Dignidad, Libertad y Humildad
Nuestro Dios es el Dios personal, trascendente, omnipotente, infinitamente perfecto, único en la trinidad de las personas y trino en la unidad de la esencia divina, creador del universo, señor, rey y último fin de la historia del mundo, el cual no admite, ni puede admitir, otras divinidades junto a sí.
Sobre la fe en Dios, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar las leyes del orden moral de la fe para reconstruirlas sobre la arena movediza de la soberanía de la voluntad del hombre, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen de separar la moral de la religión, constituyen hoy legión.
Es una nefasta característica del tiempo presente separar, no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la revelación divina; cambiar la soberanía de Cristo por la soberanía del pueblo es el mayor error de nuestro tiempo.
En el fondo, hay un error en el concepto de «dignidad humana». Los liberales dicen que el hombre solo es digno cuando es libre, autónomo y tiene capacidad de autodeterminación. El hombre moderno cree que es libre cuando se libera de Dios.
San Pío X condenaba ese concepto falso de dignidad en su Encíclica Notre charge apostolique (1910): «En la base hay una idea falsa de la dignidad humana según la cual el hombre no será verdaderamente hombre, digno de este nombre, más que el día en que haya adquirido una conciencia luminosa, fuerte, independiente, autónoma, pudiendo prescindir de todo maestro, no obedeciendo a nadie más que a sí mismo, y capaz de asumir y de cumplir sin falta las más graves responsabilidades.
El concepto liberal de la libertad es pecado mortal porque niega que Dios sea la sabiduría suma y que tenga el poder de dictar leyes. Los liberales se niegan a reconocer la santidad de Dios y a adorarlo como Él merece. Niegan que Dios sea el Creador y que tenga derecho a exigir obediencia de Sus criaturas. Por fin, niegan la bondad suprema de Dios y no reconocen que todo lo bueno proviene de Él y que no puede haber otra fuente de bondad.
La génesis del mal uso de la libertad comenzó con la rebelión demoníaca. Cuando Lucifer, en su equivocado orgullo, proclamó que no iba a servir ni reconocer a Dios. Los rebeldes de todos los tiempos están imitando al enemigo de la humanidad en su rebelión.
En el corazón mismo del pecado encontramos el rechazo por parte de los seres humanos de aceptar su condición de criaturas con las limitaciones naturales que ello implica. En ese estado de rebelión, los seres humanos se niegan a depender de un Dios creador y providente: Consideran que depender del amor creador de Dios es algo impuesto desde afuera y, en consecuencia, inaceptable para la persona libre y autodeterminada.
El pecado es doble: original y actual. Original es el que se contrae sin consentimiento; actual el que se comete con consentimiento. El original, pues, que se contrae sin consentimiento, sin consentimiento se perdona en virtud del sacramento del bautismo; el actual, sin embargo, que con consentimiento se contrae, sin consentimiento no se perdona en manera alguna. Para el perdón de los pecados es necesaria la confesión sacramental. La pena del pecado original es la carencia de la visión de Dios; la pena del pecado actual es el tormento del infierno eterno.
Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inaceptable una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios.
Entonces, ¿cómo conciliar la libertad del hombre con su sumisión a Dios? Es absolutamente necesario que seamos dóciles a la voluntad de Dios. Entonces podríamos objetar que el hombre ya no es más que una marioneta en las manos de Dios. ¿Dónde está nuestra responsabilidad y nuestra libertad?
Este temor es falso: incluso es la tentación más grave con la que el demonio trata de alejar al hombre de Dios. Al contrario, debemos afirmar enérgicamente que cuanto más sometido a Dios está el hombre, más libre es. Incluso podemos decir que el único modo que tiene el hombre de conquistar su libertad es el de obedecer a Dios.
Dios es nuestro creador, es Él quien en todo momento nos mantiene en la existencia como seres libres. Él es el origen de nuestra libertad y, cuanto más dependemos de Dios, más libres somos. Depender de un ser humano puede ser una limitación, pero no lo es depender de Dios, pues en Él no hay límites: es infinito. La única cosa que Dios nos «prohíbe» es lo que nos impide ser libres a nosotros, lo que impide nuestra realización como personas capaces de amar y de ser amadas libremente, y de encontrar su felicidad en el amor. El único límite que Dios nos impone es nuestra condición de criaturas: no podemos, sin ser desgraciados, hacer de nuestra vida otra cosa distinta de aquello para la que hemos sido creados: recibir y dar amor. La verdadera libertad no incluye la posibilidad de pecar.
Dios es el autor de todo bien que hacemos. La gracia es un don gratuito que Dios niega a los soberbios y da únicamente a los humildes. Esta gracia es absolutamente necesaria para querer el bien. La bondad de la voluntad humana requiere que se ordene al sumo bien, que es Dios. «Sin mí, no podéis hacer nada».
La gracia es necesaria para empezar y concluir toda obra buena, para resistir las embestidas del demonio y del mundo, para desear convertirnos a Dios, para obrar nuestra salvación; en fin, para todas las obras saludables que podemos hacer. Todos nuestros méritos son fruto de la gracia. «Dios es quien produce en vosotros tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad».
El libre albedrío lo define san Bernardo como la facultad de querer simplemente; no de querer el bien, pues querer el bien no es propio ya de nuestra naturaleza caída, sino de la gracia. Ella despierta al libre albedrío cuando siembra los pensamientos, la sana cuando ordena su afecto, la fortalece para llevarle a la acción, le sostiene para que no sienta desmayo. De tal modo obra con el libre albedrío, que al principio le previene y luego le acompaña; le previene para que después coopere con ella. Y de este modo, lo que empezó la gracia sola, lo llevan a término ambos; lo obran, no separados, sino unidos; no ahora uno y luego otro, sino a la vez; no hace parte la gracia y parte el libre albedrío, sino que lo obran todo con una sola operación invisible; todo él y todo ella; pero para que todo en él, todo por ella.
La verdadera libertad siempre está supeditada a la voluntad de Dios: a la caridad y al bien; al amor a Dios sobre todas las cosas, al cumplimiento de sus mandamientos y al amor al prójimo. Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. De la totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda la sociedad. Y esta exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.
Pecar es indigno. Rebelarse contra Dios y negar su soberanía sobre los individuos, las familias y los pueblos es pecado mortal. Y el pecado mortal es la mayor indignidad que puede cometer el hombre.
El hombre debe dar a Dios el respeto, el honor y el culto que le debemos como primer principio de la creación y gobierno de todas las cosas. Por la sabiduría, el hombre conoce y “reconoce” a Dios como creador y señor del cosmos; por la humildad, acepta el lugar que le corresponde y considera su propio ser y todas las cosas del mundo como dones recibidos del amor de Dios; en consecuencia, entiende que debe corresponder con amor, lo que implica el reconocimiento de la suprema dignidad y excelencia de Dios (culto), y la entrega total a su servicio (devoción).
La humildad es necesaria para que el hombre mantenga viva su conciencia de que es una simple criatura. Porque, si perdemos esa conciencia de que somos criaturas creadas por Dios, la soberbia nos conduce a considerarnos a nosotros mismo como “creadores”, “causas primeras”, seres autónomos y dueños absolutos del mundo, negando radicalmente nuestra esencial dimensión religiosa; es decir, de dependencia respecto a nuestro Creador. Por otra parte, la humildad y, por tanto, la perfección de la persona, crece cuanto mejor se vive la virtud de la religión: «Por el hecho de honrar y reverenciar a Dios, nuestra alma se humilla ante Él y en esto consiste la perfección de la misma, ya que todos los seres se perfeccionan al subordinarse a un ser superior» (S.Th., II-II, 81, 7c).
¿Quiénes son los ejemplos más consumados de dignidad? Los santos.
¿Quién es ejemplo de humildad, de entrega total a Dios, de sumisión a la voluntad de Dios? Exacto: la Santísima Virgen María. Nadie más digna, nadie más humilde, nadie más llena de gracia: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según Tu palabra». Dios la había escogido y creado sin pecado original desde siempre para que fuera su Madre. No cabía un no de María a la Voluntad de Dios porque la llena de gracia no puede no aceptar la voluntad de Dios, sino que libre y meritoriamente la acepta porque su voluntad y la de Dios son la misma. El mérito es cien por cien de Dios y cien por cien de María: no cincuenta y cincuenta.
Un hombre es digno cuando vive en gracia de Dios, cuando cumple su voluntad y sus Mandamientos, con el auxilio de la gracias. Un hombre es digno cuando es siervo de Dios. Y es más digno, cuanto más humilde.
Y no hay mayor indignidad que vivir en pecado mortal; que creerse dios: un superhombre por encina del bien y del mal.
Post Scriptum
Sé que me repito. Pero en estos tiempos, considero fundamental dejar claros los principios de nuestra fe. Así evitamos engaños y contribuimos a la formación de quienes la necesitan.
Por cierto…
Dice el P. Stefano Cecchin, presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional, que «ciertas imágenes de María como mujer obediente, esclavizada, sumisa, ya no son comprensibles hoy, ni pueden ser recibidas».
P. Cecchin: cada segundo que pase en el cargo de presidente de la Pontificia Academia Mariana, aumentará su indignidad y el desprestigio de la Academia que preside. Sus palabras sobre la Santísima Virgen María suponen un escándalo inadmisible. Váyase cuanto antes.
7 comentarios
2. No comparto el sentido del uso del término confuso de liberal, porque todo católico en cierto modo debe negarse a si mismo, liberarse del mundo (liberal cristiano = librarse del poder, poseer y placer). "Los liberales dicen que el hombre solo es digno cuando es libre, autónomo y tiene capacidad de autodeterminación. El hombre moderno cree que es libre cuando se libera de Dios." Además, por la naturaleza caída, a la luz de la Teología moral el liberalismo económico no es pecado bajo la justicia general, distributiva y conmutativa. Debe diferenciar entre liberal sin Dios y liberal sin Estado o reduciendo al máximo el Estado.
3. La dignidad humana sólo viene por Dios y Su Cristo. El grito de "no queremos que éste reine sobre nosotros" = "non serviam".
4. Esto viene de muy lejos y Dios si escucha y permite la soberanía del pueblo (I Sam 8). Pero, en todo lo referente a la dignidad por las propias fuerzas ya nos advierte la Palabra de Dios: 11. diciendo: «He aquí el fuero del rey que va a reinar sobre vosotros. Tomará vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. 12. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. 13. Tomara vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. 14. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares y se los dará a sus servidores. 15. Tomará el diezmo de vuestros cultivos y vuestras viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. 16. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él. 17. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus esclavos. 18. Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahveh no os responderá.» 19. El pueblo no quiso eschuchar a Samuel y dijo: «¡No! Tendremos un rey 20. y nosotros seremos también como los demás pueblos: nuestro rey nos juzgará, irá al frente de nosotros y combatirá nuestros combates.» 21. Oyó Samuel todas las palabras del pueblo y las repitió a los oídos de Yahveh. 22. Pero Yahveh dijo a Samuel: «Hazles caso y ponles un rey.» Samuel dijo entonces a todos los hombres de Israel: «Volved cada uno a vuestra ciudad.»
La libertad no consiste en hacer lo que a uno le dé la gana, sino en hacer, porque a uno de da la gana, lo que tiene que hacer. Y lo que uno tiene que hacer es optar siempre por la Verdad, el Bien y la Belleza.
No es tan difícil de entender.
No dejemos de acudir a la proteccion de la Santísima Virgen María, para que no perdamos la gracia gratuita, que el Señor da, a quiénes se la pedimos humildemente con fe.
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