El Papa nos presenta a las tres hermanas: pobreza, fidelidad y obediencia
En la que sin duda ha sido una de las mejores homilías de este pontificado, predicada en la Santa Misa Crismal, el papa Francisco nos presentó a las tres hermanas que deben acompañar a todo sacerdote. Tras hablar de la alegría que les unge, la alegría incorruptible y la alegría misionera que deben estar presentes en todo presbítero, el Santo Padre habló de:
1- La hermana pobreza:
La alegría del sacerdote es una alegría que se hermana a la pobreza. El sacerdote es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto! Y como es pobre, él, que da tantas cosas a los demás, la alegría tiene que pedírsela al Señor y al pueblo fiel de Dios. No se la tiene que procurar a sí mismo. Sabemos que nuestro pueblo es generosísimo en agradecer a los sacerdotes los mínimos gestos de bendición y de manera especial los sacramentos. Muchos, al hablar de crisis de identidad sacerdotal, no caen en la cuenta de que la identidad supone pertenencia. No hay identidad –y por tanto alegría de ser– sin pertenencia activa y comprometida al pueblo fiel de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). El sacerdote que pretende encontrar la identidad sacerdotal buceando introspectivamente en su interior quizá no encuentre otra cosa que señales que dicen “salida”: sal de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y dale a tu pueblo lo que te fue encomendado, que tu pueblo se encargará de hacerte sentir y gustar quién eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te alegrará con el ciento por uno que el Señor prometió a sus servidores. Si no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda. Salir de sí mismo supone despojo de sí, entraña pobreza.
Sería absurdo que yo intentara explicarlo mejor que el Papa, pero se me ocurre decir que aquel que se hace pobre por los demás, aquel que lo deja todo para servir a Dios en medio de su pueblo, es el más rico de todos. ¡Qué gran privilegio es ser sacerdote del Altísimo que sirve al prójimo llevándole la gracia sacramental, el don de la sabiduría mediante el consejo pastoral y el regalo de la caridad mediante el acompañamiento en el tiempo de cruz y sufrimiento! No podemos hacer otra cosa que dar gracias a Dios por nuestros curas. Por todos. También por aquellos que, por sus limitaciones humanas, no reflejan toda la santidad a la que han sido llamados. Si en vez de quejarnos tanto -con razón o sin ella- rezáramos más por ellos, más santos serían.