9.12.24

Los malos no saben lo que es la maldad

Ningún hombre sabe lo malo que es hasta que ha intentado con mucho esfuerzo ser bueno. Una idea estúpida que corre por ahí es que la gente buena no sabe lo que significa la tentación. Esto es obviamente falso. Solo los que intentan resistirse a la tentación saben lo fuerte que es. Después de todo, se averigua la fuerza del ejército alemán luchando contra él, no rindiéndose. Se averigua la fuerza de un viento intentando caminar contra él, no tumbándose en el suelo. Quien cae en la tentación después de cinco minutos simplemente no sabe cómo habría sido esa tentación una hora después.

Por eso, los malos, en cierto sentido, apenas saben nada sobre la maldad: han vivido una vida resguardada por el mismo hecho de rendirse siempre. No averiguamos la fuerza del impulso hacia el mal que hay en nosotros hasta que intentamos luchar contra él. Cristo, que es el único hombre que nunca cayó en la tentación, es también el único hombre que sabe de verdad lo que es la tentación, el único plenamente realista”.

C.S. Lewis, Mero cristianismo

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2.12.24

¿Cuántos santos conoces?

En un artículo anterior, en el que se hablaba del deber especial de ser santos que tenemos los padres de familia, uno de los lectores hizo una pregunta muy interesante:

“si existe el deber especial de ser santos, apañados vamos. No sé usted, pero yo no conozco personalmente ningún santo”

Un comentario algo descorazonador, claro, pero con mucha miga, porque, en efecto, parece haber muy pocos santos. Incluso en estos tiempos en que se han acelerado las canonizaciones, apenas se canonizan un puñado al año. Así que, como dice el comentarista, en la práctica ser santo es algo imposible estadísticamente hablando, es probable que ni siquiera conozcamos a ninguno y, si no nos conformamos con menos que la santidad, estamos apañados, ¿no?

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28.11.24

El Gran Libro de Aventuras y Curiosidades

Una de las cosas que echo de menos de cuando era pequeño es que, de alguna forma, las cosas eran más reales. Una tarde, un domingo o un verano consistían en que los niños nos ensuciábamos, salíamos a la calle o al campo, subíamos a los árboles y a las rocas, leíamos libros que se podían tocar y oler, montábamos en bicicleta, intentábamos sin éxito cazar un pájaro o una lagartija, nos rompíamos de vez en cuando un brazo, cogíamos peces y renacuajos, nos peleábamos, cantábamos, tirábamos piedras, volvíamos a nuestras madres con heridas en las rodillas… No sigo, que me puede la nostalgia.

Ahora da la impresión de que la vida de los niños es cada vez más electrónica, a menudo para mal. También es menos peligrosa, con innumerables medidas de seguridad que, a la vez que protegen, también atan y limitan. La técnica nos ha traído grandes ventajas y, sobre todo, comodidades, pero también nos ha separado de la realidad, encerrándonos en mundos virtuales. Los juegos se han ido haciendo cada vez menos reales, para hacerse más seguros y adictivos. No todo es malo, ciertamente, pero ¡cuánto hemos perdido!

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25.11.24

Tienen derecho a que seamos santos

Al traducir el libro San Juan Bosco, el santo alegre, me llamaron la atención muchas cosas, pero estas últimas semanas no he dejado de pensar especialmente en el papel de la madre del santo en la vida de su hijo.

Las palabras y sobre todo la santidad personal de Margarita, o “Mamá Margarita”, como la llamaban los niños de la calle a los que cuidaba, fueron determinantes para que su hijo consagrara su vida a Dios:

“era una educadora nata y el principio y el final de todo lo que enseñaba era Dios. Por la mañana y por la noche, todos los miembros de la familia se arrodillaban juntos y pedían el pan de cada día tanto para el alma como para el cuerpo, el valor necesario para actuar bien y el perdón por lo que no hubieran hecho tan bien”.

El joven Juan Bosco recordaría toda su vida las enseñanzas de su madre: el catecismo, a cantar himnos a nuestra Señora, a saber que Dios siempre nos ve y a darle gracias por todo, y tantas otras cosas. Junto a esas enseñanzas, se le quedó grabado el ejemplo de fe y caridad de su madre al ejercer la caridad heroica con los pobres, al atender a los enfermos del pueblo o al esforzarse tenazmente para que su hijo pudiera estudiar y así llegara a ser sacerdote un día. Cuando, una vez ordenado, don Bosco se dedicó a educar y a catequizar a los niños de la calle, su madre tomó sus escasas posesiones, vendió su vestido de novia que era lo más preciado que tenía y se fue con él sin dudarlo, sabiendo que pasaría el final de su vida trabajando como una esclava.

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21.11.24

Quien no odia a su padre y a su madre

No hace mucho, se leyó en Misa la lectura en la que el Señor dice: si alguno viene a mí, y no odia a su padre y a su madre, a su mujer, sus hijos y hermanos y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Con sorpresa, noté que en la nueva traducción española ya no se dice eso, sino “quien no pospone a su padre y a su madre”, etc.

Supongo que es comprensible el cambio, porque lo de “odiar” siempre extrañaba a la gente y así se evita esa extrañeza. Tiendo a pensar, sin embargo, que cuando algún pasaje de la Escritura nos extraña, eso suele indicar que tenemos una especial necesidad de leerlo, comprenderlo y asimilarlo, en lugar de aguarlo para que deje de extrañarnos. Esa extrañeza es el buen escándalo, que nos hace tropezar cuando nuestros caminos no son los de Dios, que nos dice: piensas como los hombres y no como Dios. Veámoslo.

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