Solo un vaso de agua

Ayer tuve que traducir un texto en el que aparecía el subjuntivo del verbo satisfacer y me vino a la memoria, imparable como las magdalenas de Proust, el recuerdo de cuándo aprendí a conjugar ese verbo. Me acordé del día en que sucedió y del profesor que me enseñó a hacerlo, hace casi treinta años, explicándonos pacientemente que satisfacer provenía del verbo hacer (satis facere, hacer lo suficiente) y, por lo tanto, se conjugaba como él: haga, hiciera > satisfaga, satisficiera.
Es un detalle pequeño y podría decirse que insignificante, pero ha hecho que me quedara pensando en lo incalculables que son el bien y la verdad, en su fecundidad insospechada. Un sencillo bien hecho a una persona o la enseñanza de una pequeña verdad, quizá con la sensación de que no sirven de nada porque nadie los aprecia o nadie está prestando atención, pueden dar fruto un cuarto de siglo después.




Observo que hay muchos sorprendidos con los recientes resultados de las elecciones en España y encuentran difícil creer que los españoles hayan votado a un equipo de gobierno que parece caracterizado por una extraordinaria incompetencia y una no menos extraordinaria dosis de rencor como motor principal de sus acciones. Y, además, no han votado así engañados por el hecho de que esas dos peculiares características todavía estuvieran en potencia, sino después de contemplarlas en acto durante varios meses del anterior gobierno.









