25.11.09

Historias del postconcilio (IV): La polémica del Cardenal Daniélou con algunos superiores generales religiosos

UNAS DECLARACIONES DEL PURPURADO FRANCÉS A LA RADIO VATICANA EN 1972 GUSTARON POCO AL P. ARRUPE Y A OTROS GENERALES RELIGIOSOS

Las declaraciones del Cardenal Daniélou que crearon la polémica con los Generales de ciertos institutos religiosos hay que ponerlas en el marco de la celebración del I Congreso de las Conferencias Nacionales de Religiosos, de uno y otro sexo, después del Vaticano II, celebrado en Roma del 17 al 19 de octubre de 1972. Este Congreso, convocado por la Sagrada Congregación de Religiosos, había sido previsto con miras a la reunión plenaria de la misma Congregación de Religiosos, del 23 al 25 de octubre. Se abrió con un discurso del Cardenal Ildebrando Antoniutti, y se concluyó con un discurso del Santo Padre.

En él se pusieron sobre el tapete todos los problemas que agitaban entonces la vida religiosa, con los cambios, las experiencias, los fermentos renovadores, los aciertos y desaciertos en la aplicación de las directrices conciliares para una acomodada renovación de los institutos religiosos. Luego vino la Plenaria de la Congregación de Religiosos. Parece ser que en la orden del día estaba el punto candente a que se refería el Cardenal, o sea, el de la autorización a los religiosos observantes para constituir comunidades aparte. Y antes, justamente, de esa Plenaria surgieron las Declaraciones del Cardenal en Radio Vaticana el 23 de octubre del 1972. Helas aquí traducidas del italiano:

“Cuestión: ¿Se da hoy, realmente, una crisis de la vida religiosa, y cuáles serían las dimensiones y los síntomas?

Card. Daniélou.-Estamos en presencia de una crisis muy grave de la vida religiosa: no se puede hablar de renovación sino de decadencia. Esta crisis afecta, en primer lugar, al mundo atlántico. La Europa del Este y los pueblos de África y Asia gozan de una situación mucho más sana. La crisis se manifiesta en todos los campos. Los Consejos evangélicos han dejado de considerarse como consagración a Dios, para ser vistos en una perspectiva sociológica y psicológica. Existe, sí, la preocupación de no parecer burgueses, pero en el plano individual ya no se practica la pobreza. La obediencia religiosa se sustituye por la dinámica del grupo. Bajo pretexto de ir contra los formalismos, se abandona toda regularidad en la vida de oración. Las consecuencias de este estado de confusión se advierten, sobre todo, en la escasez de las vocaciones. Pues los jóvenes lo que quieren es una formación seria. Par otra parte se dan continuos abandonos de la vida religiosa, lo que produce escándalo, pues se rompe el pacto que unía al pueblo de Dios.

Leer más... »

22.11.09

Historia de un clérigo que, metido a revolucionario, hizo mucho daño a la Iglesia

EL OBISPO CHARLES MAURICE DE TALLEYRAND, ELESIÁSTICO AMBICIOSO, POLÍTICO INTRIGANTE Y REVOLUCIONARIO

Príncipe de Benevento, Obispo de Autun, ministro francés y embajador, nació en París el 13 de febrero de 1754 y murió allí, en mayo de 1838. Fue el mayor de una antigua familia francesa, destinado a las Santas Órdenes debido a un accidente que lo dejó cojo. Habiendo completado sus estudios en el Colegio de Harcourt, fue a St.Sulpice y contra su inclinación, se convirtió en Abad. Leyó entonces “la mayoría de los libros revolucionarios", y a la larga dejó su vida sacerdotal y se zambulló en el libertinaje del período. Aún así, habiendo sido ordenado sacerdote (1779) y designado agente general del clero (1780) adquirió rápidamente reputación de hombre de habilidad. La Asamblea del Clero de Francia de 1782 lo designó su promotor, y en 1785 se convirtió en secretario. Debido a su notoria inmoralidad sólo obtuvo una sede episcopal a través de una retorcida promesa del rey a su padre agonizante, el Conde Daniel de Talleyrand.

Consagrado el 16 enero de 1789, y promovido al Obispado de Autun, sólo apareció en su diócesis para ser elegido miembro de los “Etats Généraux". Pronto se volvió uno de los personajes más importantes de Europa, y utilizó cada oportunidad para promover sus intereses privados.

Opuesto en su corazón a una revolución que acusó de tener “desmembrada a Francia", primero le aconsejó a Luis XVI disolver la Asamblea, pero creyéndolo irresistible, se alió al movimiento democrático. Como miembro del Comité Constitucional, tomó parte en “la Declaración de los Derechos de Hombre". Exaltó la expoliación del clero y prestó juramento a la Constitución Civil. Sin embargo su cabildo, lo presentó como merecedor de “la infamia en este mundo y condenación en el próximo", entonces resignó su sede. Habiendo consagrado a varios obispos constitucionales, Gobel recibió el Obispado de París, fue excomulgado por el Informe obispal de 13 abril, 1791. Le enviaron a Londres en una misión diplomática extraoficial para intentar organizar una alianza franco-inglesa en 1792. No pudo, sin embargo, obtener más que una promesa de neutralidad. Finalmente desterrado por la Convención, escapó a los Estados Unidos. Al retornar a París en marzo, 1796, y, debido a la influencia de Barras, fue designado Ministro de Asuntos Extranjeros. Él dio inmediatamente la bienvenida a Bonaparte como el gran auxiliar “quién podría allanar cualquier cosa".

Leer más... »

19.11.09

Memoria histórica: El anticlericalismo de la 2ª República (II)

SEGUNDO PERIODO: NOVIEMBRE 1933 A 16 FEBRERO DEL 1936. LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS

La derrota del partido socialista en las elecciones del 19 de noviembre de 1933 hizo prevalecer la corriente violenta que consideraba imposible hacer triunfar su ideología por las vías legales; la república burguesa no era instrumento apto para lograr los objetivos del proletariado. Y se comenzó a preparar la revolución armada. El malestar social -escribe Cárcel Ortí-, creció durante los meses de enero y febrero de 1934 con frecuentes huelgas, atracos e incendios de alguna iglesia y se agravó durante la primavera y el verano. El 4 de octubre de dicho año hubo una huelga general unida a un movimiento revolucionario en toda España, que triunfó en Asturias y Cataluña pero fracasó en el resto del país. El día 6 fue proclamado en Barcelona el Estat Catalá, pero solo duró diez horas, porque la sublevación quedó controlada por el Ejército; pero en Asturias los revolucionarios dominaron las cuencas mineras y el 6 de octubre se hicieron dueños de Oviedo (V. CÁRCEL ORTÍ, o.c., p. 61).

Se había creado un comité encargado de preparar la revolución formado por Largo Caballero (en la foto), Enrique de Francisco y Anastasio de Gracia. Besteiro y Prieto redactaron el programa político que debería actuarse después de la revolución (A. RAMOS OLIVEIRA, Historia de España, III, Méjico 1952, pp. 207, 208). Las milicias socialistas comenzaron su preparación. Vestían camisas rojas, se ejercitaban en el tiro. Fueron procurándose cantidades ingentes de armamento. En la Casa del Pueblo de Madrid se hallaron docenas de fusiles, revólveres, ametralladoras, 107 cajas de cartuchos, 37 cajas de bombas de mano. En otros muchos lugares se encontraron armas y talleres para la fabricación de bombas con dinamita.

La Revolución de Asturias (5-18 octubre 1934), fue el episodio más lamentable y sangriento de este período. Si la huelga general del 5 de octubre declarada por el partido socialista y la UGT. fracasó en la mayor parte de España -aunque en ciudades como Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Eibar, Mondragón, Santander, León hubo lucha violenta que fue controlada y vencida en un par de días- sin embargo donde tomó carácter de verdadera tragedia, fue en Asturias. En la cuenca minera de Asturias los socialistas invitaron a los comunistas y anarquistas a tomar parte en la revolución; todos juntos ocuparon la cuenca minera el día 5 y se dirigieron a la capital Oviedo, a la que pusieron sitio y ocuparon parcialmente. El Gobierno envió fuerzas del ejercito de África que consiguieron controlar la situación el 12 de octubre, y el 18 se rendían los sublevados. Continuaron la lucha no pocos mineros huidos a los montes.

Leer más... »

16.11.09

Sor Pascualina, la mujer que los curialistas de la época llamaban "virgo potens"

PÍO XII CONFIÓ PLENAMENTE EN SU SECRETARIA, QUE MUCHOS MIRARON CON RECELO POR EL GRAN ASCENDIENTE QUE TUVO SOBRE ÉL

RODOLFO VARGAS RUBIO

Es conocido el dicho: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Pío XII fue grande por muchos conceptos, aunque algunos ahora discuten su envergadura. Al menos no se le podrá negar haber sido el pontífice que mejor encarnó la idea de grandeza unida tradicionalmente al Papado. Pues bien, detrás de Eugenio Pacelli se escondía una mujer más bien diminuta, pero con un temple de acero y una voluntad a toda prueba: sor Pascualina Lehnert, monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen». Así comenzaba don Apeles Santolaria de Puey y Cruells un capítulo que en su enjundioso libro Historias de los Papas (1999) dedicó a la más influyente y menos visible mujer que ha habido cerca del trono de Pedro. Y las hubo de campanillas: desde las Teofilactas hasta la reina Cristina de Suecia, pasando por la condesa Matilde, Lucrecia Borgia y donna Olimpia Maidalchini.

La Madre Pascalina (o Pascualina) –como se la conocía popularmente– fue llamada de manera irónica y maliciosa la Virgo potens por aquellos que soportaban mal su ascendiente sobre Pío XII y su posición de privilegio en los Palacios Apostólicos. En un mundo tradicionalmente cerrado y dominado por hombres, las mujeres desempeñaban tareas muy subalternas y, desde luego, no en el entorno inmediato del Papa. Por eso, ya Pío XI había debido enfrentarse a los monseñores vaticanos cuando se trajo consigo desde Milán a su fiel gobernanta lombarda, Teodolinda Banfi, para que le llevara los apartamentos papales. Pero la monja a la que Eugenio Pacelli otorgó toda su confianza fue mucho más que un ama de llaves: fue también secretaria y confidente, fue la organizadora y gobernadora indiscutible del entorno del Papa, sólo que, imbuida de un sentido sobrenatural de las cosas, nunca abusó de esta circunstancia ventajosa. Y ello en medio de un mundillo donde el carrierismo es una tentación cotidiana.

La historia de esta extraordinaria mujer comienza en Ebersberg, un pueblo de la Baja Baviera (la misma región donde vería la luz Benedicto XVI), donde nació el 25 de agosto de 1894. Era la séptima de los doce hijos de un matrimonio de campesinos fervientemente católicos. Desde pequeña dio muestras de su gran sentido de responsabilidad y de orden, así como de su dedicación al trabajo. Ayudaba como ninguna en las tareas domésticas. Con quince años marchó de la casa paterna para seguir una temprana vocación religiosa, ingresando en la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen, fundada en Suiza a mediados del siglo XIX y dedicada fundamentalmente a la enseñanza. Hecha la profesión religiosa con el nombre de sor Josefina, la joven monja fue destinada a la instrucción de niñas en colegios de la congregación. En uno de éstos se encontraba cuando en marzo de 1918 la mandó llamar la madre provincial de Alttöting (casa de la que dependía) para enviarla, junto a otra hermana, para ayudar en la organización material de la nunciatura de Munich por un período de dos meses. Sólo que, como escribió en sus memorias, la ayuda se prolongó indefinidamente.

Leer más... »

13.11.09

La evangelización de América: Las peripecias del primer obispo de América

LA BREVE AVENTURA AMERICANA DE FRAY JUAN DE QUEVEDO, PRIMER OBISPO DEL NUEVO MUNDO

El breve pero intenso periodo apostólico del obispo fray Juan de Quevedo en la llamada “Castilla del oro", hoy corresppondiente a tierras fronterizas entre Colombia y Panamá, es interesantísimo pues ilustra las dificultades prácticas y las tentaciones con que se encontraban los evanglizadores que llegaban a América, en general llenos de buena voluntad. Este religioso franciscano, que ostenta el título histórico de primer obispo del Nuevo Mundo, nacido en Bejorí, en la región montañosa de Burgos, y murió cerca de Barcelona, el 24 de diciembre de 1519. Se hizo franciscano en la Provincia de Andalucía, de la que llegó a ser ministro provincial y la mayor parte de su vida se desarrolló en Sevilla, donde fue, por lo menos en dos períodos distintos, guardián (o superior) del monasterio franciscano. Todo parece indicar que en 1513 fue nombrado predicador de la capilla del rey; sin duda Fernando el Católico, durante su estancia en Sevilla, de febrero a junio de 1511, conoció las prendas de gran orador que adornaban al fraile, las cuales éste confirmó en el ejercicio de su ministerio en palacio, de donde nació la candidatura para la mitra del Darién. Postulado pues por el rey Fernando, fue nombrado por el papa León x para que inaugurara la diócesis de Santa María la Antigua del Darién.

¿Qué sabemos sobre esta ciudad? La historia nos da algunos datos de esta antigua localidad colombiana, Santa María la Antigua del Darién, situada a unos 5 km del golfo de Urabá, cerca de la frontera con Panamá. Fundada por Martín Fernández de Enciso el 25 de diciembre de 1510 a sugerencia de Vasco Núñez de Balboa, recibió su nombre en homenaje a la imagen venerada en Sevilla de Santa María la Antigua, añadiéndose ‘del Darién’ para rememorar la comarca de su ubicación. Allí tuvo sede la gobernación de Pedro Arias Dávila y fue su primer obispo fray Juan de Quevedo. A partir de 1514, coincidiendo con el episcopado de fray Juan, fue notorio su adelanto: se construyeron más de 100 casas, una catedral, la iglesia de San Sebastián, el convento de San Francisco, un hospital y la Casa de Fundición. El clima inhóspito que rechazó a los colonizadores y la fundación de la ciudad de Panamá llevaron a su progresivo abandono desde 1519, pese a lo cual siguió siendo sede episcopal. En el siglo XVIII su ocaso fue casi total y en la actualidad no es más que un pequeño caserío.

Personaje importante en la aventura americana de Fray Juan de Quevedo fue el ya nombrado gobernado Pedro Arias Dávila, conocido popularmente por Pedrarias. Había nacido en Segovia, de familia noble de origen judío, y se educó en la corte del rey de Castilla Juan II. Participó en la guerra de Granada (1481-1492) y, desde 1508 hasta 1511, en las campañas del norte de África, en las que se distinguió por la defensa del castillo de Bujía. Al contar con el apoyo del obispo Juan Rodríguez de Fonseca, el rey de Aragón y regente de Castilla Fernando el Católico le nombró en 1513 gobernador y capitán general del Darién, que a partir de entonces pasó a denominarse Castilla del Oro.

Leer más... »

11.11.09

En la familia Borgia floreció, sorprendentemente, la santidad

Conversión del duque de Gandía, Museo del Prado

El bisnieto de Alejandro VI y sobrino de Lucrecia Borgia: San Francisco de Borja

La Iglesia entera, y muy especialmente la Compañía de Jesús, han comenzado las celebraciones del año jubilar con ocasión del quinto centenario del nacimiento de San Francisco de Borja, un personaje fascinante del periodo de la contrarreforma católica, y esto por muchas razones. En primer lugar, su vida es toda una aventura y muestra cómo la carrera del poder terreno no necesariamente llena el corazón de los que la siguen; en segundo lugar, como Prepósito General de La Compañía de Jesús dejó una huella profunda en aquella institución; por otro lado es muy interesante estudiarlo como típica figura de la contrarreforma, en relación otros santos de la época que fueron sus amigos: Santa Teresa de Jesús, San Ignacio, San Carlos Borromeo, San Roberto Bellarmino, etc…

Pero el aspecto que más me impresiona de Francisco de Borja y Aragón, el que fue Duque de Gandía y Marqués de Llombay, además de Grande de España y Virrey de Cataluña, es cómo de una familia tan poco ejemplar pudo florecer un tal ejemplo de santidad. Los Borja, que en Italia se convirtieron en Borgia por cuestiones de pronunciación, fueron al menos, por ponerlo suavemente, una familia controvertida, por no decir cosas peores (que muchos historiadores han dicho, aunque no esté yo de acuerdo con toda esa leyenda negra). Pues que en esa familia surgiese la santidad es, por lo menos, admirable, aunque no es un caso único. Poco después, en otra familia “controvertida” como la de los Gonzaga surgió un ejemplo sublime de santidad como fue San Luis Gonzaga.

Pues bien, la carrera, conversión y ascenso hasta la santidad de Francisco de Borja adquiere mayor valor a la luz de sus orígenes familiare. Su abuelo, Juan Borja, el Segundo hijo de Alejandro VI, fue asesinado en Roma el 14 de junio de 1497 por un asesino desconocido, pero su familia siempre creyó que había sido César Borgia (Borja). Rodrigo Borgia, electo papa en 1402 bajo el nombre de Alejandro VI, tenía ocho hijos. El mayor, Pedro Luis, obtuvo en 1485 el hereditario ducado de Gandía en el reino de Valencia, el cual, a su muerte, pasó a su hermano Juan, quien estaba casado con María Enríquez de Luna. Habiendo quedado viuda debido al asesinato de su marido, María Enríquez renunció a su ducado y se dedicó piadosamente a la educación de sus dos hijos, Juan e Isabel. Luego del matrimonio de su hijo en 1509, siguió el ejemplo de su hija, quien había retirado al convento de las Clarisas Pobres en Gandía y fue mediante estas dos mujeres que la santidad entró a la familia Borja y en la Casa de Gandía había empezado el trabajo de reparación que Francisco de Borja habría de culminar. Biznieto de Alejandro VI por vía paterna, era, por el lado de su madre, biznieto del Rey Católico Fernando de Aragón. Este monarca había procurado el nombramiento de su hijo natural, Alfonso al Arzobispado de Zaragoza, a la edad de nueve años. De Ana de Gurrea, Alfonso tuvo dos hijos, quienes lo sucedieron en su sede arquiepiscopal y dos hijas, una de las cuales, Juana, se casó con el duque Juan de Gandía y se convirtió en la madre de nuestro santo. De este matrimonio Juan tuvo tres hijos y cuatro hijas. De un segundo, contraído en 1523, tuvo cinco hijos y cinco hijas. El mayor de todos y heredero al ducado era Francisco.

Piadosamente criado en una corte que sentía la influencia de las dos Clarisas, madre y hermana del duque reinante, Francisco perdió a su propia madre cuando tenía diez. En 1521, una sedición entre el populacho puso en peligro la vida del niño y la posición de la nobleza. Cuando el disturbio fue suprimido, Francisco fue enviado a Zaragoza a continuar su educación en la corte de su tío, el arzobispo, un ostentoso prelado que nunca había sido consagrado y ni siquiera ordenado sacerdote. A pesar de que en esta corte se mantenía la católica fe española, caía, sin embargo, en la laxitud permitida por los tiempos y Francisco no podía evitar notar la relación que tenía su abuela con el fallecido arzobispo, a pesar de que estaba en deuda con ella por su temprano entrenamiento religioso. Mientras estuvo en Zaragoza, Francisco cultivó su mente y llamó la atención de sus parientes por su fervor. Ellos, deseosos de asegurar la fortuna del heredero de Gandía, le enviaron a los doce años a Tordesillas como paje de la Infanta Catalina, la hija menor y compañera en soledad de la infortunada reina, Juana la Loca.

En 1525 la infanta se casó con el rey Juan III de Portugal y Francisco regresó a Zaragoza a completar su educación. Finalmente, en 1528, la corte de Carlos V fue abierta para él y un futuro brillante apareció ante él. En su camino a Valladolid, mientras pasaba, brillantemente escoltado, por Alcalá de Henares, Francisco encontró a un pobre hombre a quien los asociados de la Inquisición llevaban a prisión. Era Ignacio de Loyola. El joven noble intercambió una mirada de emoción con el prisionero, sin pensar que algún día estarían unidos por lazos estrechos. El emperador y la emperatriz recibieron a Borja más como amigo que como súbdito. Tenía diecisiete, dotado con múltiples encantos, acompañado por un magnífico tren de seguidores y, luego del emperador, su presencia era la más galante y caballerosa en la corte. En 1529, por deseo de la emperatriz, Carlos V le dio la mano de Leonor de Castro en matrimonio, haciéndolo al mismo tiempo, Marqués de Lombay y Escudero de la emperatriz y nombrando Camarera Mayor a Leonor. El recién creado Marqués de Lombay disfrutó de una posición privilegiada. Cuando el emperador viajaba o conducía una campaña, le confiaba al joven escudero el cuidado de la emperatriz y a su regreso a España lo trataba como confidente y amigo. En 1535 Carlos V guió la expedición a Túnez sin la compañía de Borja, pero al año siguiente el favorito siguió a su monarca a la desafortunada campaña en Provenza. Además de sus virtudes que lo hacían el modelo de la corte y los atractivos personales que le adornaban, el marqués de Lombay poseía un refinado gusto musical. Se deleitaba sobre todo, en composiciones eclesiásticas y testificando la habilidad del compositor, se puede asegurar que en el siglo XVI y antes de Palestrina, Borja fue uno de los principales restauradores de la música sacra.

En 1538 un octavo niño nació de los marqueses de Lombay y el 1 de mayo del año siguiente, la emperatriz Isabel murió. El escudero fue comisionado para llevar sus restos a Granada, donde fueron enterrados el 17 de mayo. La muerte de la emperatriz causó el primer revés en la brillante carrera de los Marqueses de Lombay. Los alejó de la corte y le enseñó al noble la vanidad de la vida y de sus grandezas. San Juan de Ávila predicó el sermón funerario y Francisco, haciéndole saber su deseo de reformar su vida, regresó a Toledo resuelto en ser un perfecto cristiano. El 26 de junio de 1539, Carlos V nombró a Borja virrey de Cataluña y la importancia del cargo probó las genuinas cualidades del cortesano. Instrucciones precisas determinaron su curso de acción. Fue a reformar la administración de justicia, poner en orden las finanzas, fortificar la ciudad de Barcelona y reprimir a los que estaban fuera de la ley. A su llegada a la virreinal ciudad, el 23 de agosto, procedió de inmediato, con una energía que no podía derrumbar la oposición, a edificar los rampantes, limpiar el país de las bandas que lo asolaban, reformar los monasterios y desarrollar el aprendizaje. Durante su virreinato se mostró juez inflexible y sobre todo cristiano ejemplar. Pero una serie de graves pruebas estaban destinadas a desarrollar en él el trabajo de santificación iniciado en Granada.

En 1543, a la muerte de su padre, se convirtió en Duque de Gandía y fue nombrado por el emperador Director de la Casa del príncipe Felipe de España, quien se había casado con la princesa de Portugal. Este nombramiento parecía indicar que Francisco sería el primer ministro del futuro reinado, pero los reyes de Portugal se opusieron al nombramiento. Francisco, entonces, se retiró a su ducado de Gandía y durante tres años esperó la terminación del disgusto que lo alejaba de la corte. Se dedicó por placer, a reorganizar su ducado, a encontrar una universidad para obtener el grado de Doctor en Teología y a buscar un grado aún más alto de virtud. En 1546 su esposa murió. El duque había invitado a los jesuitas a Gandía y se convirtió en su protector y discípulo e incluso en ciertos casos, en su modelo. Pero deseaba aún más y el 1 de febrero de 1548 se hizo uno de ellos al pronunciar el solemne voto de religión, aunque fue autorizado por el Papa a permanecer en el mundo, hasta que hubiera cumplido sus obligaciones hacia sus hijos y sus estados –sus obligaciones como padre y gobernante.

El 31 de agosto de 1550, el duque de Gandía abandonó sus estados para no verlos nunca más. El 23 de octubre arribó a Roma, se puso a los pies de San Ignacio y edificó mediante su rara humildad especialmente a aquellos que recordaban el antiguo poder de los Borja. Rápido para concebir grandes proyectos, incluso entonces urgió a San Ignacio a fundar el Colegio Romano. El 4 de febrero de 1551, dejó Roma, sin dar a conocer la intención de su partida. El 4 de abril llegó a Azpeitia en Guipúzcoa y eligió como residencia la ermita de Santa Magdalena cerca de Oñate. Habiéndole permitido Carlos V renunciar a sus posesiones, abdicó a favor de su hijo mayor, fue ordenado sacerdote el 25 de mayo y de inmediato comenzó a predicar una serie de sermones en Guipúzcoa, la cual revivió la fe del país. Nada se habló más en España que este cambio de vida y Oñate se convirtió en lugar de intenso peregrinaje. El neófito fue obligado a apartarse de la oración con el fin de predicar en las ciudades que lo llamaban y a las cuales sus ardientes palabras, su ejemplo e incluso su mera presencia, marcaban profundamente. En 1553 fue invitado a visitar Portugal. La corte le recibió como mensajero de Dios y le rindió, por lo tanto, una veneración que se ha preservado. A su regreso de esta jornada, Francisco supo que, a petición del emperador, el Papa Julio III lo nombraba al cardenalato. San Ignacio logró que el Papa reconsiderara esta decisión, pero dos años más tarde el proyecto fue renovado y Borja ansiosamente si, en conciencia, se podría oponer al Papa. San Ignacio de nuevo lo relevó de esta carga al pedirle que pronunciara los solemnes votos de profesión, por los cuales se comprometió a no aceptar ninguna dignidad salvo bajo orden formal del Papa. De este modo, el santo se reaseguró. Pío IV y Pío V lo amaron demasiado como para imponerle una dignidad que le hubiera causado sufrimiento. Gregorio XIII, sin embargo, parecía resuelto, en 1572 para ignorar este rechazo, pero en esta ocasión la muerte le salvó de la elevación que tanto había temido.

El 10 de junio de 1554, San Ignacio nombró a Francisco de Borja comisario general de la Compañía en España. Dos años más tarde le confió el cuidado de las misiones de las Indias Orientales y Occidentales, es decir de todas las misiones de la Compañía. Hacer esto fue confiarle a un recluta el futuro de su orden en la península, pero al hacer esto el fundador demostró su raro conocimiento de los hombres, dado que en siete años Francisco transformaría las provincias confiadas a él. Las encontró con pocos súbditos, con unas cuantas casas y poco conocidos. Las dejó fortalecidas por su influencia y ricas en discípulos obtenidos de los más altos grados de la sociedad. Estos últimos, cuyo ejemplo les había atraído mucho, se reunían principalmente en su noviciado en Simancas y fueron suficientes para numerosas fundaciones. Todo le ayudó a Borja –su nombre, santidad, su notorio poder de iniciativa y su influencia con la princesa Juana, quien gobernó Castilla en ausencia de su hermano Felipe. El 22 de abril de 1555, la reina Juana la Loca murió en Tordesillas, asistida por Borja. A la presencia del santo se le atribuye la serenidad de la reina en sus últimos momentos. La veneración que inspiraba se incrementó, entonces y aún más su extrema austeridad, el cuidado que prodigaba a los pobres en los hospitales, las maravillosas gracias con las que Dios rodeaba su apostolado, contribuyeron a aumentar un renombre que él aprovechaba para ayudar el trabajo de Dios. En 1565 y 66 fundó las misiones de Florida, Nueva España y Perú, extendiendo así al Nuevo Mundo los efectos de su celo insaciable.

En diciembre de 1556 y en otras tres ocasiones, Carlos V se encerró en Yuste. De inmediato convocó a su antiguo favorito, cuyo ejemplo había hecho mucho para inspirarlo en el deseo de abdicar. En agosto siguiente lo envió a Lisboa con varios asuntos relacionados con la sucesión de Juan III. Cuando el emperador murió el 21 de septiembre de 1558, Borja no pudo estar presente a su lado, pero fue uno de los ejecutores testamentarios nombrados por el monarca y fue quien, en los solemnes servicios en Valladolid, pronunció la elegía del soberano muerto. Este periodo de éxitos sería cerrado por una prueba. En 1559 Felipe II regresó a reinar a España. Prejuiciado por varias rezones (prejuicio fomentado por muchos envidiosos de Borja, algunos de cuyos interpelados trabajos habían sido recientemente condenados por la Inquisición), Felipe pareció haber olvidado su antigua amistad con el Marqués de Lombay y manifestó hacia él un disgusto que se incrementó cuando supo que el santo había ido a Lisboa. Indiferente a esta tormenta, Francisco continuo por dos años en Portugal su predicación y sus fundaciones y entonces, a solicitud del papa Pío IV, fue a Roma en 1561. Pero las tormentas tienen su misión providencial. Podría cuestionarse si por la desgracia de 1543, el duque de Gandía se había hecho religioso y si, por la prueba que lo ausentó de España, pudo realizar el trabajo que le esperaba en Italia. En Roma no pasó mucho antes de que atrajera la atención del público. Los cardenales Otho Truchsess, arzobispo de Augsburgo, Stanislaus Hosius y Alejandro Farnesio le manifestaron una sincera amistad. Dos hombres principalmente se regocijaron con su llegada. Fueron Michael Chisleri, futuro papa Pío V y Carlos Borromeo, a quien el ejemplo de Borja ayudó a convertirse en santo.

El 16 de febrero de 1564, Francisco de Borja fue nombrado asistente general en España y Portugal y el 20 de febrero de 1565, fue nombrado vicario general de la Compañía de Jesús. Fue elegido general el 2 de julio de 1565 por 31 votos de 39, para suceder al Padre Santiago Laynez. A pesar de estar muy debilitado por sus austeridades, desgastado por ataques de gota y una afección del estómago, el nuevo general aún poseía mucha fortaleza, la cual, añadida a su abundancia de iniciativa, su atrevimiento en la concepción y ejecución de vastos designios y la influencia que ejercía sobre los príncipes cristianos y en Roma, le hicieron de inmediato un modelo ejemplar y cabeza providencial de la Compañía.

Completó en Roma la casa e iglesia de S. Andre en el Quirinal en 1567. Ilustres novicios se apacentaron ahí, entre ellos Estanislao Kotska (m. 1568) y Rodolfo Acquaviva. Desde su primer viaje a Roma, Borja había tenido la preocupación de fundar un colegio romano y mientras estuvo en España, había apoyado generosamente el proyecto. En 1567, construyó la iglesia del colegio, le aseguró un ingreso de seis mil ducados y al mismo tiempo trazó la regla de estudios, la cual, en 1583, inspiró a los compiladores del Ratio Studiorum de la Compañía. Siendo un hombre de oración como lo era de acción, el santo general, a pesar de sus inmensas ocupaciones, no permitía que su alma se distrajera de la continua contemplación. Fortalecida por tan vigilante y santa administración, la Compañía no pudo sino desarrollarse. España y Portugal sumaron muchas fundaciones; en Italia San Francisco creó la provincia romana y fundó varios colegios en el Piamonte. Francia y las provincias del norte fueron, sin embargo, al mayor campo de sus triunfos. Durante los siete años de su gobierno, Borja introdujo tantas reformas en la Compañía como para merecer ser llamado su segundo fundador. Tres santos de esta época trabajaron incesantemente para ayudar al renacimiento del catolicismo; ellos fueron San Francisco de Borja, San Pío V y San Carlos Borromeo.

El pontificado de Pío V y el generalato de Borja comenzaron con un intervalo de unos cuantos meses y terminaron casi al mismo tiempo. El papa santo tenía entera confianza en el general santo, quien correspondía con inteligente devoción a cada deseo del pontífice. Fue él quien inspiró al papa la idea de exigir de las Universidades de Perugia y Bolonia y eventualmente, de todas las universidades católicas, una profesión de fe católica. Fue también él quien, en 1568, deseó que el papa nombrara una comisión de cardenales encargados de promover la conversión de infieles y herejes, la cual fue el germen de la Congregación para la Propagación de la Fe, establecida más tarde por Gregorio XV en 1622. Una fiebre pestilente invadió Roma en 1566 y Borja organizó métodos de alivio, estableció ambulancias y distribuyó a cuarenta de sus religiosos para tal propósito, de manera que habiendo terminado la epidemia dos años después, fue a Borja a quien el papa confió la seguridad de la ciudad.

Francisco de Borja siempre había amado las misiones extranjeras. Reformó aquellas de la India y el Extremo Oriente y creó las de América. En unos cuantos años tuvo la Gloria de tener entre sus hijos a sesenta y seis mártires, los más ilustres de los cuales fueron los 53 misioneros de Brasil quienes con su superior, Ignacio Acevedo, fueron masacrados por corsarios hugonotes. Sólo le quedaba a Francisco terminar su Hermosa vida con un espléndido acto de obediencia al Papa y devoción a la Iglesia.

Entre otros felices resultados, logró del rey, Don Sebastián, pedir en matrimonio la mano de Margarita de Valois, la hermana de Carlos IX. Este era el deseo de San Pío V, pero, habiendo sido formulado demasiado tarde, fue frustrado por la reina de Navarra, quien mientras tanto había asegurado la mano de Margarita para su hijo. Una orden del Papa expresó su deseo de que la embajada también llegara a la corte francesa. El invierno prometía ser severo y sería fatal para Borja. Aún más fatal para él fue el espectáculo de la devastación que había causado la herejía en el país, lo cual hirió gravemente el corazón del santo. En Blois, Carlos IX y Catalina de Médicis le dieron a Borja la recepción debida a un Grande de España, pero al cardenal legado, así como a él le dieron solo palabras amables con poca sinceridad. El 25 dejaron Blois.

Para cuando llegaron a Lyon, los pulmones de Borja ya estaban afectados. Bajo estas condiciones el paso del monte Cenis, sobre caminos nevados fue extremadamente doloroso. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el inválido llegó a Turín. En el camino la gente salía de las villas clamando: “Queremos ver al Santo”. Advertido de la condición de su primo, Alfonso de Este, duque de Ferrar, mandó por él a Alejandría y lo llevó a su ciudad ducal donde permaneció del 19 de abril al 3 de septiembre. Desesperaron de su recuperación y se dijo que no sobreviviría al otoño. Deseando morir en Loreto o en Roma, partió en una litera el 3 de septiembre, pasó ocho días en Loreto y luego, a pesar de los sufrimientos causados por el más mínimo brinco, ordenó a los porteadores que se dirigieran con mayor velocidad a Roma. Se esperaba que en cualquier instante vería el final de su agonía. Alcanzó la “Porta del Popolo” el 28 de septiembre. El moribundo detuvo su litera y agradeció a Dios que había sido capaz de completar este acto de obediencia. Fue trasladado a su celda, la cual pronto fue invadida por cardenales y prelados. Durante dos días Francisco de Borja, completamente consciente, esperó la muerte, recibiendo a todos los visitantes y bendiciendo, mediante su hermano menor, Tomás de Borja, a todos sus hijos y nietos. Poco después de la media noche del 30 de septiembre, su hermosa vida llegó a un hermoso e indoloro final. En la Iglesia Católica él ha sido uno de los más notables ejemplos de la conversión de las almas luego del Renacimiento y para la Compañía de Jesús había sido el protector escogido por la Providencia a quien, luego de San Ignacio, le debe más.

En 1607, el duque de Lerma, ministro de Felipe III y nieto de San Francisco de Borja, habiendo visto a su nieta milagrosamente curada por intercesión de Francisco, causó que iniciara el proceso de canonización. El proceso ordinario comenzó de inmediato en varias ciudades y fue seguido, en 1637, por el proceso Apostólico. En 1617 Madrid recibió los restos del santo. En 1624 la Congregación de los Ritos anunció que se procedería a su beatificación y canonización. La beatificación fue celebrada en Madrid con esplendor incomparable. Puesto que Urbano VIII había decretado, en 1631, que un Santo no podría ser canonizado sin un nuevo procedimiento, se inició otro proceso. Estaba reservado para Clemente X firmar la Bula de canonización de San Francisco de Borja el 20 de junio de 1670. Librado del decreto de José Bonaparte quien, en 1809, ordenó confiscar todos los santuarios y objetos preciosos, el relicario de plata que contiene los restos del santo, luego de varias vicisitudes, fue llevado, en 1901, a la iglesia de la Compañía de Jesús en Madrid, donde es honrado actualmente.

Con razón España y la Iglesia veneran en San Francisco de Borja a un gran hombre y un gran santo. Los más altos nobles de España están orgullosos de descender de él o de tener conexión con él. Por su penitencia y vida apostólica reparó los pecados de su familia y dio gloria a un nombre que, de no ser por él, habría permanecido siendo fuente de humillación para la Iglesia. Su fiesta se celebra el 3 de octubre.

8.11.09

Memoria histórica: El anticlericalismo de la 2ª República española (I)

DESDE EL PRIMER MOMENTO LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA MOSTRÓ A LAS CLARAS SU ANTICLERICALISMO.
PRIMER PERIODO: DE ABRIL DE 1931 A OCTUBRE DE 1933

Todas las actividades anticlericales y de persecución más o menos declarada contra la Iglesia se desataron con toda virulencia al llegar la República el 14 de abril de 1931. A pesar de lo que algunos historiadores hoy quieren hacernos creer, presentando la barbarie contra la Iglesia como consecuencia inevitable de la guerra civil, la verdad es que ya desde 1931 el Gobierno se mostró claramente contrario a la Iglesia, dictando leyes abiertamente persecutorias. Y todo comenzó desde el mismo principio del nuevo régimen: la República se instauró sin resistencia alguna por parte de la Iglesia y sin embargo, como veremos más abajo, nada más proclamada la República, fueron quemadas 200 iglesias en Madrid y fuera de Madrid, sin que el Gobierno hiciera nada para impedirlo.

Y también ya desde el primer momento comenzaron las acciones y las leyes del gobierno contrarias a la Iglesia: El 5 de mayo de 1931 fue expulsado de España el obispo de Vitoria, Mateo Múgica; el 15 de junio de 1931 fue expulsado igualmente el cardenal Segura, arzobispo de Toledo, Primado de España. El 28 de junio de 1931 hubo elecciones a Diputados para las Cortes constituyentes, alcanzando la mayoría los de izquierdas, extremistas y masones; poco después, el 14 de octubre de 1931: Aprobación del artículo 26 de la Constitución que sometía al Estado todas las confesiones religiosas y disolvía las Ordenes Religiosas; el 9 de diciembre de 1931: las Cortes aprueban la nueva Constitución de abierto carácter laico y antirreligioso; el 16 de enero de 1932: Orden del Director General de Primera Enseñanza obligando a los Maestros Nacionales a retirar de las Escuelas todo signo religioso, suprimiendo los Crucifijos; el 24 de enero de 1932: Decreto de disolución de la Compañía de Jesús y apropiación de sus bienes; el 17 de mayo de 1933: el Parlamento, casi por unanimidad, aprueba la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas. El periodo concluye el 19 de noviembre de 1933, con las elecciones a Cortes ordinarias.

Fijémonos en algunos de los hechos más destacados de este período: Antes de un mes de la instauración de la República, en Madrid, el lunes 11 de mayo de 1931, por la mañana, ardieron el convento de Jesuitas y su iglesia, la iglesia de Santa Teresa, el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, el convento de las Mercedarias de San Fernando, la iglesia parroquial de Bellas Vistas, el colegio de María Auxiliadora. Y por la tarde ardió el Instituto Católico de Artes e Industrias. Todo esto, como se puede imaginar, con la total pasividad del Gobierno. Y no sólo en Madrid. En Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, Murcia, Alicante, y en muchos pueblos se incendiaron iglesias y conventos. Particularmente grave fue el caso de Málaga donde ardieron 22 conventos e iglesias. El Gobernador militar tuvo la desfachatez de enviar al Ministerio de la Gobernación un telegrama en el que decía: “Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará” (Cfr. J. ARRARÁS, Historia de la segunda república española, Madrid 1969, I, p. 116).

Leer más... »

2.11.09

El Arzobispo Romero que no todos conocen

LA VERDADERA IMAGEN DE MONSEÑOR OSCAR ROMERO ESTÁ TODAVÍA POR DESCUBRIR

Asesinado sin duda por proclamar la verdad incómoda, será la Santa Sede la que tendrá que determinar si el hoy Siervo de Dios Monseñor Oscar Arnulfo Romero puede ser llamado mártir en el sentido teológico-canónico del término y como tal merece la gloria de los altares, dejando a parte la opinión ya conocida de periodistas, políticos, sociólogos e incluso teólogos, que al final se tendrán que someter al juicio autoritativo de la Iglesia, cuando ésta se defina. Realmente, a estas alturas del proceso -que va lento no por falta de interés por falta de Roma, sino porque su tramitación en fase diocesana se ha alargado muchísimo- no podemos saber qué pasará al final y a qué conclusión llegarán los expertos de Roma.

Lo que sí sabemos ya es que la figura real de Mons. Romero es mucho más rica y complicada de juzgar de lo que muchos nos quieren hacer creer, presentándole como el paladín de la revolución a favor de los pobres y desheredados. De su amor a los pobres y desheredados no hay duda, como debería ser el caso de cualquier ministro del Señor, como tampoco hay duda de su amor a la Iglesia y su devoción a la Virgen, pero de su fervor revolucionario podemos nutrir muchas dudas…

El 8 de febrero de 1977 fue nombrado arzobispo de San Salvador, hasta ese momento obispo de Santiago de María. Su elección fue alabada por el sector más progre del clero salvadoreño, no porque él fuera de esa tendencia, sino porque entre los otros candidatos que se barajaban, Romero aparecía como el más fácil de convencer aunque en no pocas ocasiones había criticado el compromiso político del clero. Parece que l 22 de febrero tomó posesión del arzobispado y de 24 al 28 de febrero de 1977 monseñor Romero se encerró con un grupo de sacerdotes en el Seminario San José de la Montaña. Fue aislado por completo, incluso no se le permitió que se le hablase, y para ello se puso una religiosa en la portería del Seminario. Entre los sacerdotes que le practicaron durante esos días un psicoanálisis, como lo afirma el padre Placido Erdozain en su opúsculo “Monseñor Romero, mártir de la Iglesia Popular” se encontraban Inocencio Alas, Astor Ruíz, Fabián Amaya, Rutilio Sánchez y Alfonso Navarro. Durante esos días le analizaron la situación nacional vista a través del análisis marxista.

Descubrieron el fallo psicológico y personal de monseñor Romero, esto es, que era un hombre bueno y moldeable. Los sacerdotes del “Grupo” se ofrecieron como grupo de apoyo en el gobierno pastoral de la arquidiócesis. El primero de marzo de ese año declaró monseñor Romero que su línea pastoral sería la de Medellín y que se solidarizaba con la línea pastoral del Grupo de sacerdotes que, en esa línea, realizaba una pastoral “liberadora”, no obstante que ese grupo le había impedida tomar posesión de la arquidiócesis en la catedral. Hasta se momento monseñor Romero siempre se había manifestado en contra de la línea pastoral de Medellín. Declaró igualmente que no tendría ninguna relación con el Gobierno en protesta por la masacre acaecida a las 10:30 de la noche del día anterior, 28 de febrero. En esa ocasión aparecieron las Ligas Populares 28 de febrero (LP-28), grupo armado comunista. Ese mismo día salió el primer Boletín de la Oficina de Prensa del arzobispado de San Salvador.

Leer más... »

31.10.09

Recordando a Juan Pablo II: La bala que no llegó a su destino (1ª parte)

“UNA MANO DISPARÓ Y OTRA GUIÓ LA BALA”

Era el día 13 de mayo de 1981 y había audiencia general a las cinco de la tarde en la plaza de San Pedro. Ese día, Juan Pablo II comió con dos amigos, el profesor Jéróme Lejeune y su mujer. Lejeune, distinguido genetista francés que había identificado la anomalía cromosómica que causa el síndrome de Down, tenía un papel destacado en el movimiento internacional a favor de la vida. A las cinco en punto, con puntualidad intachable, el pequeño papamóvil, un jeep, pasó por el arco de las Campanas y penetró en la plaza con Juan Pablo II en la parte trasera, sonriendo y saludando a la multitud. La costumbre era dar un par de vueltas a la plaza antes de llevar al Papa al sagrato, la plataforma colocada delante de la basílica, desde donde se dirigiría a la multitud.

El vehículo avanzó con lentitud entre las vallas de madera, por encima de las cuales era frecuente que algunos padres levantaran a sus bebés para que los cogiera el Papa y los bendijera. Juan Pablo acababa de devolver a una niña a sus padres y se dirigía a las Puertas de Bronce del Palacio Apostólico cuando, a las 17’13, se oyó algo extraño: De repente, en el cielo de la tarde, habían echado a volar cientos de palomas. Una fracción de segundo más tarde, gracias a la acústica peculiar de la plaza se supo el motivo.

Colocado detrás de la primera fila de peregrinos, junto a una de las vallas de madera, Mehmet Ali Agca acababa de disparar dos tiros al Papa con una pistola semiautomática Browning de nueve milímetros. Juan Pablo recibió el impacto en el abdomen y cayó hacia atrás, en brazos de su secretario, monseñor Dziwisz. La imagen del Papa inerte, transmitida poco después al mundo entero, recordó inmediatamente a millones de personas las representaciones artísticas de Cristo en su descenso de la cruz .

Juan Pablo fue llevado a toda prisa a una ambulancia cercana, y lo condujeron por el tráfico vespertino de Roma hasta el policlínico Gemelli, que estaba a seis kilómetros. En circunstancias normales, el trayecto se habría cubierto en unos veinticinco minutos, pero la ambulancia lo hizo en ocho. El Papa permaneció consciente a lo largo del recorrido, musitando breves oraciones. Más tarde recordaría que “justo en el momento de caer […] tuve un presentimiento muy fuerte de que me salvaría”. Quedó inconsciente en el hospital, y reinó la confusión durante unos instantes que pudieron ser nefastos. El aviso del Vaticano al Gemelli se había limitado a las palabras “II Papa é stato colpito”, frase que podía tener múltiples significados (un «golpe», un «ataque» o una «impresión»), relacionados con cuadros igual de múltiples: una caída, un ataque de corazón, una apoplejía, una herida de bala… La decisión inicial fue llevarlo a las habitaciones de la planta décima, siempre preparadas para someterlo a un examen preliminar.

Leer más... »

29.10.09

El bombardeo que destruyó la abadía de Montecassino

SE HABLÓ DE TRÁGICO ERROR EN LA DESTRUCCIÓN DE LA ABADÍA DE MONTECASSINO, HE AQUÍ LO QUE OCURRIÓ

ROBERTO ROTONDO

En la calurosa mañana de primavera del 18 de mayo de 1944, los primeros infantes polacos pisan agotados los escombros desiertos de la abadía de Montecassino. Las diezmadas tropas del general Anders son los primeros soldados del V cuerpo de ejército aliado que llegan hasta allá arriba, abriéndose camino por entre los cadáveres en putrefacción desperdigados por toda la ladera de la montaña. Una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial ha terminado. Del más antiguo monasterio de la cristiandad, fundado en el 529 d.C. por san Benito, y donde descansan sus restos mortales, quedan sólo escombros y trozos de paredes. Ha sido arrasado por el más imponente bombardeo de la historia contra un solo edificio el 15 de febrero, al que siguieron tres meses de combates feroces para echar a los alemanes, que se habían atrincherado entre los escombros después del bombardeo.

Pero cuando los soldados aliados llegan a Quota Monastero, los pocos paracaidistas alemanes, que seguían resistiendo tenazmente desde febrero, ya se habían ido para evitar que los cercaran los gurkhas de la división india del general Francis Tuker, que ha atravesado los montes Aurunci rompiendo el frente enemigo, dejando fuera Cassino y abriendo a los aliados el camino hacia Roma. Un plan que el propio Tuker hubiera querido poner en práctica ya en febrero, de acuerdo con el general francés Alphonse Juin, jefe de las tropas norteafricanas, para evitar atacar a los alemanes frontalmente en Montecassino. Pero la estrategia franco-india, que quizá hubiera salvado miles de vidas humanas, además de las paredes y los frescos renacentistas de la abadía, había sido descartada por los otros oficiales del “multiétnico” V cuerpo de ejército, formado por soldados de doce naciones distintas a las órdenes del general Mark Clark. Este último había decidido, empujado por subordinados influyentes como el neozelandés Bernard Freyberg, que había que insistir en el ataque frontal de la línea Gustav (planeada por el mariscal de campo Kesselring para detener a los aliados que iban desde el sur hacia el norte) precisamente en su punto principal: la ciudad de Cassino y la montaña a su espalda, sobre la que surgía el antiguo monasterio benedictino, desde donde se dominaban los valles del Liri y del Rápido.

La abadía de Montecassino, que durante la posguerra fue reconstruida exactamente como era, ha recordado este año con algunas manifestaciones los sesenta años del bombardeo y de la trágica batalla. También el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, participó el 15 de marzo en las celebraciones. Subió a la abadía, donde se recogió durante tres minutos de silencio para recordar a las víctimas del atentado terrorista de Madrid ocurrido cinco días antes, asistió a una misa y, luego, en la plaza de Cassino dedicó un discurso a los sufrimientos de aquellas tierras durante la última guerra. Sufrimientos que, durante la posguerra, solo el libro y, luego, la película La Campesina «tuvieron el valor de contar», dijo Ciampi, quien añadió: «Hay acontecimientos que representan el mal, que ninguna filosofía de la historia consigue mitigar. En la Segunda Guerra Mundial, por desgracia, hubo muchos. La destrucción de Cassino es uno de ellos». Además, siguió diciendo Ciampi, «nadie podrá nunca perdonar la destrucción de lo que durante más de mil años fue un faro de la civilización europea, la abadía de san Benito». Dos veces volvió el jefe del Estado a los bombardeos del monasterio benedictino: «Fue un trágico error, fruto de una mala información».

A sesenta años exactos de distancia, también EE UU e Inglaterra admiten que fue «un tráfico error». Pero, ¿cómo y por qué llegó el bombardeo?

Leer más... »