La intervención que salvó la ortodoxia de la Misa
EL CAMINO QUE LLEVÓ A LA SANA RENOVACIÓN DE LA LITURGIA DE LA MISA
RODOLFO VARGAS RUBIO
Como se sabe, el concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965) emprendió hace cincuenta años la reforma de la liturgia católica, cosa que ya estaba en los planes del venerable Pío XII, quien en 1948 (un año después de publicar su encíclica Mediator Dei, había instituido una comisión con ese objeto. En realidad, no tenía nada de extraordinario el que la Iglesia revisara sus ritos: lo ha hecho siempre y, después de la gran reforma tridentina, no cesó de ponerlos a punto cuando lo estimó necesario (el Misal Romano tuvo varias ediciones típicas después de la de 1570; el Breviario fue ampliamente modificado por san Pío X; el mismo Pío XII encargó una nueva traducción de los salmos opcional para el rezo del oficio). Lo que pasa es que siempre en el pasado se había respetado la tradición (que no hay que confundir con conservadurismo). En las liturgias orientales es un principio sacrosanto la intangibilidad de los ritos. En la Iglesia latina, sin llegarse a esto, sí que existe un respeto por lo que ha sido transmitido a través de los siglos, adaptándolo –cuando se juzga necesario– a las legítimas exigencias de los tiempos. Pero una justa adaptación no implica nunca una revolución. El Vaticano II así lo comprendió y estableció la puesta al día (aggiornamento) de la liturgia en su constitución Sacrosanctum Concilium de 1963. Si se lee atentamente este documento nada hay en él contrario a la sana tradición de la Iglesia y la reforma en él planteada era razonable y podría haber dado buenos frutos si no se la hubiera adulterado a continuación.
El venerable Pablo VI, con el objeto de llevar a la práctica la reforma litúrgica querida por el concilio, instituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, independiente de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, el dicasterio encargado de velar por la liturgia. Durante las sesiones conciliares, el ala liberal había acusado constantemente a la Curia de ser conservadora (lo cual era cierto de algún modo) y de obstaculizar los trabajos conciliares (lo cual era falso e injusto, pues precisamente fueron los llamados progresistas los que sabotearon sistemáticamente el reglamento del Vaticano II, aprobado por el beato Juan XXIII). A Pablo VI lo convencieron, pues, de la conveniencia de quitar a Ritos (presidido por el cardenal cordimariano Arcadio Larraona, considerado tradicional) la competencia en la actuación de la reforma litúrgica y darla a un organismo que no tuviera que dar cuenta sino al Papa directamente. El Consilium estaba presidido por el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia y significado líder liberal del concilio, y tenía por secretario al P. Annibale Bugnini, vicentino, propulsor del movimiento litúrgico (aunque no el de Dom Guéranger, sino el arqueologista y ecumenista de Dom Beaudoin).
El aspecto de la reforma litúrgica que nos interesa ahora y hace a nuestro tema es el de la misa, por lo cual dejamos aparte la reforma de los demás libros litúrgicos. La del misal romano se llevó a cabo en dos fases. La primera consistió en el desmantelamiento del rito clásico codificado por san Pío V y cuya última edición típica fue la del beato Juan XXIII de 1962, justo el año en el que comenzó el Vaticano II. En 1965 y en 1967 el Consilium publicó sucesivas instrucciones en fuerza de las cuales se mutilaba el ordinario de la misa y se relegaba peligrosamente el uso del latín (considerado, sin embargo, por el propio concilio como la lengua propia de los ritos latinos). Estos cambios ya pusieron sobre aviso a los católicos fieles a la tradición (a los que se comenzó a llamar “tradicionalistas”). Fue en estos años cuando comenzó a organizarse la defensa del rito antiguo, principalmente en torno a la revista francesa Itinéraires (Louis Salleron, Jean Madiran) y a la Federación Internacional UNA VOCE. Hay que decir que estas iniciativas provenían de los seglares, aunque en el ámbito del clero se seguía también con preocupación la evolución de la reforma litúrgica. La segunda fase fue la creación de un Novus Ordo que substituyera al antiguo, para lo cual fueron admitidos a los trabajos del Consilium observadores no católicos (un talmudista judío y algunos expertos protestantes), que a menudo rebasaron su carácter meramente consultivo. El caso es que en 1967, el P. Bugnini propuso al sínodo de los obispos la llamada missa normativa, que no llegó a ser aprobada debido a los reparos de la mayoría de los padres sinodales. Dos años más tarde, sin embargo, ese mismo rito, con algunos retoques, era promulgado por Pablo VI mediante la constitución apostólic aMissale Romanum de 3 de abril de 1969.