Germán el Contrahecho, compositor de «Alma Redemptoris Mater»
En su autobiografía, C.S. Lewis habla con nostalgia de la enorme biblioteca que había en su casa cuando era pequeño y cuenta cómo “estaba tan seguro de encontrar un libro nuevo como alguien que camina por el campo está seguro de encontrar una nueva brizna de hierba”. Recuerdo que estas palabras me llamaron profundamente la atención cuando las leí por primera vez, porque destilan una sensación de inagotable aventura, tesoros escondidos por descubrir y alegrías futuras sin fin. Es decir, en cierto modo, una prenda de lo que será el cielo.
Es exactamente la misma sensación que me produce la Tradición de la Iglesia. Por mucho que la estudie, estoy seguro de seguir encontrando en ella bellezas que no conocía ni podía imaginar, nuevas luces para iluminar mi vida e historias asombrosas del amor de Dios a lo largo de los siglos. Una de esas historias, que acabo de conocer y me ha encantado, es la de Germán el Contrahecho.

Hay ciertas noticias que no salen en la prensa habitual, pero cuyas consecuencias a largo plazo son mucho más importantes que las de unas elecciones presidenciales o las de una cumbre internacional de tipo ecológico-forense. Me alegra traer hoy al blog en exclusiva una de esas noticias que probablemente haya pasado inadvertida para los lectores, porque no todos los días se produce un descubrimiento arqueológico (¡y teológico!) de estas proporciones.
Hace un par de semanas recomendé el libro
Polémicas matrimoniales (XLI).



