6.08.23

El milagro de los milagros

Un lector llamó mi atención el otro día sobre una “minihomilía” acerca de la transfiguración del Señor publicada por un sacerdote cuyo nombre omitiremos discretamente. Es significativo que se trate de un texto brevísimo, porque sería muy difícil decir más barbaridades en menos líneas. Juzguen ustedes mismos:

“Nuestra fe no se basa en fábulas fantásticas , sino en el testimonio de la grandeza de una vida de entrega a Dios y, por eso mismo, volcada en procurar el bienestar, la paz y la plena realización del ser humano. Eso es lo que se transfigura en el monte para que los discípulos de entonces, como los de ahora, no busquemos espectáculos de magia, ni derroches de poder, no fascinaciones momentáneas, sino que podamos reconocer en la vida de Jesús, en su predicación del evangelio y sus gestos de compasión la verdadera naturaleza de nuestro Dios: el amor que se da para que todos podamos vivir de verdad”.

Supongo que, aparte del pelagianismo ramplón que rezuman estas palabras, los lectores estarán de acuerdo en que es asombroso que alguien termine de proclamar el Evangelio diciendo “Palabra del Señor”, para a continuación asegurarnos tranquilamente que lo que afirma esa Palabra de Dios es una fábula fantástica. ¿Quién predica el día de la transfiguración para explicar que, en realidad, no hubo ninguna transfiguración en el sentido milagroso y sobrenatural del término que siempre ha enseñado la Iglesia? Incluso dando por supuesta la buena intención, se requiere un intelecto completamente deformado para mantener esos pensamientos contradictorios y más aún para expresarlos en público, pero ese es, desgraciadamente, el resultado de décadas y décadas de mala formación sacerdotal.

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3.08.23

Hablando de las tentaciones

A veces pienso que la gran mayoría de las homilías mejorarían lo indecible si el sacerdote se limitara a contar lo que dijo sobre el tema algún santo o algún doctor o padre de la Iglesia. Como mínimo, sus palabras tendrían algo de sustancia y, además, tratarían temas que, por no estar de moda en nuestro tiempo, resultan prácticamente desconocidos para los fieles.

A modo de ejemplo, he traducido para el blog un breve fragmento de una homilía sobre las tentaciones pronunciada por San Juan María Vianney, el Cura de Ars y patrono de los sacerdotes. ¿Cuántas homilías se escuchan en nuestras iglesias que sean tan sencillas, claras y a la vez profundas y útiles para la vida cristiana de los fieles? Y eso que el Cura de Ars era más bien limitadito para los estudios. ¿Será que el secreto no está en las reuniones interminables, la psicología, la ecología, la actualidad periodística, el acompañamiento y otras zarandajas, sino en la vida espiritual, el conocimiento de los padres y de la Tradición de la Iglesia, el amor por la Escritura, la santidad y, ante todo, la fe católica?

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21.07.23

¿No hay que hacer sacrificios?

Todos los años, tanto en cuaresma como en días como hoy, cuando en las lecturas de la Misa se lee aquello de “misericordia quiero y no sacrificios”, ya temo de antemano lo que va a pasar. Y, desgraciadamente, mis temores siempre se hacen realidad, porque un gran número de sacerdotes predican sobre esa frase diciendo algo que suena muy bien a oídos modernos, pero no tiene nada que ver con lo que enseña la lectura.

Sea por la pésima formación que han recibido, porque no conocen a los padres de la Iglesia, porque no se molestan en leer los versículos de más arriba o los paralelos bíblicos o por lo que sea, muchos sacerdotes aprovechan esa frase para asegurarnos que Dios no quiere que nos sacrifiquemos, sino que seamos misericordiosos con los demás. Es desolador. Quizá debería darles una pista de que algo no va bien el hecho de que su afirmación, de ser cierta, condenaría lo que la Tradición de la Iglesia ha enseñado sobre hacer sacrificios durante dos milenios, pero aparentemente eso no les preocupa en lo más mínimo.

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17.07.23

¿Qué podemos hacer los laicos en concreto?

Una de las ventajas de los blogs sobre los periódicos o los libros reside en que el autor recibe en directo los comentarios de los lectores y puede darse cuenta de que algo que ha escrito no se ha entendido bien. Eso me ha sucedido con el artículo ¿Qué vamos a hacer con el Sínodo? En él y en relación con el inminente Sínodo de la Sinodalidad, intenté resumir las ideas contrarias a la fe que se han ido introduciendo en la Iglesia en estos últimos años y señalaba que, desgraciadamente, los católicos apenas hemos hecho nada para evitarlo.

Sin darme cuenta, el artículo debió de quedarme pesimista o quietista y en la mente de algunos lectores se introdujo la idea de que yo creía que no podíamos hacer nada para luchar contra los problemas de la Iglesia. Así lo manifiesta, por ejemplo, un comentario del autor del legendario blog Embajador en el infierno, tristemente desaparecido:

“¿De verdad no podemos hacer nada? ¿De verdad no podemos pasar a la acción? ¿Estamos seguros de que Dios no quiere que pasemos a la acción? ¿De verdad?”

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16.07.23

Oración contra la desesperanza

A veces nos engañamos pensando que son los problemas y dificultades que sufrimos o que sufre la Iglesia los que hacen que nos desesperemos, pero no es cierto. Por muy grandes, reales y humanamente insolubles que sean esos problemas, no tienen poder por sí mismos para quitarnos la esperanza¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En todo eso vencemos fácilmente por aquel que nos amó.

La desesperanza, que es la peor trampa que nos puede tender el demonio, proviene siempre de que nos miramos demasiado a nosotros mismos y demasiado poco a Dios, medimos nuestras fuerzas y no las suyas, nos fijamos en lo que es imposible para nosotros y no en que Él lo puede todo.

Por eso, en estos tiempos recios, he pensado que es una buena idea componer una breve oración contra la desesperanza. No hay mejor medicina para ese pecado que mirar humildemente a Cristo y darle gracias una y otra vez por todo.

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