La mentira
La mentira es siempre pecado, muchas veces mortal. Y quien mintiendo comete pecado mortal, pierde el estado de gracia. El octavo mandamiento de la Ley de Dios dice: “No darás falso testimonio ni mentirás”.
Dice el Catecismo:
1022. Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
1034. Jesús habla con frecuencia de la “gehena” y del “fuego que nunca se apaga” (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: “¡Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno!” (Mt 25, 41).
1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, el fuego eterno (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Muchas veces se nos acusa de insistir machaconamente en el sexto mandamiento. Pero no olvidemos que el Demonio es el padre de la mentira. Y hoy en día vivimos en un mundo de mentiras.
Las ideologías son mentiras que prometen la felicidad y el bienestar y reportan lo que tenemos: soledad, injusticias, desesperanza, desolación, paro, enfrentamientos, divisiones…
El Pensamiento Único es una gran mentira y se vale del engaño para promover la degradación, la depravación moral y la muerte. Prostituyen palabras sagradas como “matrimonio” o “amor”. Incluso invocan la palabra de Dios y el mandamiento del amor para justificar el adulterio y la fornicación. No tienen vergüenza. Pero tendrán que rendir cuentas de su depravación y de sus engaños, que a tanta gente están conduciendo a su perdición.
Nos dice que el aborto es un derecho de la mujer y un gran logro social: como si matar a un inocente en el vientre de su madre fuera algo plausible y deseable. ¡Cuántas mujeres sufren la pérdida de sus hijos cuando tienen la desgracia de padecer abortos naturales! Mientras tanto, otras se enorgullecen de asesinar a sus hijos antes de darles la oportunidad de nacer. ¿No resulta hiriente que estos desgraciados (que no están en gracia de Dios) utilicen eufemismos como “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE) para evitar el término “aborto”, que resulta muy “desagradable”? El mandamiento de “no matarás” lo pretenden derogar bajo el pretexto de que matar a un niño, asesinarlo antes de que nazca, forma parte de los “derechos a la salud reproductiva” de la mujer. Y para justificar la atrocidad, recurren al argumento emotivista y extremos, como el de la pobre niña violada. Como si para remediar un crimen, fuera justificable cometer otro aún mayor. Es su estrategia permanente.
Otro tanto ocurre con la eugenesia o la eutanasia.
¡Gran logro de la ciencia!: hemos conseguido eliminar una enfermedad congénita a base de seleccionar un embrión libre de enfermedades entre otros mil que las tenían. O sea que para tener un hijo sano, matamos a novecientos noventa y nueve y problema resuelto.
¡Hemos acabado con los niños con síndrome de Down en Islandia!: porque se les mata antes de nacer… Pobrecitos… “para que no sufran”… Esos niños son una “carga” para sus padres y un gasto innecesario para las arcas públicas. Mejor los matamos…
¡Hipócritas! ¡Asesinos! Algún día se os pedirá cuentas de la sangre derramada de tantos niños inocentes a los que habéis asesinado. Vuestras manos están manchadas de sangre. ¡Convertíos! ¡Arrepentíos!
¿A cuantos embriones tenemos que destruir o congelar para que una pareja, que “tiene derecho a tener hijos”, pueda tener uno?
Pobres enfermos terminales, tetrapléjicos, ancianos que sufren… Mejor les ponemos una inyección y que dejen de sufrir: ¡Eutanasia libre! “¡Derecho a una muerte digna!”. Todo son mentiras, engaños burdos que ocultan una verdad cruel, trágica, abominable, inhumana.
Pero vivimos en la cultura del postureo. Fíjense en las redes sociales. Todos con sus caras sonrientes, sus morritos, sus posturitas, sus abrazos y sus besos. Todos somos inmensamente dichosos. Aparentamos lo que no somos. Detrás de tanta fotografía idílica se ocultan las más de las veces vidas desdichadas, depresiones, vacíos, soledades y amarguras a las que el hedonismo rampante no puede satisfacer con su felicidad engañosa. Todo mentiras. Culto a la apariencia.
“El fin justifica los medios”, “el hombre está por encima del bien y del mal”, “Dios ha muerto”, “vale todo, con tal de que no dañes la libertad del otro”… Todo mentiras. “El hombre es Dios y su voluntad y su esfuerzo conseguirán cambiar el mundo y acabar con las injusticias, con las guerras e incluso con la misma muerte”. Todo mentiras, engaños, falacias.
El empresario que pone en marcha un proyecto que puede generar puestos de trabajo y mejorar el mundo y lo hace explotando a sus trabajadores, con sueldos miserables y/o sin darlos de alta en la seguridad social, tendrá muy buenas intenciones pero engaña y miente. El fin no justifica los medios. La doctrina social de la iglesia lo deja muy claro. Pero ¿a quién le importa? Dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
301. Los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio social de la Iglesia ha considerado oportuno enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en los ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa remuneración; el derecho al descanso; el derecho “a ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral”; el derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin que sean “conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la propia dignidad”; el derecho a subsidios adecuados e indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias; el derecho a la pensión, así como a la seguridad social para la vejez, la enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la prestación laboral; el derecho a previsiones sociales vinculadas a la maternidad; el derecho a reunirse y a asociarse.Estos derechos son frecuentemente desatendidos, como confirman los tristes fenómenos del trabajo infra-remunerado, sin garantías ni representación adecuadas. Con frecuencia sucede que las condiciones de trabajo para hombres, mujeres y niños, especialmente en los países en vías de desarrollo, son tan inhumanas que ofenden su dignidad y dañan su salud.
302. La remuneración es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones laborales. El “salario justo es el fruto legítimo del trabajo”; comete una grave injusticia quien lo niega o no lo da a su debido tiempo y en la justa proporción al trabajo realizado (cf. Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). El salario es el instrumento que permite al trabajador acceder a los bienes de la tierra: “La remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común”.El simple acuerdo entre el trabajador y el patrono acerca de la remuneración, no basta para calificar de “justa” la remuneración acordada, porque ésta “no debe ser en manera alguna insuficiente” para el sustento del trabajador: la justicia natural es anterior y superior a la libertad del contrato.
Los nacionalismos inventan la historia y mienten. Lo estamos viendo ahora en Cataluña (y en el País Vasco). Adoctrinan, engañan, meten cizaña, corrompen el corazón de los niños… Confunden adrede lo que es un preso político con lo que es un político preso… Todo mentiras, patrañas, manipulaciones repugnantes para justificar la traición. Siembran la división con la cizaña de sus mentiras para enfrentar a hermanos contra hermanos. Las mentiras son asesinas y acaban provocando la muerte de inocentes. No es un pecado venial: la mentira es pecado mortal.
El niño miente a sus padres para hacerse la víctima y atacar a sus profesores. Los padres justifican al niño y defienden lo indefendible. Otros te engañan para justificar que no pueden pagar lo que deberían y luego los ves todos los días en las terrazas de los bares o con coches nuevos que yo no me podría pagar de ninguna manera; o te enteras de que tienen “campos” con piscina y caballo para presumir en la feria; o ves que se van de vacaciones a hoteles que yo no piso desde que hace veinticuatro años me casé y fui a Tenerife de luna de miel. Mentiras y más mentiras. Engaños… “Es que los españoles somos así: es la picaresca de siempre…” Como si mentir fuera una fatalidad o consustancial a ser español. Mentira. Lo español es el honor, la honradez, la verdad, la fidelidad a la palabra dada: no la mentira y el deshonor. A mí me podéis engañar. Podéis mentirme, aunque no creo que me lo merezca porque me estoy dejando la vida por vuestros hijos y por vosotros (y sabéis que no miento). Luego están los que te sonríen por delante y te apuñalan por detrás: los hipócritas que no tienen una mala palabra pero te asesinan con sus lengua por la espalda… Allá vosotros. Diréis: “Este ultracatólico es tonto…”. Pero da igual… A quien no podéis engañar es a Dios, Nuestro Señor. Estáis en pecado. Convertíos, arrepentíos de vuestras mentiras. Pedid perdón al Señor. Y no sigáis por ese camino que solo conduce al infierno. Os lo suplico por vuestro propio bien. El día y la hora en que tendréis que rendir cuentas al Señor nadie lo sabe más que Él. No seáis insensatos.
La mentira es una plaga. Está en todas partes. En el niño que miente o copia en los exámenes. En el empresario que engaña a sus trabajadores o a la Hacienda Pública; en los políticos corruptos; en las ideologías falsas; en los herejes que repiten sus mentiras para engañar a los fieles; en los curas pederastas que celebran los sacramentos con sus manos impuras, faltando al respeto a Nuestro Señor; en los trabajadores que no cumplen su responsabilidad; en los trepas que pisan o apuñalan a sus compañeros con tal de medrar y “ascender”; en los empresarios inmorales; en los directores que no respetan la dignidad de sus trabajadores y los consideran “medios” y no fines en sí mismos; en los que abusan sexualmente de sus semejantes…
¡Ay de vosotros, modernistas, que escandalizáis al pueblo fiel con mentiras, engaños y ambigüedades calculadas! Más os valdría colgaros una piedra al cuello y arrojaros al mar. Pagaréis por vuestras mentiras y vuestra maldad, si no os arrepentís. Falsos pastores, lobos con piel de oveja, que no creéis en nada y lleváis a las almas a la confusión, cuando no a su perdición. Rompéis la comunión de los santos pero pagaréis por ello. Vosotros no creéis en el infierno ni en el Dios verdadero. Pero eso da igual. Da lo mismo que creáis o no: si no os arrepentís y os convertís a la Verdad, que es Cristo, os condenaréis al infierno y sufriréis el castigo eterno.
“Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo”, digo con San Pablo. Sed santos, vivid en la Verdad. Arrepentimiento, confesión y comunión íntima con Cristo, Nuestro Señor. “¿Quién es este para llamarnos a la conversión?”, preguntaréis. El celo del Señor me consume y su Palabra arde en mi interior. No tenéis que creerme a mí: creedle a Él. Yo no me anuncio a mí mismo: anuncio a Cristo, muerto en la cruz y resucitado. Yo soy un pecador: es verdad. Pero sólo aspiro a la santidad por la gracia de Dios. Sé que este artículo va a molestar a muchos que se van a sentir aludidos. Todo lo estimo en nada al lado de Cristo.
Sed luz y no tinieblas. Aborreced la oscuridad de la mentira y vivid en el resplandor de la Verdad. El octavo mandamiento de la Ley de Dios dice: “No darás falso testimonio ni mentirás”. La mentira es siempre pecado: muchas veces pecado mortal. Y quien mintiendo comete pecado mortal, pierde el estado de gracia. Esta es la doctrina santa de la Iglesia. Por amor, por caridad, tengo que recordaros la Verdad: para que tengáis vida eterna y no os condenéis. La Verdad es Dios. Vivid en la Verdad y tendréis vida eterna.
Santidad o muerte