de estas cosas: No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste -oráculo del Señor-: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo.
Evitemos, pues, toda obra vana, odiemos de corazón el camino de la iniquidad. No os repleguéis sobre vosotros mismos, no viváis para vosotros solos, pensando que ya estáis justificados, sino reuníos para indagar juntos lo que es provechoso para todos. Dice, en efecto, la Escritura: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos espirituales, hagámonos un templo perfecto para Dios. En lo que dependa de nosotros, no olvidemos el temor de Dios y esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su voluntad sea nuestra delicia.
El Señor sin acepción de personas juzgará al mundo. Cada cual recibirá el pago de sus obras: si ha obrado bien, su justicia le precederá; si mal, el castigo de su maldad irá ante él; no nos abandonemos con la confianza de que somos de los llamados, no sea que nos durmamos en nuestros pecados, y el príncipe de maldad apoderándose de nosotros, nos aparte del reino del Señor.
Considerad aún esto, hermanos míos: pues vemos que los israelitas, a pesar de todas las señales y prodigios que Dios obró en su presencia, fueron rechazados, vigilemos para que en nosotros no se cumpla aquella sentencia evangélica: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.
Epístola de Bernabé
Que en relación a la salvación solo podemos obrar el bien por la gracia de Dios es claro. Que sin Cristo no podemos hacer nada, también. Pero ¿quién será el necio que piense que eso significa que no tiene que hacer nada? ¿quién el necio que crea estar ya entre los elegidos y por ello vuelve a vivir una vida de pecado como antes de su conversión?