Hace 50 años era elegido el Venerable Pablo VI (I)
DE LA SEDE AMBROSIANA A LA SEDE DE PEDRO
RODOLFO VARGAS RUBIO
Cercana ya su beatificación, recordamos la elección de uno de los grandes y santos Sumos Pontífices del siglo XX
Alrededor del mediodía del viernes 21 de junio de 1963, hace exactamente cincuenta años, el cardenal Alfredo Ottaviani, secretario de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, en su condición de protodiácono de la Santa Iglesia Romana, se asomaba al balcón central de la Basílica de San Pedro y anunciaba a la Ciudad y al mundo la elección del cardenal Giovanni Battista Montini, arzobispo metropolitano de Milán, como nuevo Romano Pontífice, sucediendo al llorado Juan XXIII, fallecido el 3 de junio precedente luego de una larga y trabajosa agonía (que fue seguida minuto a minuto en todo el mundo). En realidad, este resultado del cónclave iniciado dos días antes no sorprendió a nadie, pues el nombre de Montini había circulado entre los de los cardenales papables con mayor posibilidad de ser elegidos.
Sin embargo, sí sorprendió el que decidiese llamarse Pablo VI. El último papa Pablo antes de él –Camillo Borghese– había reinado trescientos cincuenta años antes, marcando su pontificado el inicio del brillante período del Barroco, que rodeó de esplendor a la Roma de la Contrarreforma. Aunque se sabe que Montini era un gran admirador de San Pablo, el Apóstol de los Gentiles, y, por lo tanto, lo más probable era que hubiese tomado su nombre como homenaje a él, no deja de ser sugestivo el antecedente de Pablo V, que había sido un fiel intérprete del Concilio de Trento, cuyas reformas continuó aplicando con firmeza y perseverancia, lo que hace pensar que el mismo rol tocaría desempeñar al neo-electo Pablo VI, que iniciaba su pontificado con el Concilio Vaticano II pendiente de continuación. Lo cierto es que tenía claro que otro papa Juan era irrepetible y que llamarse Pío podía hacer pensar en un retorno a la época pacelliana.
Pablo VI salió a continuación a la logia para darse el primer baño de multitudes y dio la bendición Urbi et orbi sin hacerla preceder de un discurso, como dictaba la tradición. La alocución tendría lugar al día siguiente. Más tarde en ese 21 de junio, cenaría con los cardenales electores, aunque no ocupando el puesto preeminente propio de su recién estrenada dignidad, sino tomando el lugar habitual que había ocupado en el refectorio instalado en la Sala de los Pontífices de los apartamentos Borgia durante el cónclave: entre los cardenales Paul-Émile Léger y Paolo Giobbe. El dato anecdótico de esta comida fraternal lo proporcionó el cardenal Richard Cushing, arzobispo de Boston, quien, en su entusiasmo por la elección de Montini, se levantó de la mesa dando tumbos bajo el efecto de las muchas libaciones en honor del nuevo papa.
¿Cómo llegó Giovanni Battista Montini al papado? Según testimonio de su amigo y confidente Jean Guitton, ya desde su adolescencia y juventud había presentido el futuro Pablo VI que llegaría a ocupar el sacro solio. Su preparación y su carrera podían hacer presagiar, desde luego, ese resultado. Perteneciente a una familia de la alta burguesía lombarda, nació en Concesio (Brescia), el 26 de septiembre de 1897, segundo de los tres hijos del abogado Giorgio Montini, director del periódico Il Cittadino di Brescia, y de Giuditta Alghisi, miembro de la nobleza. Su niñez quedó marcada por los últimos años del pontificado de León XIII, papa que animaba a los católicos a defender sus principios a través de la acción social inspirada en la encíclica Rerum novarum de 1891. Precisamente, el padre de Giovanni Battista era también representante en su provincia del Movimento Cattolico, una suerte de antecedente de la actual Cáritas, para la ayuda a los necesitados.
La educación del niño Montini fue confiada a los jesuitas, en cuyo colegio “Cesare Aricci” de Brescia fue matriculado en 1903 como alumno externo debido a su salud delicada, por cuya razón también se le eximirá de la vida de internado en el seminario después de acabar brillantemente en 1916 sus estudios secundarios en el liceo estatal “Arnaldo da Brescia”. Este doble rasgo de lucimiento intelectual y fragilidad física será una de las varias semejanzas que compartirá con el futuro Pío XII, a quien también se le dispensó de la vida común durante los estudios eclesiásticos. En 1919, Montini entró en la Federazione Universitaria Cattolica Italiana (FUCI), sección estudiantil de la Acción Católica, que tanta significación iba a tener en su vida.
El 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal de manos de su obispo diocesano monseñor Giacinto Gaggia, ordinario de Brescia. Al día siguiente ofrecía su primera misa en el Santuario de las Gracias. Ese mismo año, en noviembre, se estableció en de Roma, donde se inscribió en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana y en la de Letras en la Universidad estatal de la Sapienza, residiendo en el Colegio Lombardo. El 27 de octubre de 1921 su vida experimentó “un giro completo de 180 grados” (como él mismo escribiría a su madre): gracias a las gestiones del sub-secretario de Estado Giovanni Maria Longinotti, fue recibido por el entonces substituto de la Secretaría de Estado monseñor Giuseppe Pizzardo, quien le propuso entrar al servicio directo de la Santa Sede, para lo cual debía prepararse en la Academia de Nobles Eclesiásticos (hoy Pontificia Academia Eclesiástica) en el Palazzo Severoli de la Piazza della Minerva. El joven Don Montini ingresó en esta institución –donde se preparaba la élite del clero católico– en noviembre, abandonando los estudios filosóficos y matriculándose en Derecho Canónico en la misma Gregoriana. Ya papa, evocará la Academia como “un cenáculo de ideas y de debates; sobre todo, de lectura y de meditación”.
En 1922 obtuvo el doctorado en Derecho Canónico en la facultad del seminario de Milán gracias a la dispensa de examen en las disciplinas ya estudiadas en la Gregoriana, obteniendo la calificación de 32 sobre 40 en la prueba oral y la escrita. Con ello podía proseguir su preparación en la Academia. A principios de 1923, monseñor Pizzardo le indicó que debía prepararse para un próximo servicio en la Santa Sede, posiblemente en alguna nunciatura. Para ello, alternó los cursos recibidos en Palazzo Severoli con los del Estudio de la Congregación del Concilio, donde los jóvenes clérigos se familiarizaban con el trabajo jurídico y administrativo de la Curia Romana. En mayo, finalmente, fue enviado como agregado a la nunciatura de Varsovia, regida por monseñor Lorenzo Lauri (sucesor de monseñor Achille Ratti, convertido en Pío XI). No se quedó, sin embargo en el puesto mucho tiempo, ya que en octubre monseñor Pizzardo lo autorizaba a volver a Roma por motivos de salud (ésta no habría resistido bien el invierno polaco).
Vuelto a la Academia, asistió como alumno libre a las clases de Derecho Civil en la Pontificia Universidad Lateranense y a fines de noviembre de ese mismo año fue nombrado capellán del Círculo Romano la FUCI por monseñor Pizzardo (que era, además de substituto en la Secretaría de Estado, asistente eclesiástico general de la Acción Católica Italiana). A partir de este momento y durante una veintena de años la vida de Don Montini quedaba ligada al mundo estudiantil.
En el verano de 1924, en medio de las turbulencias en la vida política italiana que terminaron con el secuestro y asesinato de Giacomo Matteoti, jefe socialista de la Asamblea, después de que éste pronunciara una enérgica requisitoria contra el fascismo, Don Montini viajó a Francia, donde se quedó un mes y medio, visitando la abadía de Hautecombe y más tarde yendo a París, donde se quedó para seguir los cursos de la Alianza Francesa de la rue Raspail. Esta estancia parisién dejó en el joven clérigo lombardo un recuerdo imborrable y un amor incondicional a la cultura francesa (como el que Pacelli sintió siempre hacia la cultura germana). De hecho, volvería varias veces a Francia antes del estallido de la Segunda guerra Mundial.
El 24 de octubre de 1924, entraba como encargado (el nivel más bajo del escalafón curial) en la Secretaría de Estado. Después de unos mes de aprendizaje, fue nombrado minutante el 9 de abril de 1925, incorporándose a la sección de Asuntos Eclesiásticos Ordinarios bajo la autoridad de su protector monseñor Pizzardo. Empleados contemporáneamente a Montini se hallaban otros personajes destinados a cruzarse en su vida en altos cargos eclesiásticos: Alfredo Ottaviani, Francis Spellman, Domenico Tardini, Antonio Bacci. Sus obligaciones en la Secretaría de Estado no distrajeron a Don Montini de la asistencia espiritual del Círculo Romano, pero en la primavera de 1925 se produjo un incidente que le ocasionó problemas con sus superiores. El cardenal vicario de Roma Basilio Pompilj se quejó a monseñor Pizzardo de que el capellán del Círculo Romano mezclaba a éste en política. Es más, le hizo responsable de los altercados entre estudiantes fascistas y miembros del Círculo con ocasión de la procesión de Corpus de ese año. Don Montini, que sólo había querido ilustrar a sus dirigidos en cuestiones sociales, presentó entonces su dimisión, la que fue rechazada.
En septiembre de ese mismo año, la FUCI tuvo su congreso nacional en Bologna. Sin consultar a la Santa Sede, sus dirigentes, el capellán monseñor Luigi Piastrelli y el presidente nacional Pietro Lizier, enviaron un telegrama de saludo al rey Víctor Manuel III, grave error dado que la Cuestión Romana aún no había sido resuelta. Pío XI se negó a recibirlos cuando fueron a cumplimentarle días después de clausurado el congreso y acabó por destituirlos, poniendo a la cabeza del movimiento a Don Montini y a Igino Righetti. El primero fue agraciado con el título honorífico de camarero secreto supernumerario, que le hacía entrar en la corte pontificia y le daba derecho a usar el título de monseñor.
Tanto monseñor Montini como Igino Righetti eran mirados con recelo por los miembros de la FUCI en tanto “hombres del Vaticano”. En realidad, eran los instrumentos fieles a la consigna de Pío XI, que deseaba hacer de la Acción Católica –la niña de sus ojos– una milicia bien organizada y preparada al servicio de la Iglesia para contrarrestar la corriente anticristiana que se iba difundiendo por Italia con el fascismo en el poder, especialmente mediante la captación de la juventud. Los nuevos dirigentes de la FUCI le imprimieron una línea más cultural y religiosa. En verdad el combate por la cultura fue la constante preocupación de monseñor Montini, que veía a la ignorancia de las masas como el caldo de cultivo de los fanatismos. Así fue como dio un nuevo impulso a Studium, la revista del movimiento, y fundó con el mismo nombre la conocida editorial. También hizo publicar una revista bimestral llamada Azione fucina.
En la segunda mitad de los años veinte Giovanni Battista Montini tomó contacto con dos de las corrientes que más iban a influir en su pensamiento y acción: el humanismo integral de Jacques Maritain y el movimiento litúrgico. En 1925 había leído la Introducción general a la filosofía del autor francés, libro que anotó profusamente y que fue el punto de partida de su admiración hacia él. Por otra parte, con motivo de la llegada a Roma desde Brescia en 1928 de su antiguo amigo el padre Giulio Bevilacqua, monseñor Montini se trasladó a vivir al Aventino, donde habían alquilado ambos una casa cerca de la abadía de San Anselmo. Allí Montini pudo seguir los oficios monásticos y frecuentar a los monjes dedicados a los estudios litúrgicos en el cuadro del movimiento litúrgico, animado en aquella época por la idea de una renovación en el sentido de una simplificación y vuelta a los orígenes y de una mayor participación de los fieles. Un viaje que le llevó por ese entonces a través de las abadías de Maredsous, Saint-André-de-Lophem, Mont-César, Maria Laach y Beuron (todas ellas comprometidas con el movimiento) ganaron a Montini a la causa.
1929 fue el año de los Pactos Lateranenses, que ponían fin a la Cuestión Romana mediante la creación de un minúsculo Estado soberano en el Vaticano que garantizaba al Papa su independencia para poder ejercer libremente y sin cortapisas su misión espiritual. El hecho de que la Santa Sede los hubiera negociado con el gobierno fascista no agradaba a monseñor Montini ni a su entorno demócrata-cristiano (que, a la sazón se reunía en la casa del Aventino). Se mostraban escépticos en cuanto a la buena fe de Mussolini, temiendo que la Iglesia hubiera comprometido realmente su libertad de acción. Por otra parte pensaban que no se le perdonaría a los ojos del mundo el recibir un trato de favor de parte de un régimen autoritario. De allí que Montini expresara su más extrema reserva, la que se vería desgraciadamente justificada cuando, poco después de la firma de los acuerdos, el régimen comenzó a hostigar a la Acción Católica.
Artífice de los Pactos Lateranenses había sido el cardenal secretario de Estado Pietro Gasparri, el cual, una vez concluida la que consideraba su última gran empresa, pidió a Pío XI poder retirarse. El Papa aceptó su dimisión con efectos del 7 de febrero de 1930. En esa misma fecha fue sucedido por el flamante cardenal Eugenio Maria Pacelli, creado en el consistorio del 19 de diciembre anterior y que había sido nuncio en Baviera y en Alemania entre 1917 y 1929. Una nueva etapa se abría en la vida de monseñor Montini con la llegada de Pacelli, etapa que iba a durar casi un cuarto de siglo y durante la cual, el futuro Pablo VI haría su aprendizaje como papa. (Continuará)
11 comentarios
Tal tradición no existía, fue introducida por Juan Pablo II en 1978, con las consabidas reticencias de Virgilio Noé.
Antes sólo se daba la bendición, no se hablaba.
¡"uno de los grandes y santos Sumos Pontífices del siglo XX"! como indica el artículista al comienzo del texto
La coma indica que la tradición era no hacer preceder la bendición por el discurso.
Es difícil saber hasta qué punto era consciente, subjetivamente, de lo que hacía.
Pero lo hizo, y muy probablemente encima sin potestad para ello.
El revolcón de la Iglesia lo inició Juan XXIII convocando al Concilio y habilitando a todos los teólogos que habían sido cuestionados y censurados, en años precedentes. De buena fé y con buena intención, el Papa Bueno, puso al diablo a hacer las hostias.
Pablo VI con el Concilio Vaticano II llegó a una cena donde el menú ya estaba diseñado y el banquete estaba servido. Como buen invitado lo único que pudo hacer fue comer sin ganas y aguantarse la indigestión.
Pablo VI le dio la extrema unción al Concilio, pero el enfermo ya había llegado agonizando. Y fue a él el que le tocó salir a consolar a los deudos y a manejar los peleas entre los herederos.
Por favor más caridad con Pablo VI
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