Impunidad, descaro y el 11-S de la Iglesia
Son incontables las noticias que hemos dado en los últimos años sobre declaraciones y actuaciones escandalosas por parte de instituciones e individuos, mayormente sacerdotes, de la Compañía de Jesús. Empezando por el actual Prepósito General, el P. Arturo Sosa, que tuvo el cuajo de asegurar que había que reinterpretar a Jesucristo respecto a la indisolubilidad del matrimonio y «discernir» lo que realmente dijo, ya que en aquella época «nadie tenía una grabadora». Más de un año y medio después de semejante barbaridad, ni se ha desdicho de la misma ni nadie con autoridad sobre él le ha pedido que rectifique.
La última noticia escandalosa protagonizada por jesuitas llega de México. La Universidad de la Compañía de Jesús en Guadalajara acoge un evento proabortista. No va a ser un debate en el que haya dos bandos, uno provida y otro proabortista. Las tres ponentes son favorables al derecho al aborto. (Actualizado: la noticia ha sido aún más escandalosa)
¿Cómo es posible que siquiera se atrevan a organizar algo así, haciendo publicidad de ello, en una universidad que se dice católica? Pues porque saben que gozan de absoluta impunidad. Y cuando los perversos son conscientes de que nada ni nadie pondrá freno a sus perversiones, no solo las cometen, sino que presumen de cometerlas.
Algo parecido ocurre con otro «insigne» jesuita, el P. James Martin. Si alguien podía dudar hace años de la existencia de un lobby gay en la Iglesia, es evidente que ya no cabe dicha duda. Existe y es promocionado abiertamente desde sectores muy destacados de la jerarquía. Y el P. Martin presume de ello. ¿Cómo no habría de hacerlo? Sería absurdo.
La verdadera pregunta es que si alguien que predica claramente contra la doctrina católica es invitado por cardenales, arzobispos y obispos a dar charlas y es invitado, ni más ni menos, que a todo un Encuentro Mundial de las Familias organizado por la Santa Sede, ¿en base a qué se puede afirmar que la propia Iglesia respeta sus enseñanzas?
Esto no es de ahora. Hace justo cuatro años, en pleno sínodo extraordinario sobre la Familia, el cardenal Pell advirtió:
«La comunión para los divorciados vueltos a casar es para algunos padres sinodales -muy pocos, ciertamente no la mayoría- solo la punta del iceberg, el caballo de Troya. Ellos quieren cambios más amplios, el reconocimiento de las uniones civiles, el reconocimiento de las uniones homosexuales»
De hecho, la famosa frase del papa Francisco «si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?», era en el contexto de una pregunta sobre el lobby gay dentro de la propia Iglesia.
Parece evidente que están en el proceso de cambiar la doctrina por la vía de los hechos. Estamos en plena demolición del edificio de la fe católica. Recientemente Mons. Ganswein dijo que la nueva crisis de los abusos sexuales y su encubrimiento -que no tiene nada de nueva, dicho sea de paso- era el 11-S de la Iglesia. Puede que a nivel mediático así sea, pero a nivel doctrinal, el 11-S de la Iglesia fueron los dos sínodos sobre la Familia -primer avión- y la exhortación apostólica Amoris Laetitia -segundo avión-. Tras semejante ataque, las dos torres de la fe católica, doctrina y moral, no pueden hacer otra cosa que colapsar. Podrá tardar más o menos pero, si Dios no interviene por medios ordinarios o extraordinarios, caerá. Y arrastrará consigo no unos pocos miles de almas, sino a millones y millones, de forma que quede en evidencia la razón por la cual nuestro Señor Jesucristo preguntó si habría fe en la tierra cuando Él regresara.
Mucho se ha especulado sobre cuál podría ser el “katejon” que será retirado para que se manifieste el hombre de perdición, tal y como profetiza San Pablo en 2Tes 2,7. Mi sugerencia es que tal papel lo ha ocupado la Iglesia docente, que lleva en plena retirada desde hace décadas, en un proceso que se ha acelerado vertiginósamente en este pontificado. Pero sólo Dios sabe si tal cosa es así.
Cristo, ven pronto. Cuéntanos, Señor, entre tus elegidos.
Luis Fernando Pérez Bustamante