El gran siglo misionero de la Iglesia
RECORDANDO A ARNOLD JANSSEN A LOS DIEZ AÑOS DE SU CANONIZACIÓN
Se ha considerado el siglo XIX como el gran siglo misionero de la Iglesia, y con razón. Europa, al comienzo del siglo XIX, vivía convulsionada una situación de cambios profundos en todos los órdenes de la vida de la sociedad: la Revolución francesa y las revoluciones políticas e industriales en el resto de Europa, el nacimiento de los imperialismos, etc. En este contexto la Iglesia había perdido mucho de su poder de influencia y tuvo que hacer frente también a crisis internas y de relación con los poderes políticos que absorben muchas de sus energías. El resultado fue que la actividad misionera de la Iglesia conoció, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, uno de los momentos más bajos de la Historia.
A partir de 1815 el interés por las misiones comenzó a aumentar en Francia. No fue obra de la jerarquía eclesiástica, más interesada en la necesidad de reevangelizar Francia después de los tiempos de la Revolución y el Imperio, fue obra fundamentalmente de los laicos. Las noticias que llegaban de los pocos misioneros que había suscitaron de nuevo el interés de algunos fieles laicos por colaborar con ellos. En 1817 las Misiones Extranjeras de París fundaron una asociación de ayuda; Pauline Jaricot tomó la responsabilidad de la misma, que en 1822 desembocó en la fundación de la Asociación para la Propagación de la Fe en Lyón (origen de la actual Obra Pontificia), la cual se extendió con rapidez por Francia primero y luego por toda Europa. La fundación de numerosas obras misioneras, asociaciones, revistas, etc., en esta época fue un signo claro del renovado interés que suscitaban las misiones, en un momento en que las informaciones y los viajes se habían facilitado mucho en comparación con el pasado.
El renovado interés por las misiones reclamó el envío de nuevos misioneros. Para ello se restablecieron las antiguas sociedades misioneras francesas. También las grandes órdenes antiguas, una vez restauradas volvieron a enviar misioneros. Pero la gran novedad del siglo XIX fue la fundación de un gran número de congregaciones religiosas de hombres y, sobre todo, de mujeres que se dedicaron a las necesidades pastorales de la época: la asistencia sanitaria, la educación y los pobres. Muchas de esas congregaciones enviarán a sus miembros a misiones o surgirán, incluso, con fines exclusivamente misioneros.
A finales del siglo XIX, la fecha de 1880 supuso un punto de referencia. Indicaba un cambio en la situación política de Europa que influyó notablemente en el desarrollo de la actividad misionera de la Iglesia. Los imperialismos coloniales fueron fruto de una conjunción de factores de muy diversa índole, como fueron los descubrimientos geográficos, las necesidades de materias primas y comerciales, los sueños utópicos, los intereses humanitarios y misionales. Todo ello condujo a una verdadera fiebre colonialista que tuvo que ser regulada por la Conferencia de Berlín (1884-1885), que condujo al reparto de África entre el Reino Unido, Francia y Alemania, dejando a Italia, Portugal y España relegados.