Esto es Mordor
Esto es Mordor, la Tierra Oscura, pero tenemos esperanza. Esperamos el regreso del Rey. El anillo de poder será destruido y la Tierra de Tinieblas dejará paso a un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia.
«Debemos introducir en la iglesia lo mejor del Liberalismo que viene desde 1789». «Debemos apropiarnos de las conquistas de la Ilustración»…
Y el liberalismo y la basura de la Ilustración entraron en la Iglesia y la están destrozando desde dentro.
Pero antes, el liberalismo y la Ilustración trataron de destruir la fe desde fuera de la Iglesia: recordemos la matanza de La Vendée; la guillotina, en la que sufrieron martirio tantos católicos; las sucesivas desamortizaciones, que le robaron a la Iglesia buena parte de su patrimonio y que exclaustró a miles de frailes y monjas que se quedaron literalmente en la calle y sin nada. Recordemos a los liberales anticlericales que quemaron iglesias y asesinaron a curas, frailes y monjas allá por el siglo XIX.
En España, el Liberalismo anticatólico provocó el levantamiento de miles de fieles bajo la bandera del carlismo, que se echaron al monte para defender a Cristo y a la Iglesia de los masones y liberales, enemigos del Señor.
Más tarde, vinieron los hijos bastardos del liberalismo: socialismo, comunismo y anarquismo. Y estos hijos de Satanás llevaron la persecución al paroxismo: quemaron templos, asesinaron y torturaron a obispos, curas, monjas o simples fieles, por el mero hecho de ir a misa.
Y liberales, socialistas, comunistas y anarquistas martirizaron a miles de católicos y llenaron nuestros altares de nuevos mártires y santos. De esos mártires, no dice nada la inicua y maldita ley de memoria democrática.
La ideología del Anticristo pasa por la desobediencia y la rebelión contra Dios. Hay que evitar la soberanía social de Cristo. Y hay que hacerlo como sea. Para ello, el Anticristo recurre a su receta de siempre: al «non serviam». El Anticristo ha convencido al hombre de que no hay más ley que la que el mismo hombre promulgue. Que Cristo no sea soberano. El único soberano es el hombre. El hombre se declara a sí mismo autónomo e independiente de Dios. El hombre se ha creído dios. Ya no hay que obedecer los Mandamientos. El hombre tiene licencia ilimitada para hacer lo que él quiera, sin cortapisas ni límites morales de ningún tipo.
Y concluye la Encíclica Libertas:
«Cuando el hombre se persuade que no tiene sobre sí superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política, no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber».
Y así, gracias al Liberalismo, llegamos a la dictadura del relativismo. Es el consenso de las mayorías la única fuente de la moralidad: está bien o mal aquello que la mayoría de la gente considera bueno o malo. Y por ese camino, llegamos a la proliferación de leyes inicuas: aborto, eutanasias, manipulación genética y eugenesia, gaymonio, divorcio, leyes LGTBI y trans…
No importa la ley de Dios. Los impíos pretenden haber derogado los Mandamientos. La voluntad de Dios no cuenta para ellos. Sólo cuenta su propia voluntad, llena de orgullo y de soberbia.
Los que querían introducir el Liberalismo en la Iglesia ahora se quejan de las leyes inicuas. Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Abonan el árbol del liberalismo y abominan de sus frutos.
¿Libertad de expresión? Ahí tenéis a los blasfemos, a los sacrílegos, a los apóstatas y a los herejes profiriendo día y noche insultos contra Dios.
«No podemos suponer concedida por la naturaleza de igual modo a la verdad y al error, a la virtud y al vicio. Existe el derecho de propagar en la sociedad, con libertad y prudencia, todo lo verdadero y todo lo virtuoso para que pueda participar de las ventajas de la verdad y del bien el mayor número posible de ciudadanos. Pero las opiniones falsas, máxima dolencia mortal del entendimiento humano, y los vicios corruptores del espíritu y de la moral pública deben ser reprimidos por el poder público para impedir su paulatina propagación, dañosa en extremo para la misma sociedad. Los errores de los intelectuales depravados ejercen sobre las masas una verdadera tiranía y deben ser reprimidos por la ley con la misma energía que otro cualquier delito inferido con violencia a los débiles. Esta represión es aún más necesaria, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no puede en modo alguno, o a lo sumo con mucha dificultad, prevenirse contra los artificios del estilo y las sutilezas de la dialéctica, sobre todo cuando éstas y aquéllos son utilizados para halagar las pasiones. Si se concede a todos una licencia ilimitada en el hablar y en el escribir, nada quedará ya sagrado e inviolable. Ni siquiera serán exceptuadas esas primeras verdades, esos principios naturales que constituyen el más noble patrimonio común de toda la humanidad. Se oscurece así poco a poco la verdad con las tinieblas y, como muchas veces sucede, se hace dueña del campo una numerosa plaga de perniciosos errores. Todo lo que la licencia gana lo pierde la libertad».
¿Libertad religiosa? Ahí tenéis el triunfo del indiferentismo religioso proclamando que Dios quiere todas las religiones por igual y que todas ellas son caminos de salvación:
«La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.
Confunden la libertad con tener permiso para pecar. Libertas, en cambio, enseña y deja clara la doctrina católica:
Conceder al hombre esta libertad de cultos equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado.
La libertad de cultos es muy perjudicial para la libertad verdadera, tanto de los gobernantes como de los gobernados. La religión, en cambio, es sumamente provechosa para esa libertad, porque coloca en Dios el origen primero del poder e impone con la máxima autoridad a los gobernantes la obligación de no olvidar sus deberes, de no mandar con injusticia o dureza y de gobernar a los pueblos con benignidad y con un amor casi paterno.
¿Libertad de conciencia? Ahí tenéis a los impíos proclamando que los buenos cometen delitos de odio y los malos son el no va más de la virtud.
Si esta libertad se entiende en el sentido de que es lícito a cada uno, según le plazca, dar o no dar culto a Dios, queda suficientemente refutada con los argumentos expuestos anteriormente. Pero puede entenderse también en el sentido de que el hombre en el Estado tiene el derecho de seguir, según su conciencia, la voluntad de Dios y de cumplir sus mandamientos sin impedimento alguno. Esta libertad, la libertad verdadera, la libertad digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión y ha sido siempre el objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. […] Pero cuando el poder humano manda algo claramente contrario a la voluntad divina, traspasa los límites que tiene fijados y entra en conflicto con la divina autoridad. En este caso es justo no obedecer.
Por el contrario, los partidarios del liberalismo, que atribuyen al Estado un poder despótico e ilimitado y afirman que hemos de vivir sin tener en cuenta para nada a Dios, rechazan totalmente esta libertad de que hablamos, y que está tan íntimamente unida a la virtud y a la religión. Y califican de delito contra el Estado todo cuanto se hace para conservar esta libertad cristiana. Si fuesen consecuentes con sus principios el hombre estaría obligado, según ellos, a obedecer a cualquier gobierno, por muy tiránico que fuese.
Sin embargo, permanece siempre fija la verdad de este principio: la libertad concedida indistintamente a todos y para todo, nunca, como hemos repetido varias veces, debe ser buscada por sí misma, porque es contrario a la razón que la verdad y el error tengan los mismos derechos. En lo tocante a la tolerancia, es sorprendente cuán lejos están de la prudencia y de la justicia de la Iglesia los seguidores del liberalismo. Porque al conceder al ciudadano en todas las materias que hemos señalado una libertad ilimitada, pierden por completo toda norma y llegan a colocar en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio. Y cuando la Iglesia, columna y firmamento de la verdad, maestra incorrupta de la moral verdadera, juzga que es su obligación protestar sin descanso contra una tolerancia tan licenciosa y desordenada, es entonces acusada por los liberales de falta de paciencia y mansedumbre. No advierten que al hablar así califican de vicio lo que es precisamente una virtud de la Iglesia. Por otra parte, es muy frecuente que estos grandes predicadores de la tolerancia sean, en la práctica, estrechos e intolerantes cuando se trata del catolicismo. Los que son pródigos en repartir a todos libertades sin cuento, niegan continuamente a la Iglesia su libertad.
Dan libertad a los impíos para pecar y blasfemar. Predican la tolerancia con todo y con todos: menos con la Iglesia. Veamos algunos ejemplos recientes:
La mujer detenida por rezar frente a un abortorio, denunciada por «intimidación»
Como cada 28 de diciembre, detienen al Dr. Poveda frente a la clínica Dator
Rezar en la calle es delito. Asesinar niños, un derecho de la mujer. Cuando los católicos defendemos la Ley de Dios, cometemos “delitos de odio”. Llaman odio a la caridad y “amor”, al pecado. Cuando los enemigos de Cristo blasfeman públicamente, ejercen su libertad de expresión. Cuando los católicos proclamamos que el pecado nefando clama al cielo y repetimos la doctrina de la Iglesia, nos insultan, nos persiguen y nos desprecian. «¡Cómo es posible que se digan esas cosas en pleno siglo XXI!», dice la locutora escandalizada porque un cura predica la santa doctrina de la Iglesia. Como si la Ley de Dios hubiera caducado. Como si Dios no fuera el mismo ayer, hoy y siempre. Como si su Ley no fuera universal y eterna.
La libertad es el don que Dios nos da para hacer el bien y alcanzar el fin para el que hemos sido creados, que es el cielo. La libertad no es algo absoluto: lo absoluto es el Bien. Y cualquier camino es bueno si conduce al bien. Todo en tanto en cuanto contribuya al bien y a vivir en caridad. Y hemos de rechazar todo aquello que coopere al mal, todo lo que sea pecado.
La libertad verdadera conduce a Dios, que es el Bien absoluto. La libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios («hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo», decimos en el Padre Nuestro). Y la voluntad de Dios consiste en cumplir sus Mandamientos. «Hágase en mí según tu palabra». «He aquí la esclava del Señor».
En cambio, la libertad liberal consiste en la licencia lo mismo para hacer el bien que para el mal. La libertad liberal consiste en creerse dioses y en no reconocer el poder de Dios sobre los individuos, sobre las familias o sobre las naciones.
Pero nadie tiene permiso para hacer el mal. Nadie está autorizado a pecar. Y quien peca se convierte en enemigo de Dios, en hijo de la ira. Miles de personas viven en pecado mortal. Y eso hace del mundo un lugar inhóspito y cruel; un reino de oscuridad y tinieblas. La libertad liberal resulta tentadora: es ese anillo que te atrae irresistiblemente pero, al mismo tiempo, te esclaviza y te mata. El mundo liberal es Mordor, esa “tierra oscura” en la que los orcos persiguen a los pocos que viven en gracia de Dios para destruirlos.
La verdadera libertad es la de los Hijos de Dios, la de los hijos de María, la de quienes nos aferramos a la Cruz de Cristo, esa Cruz que vence a los impíos y nos defiende de los enemigos. Porque, aunque seamos pocos, aunque nos persigan y nos desprecien, la victoria es de nuestro Dios, que hizo en cielo y la tierra. Y al final, todos los reyes de la tierra doblarán su rodilla ante Cristo y lo adorarán. Y el mismo Dios que hace llover sobre justos y pecadores, enviará a sus ángeles a separar el trigo de la cizaña. Y entonces será el llanto y el crujir de dientes.
El liberalismo ha entrado en la Iglesia y trata de destruirla desde dentro, acabando con la doctrina, bendiciendo el pecado, promoviendo toda clase de herejías y de abusos: homosexualidad, orgías; religiosos que abusan de monjas y luego las absuelven; corrupción económica; sínodos que pretenden introducir la dinámica del estado de derecho en la vida de la Iglesia: como si una supuesta o hipotética mayoría de opiniones contrarias pudiera cambiar la Ley Inmutable y Eterna de Dios. Destruyen la liturgia, desvirtúan los sacramentos, destrozan la moral y la doctrina. Los orcos de Mordor están invadiendo la Comarca. Quieren acabar con los hijos de Dios.
Pero no nos rindamos ni nos resignemos con el «no se puede hacer nada». Seamos luz en medio de las tinieblas. Aunque nos quedemos solos. Mejor solo con Dios, que mal acompañado, traicionando al Señor. Hay que combatir hasta el último aliento, con la gracia de Dios, contra el demonio y sus secuaces. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Recemos el Rosario, vivamos en gracia de Dios, seamos buena noticia para cuantos nos rodean cada día y portadores de caridad allí donde estemos.
Vayamos dejando un rastro de amor a nuestro paso.
Seamos testigos de la verdad con amor; pero que el amor no nos impida decir la verdad. Por caridad, tratemos de llevar al pecador a Cristo para que se salve pero denunciemos y combatamos el pecado sin contemplaciones.
No prevaleceréis, malditos impíos. El anillo de poder será destruido.
Una chica humilde y aparentemente insignificante concibió al Rey de reyes por obra y gracia del Espíritu Santo: Ella es la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Puerta del Cielo, la Estrella de la Mañana. Ella nos protegerá en la batalla. María pisará la cabeza de la vieja Serpiente y su Inmaculado Corazón vencerá.
Nosotros hemos visto la gloria de Dios y esperamos el regreso del Rey. Vivimos los últimos tiempos. Levantad la cabeza: se acerca nuestra liberación.
Hijos míos, ha llegado la última hora. Ustedes oyeron decir que vendría el Anticristo; en realidad, ya han aparecido muchos anticristos, y por eso sabemos que ha llegado la última hora.
Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros.
Ustedes recibieron la unción del que es Santo, y todos tienen el verdadero conocimiento.
Les he escrito, no porque ustedes ignoren la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira procede de la verdad. (I Jn. 2, 18-21).
¡Manteneos firmes en la fe. No os dejéis confundir!
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva María Santísima, Madre de Dios!
25 comentarios
¡Viva Cristo Rey!
¿Cuándo un nutricionista avisa de las consecuencias de la comida basura, del exceso de peso y grasa en el cuerpo y de los malos hábitos alimentarios, incurre en "gordofobia" y odio contra las personas gordas?
El Misterio ha sido excluido por la erudición, por el acopio de cánones, recurso insuficiente para servir al Reino que crece. Las cartas náuticas son útiles para quien sabe dónde está ubicado y qué camino debe seguir.
El Reino es vivo, requiere auscultar las distancias a alcanzar, de este modo podemos caminar, de lo contrario nos paralizamos. Como sucede hoy con el rebaño puesto a corral, presa fácil de los lobos, en vez de conducirlo hacia los pastizales de las cumbres.
María viene con su Aurora a despertar la consciencia del Misterio, necesaria para adentrarnos en los “nuevos tiempos” escatológicos.
Si cad artículo de blog o portal de Internet tuviera que llevar el Imprimatur, los obispos vivirían delante de las pantallas.
A las 12 había otra misa y he vuelto a ir y, cual sería mi sorpresa, que aquel sacerdote llevaba casulla y ha dicho la misa según liturgia ayudado por el otro de la misa anterior. Al terminar voy a la sacristía y le digo al sacerdote:
- A las 11 no ha habido misa.
-Ha habido Liturgia de la Palabra y se ha dado la Comunión.
-Eso no es una misa.
-Es que éste (señala al aludido) es diácono y no puede decir misa.
-Pero ustedes mantienen el horario de misas como el párroco que está enfermo.
- Sí, pero nosotros venimos de otras localidades y no podemos estar a tan distintas horas.
-Eso se arregla muy fácil, dejen las misas que puedan y supriman las demás, si es una es una y si son dos son dos, pero no digan que hay cuatro misas porque no las hay y esa pobre gente se ha ido a casa pensando que había oído una misa "moderna" pero han cumplido el precepto y eso es un fraude.
-Bueno, bueno, ya veremos...
Así que aquí me encuentro sin saber si el próximo domingo tendré que ir a la iglesia varias veces para saber si hay misa o no. El propio fiel tiene que aplicar la Doctrina y estar al tanto de la Liturgia porque si no esto es un desbarajuste. Con lo fácil que es decir a la comunidad: "Por enfermedad del párroco titular, y hasta que se recupere, las misas en esta parroquia serán a esta hora porque, lamentablemente, no podemos cubrir el horario habitual".
Pero no, movilizamos a los diáconos y decimos "misas" sin Consagración.
¡Qué cosas, Madre y Señora Nuestra!
Él se ha dado cuenta de una cosa que yo no había advertido: " ¿El anterior llevaba casulla?" Efectivamente no la llevaba y no había advertido eso porque ahora los modernos pueden hacer lo que les da la gana, han acostumbrado a los fieles a cualquier cosa y ya los tienen como borregos.
La próxima vez me fijaré en la casulla, si no la lleva es que es "falsa misa" aunque figure en el horario como tal.
Habría bastado que la liturgia de las 11 se anunciase como "liturgia de la palabra (no misa)" tanto en el horario de misas como al empezar dicha liturgia. El que quiera, se queda, y el que no, se va.
O mejor aún, no celebrarla, porque no sirve para cumplir con el precepto dominical.
Lo peor de todo, la respuesta: "...ya veremos...". ¿Qué es lo que hay que ver? Que los fieles se queden convencidos de que aquello era una misa, moderna, pero misa al fin y al cabo? ¿o que se den cuenta más tarde del engaño y no vuelvan a esa iglesia?.
Las misas deben quedar claramente establecidas y si en alguna ocasión no hay sacerdote para decirlas se dice con antelación para que la gente que pueda se desplace a otro pueblo. Habiendo otra misa a las 12 no había razón para celebrar una Liturgia de la Palabra a las 11.
“Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la Palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares” (Canon 1248, 2).
Entiendo, pues, que la Liturgia de la Palabra celebrada por un diácono puede considerarse válida en sustitución de la Misa por lo menos en algunos casos. Pero no creo que esta norma pueda aplicarse a la situacion que tú nos cuentas, África, porque se celebraba una Misa en el mismo lugar y en el mismo día, aunque a una hora distinta. ¿Podría considerarse que era una celebración válida para los fieles que, por un motivo u otro, no podían acudir a la hora en la que se celebraba la Misa? Si alguien lo tiene claro, estaría bien que nos lo explicara.
Mi invitación es a contextualizar la cita: ¿cuándo la dijo, dónde, por qué, para quién o para qué? Y comparar con el contenido de su teología tardía, incluso de cuando era papa, de modo que se logre clarificar si realmente siguió siendo no un católico íntegro sino un teólogo "liberal", tal como lo han venido acusando, o un "modernista solapado" o algo por el estilo, savia y fruto degenerado del CVII...
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Pedro L. Llera
La única referencia que estoy completamente seguro que corresponde a Benedicto XVI, aunque no lo cito expresamente en ningún momento, corresponde a su testamento: ¡Manteneos firmes en la fe. No os dejéis confundir!
Las otras citas que usted atribuye a Benedicto XVI contextualícelas usted como le parezca más oportuno.
Usted viene aquí a buscarle cinco pies al gato. Y se lo diré con toda claridad: el liberalismo es pecado. Lo he dicho y lo he explicado por activa y por pasiva: en este artículo, en el justamente anterior y en otros muchos. Y el liberalismo sigue siendo pecado sea quien sea quien diga lo contrario. Porque la verdad es la verdad, dígalo Agamenón o su porquero.
Y voy a terminar con otra cita del testamento de Benedicto XVI:
«Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.».
El propio Benedicto XVI repudia la teología liberal, la existencialista y la marxista. Y se reafirma en la fe de siempre, en la Tradición: Cristo es camino, verdad y vida y la Iglesia es su cuerpo místico.
No tengo ni idea si los demás fieles eran conscientes de que aquello no fue una misa o si pensaron que lo era, lo cual es trágico.
Efectivamente el hecho de que el párroco enfermara y que las hojillas que repartió antes de caer enfermo, en las que se explicaba las misas y otras celebraciones de Navidad, no pudieran llevarse a cabo exigía que el obispado pusiera en la puerta de la iglesia los cambios ocasionados por ello o que se publicaran en el diario local; en cambio han optado por no hacer nada y en los horarios de misa establecidos unas veces viene un sacerdote de otra localidad y otras envían a un diácono que hace lo que puede sin avisar a nadie. A mi me parece que, dada la asistencia a las misas, con dos, e incluso con una, cabemos todos los fieles que estemos dispuestos a ir y aquellos que no puedan tienen la opción de trasladarse al pueblo más próximo, cerca de aquí hay unos cuantos, o, en conciencia, ver la misa por televisión, si tienen problemas de desplazamiento.
El sustituir misas por otro tipo de liturgias lo único que puede provocar es confusión en católicos que han dejado todo en manos de los curas y lo mismo les da arre que erre porque se acostumbran a todo tipo de cambios por graves que sean dejando a la Santa Misa sin sustancia.
No es lo mismo aquellos tiempos en que la Iglesia fue el eje de la vida de las personas y, por lo tanto, estaban al tanto de su funcionamiento, que estos en los que los fieles no tienen ni idea de nada, en general.
La Iglesia no es sólo una parroquia, ni una diócesis, ni siquiera el Vaticano, es el Reino inconmensurable de Dios.
Debe permanecer necesariamente paralizada en su Misión si se encierra en la concepción helio-céntrica que supone a la Tierra un mero planeta girando en torno al Sol. En vez de comprender que la Tierra es el Centro Absoluto del Universo creado para albergar en él al Reino de Cristo.
Para hacernos comprender estas cosas, las que atañen al Reino, no al mundo del “hombre viejo del pecado”, viene la Virgen. Habla, anuncia, profetiza, Revela que hemos entrado en “sus tiempos”.
La Iglesia recuperará su lozanía inaudita, la que mostró en siglos de los Apóstoles, de los que les siguieron los mártires, los ermitaños, fundadores de órdenes religiosas, constructores de abadías, doctores, y tantos que trabajaron y trabajan por acrecentar el patrimonio de la Cristiandad.
Recuperará su fortaleza evangelizadora cuando el don de la profecía ilumine el Misterio que la constituye e impulsa.
Cuando sea una catarata que vierta la abundancia de sus aguas sobre este mundo aridecido por el pecado, la apostasía, la mundanidad, la modernidad producto del irracionalismo-nihilista-ateo, asesino, suicida y pervertido.
Entonces renovará las fronteras de la ciencia hasta los abismos inconmensurables de lo inteligible, sacro e inefable de la realidad última ontológica de la Creación; el arte manifestará la íntima y universal belleza de las cosas hermanadas en la gran sinfonía del Reino; la humanidad rebosará en la alegría del amor de la gran familia de los hijos de Dios, y emprenderá la edificación del Reino en aquellas cosas propias del todo, que ninguna de las partes puede llevar a cabo por sí misma.
La Nave la Conduce María por mandato de Su Hijo, su Nombre: Arca de Salvación.
El problema que me doy cuenta que he tenido y que tienen los demás es tomarme la Fe como algo que nunca va a ser conflictivo, que siempre va a estar ahí, que los curas ya saben lo que hacen y que ¡viva la Pepa!.
Pues, resulta que no.
Sí, en verdad es una totalidad absoluta que constituye la Creación y culmina en la Encarnación-Redención. “El existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él” (Col 1, 17).
El universo ha sido guiado por un principio cósmico hasta alcanzar su actual disposición, la que ha permitido la constitución de la Tierra destinada en el plan de la Salvación como Centro del cosmos en el cual Cristo sembrara su Reino y desde el cual, por Mediación de Su Madre lo condujera de Edad en Edad por la eternidad.
Ciertamente, esta verdad conforme a la Escritura y a los hechos empíricos, rebasa la concepción limitada de la ciencia moderna, la que aún no ha establecido que la Tierra ostente tan grande Título.
El Mordor que señala el artículo de Pedro L. Llera, desplaza a la Tierra de la misión central en el designio de Dios Salvador. Hay una astuta intromisión del demonio que intenta desbarajustar los fundamentos cósmicos y humanos del Reino.
Por todas partes muestra su acción perturbadora. Todo lo creado recibe los simbrones de sus zarpazos, ora la Iglesia de modo directo mediante la herejía y la apostasía, ora la Liturgia mediante la adulteración de los ritos, ora el clero mediante el feminismo estrafalario, ora los pobres mediante la teología de la liberación, tercermundismo, etc.
Hasta ha llegado a pretender ridiculizar la Tierra sacra y profética del Reino, con idolatrías abstrusas. Hay una sutil maniobra orientada a desmerecer la Misión eminente de la Madre de Dios mediante el desplazamiento de la mujer como complemento esencial del varón, dirigiendo el golpe contra la maternidad, incluso ridiculizando esta eminente misión con ídolos burlescos acogidos por Francisco en pleno Vaticano.
Por eso la herejía anti-mariana y anti-cristiana apunta a menoscabar a la Virgen como Madre y Reina de la Iglesia y del Reino. Es obra del anti-cristo disminuir la Presencia de la Virgen en la Iglesia, para así oponerse a Cristo.
Es obra que realiza mediante el feminismo que desmerece la misión fundamental de la mujer: ser misterio de esposa y madre y de sus tantas misiones femeninas.
Obra inicua de varones responsables, o secuaces del NOM. Bajo apariencias de política, profesionalidad y otras razones procuran alejar a la mujer de su misión de parte eminente, insustituible y fundamental del Reino. Ningún varón ha alcanzado el Título de Madre de Dios, Medianera y Corredentora que ubica a María entre la humanidad y Su Hijo. Trono y Santuario de la Santísima Trinidad elevado infinitamente por arriba de los ángeles, al que, afirma S.L de Montfort, no les es posible aproximarse sin un privilegio especial.
La Mujer Vestida de Sol vence definitivamente al anti-cristo.
Evidentemente es trágico que la mayoría de los fieles no vean la diferencia entre una Misa con consagración y una celebración de la Liturgia de la Palabra seguida de una comunión que entiendo que, en sí misma, es válida. Y desde luego también es cierto que en un caso como el que tú explicas lo más razonable sería simplemente reducir el número de misas. Pero también -por poner un ejemplo que yo mismo reconozco que está muy traído por los pelos- es sumamente deseable que el sacerdote esté en gracia de Dios, y si no lo tengo mal entendido la Santa Misa oficiada por un sacerdote que no está en gracia de Dios es igualmente válida. Del mismo modo, querría saber si en un caso como el que tú explicas se puede entender que una celebración litúrgica de ese tipo puede considerarse válida como cumplimiento de precepto, como parece que apuntaba Luis Fernando.
El dilema, porque se constata un terrible dilema, se formula en estos términos: respecto a este asunto de la libertad de cultos ¿ se está con León o con Francisco?.
Por mi parte, lo tengo claro. Estoy con la doctrina católica de siempre, porque "la primera obra para nuestra salvación es guardar la regla de la verdadera fe" (Concilio IV de Constantinopla)
..Y yo quiero, con la gracia de Dios, salvarme.
La sabiduría de Dios frente a la necedad:
" Esto dice el Señor:
Paráos en los caminos y ved, y preguntad sobre las sendas antiguas;
cual sea el camino bueno, y andad por él; y hallaréis refrigerio para vuestras almas.
Y ellos dijeron: no andaremos". (Jer. 6,,16)
Todo este apartarse de los caminos antiguos que nos enseñaron los apóstoles y sus sucesores con su doctrina, con su ejemplo y con su sangre, ha desembocado en esta coyunda perversa con las ideologías mundanas, que de no remediarlo Dios directamente, llevarán y llevan a muchos jerarcas y fieles al abismo de la perdición, " por no haber amado suficientemente la Verdad que los hubiera salvado"......
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Pedro L. Llera
Mire, usted no llega ni a orco. Se queda en un simple troll de pacotilla en un blog católico, en el que usted está totalmente fuera de lugar.
Gregorio XVI en su encíclica Mirari Vos; "La libertad de conciencia es una máxima ridícula y absurda y un error venenosísimo; la libertad de prensa es execrable y jamás será suficientemente condenada y aborrecida; la libertad de ciencia, insolente".
La libertad de religión y culto, si es para practicar religiones falsas o ninguna, debe suprimirse. Dios no nos dio la libertad para el error o para ofenderle ¿de qué sirvió el sacrificio de Cristo en la cruz entonces?
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