29.11.14

Demostremos que somos lo que creemos

No me cansaré de repetir que en la Liturgia de las Horas la Iglesia nos regala joyas de la sabiduría patrística, como es el caso del siguiente texto de San Cipriano de Cartago, mártir. Es de su Tratado sobre la muerte:

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si, como yo, te sientes apelado por esas palabras, si te ves acusado, recuerda: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad” (1 Jn 1,9).

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos el mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo -dice- ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no posee el amor del Padre, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

¡Demostremos que somos lo que creemos! Grábate a fuego esa frase en tu alma como me la grabo yo.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Ay de mì, que todavía no he renunciado del todo al mundo. Menos mal que, como enseñó el apóstol amado por Cristo: “Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo” (1 Jn 1,11). Pide a Dios conmigo que nos libre del amor errado por las cosas terrenales que nos alejan de la comunión con el Señor. Y una vez en su amor, añoraremos la patria celestial, que es el destino de los elegidos por el Altísimo, entre quienes le clamamos que nos tenga.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.

La comunión de los santos es una de las cosas más bellas de la creación redimida. Deseamos estar con los que ya gozan de la presencia de Dios en el cielo. A tantos de ellos hemos pedido que intercedan por nosotros que ¿cómo no desear abrazarles y agradecerles sus oraciones? ¿Y qué no decir de nuestra Madre? ¿no queréis besar su mejilla como el Niño Jesús la besó?

Pensemos en el cielo, con Dios, María, los santos y los ángeles, cada vez que carguemos nuestras cruces en esta vida terrena, cuya duración no llega a ser ni como una gota de agua en el océano comparada con la eternidad.

¡Santidad o muerte!

Luis Fernando Pérez Bustamante

28.11.14

De creados y caídos a redimidos y santificados

Todos, sin excepción, procedemos de esa primera pareja primigenia, de esos primeros padres a los que el Génesis da el nombre de Adán y Eva. Sin entrar en el carácter literario de esos primeros capítulos de la Biblia, no hay manera de negar la doctrina que se contiene en los mismos. La vemos a lo largo del resto de la Escritura y muy especialmente en los textos de San Pablo, que dan fe de las consecuencias de la caída para todo el género humano.

La práctica totalidad delos fieles conocen que Adán y Eva fueron los primeros padres, pero no tantos saben que la Escritura da testimonio de que Cristo es el segundo Adán y la Tradición afirma que la Virgen María es la segunda Eva

De Cristo:

pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían pecado con prevaricación semejante a la de Adán, que es tipo del que había de venir. Mas no es el don como fue la transgresión” Pues si por la transgresión de uno solo han muerto los que son muchos, con más razón la gracia de Dios y el don de la gracia, que nos viene por un solo hombre, Jesucristo, se ha difundido copiosamente sobre los que son muchos.

Rom 5,14-15

Y:

por eso está escrito: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente”; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, después lo espiritual.  El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales.”

1ª Cor 15,45-48

De María:

“Si por medio de la Virgen Cristo se hizo hombre, es porque el plan divino establece que por el mismo camino en que comenzó la desobediencia de la serpiente se encontrara también la solución. En realidad, Eva era virgen e incorrupta cuando acogió en su seno la palabra que le dirigió la serpiente y dio a luz la desobediencia  y la muerte, por el contrario la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le anunció la buena nueva de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, de manera que el ser santo nacido de ella sería Hijo de Dios (Lc 1,35). Ella respondió: Hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38)".

(San Justino Mártir, Diálogo con Trifón. Siglo II)

Y:

“De la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen…”

(San Ireno de Lyon, Adverus Haereses., 5, 19, 1. Siglo II).

La diferencia entre el cristiano y el que no lo es, es que mientras que tanto el uno como el otro son hijos del primer Adán y la primera Eva, solo el cristiano es hijo del segundo Adán (Dios encarnado) y de la segunda Eva (la Madre de Dios). 

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26.11.14

Nosotros los cristianos somos ya luz


Entre las muchas tentaciones que pueden amenazar, de caer en ellas, la salud espiritual de un cristiano, figuran dos que pueden parecer antagónicas, pero que parten de un mismo error: no conocer el papel de la gracia.

Es muy peligroso confiar en las propias fuerzas para alcanzar la santidad. Además de peligroso, es inútil. Sencilla y llanamente, no se puede.

También es muy peligroso creer esa mentira de que “Dios sabe que no puedo cambiar y me acepta como soy porque Él es amor y acoge a todos".

Sí, Dios quiere que tengamos parte en nuestro camino a la santidad. Sí, Dios nos acepta y nos ama en nuestra situación actual. Pero tanto en un caso como en el otro, Él tiene el mando. Lo tiene para santificarnos, lo tiene para librarnos de nuestra condición. Su paciencia es cuasi infinita, pero no nos ha dado el Espíritu Santo para que nos quedemos como estamos, en nuestra incapacidad para mejorar o en nuestra comodidad ante una situación pecaminosa, sino para obrar en nosotros el arrepentimiento y hacer eficaz el propósito de enmieda.

Enseña San Pablo:

Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados,  y vivid en caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave.

Efe 5,1-2

¿Cómo puedo ser imitador de Dios?, se preguntarán muchos. Siendo Él tan santo, tan perfecto, tan “inalcanzable", ¿qué puedo hacer yo, pequeño, con defectos y pecados, débil? Pues bien, nadie desespere. Explica San Agustín:

Nosotros los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos la armadura de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad.

(San Agustín, Tratado sobre el evangelio de San Juan, 35-8-9)

Y leemos en el libro de Proverbios:

Mas la senda de los justos es como luz de aurora, que va en aumento hasta ser pleno día.

Prov 4,18

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24.11.14

Buen católico


Estimado hermano en la fe, puede que últimamente te estés replanteando en qué consiste eso de ser buen católico. Hasta ahora has procurado siempre ir a misa todos los domingos y fiestas de precepto, confesarte con cierta frecuencia -y siempre que has cometido un pecado grave-, colaborar económicamente al sostenimiento de la Iglesia y muy especialmente con Cáritas o cualquier otra obra social de la Iglesia, llevarte bien con todo el mundo, no mirar por encima del hombro a nadie, etc.

Pero lo mismo lees en en los medios que aquellos que son como tú reciben calificativos gruesos, cual si fuerais parte del grupo de los escribas y fariseos del siglo XXI, como si toda tu vida fuera una gran mentira basada solo en el “quedar bien", como si te encantara dedicarte a señalar con el dedo y a despreciar a los que no son como tú.

Pero tú, querido hermano, saben bien, y si no lo sabes debes saberlo, que todo lo bueno que hay en ti se lo debes a Dios, que por su Espíritu Santo te va transformando y haciendo que Cristo ocupe un lugar cada vez más importante en tu alma y en tu comportamiento. Por tanto, no tienes gran cosa de qué presumir. De hecho, toda presunción sería fruto de una carnalidad que debes rogar al Señor que te quite. No te agobies por ello. Todos necesitamos convertirnos de nuestros pecados y nuestras debilidades. Todos tenemos algo del hombre viejo que debe dejar paso al segundo Adán, que es Cristo en nosotros.

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21.11.14

Crean ustedes, como nuestros obispos, al arzobispo de Granada

Dado que todavía no se ha producido ninguna actuación judicial encaminada a imputar a los sacerdotes granadinos que figuran como presuntos autores de unos abusos sexuales continuados en la persona de un joven, lo único que se puede decir de los hechos es que, en caso de ser ciertos, han de ser objeto de la mayor de las repulsas posibles tanto desde la sociedad como desde la Iglesia. Tanto el papa Francisco como su predecesor han ordenado la “tolerancia cero” ante este tipo de comportamientos criminales. Así debió ser siempre. Así es ahora.

El hablar de “presuntos” es una cuestión prudencial. No sería la primera vez que una denuncia de este tipo acaba siendo desmentida -le pasó al cardenal Pell-, aunque esos casos suelen ser la excepción que confirma la regla. Parece claro que son muchas más las veces en las que las verdaderas víctimas callan, por temor o porque quieren olvidarse de lo ocurrido, que las que alguien se inventa una historia de este tipo y presenta una denuncia falsa ante los tribunales civiles y eclesiástico.

Lo que no tiene nada de presunta es la campaña de acoso y derribo contra Mons.Javier Martínez, arzobispo de Granada, y por tanto responsable junto con la Santa Sede de lllevar a cabo el juicio de la Iglesia sobre los hechos. Hace dos días escribí un artículo sobre esa cacería, pero hoy se ha producido un hecho notable. 

Efectivamente, el P. José María Gil Tamayo, secretario general y portavoz de la CEE, lo ha explicado así:

“el arzobispo de Granada ha manifestado que ha cumplido los protocolos que establece la Iglesia para estos casos. Él ha mostrado su dolor y cercanía a la persona que ha denunciado y las que se ven afectadas por este pecado y delito. Y también, ha asegurado cómo ha sido su seguimiento".

Y ha añadido:

“Monseñor Martínez goza de todo nuestro afecto y toda nuestra credibilidad“.

Por si fuera poco, ha realizado la siguiente reflexión:

“Tengo un enorme respeto por la profesión periodística, pero sí creo que hay que delimitar los ámbitos competenciales. Hay un derecho a la información, pero los periodistas no somos los sacerdotes de una nueva sociedad, ni los jueces. Tenemos que respetar los procedimientos, esperar los tiempos, y trabajar con las certezas. Quien tiene una exclusiva, operará comprobando la veracidad de esas fuentes. Ciertamente creo que hay un aporte necesario para aportar a la sociedad. La CEE ha tenido noticia cuando se ha publicado. Después ha venido el arzobispo de Granada ha explicado lo que está en los medios. Él es, junto con la Santa Sede, quien tiene que explicar".

En otras palabras, los obispos españoles creen a Mons. Javier Martínez y no a los periodistas que le acusan de no hacer caso a Roma. Le creen a él y no a quienes han montado un pseudo-auto de fe mediático contra el arzobispo, con declaraciones del tipo siguiente, que aparece hoy en Religión Digital:

Doctrina de la Fe apunta que “no es de recibo” que el arzobispo de Granada “no supiera nada”

¿Alguien ha leído una sola declaración oficial de Doctrina de la Fe? ¿tenemos que fiarnos de lo que dicen que Roma quienes, puedo decirlo sin temor a equivocarme, son una mancha para la profesión periodística en el ámbito religioso? ¿Qué entiende esa gente por “Roma"? 

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