InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Memoria Histórica

28.01.13

Los preliminares de la persecución religiosa en Madrid

18-20 JULIO 1936: COMIENZAN LOS ASESINATOS RELIGIOSOS EN LA CAPITAL

Un informador inmediato, y ajeno al conflicto, dada su condición de diplomático, el embajador latinoamericano Aurelio Núñez Morgado, nos proporciona las siguientes cifras globales acerca de los primeros días de la guerra civil española en Madrid: “Apenas producido el alzamiento militar en África el 18 de julio, estalló en Madrid la Revolución social que venía preparándose desde meses antes (…) El asesinato de millares de personas llevado a cabo por las milicias marxistas había sido atroz. Se mantuvo durante seis meses un ritmo de asesinatos de trescientos cincuenta a cuatrocientos por día, con recrudecimiento en relación con las derrotas de los ejércitos rojos. Después de este periodo disminuyó hasta quedar reducido a diez o quince por día al cabo del primer año. Más tarde casi desapareció el asesinato callejero para quedar reducido a los que dictaban los tribunales populares, que también guardaban relación con los triunfos de Franco.

Explica José francisco Guijarro, experto en el tema, en su libro “Persecución religiosa y guerra civil", que esta situación de represión anárquica se puede decir, sin temor a equivocarnos, y con las indiscutibles excepciones, que en la capital duró desde las primeras noticias que se recibieron sobre el alzamiento de los militares en Marruecos, hasta las eficaces medidas adoptadas por la Junta Delegada de Defensa de Madrid, a partir del día 7 de noviembre de 1936. En esta situación de violencia se fue imponiendo progresivamente el sistema de las checas, instaurado o por lo menos autorizado por el mismo gobierno del Frente Popular. A partir de las primeras funciones de la Junta Delegada de Defensa, se instauró la eliminación de detenidos mediante el procedimiento de las “sacas” de los establecimientos penitenciarios de Madrid. Cada uno de estos sistemas sucesivos de violencia tolerada, cuando no institucionalizada, causó un número considerable de bajas, tanto por motivos religiosos -que es lo que a nosotros nos interesa- como por otros motivos diferentes, principalmente políticos, que tampoco podemos perder de vista; pero se trata de fenómenos diferentes, que no pueden ser confundidos entre sí.

Seguimos a José Francisco Guijarro, que nos explica que el primer acto violento con víctima mortal por motivos religiosos del que tenemos referencia es particularmente execrable, dentro de lo que siempre es cualquier atentado contra la vida humana de un inocente. Tuvo lugar por la mañana del mismo sábado 18 de julio de 1936, y fue el asesinato a sangre fría de un niño, hijo del sacristán de la parroquia de San Ramón, en el interior de la parroquia de San Ramón Nonato, en el Puente de Vallecas.

Al mismo tiempo, en la mañana del mismo sábado 18 de julio, en el Seminario Conciliar de Madrid se celebra un retiro espiritual para los seminaristas que estaban ya de vacaciones en sus casas, previsto para que asistieran los que vivían en Madrid o en los pueblos más cercanos, en el que les dirige la palabra el párroco de Carabanchel Bajo, don Hermógenes Vicente, que pocos días después será asesinado: murió, efectivamente, en Carabanchel Bajo, el 18 de septiembre.

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23.02.12

Anticlericalismo a la española, años 30

LA COSA VENÍA DE LEJOS

Nos recuerda José Francisco Guijarro en su interesante libro “Persecución religiosa y guerra civil”, hablando de la España de la segunda República, que desde hacía ya más de un siglo había existido un anticlericalismo que podríamos calificar de “cultural”: no faltaban círculos que con mayor o menor virulencia atacaban de una manera más o menos satírica toda la acción de la Iglesia, y en tertulias, prensa y, a veces, en la literatura y el teatro, cuanto tenía que ver con la religión católica era blanco de agresiones que sólo alguna vez pasaron de las palabras a los hechos. A este anticlericalismo, atribuido quizás con excesivo simplismo siempre a la masonería (que, si bien, sin duda, tuvo una parte en su provocación, no puede considerarse que fuera su causa única y exclusiva), los grupos que se situaban en las concepciones colectivistas -los socialistas mayoritarios o los, por el momento, pequeños núcleos comunistas- asistieron inicialmente con cierta indiferencia: si evidentemente no sentían el menor interés por defender los derechos de la Iglesia, pues aspiraban a sustituir su concepción social por la suya propia, tampoco experimentaban un entusiasmo mayor por el anticlericalismo, para ellos una característica casi específicamente burguesa.

Estas concepciones colectivistas tenían su punto de mira en lo que había sido, quince años antes, la revolución rusa. Desde la postura maximalista (o bolchevique) de un partido que se había venido llamando hasta entonces obrero socialdemócrata ruso (la fundación por Lenin del Partido Comunista tuvo lugar después de la revolución), se produjo una subversión social total, destruyendo todas las instituciones que habían configurado hasta ese momento la sociedad rusa, y, entre ellas, también la Iglesia ortodoxa, tan vinculada cortesanamente al zarismo. Sin embargo, en España con alguna frecuencia se ha presentado a la Iglesia plenamente vinculada al antiguo régimen, pero la verdad es que la Iglesia no se puede identificar de modo simplista con la Monarquía, aunque ciertamente lo pudiera parecer, dada la vinculación entre el trono y el altar.

En España tampoco existía por entonces un partido comunista que tuviera una considerable presencia en la sociedad política, sino que la amenaza del recurso a la violencia para imponer la revolución social había sido encarnada, hasta aquel momento, por el sector de la izquierda del Partido Socialista, muy ligado al sindicato socialista UGT, que estaba encabezado por Francisco Largo Caballero, a quien solo años después se le dio el sobrenombre de “el Lenin español”, inventado en la Escuela Socialista de Verano de 1933 en Torrelodones, y que no se recataba en distintos mítines de hablar de la revolución que acabaría con la misma Republica, a la que tildaba de burguesa. Y en esta amenaza constante de una revolución violenta total caía todo, al igual que en la revolución rusa; y entre todo ello, también la Iglesia católica.

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27.11.11

Nuestros mártires, 75 años después

RECORDANDO A LA BEATA CARMEN VIEL

RODOLFO VARGAS RUBIO

En julio se cumplieron 75 años desde el comienzo de aquel verano ardiente de 1936, cuando en España se desató la etapa más cruel y sangrienta de la persecución religiosa que venía teniendo lugar sistemáticamente desde 1931, bajo la Segunda República. Porque a todo lo largo de ese período de vorágine política no faltaron estallidos de furia anticatólica, que se tradujeron en quemas de iglesias y conventos, maltrato y hasta asesinato de sacerdotes y religiosos, destrucción de ingente patrimonio artístico y cultural por el solo hecho de su carácter religioso. Un ensayo general a escala local de lo que sería la gran oleada persecutoria que inundaría media España algún tiempo después lo constituyó la Revolución de Asturias de 1934, aquella intentona de los socialistas y comunistas de tomar el poder por la fuerza al no resignarse a la victoria limpia y legal de las derechas en las elecciones del año anterior (dicho sea de paso, fue ese golpe de Estado frustrado y no el Alzamiento del 18 de Julio lo que condenó irremisiblemente y acabó por dar al traste con la República).

Se ha dicho más de una vez que la Iglesia Católica había dado pábulo a sus enemigos para que se cebaran contra ella en aquella década tan decisiva de los años Treinta del siglo pasado. Ello es ignorar los hechos. En primer lugar, el advenimiento de la República fue recibido por los católicos serenamente. Bien es cierto que había obispos afectos a la Monarquía que acababa de caer (el más destacado fue el Cardenal Segura, entonces arzobispo-primado de Toledo), pero la jerarquía española recordó que la Iglesia no aprueba, como cuestión de principio, ninguna forma de gobierno más que otra, sino que apoya a cualquiera que cumpla con el deber esencial del Estado, cual es el de procurar el bien común. Los católicos fueron libres de participar activamente en política ocupando cargos y puestos bajo la República, cuyo primer presidente, Niceto Alcalá Zamora, era practicante. Así pues, la acusación de hostilidad hacia el nuevo régimen por nostalgia y apego al anterior, bajo el cual se habría sentido más cómoda la Iglesia no se ajusta en modo alguno a la verdad.

En segundo lugar, lejos de observar una actitud provocadora o desafiante, la Iglesia Católica se mostró prudente, a veces hasta en exceso frente a un Estado agresivo e intolerante. La actitud del Nuncio Apostólico, Mons. Federico Tedeschini (más tarde cardenal) fue juzgada demasiado apaciguadora y condescendiente con un poder político que no demostraba consideración hacia la religión mayoritaria de España. Idéntica postura fue la observada por el Cardenal catalán Vidal i Barraquer. Es más: se sacrificó a los prelados más valientes –el Cardenal Segura y el obispo Múgica de Vitoria– por bien de paz, que se demostró al final ser completamente ilusorio. A pesar de la Carta de los Metropolitanos de 1931 y de la Pastoral Colectiva del Episcopado Español de 1932, los Obispos se mantuvieron por lo general en un silencio expectante, que fue funesto para los católicos, que esperaban de ellos una guía para la acción y se vieron en consecuencia desorientados, sin saber cómo proceder y dejándose ganar el terreno por los sindiós. La Acción Católica, que habría podido ser una fuerza determinante y disuasoria a la hora de enfrentarse a las políticas antirreligiosas del gobierno como correa de transmisión de las directivas del episcopado, adolecía de falta de organización y de empuje y quedó completamente neutralizada. No hubo, pues, una fuerte y concertada oposición católica a los desmanes de los sectarios y la Iglesia acabó yendo como oveja al matadero.

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13.07.11

Hace 75 años, por estas fechas

EL CALVARIO DE LA IGLESIA ESPAÑOLA EN EL VERANO DE 1936

A comienzos del 1936, concretamente el 7 de enero, quedaron disueltas las primeras Cortes ordinarias de la Segunda República y convocadas las elecciones generales que tuvieron lugar el 16 de febrero de 1936 y dieron la victoria al Frente Popular formado por republicanos, socialistas, comunistas, sindicalistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista. De esta forma llegaron al poder algunos de los partidos más violentos y exaltados, creando una situación tan insostenible que los exponentes más moderados del ejecutivo fueron incapaces de controlar.

Comenzó desde el 16 de febrero de 1936 una serie de huelgas salvajes, alteraciones del orden público, incendios y provocaciones de todo tipo que llenaban las páginas de los periódicos y los diarios de sesiones de las Cortes. La complicidad de autoridades diversas en algunos de ellos fue a todas luces evidente. Recuerda Cárcel Ortí que incrementó sensiblemente desde aquella fecha la prensa anticlerical y facciosa, que incitaba a la violencia, como La Libertad; El Liberal y El Socialista. Según datos oficiales recogidos por el Ministerio de la Gobernación completados con otros procedentes de las curias diocesanas, durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular, varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas, atentadas o afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las autoridades civiles y registradas ilegalmente por los ayuntamientos.

Varias decenas de sacerdotes fueron entonces amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias; otros fueron expulsados de forma violenta; varias casas rectorales fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas comunidades religiosas; en algunos pueblos de diversas provincias no dejaron celebrar el culto, prohibiendo el toque de campanas, la procesión con el Viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron profanados algunos cementerios y sepulturas como la del obispo de Teruel, Antonio Ibáñez Galiano, enterrado en la iglesia de las Franciscanas Concepcionistas de Yecla (Murcia) y los cadáveres de las religiosas del mismo convento.

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27.07.10

El primer gitano que subió a los altares

FUE ASESINADO POR SU AMOR AL SANTO ROSARIO

El Pelé, primer gitano beatificado de su raza, seglar de la Tercera Orden Franciscana, mártir de la persecución religiosa en España del siglo pasado. Hombre cabal y honrado, era muy devoto de la Virgen y de la Eucaristía, generoso con los más necesitados y preocupado por la catequesis de los niños. Le llevaron a la cárcel en 1936 por la defensa de un sacerdote y fue martirizado por su empeño en seguir rezando el rosario.

En el transcurso de su proceso de Beatificación, fueron llamados a testificar algunos de sus parientes, entre ellos algunos hijos de su sobrina que hoy no pertenecen a la Iglesia Católica sino que son evangélicos, los que se suelen conocer popularmente como los “Aleluyas", a los cuales pertenecen muchos gitanos en nuestro país. A pesar de no ser católicos, sino evangélicos de los que rechazan la devoción a los santos, ellos declararon estar encantados con el proceso de Beatificación del Pelé y afirmaron encomendarse a él asiduamente. Son las cosas de la vida.

En la Misa de la Beatificación, el Papa dijo sobre el nuevo Beato: “La frecuente participación en la santa misa, la devoción a la Virgen María con el rezo del rosario, la pertenencia a diversas asociaciones católicas le ayudaron a amar a Dios y al prójimo con entereza. Así, aun a riesgo de la propia vida, no dudó en defender a un sacerdote que iba a ser arrestado, por lo que le llevaron a la cárcel, donde no abandonó nunca la oración, siendo después fusilado mientras estrechaba el rosario en sus manos.
El beato Ceferino Giménez Malla supo sembrar concordia y solidaridad entre los suyos, mediando también en los conflictos que a veces empañan las relaciones entre payos y gitanos, demostrando que la caridad de Cristo no conoce límites de razas ni culturas.

Hoy «el Pelé» intercede por todos ante el Padre común, y la Iglesia lo propone como modelo a seguir y muestra significativa de la universal vocación a la santidad, especialmente para los gitanos, que tienen con él estrechos vínculos culturales y étnicos. El beato Ceferino Giménez Malla alcanzó la palma del martirio con la misma sencillez que había vivido. Su vida cristiana nos recuerda a todos que el mensaje de salvación no conoce fronteras de raza o cultura, porque Jesucristo es el redentor de los hombres de toda tribu, estirpe, pueblo y nación (cf. Ap 5,9).

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