En 1784 el periódico alemán Berlinische Monatschrift publicó diversas respuestas a la pregunta del clérigo Johann Friedrich Zöllner: ¿Qué es la ilustración?
Kant sería uno de los autores que contestaría a esa pregunta. En su ensayo en respuesta a la pregunta de Zöllner, explica Immanuel Kant que “la ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad.”
La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la ilustración.
Hasta el siglo XVIII, al parecer, el hombre no se había atrevido a pensar por sí mismo. Toda la historia del pensamiento, desde la Grecia de los presocráticos, no valía nada. Santo Tomás de Aquino o San Agustín no se atrevían a pensar sin la guía de otro.
Pero aquí subyace el concepto kantiano de dignidad del ser humano. El hombre, según él, es digno si es autónomo; es decir, si es libre (entendida como licencia y espontaneidad; o sea, como libertinaje, como posibilidad de hacer o no hacer lo que le dé la gana) y responsable de sus actos. Sólo así se puede considerar “persona” a un ser humano. Para Kant, hay seres humanos que no son personas ni tienen dignidad: los discapacitados, los dependientes, los trastornados, los dementes, los niños sin uso de razón, no serían personas porque no son autónomos ni responsables de sus actos.
Sí que tengo que darle la razón a Kant en una cuestión importante: la mayoría de los hombres son perezosos y cobardes. Y por eso, es más fácil dejarse llevar por otros que ejercen como guías. “¡Qué piensen otros! Yo vivo muy contento sin pensar. Ya pensarán otros por mí.”
No es que la mayoría de los hombres sean tontos, incapaces de pensar ni de entender. El problema es que son vagos y cobardes. Porque si pienso por mí mismo y lo cuestiono todo, puede ser que me salga de lo “políticamente correcto” y entonces es posible que me la juegue. Es más fácil vivir alienado, adocenado, tranquilo, gozando de los placeres del mundo hedonista que se le ofrecen y no complicarse la existencia. “Pan y circo”. Pasarlo bien, divertirse, no meterse en líos, seguir la corriente, adular a los que mandan para hacer carrera, ir con el rebaño… Y repetir frases hechas huecas y vacías. Repetir lo que dice todo el mundo, opinar lo que opina todo el mundo… Sin apartarse del rebaño, sin disidencias, sin dar la nota, sin resultar molesto…
Hoy en día, hay un grupito de ilustrados iluminados (luciferinos) que le dicen a todos lo que tienen que pensar, lo que deben opinar, lo que deben saber, la música que debemos escuchar, los libros que tenemos que leer… A través de los medios de comunicación y de los productos culturales de masas; a través de las redes sociales, a todas horas y por todas partes, te encuentras la propaganda sistémica lavándole el cerebro a las masas. Y quien se sale del sendero trillado es condenado por la nueva inquisición progresista a la hoguera de la homofobia, del negacionismo (ya sea sobre las vacunas Covid, sobre el cambio climático o sobre lo que sea que el nuevo Komintern o su politburó haya decidido que hay que creer a pies juntillas y sin rechistar) o de delito de odio. Llevar una cruz visible o citar textualmente textos bíblicos o del catecismo puede complicarte la vida o llevarte ante jueces y fiscales, denunciado por odio a determinados colectivos que se ven discriminados o señalados por esos textos.
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