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18.09.09

El Papa canonizará a Juana Jugan, modelo de caridad y mártir de la envidia clerical

LA HISTORIA HACE POR FIN JUSTICIA A UNA DE LAS MUJERES MÁS IMPRESIONANTES DE LA FRANCIA DEL SIGLO XIX

El próximo día 11 de octubre, entre otros Beatos que serán incluidos en el catálogo de los Sanots -de alguno más tendremos que hablar todavía- se incluye una mujer de las más admirables de la Francia de los tiempos modernos: Juan Jugan, que sin duda merece un artículo dedicado a su atribulada vida.

Juana Jugan nació en Cancale (Ille-et-Vilaine), un puerto pesquero en la costa norte de Bretaña (Francia). Su padre estuvo ausente en el momento del nacimiento de la futura santa, pues estaba navegando desde hacía seis meses por Terranova. Menos de cuatro años más tarde, el padre de Juana se perdió en el mar, como tantos otros navegantes. A partir de entonces, en casa las cosas se pusieron muy difíciles, Juana, su hermano y dos hermanas de su madre aprendieron cómo vivir la pobreza con honestidad y valentía, con fe y amor a Dios. Apenas tuvo edad para poder trabajar, Juana se contrató para en una casa en la cercana Cancale, para trabajar en la limpieza y la cocina.

Tenía 18 años cuando por primera vez un joven le propuso matrimonio, a lo cual ella se negó. El joven sin embargo no se olvidó de ella y seis años más tarde le volvió a renovar la petición, a lo que ella contestó que el Señor la quería para Él y que creía que tenía la misión de hacer algo que todavía no se había hecho. ¿Sabía claramente que era lo que Dios quería de ella? Para aquel entonces tenía barruntos de vocación, pero no sabía cómo, lo que si sabía era que quería servir a los pobres.

Cuando tenía 25 años, habiendo dejado el trabajo de Cancale, se hizo miembro de la Tercera Orden fundada en el siglo XVII por san Juan Eudes. Se encontraba en Saint Servan, donde trabajaba como enfermera y en el servicio. Con dos amigas había alquilado una casa, donde llevaban una vida fuerte de oración, además del trabajo que cada una tenía por su cuenta. Una noche, encontró por la calle a una anciana ciega y medio paralítica, a la cual recogió en la casa que compartía con las amigas y cedió su cama para que se acostara. Ella misma la cargó en brazos hasta el segundo piso, donde se encontraba su dormitorio Este acto la comprometió para siempre: después de aquella anciana vendría una segunda y una tercera, y con el apoyo de Juana y sus amigas todas eran cuidadas, se les lavaban las ropas y recibían un trato de cariño.

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