El mito de la tolerancia religiosa en la Córdoba musulmana
A PROPÓSITO DEL DISCURSO DEL PRESIDENTE BARACK OBAMA EN LA UNIVERSIDAD DE EL CAIRO
El Presidente de Estados Unidos, en un reciente discurso pronunciado en la Universidad del Cairo -discurso de gran belleza, todo hay que decirlo- ha dado pruebas de sus buenos conocimientos de historia, que estudió en la Universidad. Pero a la vez ha dado muestras de un cierto desconocimiento de una parte concreta de la historia, a la que ha hecho alusión directa al afirmar: “El Islám tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición”. En esta simple frase el Presidente Obama acumula una serie de errores históricos, que van desde la supuesta tolerancia musulmana en aquella época, hasta la inexistente coincidencia de dicho periodo con la Inquisición, que es muy posterior. Por eso hemos creído importante aclarar ciertos puntos.
En primer lugar, decir que el marco temporal de las palabras de Obama es difícil de delimitar, al poner al mismo tiempo dos fenómenos -la cultura cordobesa y la Inquisición (máxime si se refería a la Española)- que no coincidieron. Por otro lado, como es bien sabido, al hablar de Córdoba hay que distinguir entre el Emirato Independiente instaurado por Abderramán I en el 756 y el Califato proclamado por Abderramán III en el 929 y que duró hasta el 1031.
Aclarando la primera cuestión sobre la incompatibilidad temporal con la Inquisición española, hay que decir que ésta no fue fundada hasta el año 1478. Vayamos por partes: La Inquisición medieval fue establecida en 1184 (por tanto, mucho después del final del califato de Córdoba) mediante la bula del papa Lucio III Ad abolendam, como un instrumento para acabar con la herejía cátara. Fue el embrión del cual nacería el Tribunal de la Santa Inquisición y del Santo Oficio. Mediante esta bula, se exigía a los obispos que interviniesen activamente para extirpar la herejía y se les otorgaba la potestad de juzgar y condenar a los herejes de su diócesis.
En su primera etapa (hasta 1230), se denomina “Inquisición episcopal", porque no dependía de una autoridad central, sino que era administrada por los obispos locales. En 1231, ante el fracaso de la Inquisición episcopal, Gregorio IX, mediante la bula Excommunicamus, creó la “Inquisición pontificia", dirigida directamente por el Papa y dominada por los dominicos. En 1252, el papa Inocencio IV en la bula Ad extirpanda autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los reos. En ningún caso podía mutilarse al reo ni poner en peligro su vida. Las penas eran variables. Los herejes relapsos eran entregados al brazo secular para la ejecución de la pena de muerte. La Inquisición pontificia funcionó sobre todo en el sur de Francia y en el norte de Italia. En España, existió en la Corona de Aragón desde 1249, pero no en la de Castilla.
La Inquisición Española fue creada en 1478 por una bula papal con la finalidad de combatir las prácticas judaizantes de los judeoconversos españoles. A diferencia de la Inquisición medieval, dependía directamente de la corona española. Se implantó en todos los reinos de España donde antes no existía, en Sicilia y Cerdeña (que entonces formaban parte de de la Corona de Aragón) y en los territorios de América (hubo tribunales de la Inquisición en México, Lima y Cartagena de Indias. La Inquisición se convirtió en la única institución común a todos los españoles, con excepción de la propia Corona, a quien servía como instrumento del poder real: era un organismo policial interestatal, capaz de actuar a ambos lados de las fronteras entre las coronas de Castilla y Aragón, mientras que los agentes ordinarios de la Corona no podían rebasar los límites jurisdicionales de sus respectivos reinos.
Aclarado este tema, vamos a tratar el de la supuesta “tolerancia religiosa”, sobre la que hay que decir que no existió, sino que en ambos regímenes cordobeses se buscó el sometimiento político, cultural y religioso de los cristianos, aunque es verdad que en el califato se usaron métodos más refinados que en el Emirato, cuando las sentencias de muerte a los cristianos fueron bastante habituales: Paralelamente al afianzamiento del Islam, una aguda conciencia del declive del cristianismo, debilitado numéricamente por las conversiones y culturalmente por la arabización y la presión creciente del Islam, se desarrolló en un sector de la opinión mozárabe, lo que llevó a los cristianos a resistir a dicha presión, a veces silenciosamente y otras con acciones desesperadas de carácter público, que provocaron automáticamente condenas a muerte.
Las fuentes mozárabes registraron estas actuaciones individuales que tuvieron gran repercusión a partir del año 825, al dar noticia de dos mártires. Recordemos que fue en esta misma época (828) cuando Luis el Piadoso mandó una carta a los cristianos de Mérida para incitarles a la resistencia. Pero la ola de condenas a muerte en Córdoba se sitúa entre los años 850 y 860. Las autoridades religiosas y políticas reaccionaron: un concilio celebrado en el 852, en presencia de un funcionario mozárabe de la administración de las finanzas que desempeñó la función de comisario del gobierno, impidió a los cristianos buscar el martirio voluntario. Al no resultar esta medida suficiente para detener el movimiento, algunos años más tarde, en el 859, su principal animador, San Eulogio, fue sometido a su vez a juicio y ejecutado (en la foto), hecho que según parece puso fin esta vez a la sangrienta serie de martirios voluntarios. La fase crítica del movimiento sólo había durado una decena de años, pero demostraba con claridad el malestar profundo de un grupo etno-cultural irremediablemente amenazado en su existencia.
Los últimos acontecimientos relacionados con los mártires de Córdoba ocurrieron tras la muerte del emir Abd al-Rahman II en el 852 y el acceso al poder de su hijo Muhamad I. Durante casi un cuarto de siglo, éste siguió reinando sobre un Estado relativamente tranquilo, excepción hecha de la tenaz disidencia toledana. En efecto, la ciudad entró de nuevo en una fase de rebelión en el momento de acceso del nuevo emir y, entre el 850 y 853, bandas o ejércitos toledanos se aventuraron bastante lejos hacia el sur para hacer razias en las zonas fieles al poder de Córdoba, forzando a los elementos árabes que controlaban Calatrava a evacuar el sitio fortificado, e intentando saquear las explotaciones agrícolas situadas en el valle del Jándula, un afluente del Guadalquivir que desemboca en el río cerca de Andújar, en una región cuya población era sobre todo beréber. En esta ocasión, pusieron en apuros a un contingente militar omeya cerca de esta última ciudad.
Muhammad I, después de haber mandado poblar Calatrava de nuevo y fortificarla sólidamente, dirigió una importante expedición en el 854 contra Toledo, que había pedido auxilio al rey de Asturias, Ordoño I. El emir obtuvo una importante victoria en el Guazalete sobre los toledanos y sobre un gran ejército asturiano llegado como refuerzo. Las fuentes cristianas y árabes concuerdan en cuanto a las cifras de las pérdidas de los vencidos: ocho mil hombres entre los asturianos y doce mil entre los toledanos. Sin embargo este desastre no puso fin a la agresividad de los toledanos, rodeados de poblaciones árabes y beréberes hostiles y asediados en vano en el 856. Una vez más los toledanos atacaron Talavera, ciudad de población predominantemente beréber, pero en el año 858 un nuevo asedio, dirigido por el mismo emir, logró someter temporalmente el foco de resistencia toledano.
Algo distinta en las formas fue la actuación del Califato de Córdoba, también conocido como Califato Omeya de Córdoba o Califato de Occidente, estado musulmán andalusí proclamado por Abderramán III en el 929. El Califato puso fin al Emirato Independiente instaurado por Abderramán I y perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como Taifas. Como es bien sabido, el Califato de Córdoba fue la época de máximo esplendor político, cultural y comercial de Al-Ándalus.
A partir de 912, el nuevo emir Abd al-Rahman emprendió la tarea de reducir la multitud de focos rebeldes que habían surgido en el Emirato desde mediados del siglo IX. En 913 inició la campaña de Monteleón que logró recuperar numerosos castillos y sofocar la rebelión en Andalucía Oriental. Durante los años siguientes recuperó Sevilla y llevó a cabo las primeras aceifas contra los reinos cristianos del norte. Derrotó a un ejército de León y Navarra en la batalla de Valdejunquera (920); saqueó Pamplona en 924 y sometió a los Banu Qasi ese mismo año. Finalmente en 928 ocupó la fortaleza de Bobastro a través de una serie de campañas iniciadas en 917, terminando así con la rebelión iniciada por Omar ibn Hafsún y el último foco de rebeldía en Al-Ándalus. En 929 tomó el título de califa con el sobrenombre al Nasir li-din Allah, aquel que hace triunfar la religión de Dios.
Abderramán III consideró adecuada su autoproclamación como califa, es decir, como jefe político y religioso de los musulmanes y sucesor de Mahoma, basándose en cuatro hechos: ser miembro de la tribu de Quraysh a la que pertenecía Mahoma, haber liquidado las revueltas internas, frenar las ambiciones de los núcleos cristianos del norte peninsular y la creación del califato fatimí en África del Norte opuesto a los califas Abbasíes de Bagdad. La proclamación tenía un doble propósito. Por un lado, en el interior, los Omeyas querían reforzar su posición. Por otro, en el exterior, al objeto de consolidar las rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo, garantizando las relaciones económicas con Bizancio y asegurar el suministro de oro. La proclamación del califato cordobés supuso la segunda ruptura de la unidad islámica tras la proclamación del fatimí Mahdi Ubayd Allah como Emir de los Creyentes en el Magreb. Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el periodo de apogeo del califato omeya, en el que se consolida el aparato estatal cordobés.
Para afianzar el aparato estatal los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía Omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata’ls (esclavos y libertos de origen europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe. En el ejército se incrementó especialmente la presencia de contingentes beréberes, debido a la intensa política del Califato en el Magreb. Abderramán III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato.
Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de Al-Ándalus y estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el norte de África y el Mediterráneo. Durante los primeros años del califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llego a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León, Navarra y Castilla y el Condado de Barcelona le rendían tributo. Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamiéntos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Galib. Alfonso III por el norte de Portugal y los saqueos a Évora y Alange por Ordoño II y de Sancho Garcés a Nájera, Tudela y Valtierra, no impidieron que el emir, en 920, consiguiese la victoria de Valdejunquera.
El califa practicó una política interesada con respecto a los problemas entre los cristianos. Por una parte, a la muerte de Ramiro II castellanos y navarros con el apoyo de Córdoba sostienen la candidatura de Sancho frente a Ordoño III y cuando Ordoño es sustituido por Sancho el califa apoya a un nuevo candidato para de nuevo dar su apoyo a Sancho el Craso cuando es expulsado del reino y acude a Córdoba en busca de ayuda militar y personal. Por tanto, las tropas cordobesas unidas a las navarras repondrán en el trono a Sancho el Craso, después de exigirle la entrega de 10 fortalezas en la frontera del Duero.
Con al-Hakam II (961-967) León, Castilla, Navarra y los Condados Catalanes tratan de reunificarse para eludir el yugo musulmán, pero el intento es desbaratado por al-Hakám. No piden ayuda los rebeldes cristianos y de esta forma se someten. Según las fuentes musulmanas esta sumisión parece exagerada si atendemos a una observación profunda, pero encierran parte de verdad a tenor del diálogo entre el califa y el rey leonés Ordoño IV, destronado por Sancho el Craso. Por tanto, Abd al-Rahmán y Al-Hakán II lograron la sumisión de los cristianos a través de una hábil política intervencionista consistente en la división interna de los cristianos y ambos califas pacifican Al-Ándalus.
Con Hisham II, Almanzor alternó la diplomacia con las campañas de castigo que tenían objetivos religiosos y económicos. Enriquecido con la administración califal, Almanzor pasa al primer plano político tras una brillante campaña contra los cristianos en 977 que le permite sustituir al Habhib o primer ministro de Hisham III, pero su triunfo no se consolida hasta que derrota al general de mayor prestigio en Al-Ándalus, Galib, al que apoyan tropas castellanas y pamplonesas en su lucha contra Almanzor. Como los alfaquíes le acusan de usurpar el poder del califa, Almanzor se hace personar dando muestras de extremado celo religioso, depura la biblioteca de Al-Hakán II, amplía la mezquita de Córdoba y realiza continuas campañas contra los cristianos.
Durante su reinado las tropas cordobesas intervienen en León para apoyar a Vermudo II frente a Ramiro III, saqueando León, Barcelona y Santiago de Compostela. Para ello contó con el apoyo de algunos nobles leoneses que se oponían a las pretensiones de Vermudo II, o del heredero de Castilla Sancho García contra su padre García Fernández. La tradición cristiana pretende que la Batalla de Calatañazor les fue favorable, la realidad es que fue una victoria de Almanzor sobre los cristianos, que sufrirán nuevas derrotas a manos de Abd al-Malik, hijo del anterior entre los años 1002 y 1008. Sólo cuando se rompe la colaboración entre los árabes andaluces y los mercenarios beréberes y eslavos, 1008, los cristianos, castellanos y catalanes podrán perturbar las fronteras árabes y llevar sus tropas hasta Córdoba en apoyo de las facciones musulmanas enfrentadas.
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