No se puede ni se debe bendecir el pecado
Dice el cardenal Fernández, prefecto del dicasterio para la doctrina de la fe:
La Declaración contiene la propuesta de breves y simples bendiciones pastorales (no litúrgicas ni ritualizadas) a parejas (no a las uniones) irregulares, entendiendo que son bendiciones sin forma litúrgica que no aprueban ni justifican la situación en que se encuentran esas personas.
Algunos Obispos, por ejemplo, han establecido que cada sacerdote podrá discernir pero que podrá realizar estas bendiciones sólo en privado. Nada de esto resulta problemático si se expresa en un marco de respeto hacia un texto firmado y aprobado por el mismo Sumo Pontífice, intentando acoger de algún modo la reflexión que contiene.
Es la invitación a distinguir entre dos formas diferentes de bendiciones: “litúrgicas o ritualizadas” y “espontáneas o pastorales”.
Es solo la repuesta de un pastor a dos personas que piden la ayuda de Dios. Por eso en ese caso el pastor no pide condiciones ni quiere conocer la vida íntima de esos sujetos.
Esta “reflexión teológica, basada en la visión pastoral del Papa Francisco, implica un verdadero desarrollo de lo que se ha dicho sobre las bendiciones en el Magisterio y en los textos oficiales de la Iglesia”.
En el trasfondo se sitúa la valoración positiva de la “pastoral popular” que aparece en muchos textos del Santo Padre. En ese contexto, nos invita a una valoración de la fe sencilla del Pueblo de Dios, que aun en medio de sus pecados sale de la inmanencia, abre el corazón para pedir la ayuda de Dios.
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El Pecado Mortal
(Les invito a leer el catecismo)
No se puede bendecir lo que no aprueba Dios o lo que está mal o lo que es pecado. El pecado es pecado y hay que combatirlo siempre: no bendecirlo, aunque lo diga el Papa de Roma. El mal no se bendice. Los fornicarios y los adúlteros viven en pecado mortal. Y siempre están a tiempo de convertirse: hasta la hora de su muerte. Si alguien que vive en pecado mortal quiere ser bendecido, que se convierta, que se arrepienta de sus pecados y que se confiese. A nadie se le niega el perdón, si hay verdadero arrepentimiento y dolor de los pecados. Pero claro, si estás encantado de la vida de vivir con tu pareja irregular u homosexual y no tienes ninguna intención de cambiar de vida… ¿Qué bendición te va a dar Dios? Bendecir a quienes viven en pecado mortal y no tienen intención alguna de cambiar ni de arrepentirse de nada, es blasfemia, sacrilegio y herejía. Y me da igual quién diga lo contrario.
¿Bendecir en el sentido de invocar la bendición divina en favor de alguien que está en pecado mortal? ¿Qué diferencia hay entre «parejas» y «uniones»?
Sigo a Royo Marín, en su Teología de la Perfección Cristiana:
El pecado mortal debe ser un mal gravísimo cuando Dios lo castiga tan terriblemente. Porque, teniendo en cuenta que es infinitamente justo, y por serlo no puede castigar a nadie más de lo que merece, y que es infinitamente misericordioso, y por serlo castiga siempre a los culpables menos de lo que merecen, sabemos ciertamente que por un solo pecado mortal:
a) Los ángeles rebeldes se convirtieron en horribles demonios para toda la eternidad.
b) Arrojó del paraíso a nuestros primeros padres y sumergió a la humanidad en un mar de lágrimas, enfermedades, desolaciones y muertes.
c) Mantendrá por toda la eternidad el fuego del infierno en castigo de los culpables a quienes la muerte sorprendió en pecado mortal. Es de fe.
d) Jesucristo, el Hijo muy amado, en el que tenía el Padre puestas sus complacencias (Mt. 17,5), cuando quiso salir fiador por el hombre culpable, hubo de sufrir los terribles tormentos de su pasión, y, sobre todo, experimentar sobre sí mismo—en cuanto representante de la humanidad pecadora— la indignación de la divina justicia, hasta el punto de hacerle exclamar en medio de un incomprensible dolor: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt. 27,46).
2. La razón de todo esto es porque el pecado, por razón de la injuria contra el Dios de infinita majestad y de la distancia infinita que de Él nos separa, encierra una malicia en cierto modo infinita.
3. El pecado mortal produce instantáneamente estos desastrosos efectos en el alma que lo comete:
a) Pérdida de la gracia santificante, de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo. Supresión del influjo vital de Cristo, como el sarmiento separado de la vid.
b) Pérdida de la presencia amorosa de la Santísima Trinidad en el alma.
c) Pérdida de todos los méritos adquiridos en toda la vida pasada.
d) Feísima mancha en el alma (macula animae), que la deja tenebrosa y horrible.
e) Esclavitud de Satanás, aumento de las malas inclinaciones, remordimientos de conciencia.
f) Reato de pena eterna. El pecado mortal es el infierno en potencia.
Es, pues, como un derrumbamiento instantáneo de nuestra vida sobrenatural, un verdadero suicidio del alma a la vida de la gracia.
Y sigue Royo Marín en Teología de la Perfección Cristiana (pág. 39 y ss.):
Son legión, por desgracia, los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero en las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. Algunos, sobre todo si han recibido en su infancia cierta educación cristiana y conservan todavía algún resto de fe, suelen reaccionar ante la muerte próxima y reciben con dudosas disposiciones los últimos sacramentos antes de comparecer ante Dios; pero otros muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro problema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre el mundo, en el que tienen hondamente arraigado el corazón.
Estos desgraciados son «almas tullidas – dice Santa Teresa – que si no viene el mismo Señor a mandarles que se levanten, como al que llevaba treinta años en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro».
Y escribe Santa Teresa:
«No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más (habla del alma en pecado mortal)… Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria… Yo sé de una persona (habla de sí misma) a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones… ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este crista? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús! ¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como a donde está plantado el árbol, que es el demonio, ¿qué fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos libre del tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin».
Nuestra felicidad y nuestra esperanza es Cristo. Dios nos ha dado la vida para que seamos felices y, después de peregrinar por este mundo, vayamos al cielo. La felicidad es ver a Cristo; ver a Dios en la Hostia Santa, consagrada en la Misa. Pero quien está en pecado mortal, quien no tiene fe, es un ciego que no ve lo que tiene delante de sus narices. Por eso no se arrodillan ante el Santísimo. Quien está en pecado mortal es ciego a la vida sobrenatural. No ven. No saben. No entienden… Y como son esclavos de Satanás, desprecian lo sagrado, odian a Dios y odian a quienes creemos y amamos a Dios. Y hasta los hijos se enfrentan a sus padres porque la soberbia les puede y se creen que ellos saben más que nadie y que Dios es un cuento antiguo, un mito… Ellos se creen más y no son nada ni saben nada ni ven nada. El pecado te deja ciego y sordo. Por eso tenemos que pedir: ¡Señor, que vea! ¡Ábreme los ojos y los oídos! ¡Mira que estoy paralítico y no puedo moverme ni caminar hacia Ti! ¡Cuántas lágrimas lloró Santa Mónica por su hijo Agustín, perdido y pecador! Y sus lágrimas y sus oraciones surtieron efecto y aquel hijo perdido por el pecado acabó siendo santo. ¡Qué grande es Dios!
Porque no hay nadie que deba darse por perdido, mientras esté vivo en este mundo: por malo que sea; por depravada que sea su vida; por muy esclavo que sea de sus vicios; por degenerado que sea… Nadie, aunque sea el mayor enemigo de Dios, el ateo más recalcitrante, el hereje más empedernido… Nadie es un caso perdido. Dios quiere que todos se salven.
Dice Royo Marín en Teología de la Caridad (pág. 558):
La caridad, en efecto, nos obliga a amar a todos aquellos que estén todavía a tiempo de alcanzar la vida eterna y de glorificar a Dios, y no existe nación, pueblo o individuo que no se encuentre en estas condiciones mientras sea viajero en este mundo. Por eso solo están excluidos de la caridad los demonios y condenados del infierno, incapaces ya de amar a Dios y de alcanzar la vida eterna.
Pero nótese que una cosa es el odio de enemistad y otra muy distinta el de abominación. El primero recae sobre la persona misma del prójimo, deseándole algún mal o alegrándose de sus males; y este odio no es lícito jamás. El segundo, en cambio, no recae sobre la persona misma (a la que no se les desea ningún mal), sino sobre lo que hay de malo en ella, lo cual no envuelve desorden alguno. Podemos odiar su injusticia, luchar contra ella y hasta reclamar el justo castigo que merece con el fin de que se corrija y deje de hacer daño a los demás.
Pero lo que no podemos hacer es bendecir al pecador impenitente que no quiere cambiar su vida ni se arrepiente de su vida pecaminosa.
Los pecadores, en cuanto tales no son dignos de nuestro amor, ya que son enemigos de Dios y ponen obstáculo voluntario a su bienaventuranza eterna (en cuya participación se funda el amor de caridad). Pero en cuanto a hombres, son hechura de Dios y capaces de la eterna bienaventuranza, y en este sentido se les puede y debe amar.
Santo Tomás no vacila en añadir: «De donde, en cuanto a la culpa, que le hace adversario de Dios, es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Lc. 14, 26). Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la eterna bienaventuranza. Y esto es amarlos verdaderamente por Dios con amor de caridad».
Lo de las bendiciones pastorales no es amar a los pecadores con amor de caridad. Es engañarlos y animarlos a seguir en el camino hacia la perdición eterna.
Lo que no se atreve a decir todavía el cardenal Fernández es eso de que «lo importante es que se aman». Aunque tengo el convencimiento que eso es lo que realmente cree y esconde. Si esa pareja se quiere, ¿quién soy yo para juzgarlos o para negarles una bendición?
La Moral de Situación
Según la moral de situación que predican los herejes modernistas, la bondad o maldad de una acción ya no se basaría en leyes morales universales, sino más bien en circunstancias individuales y concretas, según las cuales la conciencia del individuo está llamada a actuar. La conciencia del hombre está en condiciones de poder juzgar por sí sola la bondad o maldad de un acto en un caso determinado.
La conciencia del hombre está por encima de la Ley de Dios («seréis como Dios»). La ley de Dios se percibe como algo impuesto desde fuera, algo que coarta tu libertad de conciencia. «Yo decido sin ninguna coacción impuesta qué está bien y qué está mal en cada circunstancia. El Yo del hombre se enfrenta al Yo de Dios. El hombre se autolegisla y se rebela contra la obediencia debida a Dios. La soberbia antropocéntrica del hombre ignora su condición de criatura para considerarse creador y dueño de su propia vida.
Pío XII refiriéndose a ese carácter universal de la norma moral recordaba que la ley moral comprende y abarca todos los casos individuales. Es, por tanto, erróneo establecer una dicotomía entre la ley misma y su aplicación concreta a los casos individuales.
El odio a Dios, la negación de la fe, el perjurio, la blasfemia, la idolatría, el adulterio, la fornicación, el robo, la sodomía, etc., están prohibidos siempre por Dios. Ninguna circunstancia, por muy sutil que ésta sea, puede justificarlos. Hay situaciones en las que un cristiano está llamado a sacrificarlo todo, incluso su propia vida, con tal de no quebrantar una ley moral (ejemplo de los mártires). En la película Silencio de Scorsese, se ve la grandeza del mártir que muere en la cruz por Cristo, frente al apóstata que, con tal de salvar su vida, pisa el crucifijo y apostata de su fe. ¿Pueden justificarse la apostasía, la blasfemia o el sacrilegio, si está en juego tu vida y no hay otra salida? La moral de situación dirá que sí. La verdadera fe de la Iglesia te dirá que no.
La moral de situación de estos herejes olvida que el pecado es sobre todo y en primer lugar contra Dios. Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son difíciles de cumplir. 1 Jn. 5, 3
En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. 1 Jn. 2, 3-6.
Por eso la primera función de la libertad respecto a la conciencia es moverla a la búsqueda de la voluntad de Dios, para alcanzar el máximo grado de identificación con lo que Dios ha proyectado para mí: «hágase tu voluntad» y no la mía, así en la tierra como en el cielo. Lo importante no es el amor: el único importante es Dios. Cristo es el Señor y nuestro deber es amarlo sobre todas las cosas:
Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “…y con todas tus fuerzas”).
La moral de situación ignora la profunda e intrínseca dependencia del hombre respecto a Dios, de las criaturas respecto a su Creador. Pero Dios nos da la vida con una radical ordenación hacia el fin para el que nos creó y la Providencia alcanza a todas las criaturas hasta en las más mínimas acciones.
Lo que está bien y lo que está mal tiene que ver, en primer lugar, con Dios, no con el hombre: es bueno todo aquello que contribuya a la gloria a Dios y a la salvación de mi alma; y es malo todo aquello que ofende a Dios y me aparta de Él para conducirme a la condenación eterna. El pecado es esencialmente una ofensa a Dios y, aunque en algún caso pueda lesionar los derechos de otros hombres, siempre el principal ofendido es Dios. He sido creado por Dios y para Dios y todo será bueno en tanto en cuanto contribuya a mi fin último; y todo será malo, en tanto en cuanto me aparte de ese fin y me lleve a la perdición.
La conciencia no es un árbitro que decida por sí misma la bondad o maldad de lo que debe hacerse en cada situación. La conciencia es la capacidad que tiene el hombre de descubrir el orden divino en cada situación concreta; el hombre no puede crear su norma, pero es responsable de que aparezca en su conciencia la norma que le ha sido dada. La ordenación divina para cada hombre penetra lo más íntimo de su ser (Jer 31:34) y existe con independencia del conocimiento que tenga de ella la persona. La voluntad de Dios no es algo que se añada extrínsecamente a la criatura, «ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch. 17:28). Por eso, cada uno es responsable de encontrar la voluntad de Dios en su vida.
Lo importante es el amor
El amor es la clave de la moral de situación. Sólo hay una obligación: amar. «Creo en el amor». Lo único bueno, para esta banda de herejes, es el amor. Nada más. El amor quiere el bien del prójimo, por lo que debemos amar sin esperar nada a cambio. Y como lo único importante es el amor, el fin justifica los medios: se puede hacer cualquier cosa con tal de que tenga un fin amoroso. Cualquier medio es legítimo, si es para conseguir un bien. Si una acción en particular sirve para el amor, entonces puedes realizarla. Por eso justifican las bendiciones de las parejas irregulares y de las uniones homosexuales. Si se quieren…es bueno: bendigámoslo.
Nada es intrínsecamente bueno o malo. Todo depende de las circunstancias. Cualquier cosa es buena, si es buena para alguien. Las normas son para las personas y no las personas para las normas. El legalismo consistiría en identificar el amor con la obediencia a las leyes. Para los situacionistas una cosa puede ser unas veces buena y otras, mala, según la situación. De ello se deduce que el aborto, el adulterio, la fornicación, en ocasiones pueden ser realidades «buenas».
El «creo en el amor» es la gran mentira, la gran trampa de los herejes. Porque suena a católico, pero es radicalmente anticatólico e inmoral. Puedes matar a un no nacido en nombre del amor y de la compasión; puedes acabar con la vida de ancianos y enfermos, si ellos o su familia consienten la eutanasia; el divorcio y el adulterio pueden ser buenos, si murió el primer amor y el segundo (o el tercero o el cuarto) te hace feliz. Porque lo importante es el amor. El valor de la conciencia individual (subjetiva) se pone por encima de Dios.
Algunos opinan que hoy en día se están intentando abolir el sexto y el noveno mandamiento para que se acepten en la Iglesia la ideología de género, la bendición de parejas LGTBI o la comunión de los divorciados vueltos a casar civilmente. Y no les falta razón. Pero hay algo aún más grave: el mandamiento que los impíos y los herejes pretenden realmente derogar es, ni más ni menos, que el Primero: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Hoy asistimos a un intento espurio de fusión de todas las espiritualidades en el «amor». Lo más importante ya no es amar a Dios sobre todas las cosas, sino «el amor»: «Creo en el amor». Pero, ¿Qué amor? Se trata de un «amor» vago, indefinido, ambiguo; un amor que nadie sabe en qué consiste: ¿filantropía, solidaridad, amistad, sexo…? Ese amor, la fraternidad, la paz y la tolerancia, tan del gusto de la masonería, no son sino el trasunto satánico de la verdadera Caridad. Yo no creo en el amor: creo en Jesucristo, creo en los artículos del Credo de la Santa Madre Iglesia.
El sueño impío de una sola religión universal antropolátrica camina con buen paso. Pero Dios los confundirá como en Babel o los destruirá como en Sodoma. Si para alcanzar la paz y el bienestar en este mundo hay que rechazar a Jesucristo como Verbo de Dios encarnado, como único Redentor y Salvador; y además bendecir el pecado, entonces no quiero paz, sino guerra. Dios sabrá confundir a los impíos y hacer fracasar sus vanos intentos de poner al hombre en el lugar que solo le corresponde a Dios.
9 comentarios
Dios bendijo la unión varón-mujer, NO OTRA.
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Pedro L. Llera
Vade retro, Satanás. ¿Por que me tientas? Yo estoy en contra del pecado, empezando por el mío propio, que no espero que nadie me bendiga. Los pecados no se bendicen, sino que se combaten.
Y después de leer el artículo, ¿esa es su conclusión o su duda? ¿Que estoy contra el Papa?
La gnosis, que no el Gnosticismo, o creencia en la iluminación que da conocimiento a unos pocos, es una idea tranversal que lleva siglos manifestándose aquí y allá.
El Cardenal Müller estuvo en la sesión del sínodo del año pasado y ya dijo que se pasaban todo el tiempo hablando del Espíritu Santo, ahora dice esto y me hace sospechar que pudiera haber observado que hay un núcleo en el Vaticano, cuyo vocero es el ahora Cardenal Fernández, que puede creer que están llamados a conducir la Iglesia como si todos los demás-incluyendo a obispos y cardenales-fuéramos papagenos*.
Es la segunda vez que le oigo expresarse así y por algo será.
* Papageno es un personaje de la "Flauta Mágica", mortal del común que no puede alcanzar la gnosis y que tiene que ser pastoreado por Tamino, que sí la alcanza después de superar varias pruebas. Si el Tucho cree que es Tamino aviados estamos.
Existen los actos intrínsecamente malos ?.
Este tema nos lleva al art. 301 de AL que dice: "Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada “irregular” viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante".
No es posible decir pero es probable decirlo...que no todos, pero si algunos "irregulares", viven en una situación de pecado mortal, (ese término "viven" indudablemente indica permanencia en esa forma de vida irregular).
Hasta cuándo no se puede decir la verdad de la situación, de alguna forma -directa o indirecta- conocerán la gravedad de la situación.
Si hablamos en serio, no desde la casuística de laboratorio, no es creíble ni verosímil que un católico pueda permanecer en un "limbo" frente a la moralidad de sus actos, eso no es cierto.
Ahora una vez "conocida" su situación moral personal la persistencia es una decisión voluntaria propia sin atenuantes ni ocho cuartos.
Y en este estado quién podrá defendernos....
Pedro L. Llera
Al pecador arrepentido, se le bendice en el confesionario.
Al pecador que está encantado de serlo, no hay que bendecirlo.
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Yo creo que si el pecador pide ser bendecido, hay que bendecirlo. El P. Fortea describe en uno de sus videos, como le dio la bendición a una pecadora (una joven, que se encontró por la calle y se la pidió), y dice como esta mujer recibió la bendición con alegría y agradecimiento, lo cual fue sin duda para ella un impulso para seguir a Cristo. No cree que a un gay que pide la bendición, puede sucederle eso mismo?
Alguien por ahí dijo "vete y no peques más" y así es, siempre.
Se han mezclado -por ignorancia o sabiendas- pecador con pecado, el pecado no puede ser bendecido porque Dios no lo hizo, ni lo hace, ni lo hará.
El pecador es bien recibido -con alegría- si voluntariamente sale de su situación.
Hay que tener un enorme cuidado prudencial de "no equivocar" a la persona cuando se la bendice sobre el alcance y la materia de la bendición.
Hay que actuar de buena fe, más aún cuando se cuentan anécdotas sacerdotales....
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