24.05.08

Iglesia libre en una sociedad libre

Quienes vivimos los tiempos de la transición pensábamos que la nueva Constitución garantizaba la posibilidad de una convivencia pacífica y tranquila entre católicos y no católicos en la nueva sociedad española. El artículo 16 de nuestra Constitución estableció las líneas generales de esta cuestión y al amparo de este artículo hemos tratado de vivir y de actuar pacíficamente durante estos años de vida democrática.

En estos últimos años parece que algunas fuerzas políticas consideran que la Constitución de 1978 es excesivamente condescendiente con la religión, en especial con la Iglesia católica. No quieren un Estado aconfesional, que respeta y favorece la libertad religiosa como parte del bien común, sin hacer suya ninguna confesión ni intervenir en la vida religiosa de los ciudadanos. Prefieren un Estado laicista, que no valora la religión como parte del bien común de los ciudadanos y por tanto trata de excluirla de la vida pública recluyéndola al ámbito de lo estrictamente privado, sin influencia en los asuntos públicos ni en el comportamiento social de los ciudadanos y de las instituciones. Entiendo que la clarificación de las relaciones de la Iglesia católica con las instituciones políticas, en España, es de primera importancia para el bienestar y la estabilidad de nuestra sociedad, bueno para los católicos y bueno para la sociedad en general.

Sin ánimo de polemizar con nadie, buscando simplemente la claridad y el mutuo entendimiento, bajo mi estricta responsabilidad personal, me parece oportuno formular de nuevo cómo entendemos los católicos la presencia y la posible influencia de la Iglesia, y de cualquier otra organización religiosa, en la vida social y pública, en un ordenamiento democrático.

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20.05.08

¡Vaya mandamientos!

No debemos obsesionarnos con el asunto del laicismo. Pero sí conviene estar alerta. Porque la ofensiva sigue. Y no podemos dar un paso atrás.


El periódico Público, muy cercano al PSOE, ha confeccionado y puesto en el candelero lo que llama los 10 mandamientos del laicismo. En realidad son una barrera para excluir al cristianismo de todo lo que sea vida social. Los resumo.

1. Educarás en igualdad. Se entiende, en la igualdad impuesta del laicismo , sin ninguna referencia a Dios ni a religión alguna, ni siquiera a la trascendencia del ser humano.

2. No sermonearás fuera del púlpito. Que quiere decir, las manifestaciones religiosas sólo se pueden tolerar dentro de las Iglesias. Hay que eliminar la enseñanza de la religión en las escuelas.

3. No impondrás tus símbolos al Estado. Los actos oficiales tienen que ser estrictamente laicos. Excluyen los funerales de Estado y hasta las bodas católicas de la familia real.

4. No mezclar lo terreno con lo celestial. Ni himnos ni banderas ni autoridades en las ceremonias religiosas, ni signos religiosos en nada oficial.

5. No acaparar las fiestas del calendario. Pretenden quitar fiestas religiosas y hacer festivas las conmemoraciones civiles.

6. No invadir las instituciones públicas. Fuera los capellanes de hospitales, los castrenses, la existencia del Arzobispado Castrense.

7. Apropiarse del patrimonio. Que la Iglesia reconozca la propiedad pública de Catedrales, Museos, Monasterios.

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17.05.08

Siempre es Pentecostés (III)

Una visión trinitaria de la obra de la salvación

Intentaré ahora presentar una panorámica general de lo que yo entiendo que es la intervención del Espíritu de Dios en la historia de la salvación, en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida.

Jesús es el hombre del Espíritu Santo. Este es el primer dato de la revelación del Nuevo Testamento. El Hijo de Dios, al hacerse hombre y vivir humanamente su personalidad de Hijo, saca al mundo el Espíritu de Dios, incorpora la humanidad, primero la suya y con ella la humanidad entera, a esa convivencia filial con el Padre en el amor y en el abrazo del Espíritu Santo. Todo, en el ser humano de Jesús está promovido y acompañado, ungido, por el Espíritu Santo de Dios.

La Encarnación del Verbo es obra del Espíritu Santo (Lc 1, 25), María, es venerada por la Iglesia como Esposa del Espíritu Santo. Jesús vive y actúa movido continuamente por el Espíritu de dios, que es tanto como decir que vive guiado por su amor y su obediencia filial al Padre. Todo en El es obra del Espíritu de Dios (Jn 3,34). Al principio de su vida pública, en el momento del bautismo, Juan el Bautista lo ve habitado y guiado por el Espíritu (Mt 3, 16). Es el Espíritu quien le conduce al desierto para prepararse antes de comenzar a anunciar públicamente la llegada del Reino de Dios (3, 16). En todo momento Jesús es el “Hijo amado” del Padre, el Hijo sobre el cual reposa y por medio del cual nos llega el abrazo eterno de Dios que es el Espíritu Santo.

De esta filiación mantenida en la unidad del Espíritu, procede el impulso y la autoridad mesiánica de Jesús. Desde el principio de su predicación, Jesús se presenta como el Siervo de Dios ungido, habitado, movido y asistido por el Espíritu Santo de Dios (Lc 4, 18). El gozo de esta unidad permanente con el Padre, fruto del Espíritu Santo, le sostiene y le conforta a pesar de todas las dificultades y sufrimientos (Lc 10, 21). De esta intimidad interior con su Padre brotan sus palabras y sus obras (Mt 12, 16; Jn 7, 16; 8, 27-29. 54-58; 112, 48-50; 14, 10-11. 24-25)

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15.05.08

Siempre es Pentecostés (II)

Quién es el Espíritu Santo. Qué dice Jesús. Qué dicen los primeros cristianos. Teología del Espíritu Santo.

Jesús es el revelador del Espíritu Santo. Hasta que El comienza a hablar de Dios, los hombres no sabíamos nada, o casi nada, de cómo era Dios. Jesús es el que puede hablar de Dios, porque viene de Dios. “El que es de la tierra, habla de cosas de la tierra; pero el que viene del Cielo, habla de lo que ha visto y oído” (Cf Jn 3, 31). Jesús, que viene de Dios, nos habla de que Dios es Padre, nos dice que El es el Hijo de Dios, uno con el Padre, y nos promete la venida del Espíritu Santo, en igualdad con el Padre y con El. Durante su vida, Jesús se siente llevado por el Espíritu y se nos anuncia como el difusor del Espíritu de Dios en el mundo (Cf Jn 7, 37).

Si leemos con atención los libros del Nuevo Testamento, veremos cómo toda la obra de la salvación tiene una estructura y una dinámica trinitaria. Jesús es el Hijo que vive unido al Padre, el Padre le envía y El, terminada y cumplida su vida en este mundo, vuelve al Padre para enviarnos el Espíritu Santo que nos renueva interiormente y nos hace participar con el Hijo de la vida santa y eterna de Dios. El Padre envía, el Verbo encarnado realiza, el Espíritu Santo consuma, lleva a término la obra de salvación.

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13.05.08

Siempre es Pentecostés (I)


Estamos en tiempo de Pentecostés. Es el tiempo real de nuestra vida. Jesús llegó con su humanidad santa al mundo de Dios. El, que es el nuevo Adán, está ya en el paraíso recobrado de la vida eterna. Y desde allí tira de nosotros para que aprendamos a vivir junto a Dios, en ese mundo nuevo que es nuestra vida verdadera y definitiva.

Por eso me ha parecido interesante traer aquí un texto, en el que he intentado ordenar y resumir lo que Jesús nos reveló sobre el Espíritu Santo y lo que este Don supremo hace en nuestra vida y en nuestra santificación.

Con el don del Espíritu Santo, Jesús hace crecer en nosotros el amor de Dios, la experiencia gustosa de la verdad y la bondad de Dios, el deseo de vivir con El y de sintonizar nuestra vida con la suya, con sentimientos de piedad, gratitud, misericordia, donación, gozo, plenitud.

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