La expansión del Islam no se para con un referéndum
Lo que acaba de ocurrir en Suiza es un síntoma claro de que los “nativos” europeos empiezan a preocuparse seriamente por el avance del Islam en el continente. El país helvético pasa por ser uno de los estados más tolerantes, abiertos y, si es que se puede decir así, plurinacionales. Pero la inmigración procedente de países musulmanes ha provocado que el número de practicantes de la fe de Mahoma ascienda a 400.000. Pueden parecer muchos pero por ahora son “sólo” un 5% del total de ocho millones de la población total del país. Ahora bien, es cuestión de tiempo que ese porcentaje se multiplique varias veces debido a lo que ya señalé en un post reciente. La natalidad entre musulmanes es infinitamente superior a la que se da entre los cristianos europeos. En relación al catolicismo, se puede decir que ese hecho es uno de los grandes “logros” de los que boicotearon la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. Hay que reconocer que los “eclesio-progres” hicieron “bien” su trabajo, pues países en los que la mayoría de sus habitantes son bautizados católicos, la tasa de nacimientos no llega ni de lejos a dos hijos por matrimonio.
El referéndum de Suiza no deja de ser una especie de brindis al sol. Prohibir la construcción de minaretes implica un “no” claro y rotundo al Islam, que seguramente obtendría refrendos similares en otros países europeos, pero de poco servirá esa negativa si no se vence a la cultura de la muerte que lleva revoloteando por el continente desde hace décadas. Cuando se habla de esa cultura contraria a la vida, se tiene a pensar en el aborto y la eutanasia. Pero ambos son los penúltimos peldaños de una escalera que empezó el día en que se entendió que el progreso consistía, entre otras cosas, en la capacidad de tener muy pocos hijos. Se ha pasado de la abundancia de familias numerosas a considerar a las mismas como una reliquia del pasado. Pero no hay civilización que sobreviva a la ausencia de hijos. Es una mera cuestión de ley matemática. La vieja Europa se muere porque prefiere impedir la concepción de vida y porque se dedica a destruirla en las clínicas de la muerte cuando la misma llega en un momento “difícil” para los padres.