Megatemplos y curas superstars
A lo largo de la historia de la Iglesia, no han sido pocos los sacerdotes santos que han alcanzado una popularidad inmensa entre la feligresía. Sin ir más lejos, San Juan de Ávila, recientemente nombrado Doctor de la Iglesia, había recibido del Señor tal capacidad de llegar al corazón de los hombres, que sus predicaciones congregaban a multitud de fieles que anhelaban recibir el agua viva que brotaba del santo.
Con el Beato Juan Pablo II, Papa, hemos asistido a un aumento considerable de la cantidad de gente que quiere ver, oír y casi tocar al Vicario de Cristo. Cada vez que el anterior papa viajaba, movilizaba a multitudes que salían a su encuentro. Y la plaza de San Pedro fue testigo también del creciente interés de los fieles por tener un contacto más o menos directo con el Pontífice. Benedicto XVI no tiene tanto tirón carismático como su predecesor, pero aun así su figura sigue atrayendo a los fieles.
Ahora bien, ni el apóstol de Andalucía en su tiempo, ni los últimos Papas ahora, han necesitado imitar modos y maneras de nadie. La fe y la liturgia católicas no pueden estar sujetas a los vaivenes de las modas y de los estallidos de religiosidad ajenos al catolicismo. La inculturización no puede ser la excusa para entregarse en manos del sincretismo o del relativismo religioso, sea este en versión doctrinal o sea en versión litúrgica -de hecho, celebramos lo que creemos-.