14.12.14

¿Cuántos de vosotros sabíais que San Josemaría era profeta además de santo?

Prácticamente todo el mundo católico conoce la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Los vídeos con sus charlas a los miembros de la Obra están en youtube. Sus obras están al alcance de cualquiera. Lo que no tantos conocen, más bien pocos, es que al final de su vida el santo y fundador del Opus Dei envió  a los fieles de la Prelatura algunas cartas importantes, conocidas como las Tres Campanadas. 

Las cartas no estaban destinadas al publico en general, sino a un uso restringido de los miembros de la Obra. Sin embargo, dado que hoy es un santo de toda la Iglesia, creo que es necesario contribuir a su difusión. ¿Por qué? Por dos razones:

1- Describen la situación de la Iglesia en el postconcilio.

2- Describen la situación de la Iglesia hoy.

Obviamente no son palabra de Dios en el sentido que tiene la Escritura. Pero sí son palabras de profeta, de un hombre que se sumió en la gracia divina para ser instrumento de salvación de muchos. El pueblo de Dios tiene derecho a conocerlas. Los textos completos de dos de las campanadas están en la red. Es fácil encontrarlos mediante Google. Ya he usado párrafos de la tercera campanada en algunos posts de los últimos meses. Este está dedicado a citar textos de la primera. Pero recomiendo que se lea entera.

Un último consejo. Mis comentarios a las palabras de San Josemaría son solo algo de paja que separa los lingotes de oro. Podéis pasar tranquilamente sin leerlos. Os basta con leer al santo y profeta:

Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.

Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.

Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas.

La salvación de muchas almas está en peligro, decía el santo. ¿Qué no diría hoy, cuando vemos lo que ha avanzado la secularización dentro de la propia Iglesia?

No es tiempo para el sopor; no es momento de siesta, hay que perseverar despiertos, en una continua vigilia de oración y de siembra.

¡Alerta y rezando!, que nadie se considere inmune del contagio, porque presentan la enfermedad como salud y, a los focos de infección, se les trata como profetas de una nueva vitalidad.

Ay de aquellos que llaman profetas a los que arrancan al catolicismo del alma de millones de fieles, vendiéndoles como cosa del Espíritu Santo lo que es la profanación de una Tradición bimilenaria. Toca rezar, rezar y rezar.

Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por falsas ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos - a lo largo de los siglos - han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos.

Como bien decía San Agustín: ”El mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes” (Sermón 46, sobre los pastores). Se ha pretendido y se pretende que el mundo sea luz de la Iglesia en vez de la Iglesia luz del mundo. Y se abre la puerta a los pecdos del mundo para que sean aceptados, y considerados invencibles, entre los propios fieles, ignorando el poder de la gracia y la obra del Espíritu Santo en las almas. 

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13.12.14

¿Es mucho pedir que ayunemos al menos un día por nuestros hermanos en Oriente Medio?

Mientras en la Iglesia se discute -eso sí, libremente- sobre si hay que ignorar las palabras de Cristo acerca del adulterio y las de San Pablo sobre la necesidad de estar en gracia para poder comulgar. Mientras algunos pastores han llegado a plantear que en las uniones homosexuales el “apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas". Mientras, en definitiva, se busca la manera de pisotear la Escritura, la Tradición y siglos de Magisterio, en Oriente Medio los cristianos están derramando su sangre por Cristo. 

Satanás, que se complace con los cristianos carnales que anhelan encontrar paz para sus conciencias antes que santidad para andar en santidad, odia a los verdaderos cristianos, especialmente si están dispuestos a dejarse matar antes que renunciar a Cristo.

Lo vemos en la epístola a los Hebreos: “Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado” (Heb12,4). Mientras que unos luchan para que se reste importancia o no se llame pecado a lo que Cristo llama pecado, otros, niños incluidos, están resistiendo hasta la sangre en su lucha por confesar a Cristo como Salvador, Señor y Rey.

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10.12.14

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro

¿Hay algo más maravilloso en esta vida que ver a un pecador arrepentirse y ser perdonado por Dios? Dijo Cristo:

Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Lucas 15,7

Es por ello que el evangelio de el anuncio de la buena nueva. Pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de andar en comunión con el Señor, para así poder adorarle en espíritu y verdad, es el mayor regalo que puede recibir el ser humano

Pero ese regalo, inmerecido, no le costó poco a Dios. El Padre envió al Hijo a dar la vida por nosotros, a morir en la cruz como cordero inocente para satisfacer su justicia:

Y a vosotros, que muertos estabais por vuestros delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó con El, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.

Col 2,13-14

No parece poca cosa que, a cambio, nos pida el arrepentimiento de nuestros pecados. Sobre todo si ese arrepentimiento es también fruto de su gracia, porque ¿quién podrá arrepentirse si Dios no se lo concede?

San Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et penitentia, citó al papa Pío XII diciendo que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado“. Es posible que hoy tuviera que decir que ese gran mal ha pasado a la vida de multitud de cristianos, que se enfrentan al pecado como si fuera un tema menor, algo irremediable, que no ofende a Dios y que va a ser perdonado así como así porque “Dios es amor".

Y, sin embargo, en la Escritura leemos otra cosa:

No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro. No digas: «Su compasión es grande; Él perdonará la multitud de mis pecados», porque en Él está la misericordia, pero también la ira, y su indignación recae sobre los pecadores. No tardes en volver al Señor, dejando pasar un día tras otro, porque la ira del Señor irrumpirá súbitamente y perecerás en el momento del castigo.

Eccl 5,5-7

Asistimos a la propagación de la perversa idea de que Dios perdona a todos siempre, sin condición, sin necesidad de contrición. Vemos atónitos como se ningunea la gravedad de determinados pecados, que aparecen en la Escrituta como incompatibles con la entrada en el Reino de los cielos. Nos alarmamos ante propuestas de pastoral que en vez de ir encaminadas a ayudar a los fieles a librarse de la soberanía de Satanás en sus vidas, parecen dirigidas a concederles una falsa sensación de paz en nombre de una perversión de la misericordia divina. Contemplamos estupefactos como se promueve un falso cristianismo que consiste en que solo unos pocos pueden vivir en santidad, mientras el resto tiene que conformarse con seguir atados a las cadenas del pecado. Y todo eso alcanza además la calificación blasfema de obra del Espíritu Santo guiando a la Iglesia. Y a quien, por amor a Dios y a las almas, se opone a semejante despropósito, recibe la calificación de fundamentalista, fariseo, hipócrita, falto de caridad, etc.

Mas dice el Señor:

No dejes de hablar cuando sea necesario, ni escondas tu sabiduría. Porque la sabiduría se reconoce en las palabras, y la instrucción, en la manera de hablar.
Eccl 4,23-24

Y:

Lucha hasta la muerte por la verdad, y el Señor Dios luchará por ti.

Eccl 4,28

Y:

Hermanos míos, si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra reducirle, sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados.

Stg 5,19-20

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9.12.14

Y el sacerdote dijo que María era una mujer casada y probablemente impura

Ayer fui con mi esposa a la Misa de 8:30 de la tarde en nuestra parroquia de Santo Domingo y San Martín en Huesca capital.

Durante la homilía, el sacerdote -no el pàrroco-, tras asegurar que el ángel Gabriel había fracasado (sic) con Zacarías -sacerdote y padre de San Juan el Bautista-, se acercó a Nazaret, donde en una casucha había una “mujer casada y muy probablemente en estado de impureza”.

En esos momentos, mi esposa se se levantó y salió de la Iglesia. Yo, al borde de expresar públicamente mi desacuerdo, aguanté hasta que el sacerdote empezó a a decir que esa mujer había escuchado en las sinagogas que había religiones falsas que enseñaban que había mujeres madres de dioses… no sé cómo acabó esa parte porque decidí seguir los pasos de mi esposa. Tras la homilía, regresamos para poder cumplir el precepto dominical.

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8.12.14

Que no te engañen

En la Misa de ayer se nos leyó el comienzo del evangelio de San Marcos

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.  Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para  que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén,  confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. 

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se  alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba : “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.  Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo". 

Mc 1,1-8

Previamente se nos había leído el pasaje de Isaías al que hace referencia el evangelista, y también esta cita de la segunda epístola de San Pedro

Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan a arrepentirse

2 Ped, 3,8-9

Que no te engañen. Nadie puede anunciar a Cristo sin mencionar la necesidad de arrepentimiento, confesión y perdón de pecados.

Que no te engañen. La paciencia de Dios para contigo no es para que sigas viviendo en tus pecados, sino para que te arrepientas.

Que no te engañen. Si el bautismo de Juan era para perdón de pecados sin más, el de Cristo conlleva recibir el Espíritu Santo, que te lleva a vivir en santidad.

¿Te parece que es imposible vencer al pecado? ¿te han contado que debes conformarte con tu situación y no buscar la santidad plena? Que no te engañen:

no os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla.

1ª Cor 10,13

¿Te han dicho que no es necesario que confieses tus pecados, que Dios sabe que en el fondo eres bueno y te perdona sin más? O, por el contrario, ¿te han dicho que Dios está esperando que hagas la más mínima para condenarte sin remedio? Que no te engañen:

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