RECORDANDO ESTA FIGURA INTERESANTÍSIMA DE LA IGLESIA MEDIEVAL, A LA LUZ DE UN DISCURSO DE BENEDICTO XVI
AZUCENA ADELINA FRABOSCHI
La autora me propone este artículo, que tiene también publicado en una Web suya toda dedicada a Santa Hildegarda. Con mucho gusto lo reproduzco.
El 2 de marzo de 2006, en una conversación con los párrocos de Roma, el Papa Benedicto XVI declaró que “las mujeres hacen mucho, me atrevería a decir, por el gobierno de la Iglesia, comenzando por las hermanas de los grandes padres de la Iglesia, como san Ambrosio, hasta las grandes mujeres de la Edad Media –santa Hildegarda, santa Catalina de Siena–, y después santa Teresa de Ávila hasta llegar a la Madre Teresa”. Y a continuación añadió: “¿Cómo podría imaginarse el gobierno de la Iglesia sin esta contribución, que en ocasiones se hace muy visible, como cuando santa Hildegarda critica a los obispos, o como cuando santa Brígida y santa Catalina de Siena amonestan y logran que los Papas regresen a Roma?” No mucho tiempo después, en una entrevista concedida a los canales de televisión Bayerischer Rundfunk; ZDF; Deutsche Welle y a Radio Vaticano el 5 de agosto del mismo año, reiteraba: “Pensemos en Hildegarda de Bingen, que con fuerza protestaba respecto de los obispos y del Papa […]”.
Familiares son para nosotros los nombres de santa Catalina de Siena, de la doctora de Ávila y de la inolvidable Madre Teresa de Calcuta; tal vez no lo sea tanto el de santa Brígida de Suecia quien, al igual que santa Catalina, intervino de manera activa para poner fin al cautiverio de los Papas en la francesa ciudad de Aviñón (siglo XIV). Pero, decididamente, hay entre estos nombres uno que puede resultarnos bastante desconocido y que se nos aparece como detrás de un signo de interrogación: ¿quién es esta Hildegarda de Bingen, a quien la presentación papal nos muestra casi como una mujer criticona –y refunfuñona– tan luego de la jerarquía eclesiástica? Otra referencia, esta vez de Umberto Eco (“Filosofar en femenino”. Revista del diario La Nación, 4 de enero de 2004), suma desconcierto a nuestra pregunta: “En los manuales de filosofía no encontramos mujeres que enseñaran dialéctica o teología. Eloísa, la brillantísima e infeliz estudiante de Abelardo, tuvo que contentarse con ser abadesa. Pero el problema de las abadesas no debe tomarse con ligereza, y a él ha dedicado muchas páginas una mujer filósofa de nuestro tiempo como María Teresa Fumagalli. Una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad medieval. Un buen manual de filosofía debe consignar entre los protagonistas de la historia del pensamiento a grandes místicas, como Catalina de Siena, por no hablar de Hildegarda de Bingen que, en cuanto a visión metafísica y a perspectivas sobre lo infinito, resulta difícil de superar aún en nuestros días”.
¿Quién es, pues, Hildegarda de Bingen?
Comencemos por decir que un silencio de siglos ha acompañado a esta asombrosa, fascinante mujer del siglo XII, redescubierta en los últimos cuarenta años del siglo pasado, y a la que la voz de las ciencias (medicina, psicología), las artes (música, pintura), y diversas corrientes de pensamiento (filosófico, teológico, ecológico, de espiritualidad, etc.) declaran de actualidad. Para citar apenas algunos casos, diré que los musicólogos tienen un gran interés en su música, de la que ya han aparecido unos cincuenta discos. Los ecologistas, por su parte, la reclaman como una primera conciencia ecológica por el valor que otorgó al mundo natural en tanto manifestación esplendorosa de Dios, a la interacción de hombre y naturaleza y a la responsabilidad del hombre por ella, con el trasfondo de una justicia cósmica. La medicina homeopática pondera su concepción de la salud como equilibrio de cualidades, y el uso de los remedios naturales, y los psicólogos subrayan su concepto del ser humano como una totalidad, y su peculiar caracterización tipológica de la mujer. Se habla de ella como de “una mujer renacentista”, cientos de años antes del Renacimiento.
Pero ¿quién fue Hildegarda de Bingen en su época? Vayamos, pues, a esa época: al siglo XII. La abadesa alemana nació en 1098 y murió en 1179, es decir que su vida transcurre en una gran parte del siglo XII, época de extraordinaria vitalidad y riqueza cultural, pero también y por eso mismo, tiempo de conflictos, de luces y de sombras. En un paisaje poblado de castillos con sus nobles caballeros y sus damas, pero también con los siervos ocupados en los múltiples menesteres de la vida cotidiana; poblado también de monasterios y de iglesias con sus monjes y monjas, rezos y cantos –el Oficio Divino–; transitado por bulliciosos estudiantes que se desplazan de un lugar a otro atraídos por la fama de tal o cual maestro; por juglares ágiles y coloridos que hacen el deleite de todos los del lugar y luego continúan, buscando otros aplausos; por trovadores que llevan en sus cantos las magnificadas hazañas de los ausentes; en ese paisaje europeo el Sacro Imperio Romano Germánico, patria de Hildegarda, ocupa algo más que sólo el horizonte. Es el Estado preponderante, involucrado desde el siglo XI en lo que se conoció como la “Querella de las investiduras”, que opuso la Iglesia al Imperio durante cien años, conflicto que adquirió grandes proporciones, con acciones bélicas de importancia, y acontecimientos de carácter político-religioso como las excomuniones lanzadas por los Papas contra los emperadores, y los antipapas suscitados por éstos.
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