Amare nesciri
El cristianismo no es de este mundo, por eso el mundo no lo puede entender. Cuando lo odia, lo odia sin saber bien lo que odia; cuando lo anhela, lo hace como quien sueña con algo que apenas puede vislumbrar desde muy lejos. Ser cristiano no consiste, como repiten tantos predicadores algo paganuelos y pelagianillos, en ser “un poquito mejor cada día”. Es nacer de nuevo, como una criatura nueva. Es decir, ser recreado por Dios, creado otra vez a imagen, nada más y nada menos, que del Hijo de Dios, el Santo, el Eterno, el que todo lo hizo bien. Ser cristiano es necesariamente un milagro y por eso a ratos fascina y a ratos enfurece a los que no creen en los milagros.
Un ejemplo de esa diferencia radical entre el cristianismo y el mundo es el título de este post: amare nesciri. Esta frase, que era una de las favoritas de San Felipe Neri, significa “amar no ser conocido”. Es una frase impresionante. Si uno la repite despacio, se queda asombrado: amar no ser conocido. A diferencia de los maestros, sabios y entendidos del mundo, San Felipe enseñaba a sus discípulos, con palabras y con su propio ejemplo, el gusto por pasar inadvertidos, por resultar insignificantes a los ojos de todos. Nada tiene esto que ver con ser insociable ni mucho menos con el masoquismo, la mezquindad o el apocamiento, sino que es, más bien, el gusto por Belén, por Nazaret, por la Cruz y por la latens Deitas de la Eucaristía.