Cantar de Mio Cid: el Honor y la Honra
Me dispongo a comenzar una antología de textos literarios que me parecen imprescindibles y que hoy están abandonados en nuestras escuelas e institutos. Los clásicos son despreciados porque no se entienden. Hemos roto con nuestra tradición cultural porque los nihilistas postmodernos hodiernos considera que el mundo ha empezado con ellos. Sufrimos un adanismo perverso que desprecia la historia y el arte del pasado y creen que solo lo último es lo bueno. Y así se creen que el pensamiento, la literatura o el arte comenzarán con ellos. Cualquier día descubrirán el Mediterráneo o las leyes de la termodinámica.
Hay un culto a la ignorancia, a la mediocridad, a la pereza. Y todo lo que signifique leer, escribir o estudiar suena a fascismo rancio. Han cambiado el mérito por la subvención y la beca por no hacer nada ni saber nada ni valer para nada. El modelo es el «nini» del aprobado general y la paguita básica universal, el okupa y el sinvergüenza maleducado sin oficio ni beneficio; el vago y el maleante. Y así nos va.
La llamada «crisis de valores» es en realidad una crisis de fe y de educación.
Los textos que ahora empiezo a publicar y a glosar les sonarán a los alumnos que han pasado por mis clases en los últimos treinta años. A ellos se los dedico, con todo el amor que ellos saben que les tuve y que les sigo teniendo, poque mis niños son como hijos que Dios ha puesto en el camino de mi vida para que los ame y los eduque. Y Dios sabe que, a pesar de todos mis pecado y mis limitaciones, lo he intentado hacer de todo corazón. Yo he tratado de llevarlos a Cristo, que es el verdadero y único Maestro, para que se salven y sean felices en este mundo y en la vida eterna. A eso me llamó el Señor y así he tratado de vivir y de enseñar hasta el día de hoy y mientras Dios quiera.
Cantar de Mio Cid: el honor y la honra
De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba:
que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.
Antes de la noche, a Burgos llegó aquella real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada:
que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada,
y si alguno se la diese supiera qué le esperaba:
que perdería sus bienes y los ojos de la cara,
y que además perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tenían todos aquellas gentes cristianas;
se escondían de mio Cid, no osaban decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada;
así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada;
por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla,
tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.
Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban,
mas los que dentro vivían no respondían palabra.
Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba;
sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba,
mas no se abría la puerta que estaba muy bien cerrada.
Una niña de nueve años frente a mio Cid se para:
«Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada,
sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos a daros asilo por nada,
porque si no perderíamos nuestras haciendas y casas,
y hasta podía costamos los ojos de nuestras caras.
¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada;
que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.»
Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.
Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia.
Partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba,
llega hasta Santa María, y a su puerta descabalga;
las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.
Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga.
Empieza el Cantar de Mio Cid con el destierro del héroe, acusado, falsa e injustamente, de corrupción: de haber robado parte de los impuestos que había recaudado para el Rey. Se trata de un delito muy español que se perpetúa a lo largo de los siglos, cual castigo bíblico. Aquí no hay pan para tanto chorizo.
Pero el Cid no es un ladrón. El juglar nos lo presenta como ejemplo ideal de caballero cristiano: buen esposo, buen padre (llora cuando se tiene que separar de ellas y se alegra con el reencuentro, se preocupa por ellas…), buen militar, valiente, generoso, justo… Hoy diríamos que el Cid es ejemplo de resiliencia (odio ese término tan de moda como innecesario): no se rinde, no se viene abajo ante las circunstancias adversas ni ante las injusticias sufridas. Ante la adversidad, ante la injusticia, en la tribulación, no se derrumba ni se echa a llorar ni tira la toalla. El Cid es ejemplo de fortaleza: «las rodillas hincón en tierra y de corazón rezaba./ Cuando acaba su oración, de nuevo Mio Cid cabalga». Reza y sigue adelante: carga con su cruz, la acepta y sigue adelante, sin rendirse.
¿Por qué? Porque el caballero cristiano vive en gracia de Dios y tiene la conciencia bien formada y tranquila. Sabe que, con el auxilio de la gracia de Dios, todo lo puede. Sabe que es bienaventurado el perseguido injustamente. Sabe que el único temor que ha de tener es el santo temor de Dios: el temor a pecar contra Dios y ofenderlo, que te convierte en un desgraciado y en un desalmado, porque des-graciado es quien no vive en gracia y quien pierde la gracia pierde su alma y entonces eres un des-almado, y eso es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Por desgracia, vivimos en un mundo lleno de zombis, de seres humanos muertos a la vida de la gracia: por eso hay tanto mal, tanta corrupción, tanta crueldad. Por eso hay tantos ladrones, tantas violaciones, tantos asesinatos, tantas mentiras, tantos adulterios, tantas familias rotas, tanta desesperación, tanto suicidio, tanta depravación…
El caballero cristiano ama a Dios sobre todas las cosas, honra y protege a su familia; es justo, generoso, valiente; tiene fe y esperanza y vive amando al prójimo porque ama a Dios y se sabe amado por Dios… El caballero cristiano no miente, no roba, no mata al inocente; protege al débil, cuida a las mujeres y a los niños; tiene palabra: palabra de honor. El caballero cristiano firma un contrato con un apretón de manos, porque su palabra es sagrada.
En definitiva, un caballero cristiano (o una dama) cumple la Ley de Dios: ese es su código de honor. Un cristiano vive en gracia de Dios. Y un líder cristiano es ejemplo de caridad y su autoridad se funda en el ejemplo de su entrega y su servicio a los demás, especialmente a los más débiles y desfavorecidos.
El patriarcado está hoy muy mal visto. Pero el Cid se enternece con sus hijas y las cuida. Y exige justicia cuando sus maridos las maltratan. Y vaya si se hace justicia, porque quien pega, quien humilla, viola o asesina a una mujer no se merece más que la muerte. Nadie es más cobarde que quien maltrata a una mujer. El primer texto literario en español deja claro el desprecio y el rechazo más radical hacia la violencia contra las mujeres, que no es producto del patriarcado ni de la Cristiandad, sino del pecado del hombre. Quien mata o pega a una mujer siempre ha sido considerado un ruin, un bellaco, un cobarde y un animal indigno de llamarse hombre. La cultura cristiana no tolera los abusos ni la violencia contra las mujeres. Nunca lo ha tolerado.
Y si el Cid es ejemplo de caballero y de hombre de honor, los Infantes de Carrión son sus antagonistas: ejemplo de ruindad moral, de codicia, de cobardía y de maldad. Y quien vive así se merece la muerte, si no se arrepienten de sus pecados y se convierten. Los de Carrión son ejemplo de codicia y de soberbia: se casan con las hijas del Cid por dinero, pero ellos se sienten superiores al Cid y consideran que sus mujeres no son dignas de ellos. Orgullo, soberbia, maldad, cobardía… Porque nadie es más ruin ni más cobarde que quien azota a sus mujeres, abusa de su fuerza y pretende matarlas.
El Cantar de Mio Cid pretende enseñarnos, darnos una lección moral para la vida: Ten honor, vive en gracia de Dios, cumple los mandamientos, sé como Dios manda. Y no seas nunca un miserable, un sindiós, un sinvergüenza, un depravado, un impío; un soberbio, maltratador y cobarde. Como los que abusan de los débiles en el colegio y utilizan su fuerza para humillar al más débil, al friki, al gordo, al empollón, a la fea, al distinto…
El caballero cristiano no mira para otro lado cuando alguien es humillado y maltratado, sino que da la cara por el débil: lo defiende, lo protege, lo cuida.
Y un caballero no se aprovecha ni abusa de una mujer: nunca, bajo ningún concepto. Al contrario, respeta su dignidad y la sirve con educación, con respeto, con veneración, con reverencia: le abre la puerta, le cede el asiento, la trata con la dellcadeza y la estima que se merece una madre o una hermana o una esposa.
Eso es el honor: ser fiel a un código moral, a la ley natural, a la Ley de Dios. Tener honor es ser santo, que es a lo que todos estamos llamados. Ser santo no es una cursilada pasada de moda: es una necesidad. El mundo necesita santos, porque impíos, ladrones, mentirosos y sinvergüenzas ya hay suficientes. Ser santo es ser un guerrero de Cristo: no un alfeñique ni un afeminado. Y hay que tener mucho valor para salir al mundo y decir “yo soy de Cristo” y no me corrompo, no miento, no me drogo, no me emborracho, no me acuesto con la primera o el primero que me encuentro en la discoteca o en el botellón. Yo no doy “putivueltas”, porque me respeto y respeto al otro o a la otra.
Yo no engaño a mi mujer ni abandono a mis hijos a su suerte, sino que lucho por mi familia, para que no les falte lo necesario para vivir con dignidad. Y no le pongo los cuernos a mi mujer, porque mi palabra es sagrada y los juramentos se cumplen. Yo no me dejo llevar por los impulsos, por los deseos sexuales ni por los sentimientos de enamoramiento engañosos. A mi mujer la quiero porque es mi mujer y no la cambio por nadie ni por nada del mundo, porque entre todas las mujeres del mundo, solo ella es ella.
¡Qué falta hacen en este momento de la historia hombres y mujeres de Dios! ¡Qué falta hace recuperar el, tan denostado hoy, concepto del honor!
¿Y la «honra», qué es? ¿Es lo mismo que el honor? Pues no. La honra es lo que hoy llamamos prestigio, reputación, buen nombre…
La honra y el honor pueden ir de la mano o no… Puedes tener prestigio y ser un cretino sin principios. Y pueden insultarte y desprestigiarte (fascista, ultracatólico, retrógrado, reaccionario, facha…) y ser un hombre y una mujer como Dios manda: una persona que vive la caridad, que ama a todos, que reza por todos (incluso por quienes te desprecian o te insultan).
La reputación que importa – la única que importa – es la que tengas delante de Dios. Ese es el juicio que importa. El de los demás, no. Y si todos te cierran las puertas y te quedas solo por ser como Dios manda y no como el mundo y el demonio quieren que seas, ¿qué haces?
Hinca la rodilla ante el sagrario, reza y sigue adelante. Nuestro camino es camino hacia Dios y aquí estamos de paso, peregrinos hacia nuestra Patria verdadera. Nuestro fin de trayecto es el cielo: allí está nuestra felicidad.
«Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Lev. 19
12 comentarios
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Pedro L. Llera
Por eso lo escribo entre comillas: La llamada «crisis de valores»...
Muchas gracias por el artículo.
Quizás no hayan sido venerados por la Iglesia como santos, pero con frecuencia han sido admirados como buenos cristianos..
Tal vez los teólogos puedan plantear la cuestión hasta qué grado los valores naturales del héroe sean debidos a una elección divina particular, lo cual vale para otras virtudes naturales como el talento de la inteligencia que cuenta con hombres extraordinarios en su genio y en sus vidas ejemplares.
De todos modos, en el tiempo de la batalla decisiva, escatológica, final que libra la Virgen contra el demonio, poco y nada cuentan estos valores humanos naturales. La dimensión épica de la batalla entre las milicias angélicas que Conduce María y las del demonio excede absolutamente el orden natural.
El recuerdo de los héroes palidece ante los desafíos que lanza hoy el demonio contra la Iglesia, esto es, contra el Reino de Cristo y de María.
Porque el “hombre viejo del pecado”, al que pertenecen los héroes, es incapaz de parar los golpes actuales del enemigo infernal, como está demostrado. Al misterio de iniquidad lo vence sólo María, que para ello ha recibido de Dios la Sabiduría, Santidad y Poder necesarios.
Ante las puertas de la Nueva Edad del Reino abiertas por el triunfo del Corazón Inmaculado de María, debemos recoger las armas que Su Aurora nos ofrece en el Tiempo de la Misericordia.
Debemos barrer de la Tierra los enemigos de Cristo que resisten a Su Reino de Gloria, y barrerlos del universo todo, contaminado y usurpado por el demonio desde los tiempos del pecado original.
La empresa que la Virgen Conduce es sobre-humana, victoriosa y definitiva. Trasciende los tiempos y los espacios; las inteligencias y voluntades, las hazañas y arrojos habidos hasta el presente. Ella ejecuta el plan dispuesto por Su Hijo con la fidelidad propia de su unión de orden hipostático.
Honremos los héroes, han sido instrumentos de Dios, que han permitido alcanzar los “nuevos tiempos” de gloria que inaugura María.
Don de Dios que ha sostenido y sostiene el patrimonio adquirido por la humanidad con las fatigas, ilusiones, esperanzas, abnegaciones y amores de quienes consumieron sus vidas como antorchas en la noche prolongada de los siglos.
Los hay anónimos y los hay monumentales, como el rocío tenue y silencioso que moja los pastos y los árboles, o la tempestad que estalla en rayos y truenos.
Honor y honra de padres y madres, maestros y enfermeras, niños, jóvenes y viejos, capataces o lisiados, campesinos o industriales, clérigos o simples fieles, reyes o vasallos, genios o analfabetos, que en desfile interminable aportan sus méritos a la causa común de la humanidad en camino hacia la Casa del Padre.
No los prepara nadie, no se lo proponen ellos, son antorchas que Dios por medio de sus ángeles enciende a cada tramo del camino.
Hoy los necesitamos imperiosamente para batallar, como Mío Cid, combates nunca habidos, alineados con las milicias angélicas y de bienaventurados, jinetes que llevan terremotos, pestes, guerras, angustia y muerte a los moradores de la tierra.
Los Conduce María a la Victoria.
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Pedro L. Llera
Por supuesto. No hay inconveniente ninguno.
Desde siempre mi padre y mi abuelo me enseñaron a admirar esta figura extraordinaria de carne y hueso.
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