La vida tiene sentido
Dios es el principio y el fin último de todo el universo. Y el hombre debe dirigir su mente y su conducta hacia la única meta de la perfección, que es Dios mismo. Como dice San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hemos sido creados por Dios y para Dios y por ello aspiramos a la justicia, a la paz, al bien, a la verdad y a la belleza, que son atributos del Creador. Nuestra verdadera patria es el cielo y no estaremos satisfechos ni seremos plenamente felices hasta que lleguemos a esa deseada “morada sin pesar”[1].
El pecado original ha provocado efectos devastadores: la privación de la gracia, la pérdida de la bienaventuranza, la ignorancia, la inclinación al mal, todas las miserias de esta vida y, en fin, la muerte [2]. Después del pecado original, el hombre no podría salvarse, a no ser por la misericordia de Dios. Y esa misericordia consistió en la encarnación del Hijo de Dios para liberar al hombre de la esclavitud del demonio y del pecado. Todos nacimos esclavos y hemos sido comprados al precio de la preciosísima sangre de Cristo.
“El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos.” Isaías 9, 1-2.
“Pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vino por Jesucristo.” Jn. 1, 16-17
Cristo pagó con su sangre el precio de nuestra redención, el precio de nuestra liberación de la esclavitud del pecado y, así, nos abrió las puertas del cielo y dio la esperanza de la salvación a cuantos creen en su Nombre:
“Vino a los suyos, pero los suyos no le conocieron. Pero a cuantos le recibieron les dio poder de convertirse en hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre”. Jn. 1, 11-12.
“Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.” Romanos 5, 15, 18
La vida tiene sentido: hemos sido creados por Dios y para Dios. Y vivimos para dar gloria y alabanza a Dios, amándolo a Él sobre todas las cosas y al prójimos como a nosotros mismos, y así salvar nuestra alma. En Dios vivimos, nos movemos y existimos. Nuestra esperanza es Cristo. Él es el alfa y la omega, el principio y el fin. Todo fue hecho y es hecho por Él y para Él. No hay otro Salvador que Nuestro Señor Jesucristo. Esa es nuestra fe. Y la fe es necesaria para nuestra salvación. El Señor mismo lo afirma:
“El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,16). (Catecismo 183).
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