Caridad y Educación
Soy muy pesado. Lo reconozco. A mis profesores les he repetido hasta la saciedad que no hay más norma irrevocable e irrenunciable que la caridad. En una escuela católica, la Caridad es Dios (porque Dios es Caridad).
¿De qué nos sirven las ciencias, las letras, las artes o el ejercicio físico, sin no tenemos caridad? De nada. Lo que conduce al niño y al joven al estado de virtud y le permite madurar y crecer en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres es el amor. El amor nos es tan necesario como el agua a las plantas. Sin amor nos agostamos y morimos o nos convertimos en cactus, llenos de espinas y de mecanismos de defensa para que no nos hagan daño. Nos hace tanta falta amar y ser amados… Y además no solo necesitamos amor: necesitamos que nos digan que nos quieren. El amor no hay que ocultarlo como algo vergonzante. Como si diciéndole a alguien que le quieres fueras menos hombre o más vulnerable…
Se lo decía a menudo a mis alumnos: ¡qué poco nos cuesta insultar al compañero y cuánto nos cuesta decirle cosas buenas o bonitas! Para llamar gilipollas o imbécil a un compañero somos raudos y veloces. Pero ¡qué pocas veces se oye decir algo bonito! ¡Qué raro resulta escuchar un «qué guapo o qué guapa vienes hoy» o un «¡qué brillante has estado hoy cuando te preguntó el profesor!».
El cimiento en el que debe sustentarse la educación, tanto en la familia como en la escuela, es el amor incondicional a los niños. A cada uno hay que quererlo como es porque, parafraseando a Pedro Salinas, entre todas las gentes del mundo, sólo él es él. Cada niño es una obra maestra de Dios. Cada uno de ellos es único e irrepetible y Dios le dio la vida para fuera feliz; o sea, santo. Dios, cuando nos dio la vida, nos soñó santos. Y la tarea de los padres con sus hijos y de los maestros católicos con sus alumnos consiste en amarlos, en enseñarles a ser virtuosos: en crear en ellos buenos hábitos y, con la ayuda de Dios, ir podando sus vicios (sus malas costumbres). Nuestra misión es enderezar el árbol para que crezca recto y firme hacia el cielo y no se tuerza ni se malogre. Se trata de abonar la tierra para que esos árboles, cuando lleguen a la madurez, den buenos frutos, frutos de santidad, y no den frutos venenosos de pecado, de corrupción, de odio, de mal…
Y a los arbolitos habrá que podarle las ramas malas: claro que sí. Habrá que castigar al niño cuando sea necesario. Pero en cualquier caso, ese castigo tiene ir acompañado de amor. Si no, no sirve para educar, sino para generar resentimiento, ansias de revancha y odio en quien lo recibe. Si el castigo no va unido al amor, de nada sirve: no educa, sino que pervierte y mal forma a quien lo recibe.
Porque la educación católica, la educación fundada en la Caridad, nada tiene que ver con el buenismo roussoniano ni con el idealismo utópico. Quedan en la naturaleza humana los efectos del pecado original, particularmente la debilidad de la voluntad y las tendencias desordenadas del alma.
La necedad se esconde en el corazón del niño; la vara de la corrección la hace salir de él (Prov 22,15). Es, por tanto, necesario desde la infancia corregir las inclinaciones desordenadas y fomentar las tendencias buenas y, sobre todo, hay que iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la gracia, sin los cuales es imposible dominar las propias pasiones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia, que fue dotada por Cristo con la doctrina revelada y los sacramentos para que fuese maestra eficaz de todos los hombres. (DIVINI ILLIUS MAGISTRI, PÍO XI).
Así pues, el centro de una escuela católica (como en la totalidad de la Iglesia, de la que forma parte) deben ser la confesión y la Santa Misa. Porque la felicidad es Cristo. Y nuestra obligación, si somos responsables de esa escuela, es llevar a los niños a Cristo, que es nuestra esperanza, nuestro redentor y salvador. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Él es el único y verdadero Maestro. Dejemos que los niños se acerquen a Él y no se lo impidamos, porque de ellos es el Reino de los Cielos y sus ángeles en el cielo contemplan el rostro del Padre, que está en el Cielo.
¿Y qué necesitamos para llevar a los niños a Cristo y encaminarles por la senda que conduce al cielo? Necesitamos Caridad. Y la caridad se tiene solo si se vive en gracia de Dios y Dios habita en nosotros. Quien vive en pecado mortal carece de caridad porque quien no tiene a Dios no tiene amor sobrenatural. Y si no tienes caridad, no puedes enseñar a quien no sabe ni corregir al que yerra ni dar un buen consejo a quien lo necesite; ni soportarás con paciencia los defectos del prójimo ni consolarás al triste ni perdonarás al que te ofende. Porque todo eso es educar. En eso consiste la labor de un buen maestro: en ser cauce de la misericordia y del amor de Dios para sus discípulos. Porque quien salva, quien enseña, es Cristo: Él es la verdadera Sabiduría, el Logos eterno: por Él y para Él fueron creadas todas las cosas. Él es la luz verdadera que nos libera de la oscuridad de la ignorancia, del error y del pecado. Y es Cristo quien nos llama para que seamos instrumentos suyos, para amar y servir a los niños que pone en nuestras manos cada mañana.
Ningún mérito es nuestro. En toda obra buena – y la educación de los niños lo es –, no empezamos nosotros y luego somos ayudados por la misericordia de Dios, sino que Él nos inspira primero —sin que preceda merecimiento bueno alguno de nuestra parte— la fe y el amor a Él, para que, con ayuda suya, podamos cumplir lo que a Él agrada.
Por esta razón es falso todo naturalismo pedagógico que de cualquier modo excluya o merme la formación sobrenatural cristiana en la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se funde, total o parcialmente, en la negación o en el olvido del pecado original y de la gracia, y, por consiguiente, sobre las solas fuerzas de la naturaleza humana. A esta categoría pertenecen, en general, todos esos sistemas pedagógicos modernos que, con diversos nombres, sitúan el fundamento de la educación en una pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño o en la supresión de toda autoridad del educador, atribuyendo al niño un primado exclusivo en la iniciativa y una actividad independiente de toda ley superior, natural y divina, en la obra de su educación.
Y esa pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño tiene su origen en la mayor de las herejías: el liberalismo filosófico y político, que aparta al hombre de Dios.
Pero, desgraciadamente, si atendemos al significado obvio de los términos y a los hechos objetivamente considerados, hemos de concluir que la finalidad de casi todos estos nuevos doctores no es otra que la de liberar la educación de la juventud de toda relación de dependencia con la ley divina. Por esto en nuestros días se da el caso, bien extraño por cierto, de educadores y filósofos que se afanan por descubrir un código moral universal de educación, como si no existiera ni el decálogo, ni la ley evangélica y ni siquiera la ley natural, esculpida por Dios en el corazón del hombre, promulgada por la recta razón y codificada por el mismo Dios con una revelación positiva en el decálogo. Y por esto también los modernos innovadores de la filosofía suelen calificar despreciativamente de heterónoma, pasiva y anticuada la educación cristiana por fundarse ésta en la autoridad divina y en la ley sagrada.
Pretensión equivocada y lamentable la de estos innovadores, porque, en lugar de liberar, como ellos dicen, al niño, lo hacen, en definitiva, esclavo de su loco orgullo y de sus desordenadas pasiones, las cuales, por lógica consecuencia de los falsos sistemas pedagógicos, quedan justificadas como legítimas exigencias de una naturaleza que se proclama autónoma. (DIVINI ILLIUS MAGISTRI, PÍO XI).
Las nuevas leyes educativas no solo pretenden apartar al niño de Dios, sino que pretenden entregar su alma al mismísimo demonio, para que sean unos desgraciados y unos ignorantes toda su vida, esclavos de sus bajas pasiones y sin otro horizonte vital que un hedonismo vacío y un nihilismo asesino que están condenando a muchos jóvenes al suicidio por no encontrar ningún sentido a la vida. Porque la vida sin Dios es un infierno sin esperanza ni amor verdadero. El amor verdadero se les ha dicho que no existe y que a lo único que pueden aspirar es al efímero placer de un orgasmo onanista ante una página web pornográfica.
Hoy en día la escuela está en manos de los impíos, de los blasfemos.
Y me preguntarán ustedes si quedan escuelas católicas que colaboren con los padres en la verdadera educación en la caridad para la santificación de los niños.
Y yo les contesto con otra pregunta que viene de los labios del propio Jesucristo:
«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»
Al paso que vamos, ya les digo yo que no. Quedaremos, si Dios nos concede esa gracia, cuatro gatos escondidos en una catacumba.
Ven, Señor, Jesús. No tardes.
CODA
Dice el Catecismo:
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
Esa impostura religiosa del Anticristo es la que estamos padeciendo en carne propia: sufrimos hoy ya ese pseudo-mesianismo en el que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías. Eso mismo es lo que se está viendo en el llamado “proceso sinodal” en Alemania y en otras partes del mundo: se ponen en el lugar de Dios y se dedican a cambiar la doctrina según sus bajas pasiones.
«Pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas». (2 Timoteo, 4).
«El centro es la persona», dicen. «Hay que llegar a la fe desde una experiencia personal de encuentro con Dios»: he ahí el pseudo-mesianismo anunciado; un falso misticismo gnóstico que hace depender la fe de experiencias emotivas subjetivas y no del conocimiento y la aceptación de la doctrina revelada a través de las Sagradas Escrituras y de la Santa Tradición. Porque la fe ni es sentimiento ni nada subjetivo: es el asentimiento que el entendimiento otorga a la verdad sin que sea consecuencia de la evidencia, con el auxilio de la gracia; es amar a Cristo, a quien no hemos visto; es creer en Él, aunque de momento no le veamos. «Bienaventurados los que crean sin haber visto», dice el Señor.
La fe se transmite por la predicación: «Por tanto, la fe viene de la predicación; y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Romanos 10, 17).
Cristo es el Logos Eterno.
Convertíos y creed en el Evangelio de Jesucristo.
11 comentarios
La destrucción de la sociedad familiar católica requiere la destrucción de la enseñanza de la doctrina y moral católica a los niños y reemplazarla por cualquier otra "agenda" o lo que fuera, siempre que la doctrina moral quede derogada.
El Derecho contiene, como corresponde, normas que "a veces no se aplican" porque la autoridad pasa de largo...
803 § 2. La enseñanza y educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la doctrina católica; y han de destacar los profesores por su recta doctrina e integridad de vida.
804 § 2. Cuide el Ordinario del lugar de que los profesores que se destinan a la enseñanza de la religión en las escuelas, incluso en las no católicas, destaquen por su recta doctrina, por el testimonio de su vida cristiana y por su aptitud pedagógica.
805 El Ordinario del lugar, dentro de su diócesis, tiene el derecho a nombrar o aprobar los profesores de religión, así como de remover o exigir que sean removidos cuando así lo requiera una razón de religión o moral.
Demasiado para la modernidad el cumplimiento de cosas sencillas y de sentido común.
No te olvides que la traición -a la doctrina y a la moral- siempre vienen de adentro...
grupos eclesiásticos son positivas si después del
avivamiento vamos al encuentro con la Caridad
es decir con el amor a Dios y al projimo,cada día tiene su caridad que crece desde la Fe asentada
Hago un voluntariado en residencias Alabanza
con María hablamos cantamos rezamos a Dios
estando en la plena seguridad de que Dios es amor
Deus Cáritas está,hoy estando en la puerta de una
residencia me he encontrado con la hija de una
residente le digo lo que voy a hacer,me dice que
le parece muy bien que no dan misa que nadie les habla de Dios me dice échale morro con el director
hace falta Dios en la residencia yo tengo a mis hijas
en el colegio Ayalde (Opus)pero yo no soy de la Obra
moral a tope me presento al director y me dice
que la Diputación no permite estás que si distancia
en fin me despedido rápidamente,todos los residentes bautizados todos católicos los familiares
ven la necesidad de la Fe en los últimos instantes de
la vida,me he ofrecido ha hacer la celebración de la
Palabra en ausencia de sacerdotal nada de nada
que la sicóloga les organiza el día,lugar de la residencia Neguri Getxo País Vasco, nivel económico
por las nubes,me he quedado sin palabras,están "robando"a Dios de las residencias todo muy legal
todo muy terapéutico pero los residentes sin Dios
Gracias Don Pedro,esto me ha pasado hoy,siga
llevando a Dios a los jóvenes rezamos para que no se lo impidan
Gloria a Dios
Bendito sea Dios
Entonces cuando sean ancianos y piensen en el sentido de su vida, se darán cuenta que lo único que nutre su recuerdo y les da vida, es recordar aquella vez que pudiendo ayudar a salir de la angustia a un alumno cuando le ayudaron, le liberaron y con ello cambiaron su destino....O se arrepentirán de haberlo hecho pocas veces o ninguna....
La tarea de un docente ofrece un campo muy vasto al ejercicio de la caridad, pero se topa con los límites de un clero que marcha por otros caminos, entendido con el mundo decadente en que vivimos.
Un clero que ha olvidado que lo primero que debe buscar es el Reino, que lo demás se le dará por añadidura, carece de los parámetros cristianos que orienten su acción.
Para buscar el Reino debe saberse de qué se trata, lo cual no se logra sin la ayuda de la sabiduría que nos da la gracia. No es un reino de la tierra, sino del cielo, que debemos pedir que “venga a nosotros, que se haga Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Lo preside Cristo Rey del Universo, pero el mundo no lo entiende así, ni el clero tampoco. Porque lo han reducido a diócesis y parroquias, a una Santa Sede cuya competencia se limita explícitamente a asuntos de la Tierra. Han olvidado, o ignoran, los alcances universales del Reino de Cristo, Creador de todo cuanto existe, que “asumió todo en Él, porque todo fue creado en Él, por Él y para Él” (Col 1. 15-17).
Por ello, languidece la Iglesia frente a un mundo que se erige dueño del cosmos, se proclama su descubridor, investigador y poseedor exclusivo.
Y teólogos, filósofos, canonistas, liturgistas, misioneros y demás cristianos, viven admirados de las “conquistas” de la ciencia y de la técnica que deciden sobre los feudos usurpados por el demonio al Reino de Cristo, sin que la Iglesia invoque su sabiduría y derechos de Soberanía y de Misión sobre los mismos.
La Aurora de María ilumina un horizonte nuevo al respecto. Despierta a la Iglesia, la sacude de su inercia, de su apocamiento frente al mundo que la humilla, la desplaza y sustituye en su Misión.
Mundo raquítico que no atina a trascender en sus dominios hacia el Abismo de inteligibilidad, sacralidad e inconmensurabilidad que constituye la Creación.
La Educación cristiana debe trabajar en este sentido; mostrar que todo ha sido creado y subsiste por el Amor y en el Amor del Creador. Que el Universo del Reino espera de nosotros los trabajos ingentes que lo restituyan a su condición original de Paraíso terrenal hasta los confines ignotos de los espacios siderales:
Entonces, la Iglesia proclamará en Nombre de Cristo su Misión de Evangelizar a los ocho mil millones de hermanos reducidos por el mundo a la condición de siervos del NOM, los habilitará a trabajar por la Causa del Reino, a responder a los llamados de la Madre y Reina del Universo.
En mis tiempos de niño, los Escolapios todavía nos llevaban una vez a la semana a Misa en una capilla no muy grande y una vez al mes en el templo grande, con sacerdotes confesando.
Me temo que eso ha desaparecido.
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Pedro L. Llera
Eso ha desaparecido en casi todos los colegios. Y cuando los llevan a Misa, habría que ver a qué misas.
Paz y bien
Esa es la cuestión. Mientras la ciencia y la técnica relevan las superficies de la Luna, Marte y Venus, asignan nombres a los accidentes que registran, y toman cierta posesión de los mundos, la Iglesia se auto-margina, renuncia implícitamente a la competencia de jurisdicción que Cristo le confiere, ignora qué Misión le cabe en los espacios siderales.
Mientras los bandos la dividen y debaten cuestiones diversas, una óptica reducida le impide responder con Sabiduría, Majestad y Autoridad de Madre y Maestra.
No se atreven hablar del Reino porque lo conciben ínfimo, inadecuado y subordinado a los poderes de la modernidad.
Su conciencia de Iglesia, constituida por “hombres viejos del pecado” no llega a responder a las demandas que hoy el Reino le formula. Sus debates atinan sólo a los males que la aquejan, incapaces de avizorar la salida, de empuñar el arado y abrir los caminos que Cristo espera que abra.
Por eso, porque la ve ciega, torpe y desfalleciente, encerrada en un capullo de crisálida, Cristo envía a Su Madre a fin de que su Aurora irradie la Luz de la Gloria de Cristo que la colma.
A sus puertas espera una Summa, un Corpus de sabiduría, santidad y poder que la colmará de estupor y gloria.
25:32 et congregabuntur ante eum omnes gentes et separabit eos ab invicem sicut pastor segregat oves ab hedis
25:33 et statuet oves quidem a dextris suis hedos autem a sinistris
25:34 tunc dicet rex his qui a dextris ejus erunt venite benedicti Patris mei possidete paratum vobis regnum a constitutione mundi
25:35 esurivi enim et dedistis mihi manducare sitivi et dedistis mihi bibere hospes eram et collexistis me
25:36 nudus et operuistis me infirmus et visitastis me in carcere eram et venistis ad me
25:37 tunc respondebunt ei justi dicentes Domine quando te vidimus esurientem et pavimus sitientem et dedimus tibi potum
25:38 quando autem te vidimus hospitem et colleximus te aut nudum et cooperuimus
25:39 aut quando te vidimus infirmum aut in carcere et venimus ad te
25:40 et respondens rex dicet illis amen dico vobis quamdiu fecistis uni de his fratribus meis minimis mihi fecistis
25:41 tunc dicet et his qui a sinistris erunt discedite a me maledicti in ignem æternum qui paratus est diabolo et angelis ejus
25:42 esurivi enim et non dedistis mihi manducare sitivi et non dedistis mihi potum
25:43 hospes eram et non collexistis me nudus et non operuistis me infirmus et in carcere et non visitastis me
25:44 tunc respondebunt et ipsi dicentes Domine quando te vidimus esurientem aut sitientem aut hospitem aut nudum aut infirmum vel in carcere et non ministravimus tibi
25:45 tunc respondebit illis dicens amen dico vobis quamdiu non fecistis uni de minoribus his nec mihi fecistis
25:46 et ibunt hii in supplicium æternum justi autem in vitam æternam
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