InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Persecución religiosa

18.05.15

Un niño mártir con más valor que un ejército

José Sánchez del Río

José Sánchez del Río, fuerte ante los perseguidores

Mucho hay que decir sobre el conflicto que hubo en México durante la época de la guerra cristera (1926-1929), que fue una sangrienta persecución hacia la fe católica, pero en esta ocasión bastará dar unas líneas breves para situarnos del ambiente que se vivía y así poder entender mejor la situación donde vivió y murió el Beato José Sánchez del Rio.

La recién redactada constitución de 1917 venía a confirmar lo que las anteriores constituciones habían consagrado y anunciado, es decir la laicidad de México y su separación de la Iglesia. El presidente Plutarco Elías Calles ordenó que ese artículo quedara claramente reglamentado, produciendo una ley absolutamente anticlerical que entre las cosas que legislaba era que se procediera a la clausura de escuelas religiosas y monasterios, se expulsara a sacerdotes extranjeros, el número de sacerdotes seria uno por cada seis mil habitantes, desaparecía la libertad de enseñanza y el derecho de educar a las personas en la fe, se prohibía vestirse de manera religiosa y cualquier acto religioso en público, entre otras más, todo lo anterior teniendo consecuencias penales. Los obispos viendo que no era posible ejercer el culto decidieron, con la autorización de la santa sede, suspenderlo, el gobierno respondió a esto haciendo a expulsar a los obispos y cerrando templos y escuelas católicas con más prontitud y violencia.

Ante esta situación un grupo de católicos buscaron armar un boicot, pedían que se gastara lo menos posible y que no se pagaran impuestos hasta que las leyes persecutorias desaparecieran y se dieran garantías para el libre ejercicio de la fe, la resistencia pacífica no tuvo éxito y en esa época comenzaron a haber asesinatos contra sacerdotes y contra católicosque pasaban a ser considerados delincuentes y traidores de la nación, los católicos al haber agotado todos los medios pacíficos, comenzaron a tomar armas y a organizarse en pequeños grupos para buscar la libertad de la Iglesia, enfrentarse al gobierno y su ejército que asesinaban al que no apostataba y que tenía un odio implacable a la iglesia y a Dios. Así nació un ejército sin nombre que las tropas oficiales, al tener los primeros enfrentamientos, llamaron con desprecio “el ejército cristero”, nombre que ese ejército tomó oficialmentecon orgullo y honor poco tiempo después.

José Sánchez del Río y el PapaEn este contexto nació José el día 28 de marzo de 1913, en Sahuayo, Michoacán. Un niño normal que fue a la escuela en su pequeño pueblo, desde los diez años ya estaba en un grupo católico que le había enseñado a rezar y a fomentar la adoración eucarística, cuando en 1926 comenzó la guerra cristera quiso enrolarse en el ejército popular que se estaba organizando para combatir la persecución que el gobierno realizaba en contra de la Iglesia católica, él ya que había visto cómo sus 2 hermanos mayores se unían a la guerra para defender a la Iglesia, pero su madre le negó el permiso ya que tenía escasos 13 años, sin embargo José no se desanimó y continuó insistiendo, su madre acabó por acceder ante las siguientes palabras de José: “Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora” (http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints)

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12.08.14

La horrenda masacre anticatólica de La Vendée

La furia jacobina quiso borrar el catolicismo de esta región

La Vendée es una región de Francia tradicionalmente católica y que tuvo un evento, que quizás no es muy conocido, es llamado “La guerra de La Vendée”. Para poder hablar de esto tenemos que poner el contexto histórico. La revolución francesa comienza en 1789 y se desata un clima de hostilidad a la Iglesia, que acabó por desembocar en esta guerra, en el contexto del periodo revolucionario. En 1790 se vota la constitución civil del clero, que a grandes rasgos se encargaba de hacer que el clero pasara a ser un empleado del estado; ya no dependían de Roma ni tenia nada que ver con el Papa, y los obispos y sacerdotes serian elegidos por el pueblo, además las diócesis cambiarían su delimitación y ahora el gobierno se encargaría de hacerla. Se ordenó que obispos y sacerdotes la juraran, ciertamente y tristemente hubo quienes la aceptaron, pero lo gran mayoría no lo hizo, el resultado fue que de 160 obispos solo 7 aceptaron jurarla, aunque un número considerable de sacerdotes aceptaron jurarla. De aquí se derivó el término juramentario para todos aquellos clérigos que juraron la constitución, con su correspondiente cisma y los refractarios para los clérigos que la rechazaron. Ante esta situación los revolucionarios impusieron ellos mismos a sus “sacerdotes” sumisos para que los fieles tuvieran culto, sin embargo el pueblo rechazó a los juramentarios, a tal punto que en muchos pueblos los únicos que asistían a las celebraciones religiosas encabezadas por éstos eran los jefes revolucionarios de ese lugar, con su pequeña corte de masones.

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9.06.14

Una voz rebelde en la Alemania nazi

RUPERT MAYER, EL DEFENSOR DE LOS DERECHOS DE LOS CRISTIANOS

Desde la aparición en la escena pública del partido nacionalsocialista alemán, a la jerarquía católica alemana no le pasó inadvertida la verdadera naturaleza e ideas de los nazis, máxime cuando el Papa Pío XI, a la vista de las convulsiones sociales con que empezaba la década de los 30, ya había advertido públicamente de las consecuencias que traería la prevalencia de “un duro nacionalismo, es decir, el odio y la envidia en lugar del mutuo deseo del bien” (discurso de Navidad de 1930). Poco después del triunfo nazi de 1933, los obispos alemanes vieron claros dos peligros que, por desgracia, no tardaron en hacerse realidad. Por una parte, que el nuevo Estado totalitario acabase con las organizaciones católicas, especialmente las educativas; por otra, que el nuevo régimen tratara de crear una especie de iglesia nacional y quisiera englobar en ella a todos, también a los católicos. Y, si los nazis ya habían dado pasos en la primera dirección, también había indicios de que el segundo temor era real, pues en algunos círculos protestantes, sobre todo prusianos, ya se hablaba de un cristianismo nacional para arios.

En enero de 1937 se desplazaron a Roma, con la mayor discreción posible, los principales representantes del episcopado alemán (los cardenales Bertram, Faulhaber y Schulte, y los obispos Preysing y von Galen), para solicitar una nueva intervención pontificia que condenara formalmente el nazismo. De ahí nacería la encíclica Mit brennender sorge (“Con ardiente preocupación”), que hubo de ser introducida en el país de modo clandestino y fue leída el domingo 21 de marzo de 1937 en los 11.000 templos católicos alemanes. Fue un aldabonazo enorme. La denuncia de la ideología y la conducta nazis era clarísima: racismo, divinización del sistema, etc. Al día siguiente, el órgano oficial nazi, Volskischer Beobachter, publicó una primera réplica a la encíclica que, sorprendentemente, fue también la última, pues el ministro alemán de propaganda, Joseph Goebbels, advirtió enseguida la fuerza que había tenido esa declaración y, con el control total de prensa y radio que ya tenía por esas fechas, decidió que lo mejor era ignorarla completamente, pero la encíclica produjo un gran revuelo en Alemania y en la opinión pública mundial.

Poco después Hitler visitó Roma, devolviendo la visita oficial efectuada meses antes por Mussolini, y, en contra de toda costumbre y protocolo, no pidió ser recibido por el Papa. Pío XI, ostentosamente, se retiró a Castelgandolfo durante los días de la visita y ordenó que se cerraran los Museos Vaticanos. En una alocución a un grupo de peregrinos dijo que no era oportuno desplegar en Roma, en el día de la Santa Cruz, el emblema de “otra cruz que no es la Cruz de Cristo”. Es decir, la tensión entre la Iglesia y el Estado alemán alcanzó a lo largo de los años treinta proporciones desacostumbradas. Hitler encontró en la Iglesia tal vez el único adversario interno que no pudo destruir ni asimilar. Después de los intentos de compromiso que culminaron en la firma del Concordato en junio de 1933, buena parte del catolicismo opuso, a partir de 1934, una resistencia compacta a la ideología nacionalsocialista. Los momentos culminantes de esta oposición fueron la encíclica de 1937 y las polémicas homilías de Von Gallen, obispo de Westfalia.

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9.12.13

Un sacerdote especialmente incómodo para Hitler

JAKOB GAPP, REVOLUCIONARIO EN SU JUVENTUD, AL LLEGAR EL MOMENTO “SUPO DÓNDE TENÍA QUE ESTAR”

La expresión es de Juan Pablo II, pronunciada en 1996 con ocasión de la beatificación de este religioso austríaco, y haciendo referencia a sus devaneos de juventud con las ideologías ateas que llegaron a subyugar su mente y su corazón inquieto -concretamente el comunismo- y su elección valiente cuando años después se le presentó la terrible disyuntiva de elegir entre otra ideología atea -en este caso el nazismo- y Dios, a pesar del peligro de muerte, que se hizo efectivo hace 70 años, en 1943.

Había nacido en Wattens, (Tirol austríaco) el 26 de julio de 1897, de una familia obrera pobre y cristiana, fue el último de siete hijos. Sacrificándose, sus padres le dieron todos los estudios posibles, pero en 1914, estalló la “gran guerra” y sus estudios se vieron truncados. En 1915 Italia atacó a Austria y Jakob con sus 18 años fue al frente de batalla, en el que fue herido, por lo cual sería condecorado con una medalla al valor. Al final de la contienda, derrotada su patria, fue hecho prisionero y sufrió nueve meses de cautiverio antes de regresar a casa en 1919. Aquellos meses, tras su regreso al hogar familiar, fueron amargos. En ellos la utopía marxista, sedujo su alma de joven generoso y lleno de deseos de justicia, alejándole de la práctica religiosa. Su madre, desolada al ver a su hijo alejado de Dios, rezaba y lloraba y, como una nueva santa Mónica, consiguió del Señor su conversión.

Tenía veintidós años y su conversión fue tan fuerte que decidió hacerse religioso, presentándose a los Marianistas, congregación fundada por Guillermo José Chaminade en 1817 y que tan ejemplarmente se dedicaba a la educación de la juventud. A los superiores Marianistas les dijo sin reparos que era socialista y quería ser sacerdote, pero ellos no se asustaron y supieron ver los valores y el potencial de este joven confuso: había nobleza, deseo de verdad, piedad… Poco a poco se fue purificando de ideologías, pero se quedó con lo esencial: el amor a la verdad, el deseo de justicia y un amor muy grande a los pobres.

Jakob comenzó su noviciado el 13 de agosto de 1920 y un año más tarde hizo sus primeros votos. Estudió y trabajó en Graz, en un colegio Marianista y posteriormente, durante cuatro años (1925-1930) cursó sus estudios teológicos en el seminario internacional Marianista y en la Universidad Católica de Friburgo de Suiza, ordenándose sacerdote el 5 de abril de 1930. Vuelto a su patria, durante varios años ejerció un intenso apostolado entre la juventud de varios colegios marianistas, pero eran años duros, de crisis social y de confusión ideológica por la fuerte instigación de los nazis alemanes, lo que hacía el trabajo apostólico especialmente difícil.

El plan del partido nazi para Austria era semejante al ejecutado en Alemania, pero allí no tuvieron la misma suerte. Se presentaron por primera vez en las elecciones generales de 1927, obteniendo únicamente 779 votos. El ascenso en las siguientes elecciones de 1930 no fue tan grande como se esperaba, llegando tan sólo al 3% de los votos posibles. En las elecciones que tuvieron lugar en 1932 en varios distritos austriacos, el partido nazi comenzó a recibir gran cantidad de votos, llegando a ser el segundo partido más votado. Siguiendo ese crecimiento, posiblemente el partido nazi hubiera conseguido algo en las siguientes elecciones generales, pero el canciller electo Engelbert Dollfuss, viendo el panorama, disolvió el parlamento en 1933 e instauró una dictadura.

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6.02.13

El clero perseguido por los nazis y los comunistas

LADISLAO FINDYSZ Y LA PERSECUCIÓN DEL CLERO POLACO

El calvario del clero polaco en el siglo XX, perseguido primero por el régimen nazi y después por el comunista, se manifiesta en el alto número de sacerdotes martirizados en uno o en otro momento de dicho siglo. No en vano, como nos recuerda Vicente Cárcel Ortí en su interesante libro sobre las persecuciones religiosas del siglo XX, la Iglesia defendió con gran valentía la identidad polaca frente a la germanización hitleriana y a la rusificación pretendida por los comunistas, por lo que se granjeó el odio de ambos regímenes totalitarios, que personalizaron su inquina en los sacerdotes, pues éstos estuvieron siempre junto al pueblo cuando unos y otros quisieron conculcar los derechos humanos y las libertades.

En el caso del sacerdote Ladislao Findysz, vemos cómo los extremos del totalitarismo se tocan, pues primero padeció la persecución nazi, y a ella sobrevivió, para después ser perseguido por los comunistas -sin sobrevivir en este caso a la persecución- en su afán de privar al pueblo de los valores morales y trascendentes y ante la negativa de la Iglesia católica polaca de convertirse en una “iglesia nacional” o colaborar con el régimen. Éste, en un primer momento, quiso ganarse las simpatías de la gente mostrando respeto hacia la idiosincrasia polaca, incluso ayudando a reconstruir iglesias y conventos al acabar la guerra mundial, pero pronto dejaron ver su verdadero rostro laicista y persecutorio, especialmente a partir de 1947.

Había nacido don Ladislao al sur del país, concretamente en Krościenko Niżne cerca de Krosno (Polonia), a poca distancia ya de Eslovaquia y Ucrania, el 13 de diciembre de 1907, en una familia de campesinos de antigua tradición católica. Como era costumbre entonces, al día siguiente fue bautizado en la Iglesia parroquial de la Santísima Trinidad en Krosno. Tras acabar en 1919 sus estudios de Primaria en la escuela de las Hermanas Felicianas en su pueblo natal, continuó en el liceo estatal local, para después ingresar en otoño de 1927 en el seminario mayor, tras una juventud comprometida con la fe por su participación en las congregaciones marianas. Su formación sacerdotal tuvo lugar bajo la guía de otro santo sacerdote, el rector Juan Adalberto Balicki, elevado a los altares por Juan Pablo II en 2002 como modelo de sacerdote diocesano.

Como culminación de la formación recibida en el seminario, Ladislao recibió la ordenación sacerdotal el 19 el junio de 1932 en la Catedral de Przemyśl de manos del obispo de la diócesis Mons. Anatol Nowak. Tras un mes de vacaciones, el 1 de agosto de 1932, asumió el encargo de segundo vicario parroquial en la Parroquia de Borysław (en la actual Ucrania) y tres años después, en septiembre de 1935 fue nombrado vicario parroquial de Drohobycz, población perteneciente hoy a Ucrania. Otros tres destinos pastorales ejerció en distintas parroquias de la diócesis hasta que en el último de ellos, en Żmigród Nowy, el 3 de octubre de 1944 fue expulsado por los alemanes, como todos los demás habitantes de aquella población. La expulsión formaba parte del proyecto de germanización de Polonia ideado por Hitler: los gobernadores nazis (como Arthur Greiser en el Warthegau y Albert Forster en Danzig-Prussia oeste) expulsaron cientos de miles de polacos de sus casas en el Gobierno General y más de 500.000 alemanes fueron luego asentados en estas áreas. Se calcula que entre 1939 y 1945, por lo menos 1,5 millones de ciudadanos polacos fueron deportados al territorio alemán para hacer trabajos forzados. Cientos de miles también fueron encarcelados en campos de concentración.

Aquí debemos detenernos brevemente en el modo en que los sacerdotes polacos fueron perseguidos por Hitler con toda saña. Como premisa, por si a alguien le cabe alguna duda de la inquina que el dictador tenía contra el clero católico, hay que recordar que solo en el campo de concentración de Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes de diferentes nacionalidades, y más de la mitad encontraron allí la muerte por sus creencias. Sólo en Alemania se calcula que cerca de doce mil religiosos fueron torturados por el régimen nazi, y gran parte de ellos murieron, y en el caso de Polonia, a manos de los nazis fueron eliminados nada menos que el 20% de los 10.017 sacerdotes que había al inicio de la Segunda Guerra Mundial (incluidos cinco obispos) en aquel país.

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