29.11.10

¿Tiene que pedir permiso el arzobispo de Pamplona para ejercer de arzobispo?

Monseñor Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona-Tudela, se ha convertido en la nueva diana del progresismo eclesial-mediático de este país. ¿Su “pecado"? Tomar las decisiones que él cree oportunas para el bien común del rebaño que le ha sido encomendado como pastor. Lo cual, convendrán ustedes conmigo, no es precisamente un pecado, aunque así lo presenten los que se resisten a entender que su tiempo ya ha pasado y que soplan nuevos vientos en la Iglesia que peregrina en Navarra.

Una de esas decisiones ha sido la de prescindir de los servicios de Jesús M. Asurmendi como profesor del Centro Superior de Estudios Teológicos de Pamplona. Hablamos de alguien, por tanto, que ha sido responsable de la formación de seminaristas y estudiantes de teología en Navarra. Y por lo que se ve, así ha sido durante más de veinte años. Al menos así se lo cuenta a José Manuel Vidal en la entrevista que éste ha publicado en Religión Digital.

El propio cesado reconoce que don Francisco tenía derecho a hacer lo que ha hecho, pues a partir de los 65 años los Estatutos de los dos centros de estudios de Pamplona estipulan que el cese-jubilación de los profesores queda a discreción del arzobispo. A lo cual yo añado que independientemente de lo que digan unos estatutos, si un obispo no tiene confianza en la formación que un profesor pueda dar a sus seminaristas o a los seglares que estudian teología, lo normal es que le sustituya por otro del que sí se fíe. ¿O es que un obispo tiene que asumir como suya la herencia que le han dejado independientemente de lo que, en su leal entender, crea que es lo mejor para sus fieles?

En realidad, eso es lo que está en juego. Cuando a una diócesis llega un nuevo pastor, es de sentido común que al cabo de un tiempo prudencial, una vez que ha tomado conciencia mejor de la situación real de su iglesia local, introduzca los cambios que crea oportunos. ¿Tan difícil es de entender y aceptar algo tan elemental?

No conozco la labor de Jesús M. Asurmendi. La única pista que tengo es precisamente su entrevista con José Manuel Vidal. Pero me basta y me sobra. El siguiente párrafo aclara cualquier dudas sobre el acierto del arzobispo de Pamplona:

Vista la situación general me dio pena por los alumnos del Instituto de Ciencias Religiosas San Francisco Javier, laicos que “pagan” caro (en tiempo, esfuerzo y dinero) sus ganas de formarse en teología. Los seminaristas es otra cosa. La mayor parte de ellos están formateados y, desgraciadamente, la formación intelectual resbala. En ese ambiente de “escuela del partido", aunque no sea más que un atisbo de postura universitaria y por lo tanto crítica no cabe. Por otro lado, teniendo en cuenta lo dicho, se siente uno honrado de haber sido cesado por instancias que se definen y actúan así. En definitiva llega a ser un honor no participar ni colaborar en un plan estratégico global de exclusión de toda reflexión intelectual y teológica digna de ese nombre.

Ya ven ustedes cuánta prepotencia y soberbia intelectual y espiritual se gasta este señor. Su desprecio hacia los centros en los que deja de trabajar es patente. Vamos, poco menos que viene a decir: “La decadencia más absoluta se instala en Navarra con mi partida".

Como no podía ser de otra forma, la cuestión se presenta como una involución. Pues bien, es exactamente lo contrario. Lo que huele a pasado, a naftalina del armario de la abuela Angelita, es ese tipo de formación teológica a la que Asurmendi califica de “crítica”. Demasiado conocemos lo que significa esa palabrita en boca de un teólogo o de un biblista. En otros tiempos se le llamaba herejía o heterodoxia. Y precisamente la heterodoxia es lo que menos necesitan aprender los seminaristas y estudiantes de teología, salvo que sea para combatirla.

Creo que todos los fieles, pero muy especialmente los navarros, debemos manifestar nuestro apoyo y gratitud al arzobispo de Pamplona. Está dando un ejemplo que pueden seguir otros obispos, que no tienen por qué sentirse secuestrados por un pasado que no ha sido precisamente glorioso. La tan cacareada crisis post-conciliar, que en realidad empezó mucho antes del concilio, se soluciona con decisiones inteligentes, valientes, encaminadas a mejorar la formación de los futuros sacerdotes, de los catequistas y de los profesores de religión. Y si para eso hay que dejar a un lado a quienes se piensan el ombligo del mundo y no son más que un ejemplo de por qué dicha crisis ha sido tan intensa, pues loado sea Dios.

Por tanto, gracias don Francisco. Cuenta usted con nuestras oraciones para que la gracia del Señor le acompañe en el ejercicio de su ministerio apostólico.

Luis Fernando Pérez Bustamante

28.11.10

He recibido mucho más de lo que he dado

Maricruz Tasies, nuestra querida blogger de Costa Rica, lanzó hace unos días la siguiente pregunta en su blog:

Cómo católico, ¿cuál es el impacto que has recibido en tu vida del hecho de colaborar en la formación, divulgación y fortalecimiento de nuestra fe junto a otros católicos en la web, personas que no conoces y quizá nunca llegarás a conocer?

Como quiera que llevo una década en esos menesteres de divulgación y defensa de nuestra fe, es lógico que me haya encontrado con decenas y decenas de católicos, por no decir centenares, que de forma esporádica o habitual han estado haciendo lo mismo. En la práctica totalidad de ellos he constatado una misma característica o cualidad: su amor por la Iglesia. Por supuesto, siempre hay excepciones, pero sólo sirven para confirmar la regla. Dicho eso, también digo que el tener amor por la Iglesia y celo por defender su fe no capacita a todos para embarcarse en esa defensa ante los ataques que recibe la doctrina católica desde fuera y desde dentro de la comunión eclesial. Es más, algunos hacen daño a la Iglesia y a sí mismos metiéndose en debates para los que no están preparados. Si uno no sabe cómo defender la sana doctrina, lo mejor es que se quede quietecito.

Cuestiones técnicas aparte, puedo decir que he recibido grandes bendiciones de lo alto al conocer a tantos hermanos en la fe. Primero, porque muchos me han ayudado a ver aspectos del tesoro de nuestra Iglesia que difícilmente habría descubierto yo solo. Segundo, porque no pocos me han testimoniado que el Señor se ha servido de mí para hacer lo mismo con ellos. Es lo que tiene la gracia. Vence nuestros defectos y nos convierte en bendición para los demás. Lo que sí tengo muy claro es que yo he recibido mucho más de lo que he dado.

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26.11.10

Es D. Luis Rodríguez Patiño quien debe rectificar o desaparecer

El tema del papel de la mujer en la Iglesia suele ser usado como herramienta de ataque contra el magisterio apostólico. El hecho de que el sacramento del sacerdocio, por Revelación divina, esté reservado sólo a los varones, es aprovechado por todos aquellos que quieren acusar al catolicismo -curiosamente se suele ignorar que los ortodoxos afirman lo mismo- de discriminar al género femenino. Que tales críticas surjan de una sociedad cada vez más alejada de Dios y del evangelio no es algo que deba sorprendernos. La cosa cambia, y no poco, cuando sectores de dentro de la propia Iglesia se suman al coro de descalificaciones procedentes del mundo. En vez de dejar que sus conciencias sean iluminadas por la luz de la verdad que propone el Magisterio, permiten que sean entenebrecidas por el error de aquellos que están bajo el influjo del príncipe de la potestad del aire, del espíritu que obra en los hijos rebeldes (Ef 2,2).

No es este un artículo escrito para discutir sobre lo que enseña la Iglesia acerca de esta cuestión. La enseñanza está ahí y ha de ser aceptada por todos los católicos. Eso incluye, por supuesto, a los sacerdotes. Puede darse el caso de que algunos de ellos, en su fuero interno, no estén conforme con el magisterio. No seré yo quien entre en el templo de la conciencia de cada cual, pero me parece evidente que todo católico, y más si es presbítero, debe de entender que en caso de disentir con la enseñanza de la Iglesia en algún punto, le corresponde a él pedir a Dios que le ilumine para aceptar lo que la Madre y Maestra dice y no a la Iglesia cambiar su enseñanza para que él pueda tener la conciencia en paz.

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25.11.10

Si impiden las misas, a la cárcel

Se ve que empieza a ponerse de moda eso de impedir la celebración de misas en España. Primero fue el gobierno quien el 6 de noviembre envió a la Guardia Civil al Valle de los Caídos para cerrar el paso a los fieles católicos que querían asistir a misa. Ahora parece que grupos de extrema izquierda, garrapatas sociales que se enquistan especialmente en las universidades, quieren hacer lo mismo en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona.

Pues bien, aunque Zapatero está en ello, en España la ley todavía es igual para todos. Y el código de derecho penal contiene un artículo que convienen que tenga muy en cuenta tanto el gobierno, como la Guardia Civil, como la chusma anticlerical:

Artículo 523.
El que con violencia, amenaza, tumulto o vías de hecho, impidiere, interrumpiere o perturbare los actos, funciones, ceremonias o manifestaciones de las confesiones religiosas inscritas en el correspondiente registro público del Ministerio de Justicia e Interior, será castigado con la pena de prisión de seis meses a seis años, si el hecho se ha cometido en lugar destinado al culto, y con la de multa de cuatro a diez meses si se realiza en cualquier otro lugar.

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24.11.10

Tras la tempestad, llegará la calma

Es conocido por todos que tras una tempestad siempre llega la calma. El Katrina mediático provocado por la publicación de la respuesta del Papa Benedicto XVI al periodista Peter Sewald sobre el uso de los preservativos, empieza a dejar paso a una relativa paz, que quizás no deje de ser preludio de nuevas inestabilidades metereológicas.

Navegar en medio de una gran tormenta no es cosa fácil. En ocasiones, el pasajero de la barca de la fe apenas puede hacer otra cosa que agarrarse a su embarcación y rogar a Dios que no le permita naufragar. No todos podemos permanecer tranquilamente dormidos como el Señor mientras los elementos parecen confabularse contra nosotros. Pero sí podemos confiar en que Él, precisamente Él, es capaz de convertir la peor de las tormentas en una calma chicha con una sola palabra.

Tras lo ocurrido en los últimos días, tengo la certeza de que, como ha sido mi caso, un gran número de fieles católicos se han sentido desconcertados en mayor o menor grado. Hablo de fieles de verdad, no de bautizados. Es decir, de aquellos sacerdotes, religiosos y seglares que, por la gracia de Dios, profesan la fe católica y se adhieren a todo el Magisterio, incluido el relacionado con la moral sexual y conyugal. Es tal la avalancha de información y desinformación sobre este tema, que muchos no sabrán todavía hoy a qué atenerse. A algunos se nos va haciendo la luz sobre el alcance de las palabras del Papa, pero creo que más de uno debe estar perplejo y sumido en la oscuridad y el desánimo.

¿Y qué ha dicho el Papa? La literalidad de las palabras ya la conocemos. Yo las interpreto así: Si alguien, hombre o mujer, se dedica a la prostitución, en cualquiera de sus variantes, y es portador del SIDA, el hecho de que piense en no hacer daño a los demás transmitiéndoles la enfermedad es un avance. Si esa persona piensa que la herramienta ideal para no transmitir la enfermedad es el preservativo, pues entonces el uso del mismo está justificado en ese caso concreto. No porque usar el preservativo sea un acto bueno, que no lo es, sino porque la intención y el objetivo, salvar vidas, sí es buena.

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