San Agustín y las monjas

El obispo de Hipona, promotor apasionado de la vida monástica

En sus escritos, San Agustín se ocupó repetidas veces de las monjas. Algunos autores llegan a atribuirle la implantación del cenobitismo femenino o vida común perfecta en África. Otros se resisten a creer que entre las vírgenes africanas no hubiera aparecido ningún intento de vida común antes del regreso de Agustín a África. Semejante retraso parece inverosímil en una tierra abierta a todos los vientos culturales y en un cuerpo que ya en tiempo de san Cipriano había dado algunos pasos por el camino de la unión y la organización. El ario 393 el concilio de Hipona había obligado a las vírgenes que carecieran de protección familiar a vivir en común bajo la dirección de una mujer de reconocida probidad, lo que parece indicar que no existían monasterios en la diócesis.

La primera alusión de san Agustín al mundo religioso femenino aparece en su libro De moribus Ecclesiae catholicae, una apología anti maniquea escrita entre los años 387 y 389. La vida religiosa era ya entonces para él la corona del cristianismo. Elogia la castidad de las vírgenes solitarias, su laboriosidad y armonía con los monjes, de quienes reciben el alimento y a quienes, a su vez, proveen de vestido. Pero su corazón palpita con más ardor con la vida cenobítica de los monasterios urbanos. También en ellos se ejercita la penitencia y se practica el ayuno, aunque estos no sean sus valores supremos. Ambos quedan supeditados a la salud de cada monja y dirigidos por la caridad.

San Agustín fue toda su vida un promotor apasionado de la vida religiosa tanto masculina como femenina y un cantor inspirado de sus bellezas. Fundó monasterios de vírgenes y viudas, difundió el ideal de la virginidad y de la continencia, cantó sus excelencias, expuso sus fundamentos teológicos, y su magisterio encontró un eco insospechado en el mundo laico. Los casados abrazaban con la mayor naturalidad la continencia, las doncellas consagraban a Dios su virginidad y las viudas se comprometían a servir a Dios en el ayuno y la oración.

Por san Posidio sabemos que a lo largo de su vida fundó varios monasterios de hombres y mujeres, y que a la hora de su muerte rebosaban de personas que vivían en castidad y a las órdenes de sus superiores. Algunos de los monasterios femeninos quizá debieran su existencia a sus discípulos elevados a la dignidad episcopal, aunque solo quede constancia documental del fundado en Uzala por Evodio. Tambien consta con certeza la existencia de dos monasterios femeninos en Cartago, de uno en Thibari (Túnez) y Tabarca y de más de uno en la diócesis de Hipona. Quizá también hubiera conventos femeninos en Announa y Henchir Meglaf. El fugaz convento de Tagaste fue obra de Melania la Joven, que vivió en él durante siete años (410-417) con 130 religiosas. Todas ellas acompañaron a su antigua dueña en su viaje a Jerusalén, donde Melania dio vida a un convento más estable.

De uno de los monasterios hiponenses fue superiora durante varios años -“multo tempore usque in diem obitus sui”- la hermana de Agustín, y a él se retiraron también algunas de sus sobrinas. No se conoce la fecha exacta de su fundación, pero el largo gobierno de su hermana y los “tam multos annos” de su sucesora Felicidad, de que habla el Santo en una carta del año 423, nos conducen a los últimos años del siglo IV o primeros del V. San Agustín lo miró siempre con especial afecto: “Entre tantos escándalos como colman este mundo, solía yo encontrar consuelo en vuestra numerosa comunidad, en vuestro casto amor, en vuestra vida santa, en la gracia especial que Dios os ha donado para que no solo desdeñarais las bodas carnales, sino que también optarais por habitar unánimes en una casa con el alma y el corazón orientados hacia Dios”.

Pero, de acuerdo con la legislación conciliar de la época, lo visitaba muy de tarde en tarde, solo en las necesidades más urgentes. Ni siquiera durante unos disturbios que el año 423 agitaron profundamente la vida de la comunidad se sintió obligado a personarse en él. A la llegada de un nuevo prepósito surgieron disensiones entre las religiosas, que llegaron a pedir la destitución de la superiora. Agustín no se presentó en el monasterio, como era de esperar, sino que se contentó con enviar una carta en la que censuraba ásperamente el alboroto –“..tumultus… seditio....”- y exhortaba a las monjas a deponer su actitud. Muchas habían recibido de ella el velo y la formación y, por tanto, en vez de alborotarse pidiendo su destitución, deberían llorar en caso de que él hubiera querido retirarla. De protestar, deberían hacerlo, mas bien, contra el nuevo prepósito.

Libres y libertas vivían juntas en grandes comunidades. Comían en un mismo refectorio, pero, al parecer, dormían en celdas separadas. A determinadas horas se reunían para rezar, leer las Escrituras y trabajar la lana. Ayunaban, vestían con simplicidad y salían poco de casa. Al frente del monasterio estaban la superiora, quizá vitalicia, y un prepósito, que probablemente sería sacerdote. Los demás clérigos no podían ni siquiera visitarles. La mayoría eran vírgenes, pero se admitía también a algunas viudas. La hermana de san Agustín entró en el monasterio de Hipona a la muerte de su esposo. Practicaban obras de caridad, entre ellas el cuidado de niños expósitos y la educación de algunas niñas. Otras ocupaciones parecen haber sido la lectura y la copia de códices.

Nuestra información directa sobre su régimen de vida y su orientación espiritual es escasa. Pero podemos completarla con el recurso a la Regla y a otros escritos del Santo, así como a la literatura canoníca, doctrinal y espiritual de la época. Según las investigaciones de Luc Verheijen, San Agustin escribió su Regla para el monasterio del huerto, de varones, pero muy pronto apareció una versión femenina que era una simple traducción del original masculino con algunos retoques acerca del tocado del pelo (Regla, IV, 1), del gobierno de la comunidad (IV, 11) y del use de los baños (V, 5). Según ha notado Adalbert de Vogue, en esta adaptación la clausura de las monjas no experimenta cambio alguno. Al igual que los monjes, las religiosas podían salir del monasterio para ir a la Iglesia, a los baños o a otros lugares. Su clausura en nada se diferenciaba de la de los monjes.

La Regla tiende toda ella a construir una autentica vida comunitaria, a ejemplo de la primitiva comunidad de Jerusalén (cf. He 4, 32-35). Las religiosas se reúnen en el monasterio para vivir unánimes en él y tener “un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios” (Regla 1, 2). Pero solo alcanzarán dicho fin si son humildes, desprendidas de toda propiedad privada y entregadas en cuerpo y alma a la comunidad; si respetan la individualidad de sus hermanas; si se perdonan y corrigen con caridad; si la superiora vive para servir a las religiosas y estas se compadecen de ella y le ayudan a llevar su pesada carga; y si todas se comportan como hijas amantes de la belleza espiritual y no simples esclavas de la ley. Más que de la perfección individual de cada una de las hermanas, la Regla se preocupa del bien de la comunidad, y eso le induce a privilegiar los aspectos sociales de la vida religiosa.

La perfecta comunidad agustiniana, tal como aparece en la Regla y en otros escritos monásticos del santo, es una comunidad de amor nacida de la gracia de Dios y consagrada a su servicio; una comunidad de vida sencilla y sobria, en la que todo se pone en común: talentos, afectos del corazón y bienes materiales, en que no cabe el autoritarismo ni el privilegio, sino que respeta la personalidad de sus miembros y atiende a sus necesidades; una comunidad que vive en dialogo fraterno y confiado y se comunica con la Iglesia local; una comunidad que, aunque pueda carecer de una misión concreta bien determinada, debe vivir siempre atenta a la voz del Señor y a las necesidades de la Iglesia. Pero San Agustín es consciente de que los modelos abstractos nunca se realizan perfectamente y que también entre las paredes de los monasterios acechan las trampas y anidan falsos hermanos. En varios escritos deplora la vanagloria que desconoce la realidad y exhorta a los responsables a no bajar la guardia. Sólo la vigilancia puede mantener la disciplina y la concordia, y, cuando estas naufragan, no hay otro modo de restablecerlas que la caridad expresada en el perdón de las ofensas y en la corrección fraterna, a los que dedica sendos capítulos en su Regla.

El magisterio e influjo de san Agustín sobre la vida religiosa occidental no se limitan a la fundación de algunos monasterios y ni siquiera a la difusión e institucionalización de la vida religiosa en África. Sus principales aportaciones son de índole teológica y espiritual y hay que ir a buscarlas en sus escritos. Son estos los que le han convertido en padre y mentor de religiosos y religiosas a lo largo de los siglos. La Regla, el folleto De opera monachorum, algunos capítulos de las Confesiones y de la Ciudad de Dios, varias cartas, sermones y comentarios de los salmos han servido de guía y alimento a incontables generaciones religiosas. Las monjas han mostrado siempre una natural predilección por el opúsculo De sancta virginitate.

Este tratado data de fines del año 401. El mismo Santo nos dice que lo redactó al poco de haber concluido el folleto De bono coniugali y con ánimo de completar su doctrina. Este detalle parece sugerir que los errores de Joviniano sobre la virginidad continuaban resonando en su mente y le pusieron de nuevo la pluma en la mano. Quizá pensara también en el monasterio de vírgenes de Hipona, adonde ya se habría retirado su hermana. El libro insiste en el origen divino de la virginidad, reafirma su superioridad sobre el matrimonio, cuya licitud tiene buen cuidado en salvaguardar -su ilicitud redundaría en descredito de la virginidad-, la coloca en el centro del misterio de Cristo y de la Iglesia y muestra la preferencia de su autor por la virginidad practicada en la vida común.

El influjo eclesial de san Agustín y la elevación al episcopado de algunos de sus discípulos facilitaron la difusión del monacato femenino en África. Evodio fundó un monasterio en Uzala; Melania la Joven abrió otro en Tagaste a la sombra de Alipio; y otros aparecieron en Cartago, Tabarca, Henchir Meglaff y otras ciudades.

Desgraciadamente, las monjas africanas tuvieron que afrontar a la vez la desaparición de su mentor y la persecución de los vándalos, arrianos. Del largo reinado de Genserico (429-477) no hay apenas datos, pero todo parece indicar que al menos los monasterios de la provincia proconsular sufrieron serios quebrantos y algunos sucumbieron por completo. Otros monasterios fueron víctimas de los mauritanos: Una carta de San León Magno nos informa de que muchas de sus moradoras fueron víctimas de la lascivia de los mauritanos.

4 comentarios

  
Mariano
Sólo para aclararme, esto de la continencia en el Matrimonio no va contra la doctrina de la Iglesia, ¿alguien me lo puede aclarar?
20/10/11 6:38 AM
  
ALEJANDRO
Evidentemente, la continencia no es propia del estado de vida matrimonial, porque precisamente la relación sexual expresa la donación total de los cónyuges que es el matrimonio cristiano. La práctica de la continencia en el matrimonio no va contra la doctrina de la Iglesia siempre y cuando ambos cónyuges estén de acuerdo. Si uno de ellos pretendiera vivir en continencia sin el acuerdo del otro, estaría incurriendo en un grave pecado que es la negación de lo que en la doctrina clásica se llamaba el "débito conyugal". La moral consideraba que tal negativa,si era continuada y sin motivo, era pecado mortal porque, entre otras cosas, inducía al cónyuge a cometer adulterio.
20/10/11 10:02 PM
  
abigail
disculpen, yo soy d epuebla, mexico y quisiera saber si hay madres Agustinas aqui porque quiero formar parte de ellas.. ojalá y me pudieran dar informes de ello. gracias
04/04/12 9:06 PM
  
olgamar
Es importante verificar el interés de Agustin por la vida mon´stica especialmente la femenina y los fundamentos de su vida. Ojalá sigamos profundizando en el tema
17/10/12 4:13 PM

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