Meditación cuaresmal
I- Qué es el Temor de Dios
Con frecuencia observamos que cuando el temor de Dios disminuye en la balanza de nuestras conciencias, pesan mucho más los miedos. Pesan más, porque quien manipula la imaginación con su diabólica astucia, multiplica los miedos al infinito, siempre en el mismo sentido, es decir, dejando de lado sistemáticamente las posibilidades optimistas, las eventualidades positivas. Poco a poco, nuestra alma se va alejando de la unión con Dios, debilitando la Fe y la Esperanza; cada día se refuerzan las numerosas cadenas con que los miedos atan a las almas, haciéndolas serviles, esclavas.
Cae la noche sobre la inteligencia, porque perdido el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, “Initium sapientae, timor Domini” (El inicio de la sabiduría está en el temor de Dios), se apaga en nuestras conciencias la Luz que ha venido al mundo, queda inmersa en tinieblas interiores, perdemos la capacidad intelectual de discernir y con la voluntad paralizada, nos encontramos entonces a merced de los miedos, pues la imaginación se ve invadida por mesnadas de fantasmas surgidos de lo más profundo del imperio de la oscuridad y la mentira.
El don del Temor de Dios es uno de los integrantes del “Sacro Septenarium” que pedimos en Pentecostés, el Señor nos lo da cual dote paterna cuando somos adoptados como hijos suyos en el bautismo, aunque se desarrolla en plenitud desde el día de nuestra confirmación, para poder combatir con valentía los miedos. Desempeña una función decisiva en el florecimiento de la esperanza, pues el santo Temor de Dios nos constituye en la humildad y nos conforma por la Caridad. Así, el alma consciente de la propia flaqueza y debilidad personal, evita todo repliegue y vana complacencia en sí misma, para arrojarse, generosa y confiada, en el seno del Padre.
El Espíritu de Temor lleva a una audaz y filial confianza en Dios, y conduce a un abandono total en el amor divino, forma suprema de la Caridad, que junto con la Fe nos sostiene en la Esperanza por los misteriosos itinerarios del alma que avanza hacia Dios, transitando caminos en el agua, sin dejarnos invadir por aquellas dudas y miedos que abrieron abismos en el mar, bajo los pasos de San Pedro. ¡Son tantos los pánicos y miedos que arrastran en sentido contrario de la sabiduría y la cordura, conduciendo también al precipicio de absurdas locuras!
El Santo Temor de Dios, no es tener miedo a Dios, porque la Caridad excluye el miedo, nos dice San Juan. Es el profundo respeto que Santo Domingo Savio formula como lema de su vida: «Antes morir que pecar». Es la prudencia fiel que sostiene a la casta Susana ante las insidias y amenazas de los perversos. Es la audacia firme que manifiesta el corazón de Blanca de Castilla cuando le dice a su hijo, el futuro Rey de Francia, San Luis: «prefiero verte muerto a que cometas un solo pecado mortal». El Temor de Dios es el que fundamenta cada acto de la caridad heroica en todos y cada uno de los actos martiriales.
El Temor de Dios nos confirma en la esperanza, y produce en nosotros un fuerte deseo de no ofenderle, dándonos también la certeza de que Él nos dará la gracia para ello. Nuestro deseo de no pecar es más que una obligación; es un anhelo que nace del amor filial que nos infunde la caridad que busca la unión con Dios en todo. De esta manera, como criterio supremo, tememos agraviarle o portarnos de una manera que pueda deteriorar esa unión. Y esto, no lo debemos hacer meramente por temor al castigo, sino porque, como hijos suyos que somos, le amamos profundamente, porque le consideramos digno de nuestro amor, reverencia, obediencia, admiración y respeto.
¿Cómo vencieron los mártires el miedo a los más atroces tormentos, a los suplicios más terribles? Con la fe puesta en Dios, pues tenían la certeza de que hacían un buen negocio y gracias a su humildad, al conocimiento profundo de sí mismos y al temor de ofender al Señor, se despojaron de su nada a cambio del Todo. Nuestro Señor lo dejó dicho: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por Mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su alma?»(Mt XVI). Como todas las gracias de Dios, el don del Santo Temor es un regalo precioso que debemos cuidar, pues perderlo, implicaría abrir las compuertas al dique de todos los miedos y sus consecuencias nefastas.