Pecado y Caridad

Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa del fariseo, con un frasco de alabastro de perfume, se puso detrás de Él junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. (Lc. 7, 37-38)

¡Cuántas veces me he sentido yo como la pecadora que se arrodilla a los pies del Maestro y le lava los pies con sus lágrimas! ¡Qué falta nos hace la humildad de la pecadora para llorar por nuestros pecados y arrepentirnos de ellos! 

Dice Royo Marín en Teología de la Perfección Cristiana (pág. 39 y ss.):

Son legión, por desgracia, los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero en las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. Algunos, sobre todo si han recibido en su infancia cierta educación cristiana y conservan todavía algún resto de fe, suelen reaccionar ante la muerte próxima y reciben con dudosas disposiciones los últimos sacramentos antes de comparecer ante Dios; pero otros muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro problema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre el mundo, en el que tienen hondamente arraigado el corazón. 

Estos desgraciados son «almas tullidas – dice Santa Teresa – que si no viene el mismo Señor a mandarles que se levanten, como al que llevaba treinta años en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro».

Y escribe Santa Teresa:

«No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más (habla del alma en pecado mortal)… Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria… Yo sé de una persona (habla de sí misma) a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones… ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este crista? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús! ¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como a donde está plantado el árbol, que es el demonio, ¿qué fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos libre del tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin».

El 13 de julio de 1917, en la tercera de las apariciones de Fátima, la Virgen María permitió que los niños tuvieran una visión del infierno, para que comunicaran lo que les espera en el mundo invisible a las personas que no se convierten ni se arrepienten de sus pecados mortales antes de morir.

«Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice)», agregó.

«Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: “Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz"»,

El pecado mortal provoca la pérdida de la gracia santificante, de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo. El sarmiento se separa de la vid y muere porque deja de recibir la sabia que da la vida sobrenatural, que solo Cristo nos puede dar. 

El pecado mortal nos hace esclavos de Satanás y aumenta en nosotros las malas inclinaciones. De hecho, un pecado mortal lleva a otro y así vamos de mal en peor, enfangándonos en el lodo y apartándonos cada vez más de Dios. El pecado mortal es el infierno en potencia. 

Todos buscamos la felicidad y ¡cuántos viven vidas desgraciadas! Porque buscan la felicidad donde no está, donde no hay sino muerte y desesperación. ¡Cuántas personas creen que la felicidad está en disfrutar de los placeres de la carne! ¡Cuántos piensan que es feliz quien lleva una vida promiscua! ¡Cuántos piensan que la felicidad es la fiesta, el botellón, la borrachera, la bacanal, los festivales, las drogas, el sexo desenfrenado! Y luego llegan los trastornos del alma (psicológicos, los llaman ahora), las depresiones, la ansiedad, el vacío… Y nunca ha habido más consumo de psicofármacos ni más suicidios. Porque buscando la felicidad donde no está, acaban siendo desgraciados hasta desear la muerte. Y es así porque están muertos en vida por el pecado mortal. Se han separado de Dios y han perdido la esperanza y las ganas de vivir. Porque quien vive en pecado mortal ya está muerto en vida: está muerto a la vida de la gracia: son medios muertos que han quedado tirados en la cuneta de la vida, apaleados por el pecado. Están solos y todo el mundo pasa de largo y mira para otro lado porque son despojos hediondos. Tiene que pasar Cristo por el camino para levantarlos de la cuneta, cargar con ellos y llevarlos a la posada para que los curen. Y es Cristo quien los puede curar con el vino y el aceite de los sacramentos. Y es Cristo quien ha pagado el precio de nuestra salvación con la sangre que derramó por nosotros en la cruz. 

A veces, tenemos que tocar fondo para volver a la vida verdadera. Tenemos que estar medio muertos para que Cristo abra la puerta del sepulcro y nos diga: «levántate y anda». Porque el único que puede salvarnos es Cristo. No hay otro nombre sobre la tierra que pueda salvarnos salvo el de Cristo Jesús. Sólo Él puede quitar el pecado del mundo. Sólo Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Nuestra felicidad y nuestra esperanza es Cristo. Dios nos ha dado la vida para que seamos felices y, después de peregrinar por este mundo, vayamos al cielo. La felicidad es ver a Cristo; ver a Dios en la Hostia Santa, consagrada en la Misa. Pero quien está en pecado mortal, quien no tiene fe, es un ciego que no ve lo que tiene delante de sus narices. Por eso no se arrodillan ante el Santísimo. Quien está en pecado mortal es ciego a la vida sobrenatural. No ven. No saben. No entienden… Y como son esclavos de Satanás, desprecian lo sagrado, odian a Dios y odian a quienes creemos y amamos a Dios. Y hasta los hijos se enfrentan a sus padres porque la soberbia les puede y se creen que ellos saben más que nadie y que Dios es un cuento antiguo, un mito… Ellos se creen más y no son nada ni saben nada ni ven nada. El pecado te deja ciego y sordo. Por eso tenemos que pedir: ¡Señor, que vea! ¡Ábreme los ojos y los oídos! ¡Mira que estoy paralítico y no puedo moverme ni caminar hacia Ti! ¡Cuántas lágrimas lloró Santa Mónica por su hijo Agustín, perdido y pecador! Y sus lágrimas y sus oraciones surtieron efecto y aquel hijo perdido por el pecado acabó siendo santo. ¡Qué grande es Dios!

Porque no hay nadie que deba darse por perdido, mientras esté vivo en este mundo: por malo que sea; por depravada que sea su vida; por muy esclavo que sea de sus vicios; por degenerado que sea… Nadie, aunque sea el mayor enemigo de Dios, el ateo más recalcitrante, el hereje más empedernido… Nadie es un caso perdido. Dios quiere que todos se salven.  

Dice Royo Marín en Teología de la Caridad (pág. 558):

La caridad, en efecto, nos obliga a amar a todos aquellos que estén todavía a tiempo de alcanzar la vida eterna y de glorificar a Dios, y no existe nación, pueblo o individuo que no se encuentre en estas condiciones mientras sea viajero en este mundo. Por eso solo están excluidos de la caridad los demonios y condenados del infierno, incapaces ya de amar a Dios y de alcanzar la vida eterna. 

Pero nótese que una cosa es el odio de enemistad y otra muy distinta el de abominación. El primero recae sobre la persona misma del prójimo, deseándole algún mal o alegrándose de sus males; y este odio no es lícito jamás. El segundo, en cambio, no recae sobre la persona misma (a la que no se les desea ningún mal), sino sobre lo que hay de malo en ella, lo cual no envuelve desorden alguno. Podemos odiar su injusticis, luchar contra ella y hasta reclamar el justo castigo que merece con el fin de que se corrija y deje de hacer daño a los demás.

Los pecadores, en cuanto tales no son dignos de nuestro amor, ya que son enemigos de Dios y ponen obstáculo voluntario a su bienaventuranza eterna (en cuya participación se funda el amor de caridad). Pero en cuanto a hombres, son hechura de Dios y capaces de la eterna bienaventuranza, y en este sentido se les puede y debe amar. 

Santo Tomás no vacila en añadir: «De donde, en cuanto a la culpa, que le hace adversario de Dios, es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Lc. 14, 26). Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la etena bienaventuranza. Y esto es amarlos verdaderamente por Dios con amor de caridad».

Corolario

En las redes sociales, hay muchos católicos que se dicen tradicionalistas que se dedican a lapidar públicamente al Papa Francisco, sin la más mínima caridad. Pero si alguien dice ser fiel a la doctrina y no tiene caridad, no tiene nada. Estos católicos se han olvidado de aquello de «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». 

Hay que combatir cualquier pecado: la idolatría, la herejía, el adulterio, el aborto, la fornicación, la promiscuidad, la explotación del trabajador, la opresión de los pobres… Pero hay que amar al pecador. La caridad es nuestro signo distinción, nuestro hecho diferencial:

«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13, 34-35)..

Pero si no tenemos caridad, todo lo demás no nos sirve de nada:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos.

Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada.

Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. (1Corintios 13, 1-3).

¿Hacer frente a los errores, las ambigüedades, herejías, etc.? Por supuesto. Pero con caridad. La falta de caridad con el Papa o con la vecina del quinto es un pecado grave. 

Por el Papa hay que rezar más y dejar de lapidarle públicamente. Hay quienes alegan que se sienten «agredidos», perseguidos, maltratados. Yo también me siendo así muy a menudo. ¿Alguien pensaba ir al cielo sin pasar por la cruz?

«Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros».

Ofrezcamos al Señor nuestras tribulaciones en reparación por las ofensas que recibe su Sagrado Corazón. Recemos por los pecadores. Y empecemos por nosotros mismos: oración y penitencia por nuestros propios pecados. Convirtámonos y vivamos en gracia de Dios conforme al mandamiento de la caridad. Para vivir unidos a Dios, hay que empezar por purgar nuestros pecados mediante el sacramento de la confesión (o del bautismo quien no esté bautizado): ¡cuánta falta nos hace la presencia de los sacerdotes en los confesionarios! Sólo convirtiéndonos y confesándonos podremos ser dignos de vivir como verdaderos hijos de Dios. El pecado es oscuridad. La gracia de Dios nos da la luz, porque Cristo es la Luz. Y sólo Cristo nos puede dar la sabiduría para ver la vida y el mundo con los ojos de Dios. 

Si Dios permite la situación trágica que nos está tocando vivir, será porque es lo que merecemos por nuestros pecados y lo que más nos conviene para nuestra salvación. Demos gloria a Dios con nuestra vida y unamos nuestros sufrimientos a los de Cristo en la cruz.

Conversión y penitencia.

Mira que te mira Dios, mira que te está mirando. Mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo.


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12 comentarios

  
Juan Mariner
Estoy de acuerdo con el corolario; es sublime, Pero la Caridad nunca debe desvincularse de la Verdad, si no es otra cosa.
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Pedro L. Llera
Por supuesto que no se debe separar la caridad de la verdad. Claro que no. Pero tampoco se debe separar la verdad de la caridad. La caridad y la verdad han de ir unidas siempre. Porque una verdad sin caridad no es la Verdad.
14/08/22 8:27 PM
  
Pub
La Virgen, en su cuarta aparición en Fátima (agosto de 1917), nos exhorta, a través de los 3 santos niños videntes: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas". Y en otra ocasión: "Decid muchas veces, y en especial cuando hagáis un sacrificio: es por tu amor, Jesús, por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María". "Sobre todo aceptad todos los sufrimientos que el Señor os envíe como reparación por los pecados con que él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores". Todos estamos llamados a practicar esta forma de caridad.
15/08/22 1:14 AM
  
Rubén (de Argentina)
Por el Papa hay que rezar más y dejar de lapidarle públicamente.
Desde ya que hay que rezar más por el obispo de Roma, pero sus pecados públicos, los errores, las herejías que públicamente siembra (empezando por Amoris Laetitia), hay que también públicamente combatirlos. Cuando el pecado es público, la correción debe también ser pública. Decía Santo Tomás de Aquino:

El tema de la denuncia pública de los pecados exige una distinción, ya que los pecados pueden ser públicos u ocultos. Si son públicos, no hay que preocuparse solamente del remedio de quien pecó para que se haga mejor, sino también de todos aquellos que pudieran conocer la falta, para evitar que sufran escándalo. Por ello, este tipo de pecados debe ser recriminado públicamente, a tenor de lo que escribe el Apóstol en 1 Tim 5,20: Increpa delante de todos al que peca, para que los otros conciban temor. Esto se entiende de los pecados públicos, según el parecer de San Agustín en el libro De verb. Dom.

En cambio, si se trata de pecados ocultos, parece que debe tenerse en cuenta lo que dice el Señor: Si tu hermano te ofendiere (Mt 18,15). En verdad, cuando te ofende en presencia de otros, no sólo peca contra ti, sino también contra los otros a quienes ha causado perturbación. Mas dado que incluso en los pecados ocultos se puede ofender al prójimo, es preciso establecer una distinción. Hay, en efecto, pecados ocultos que redundan en perjuicio corporal o espiritual del prójimo. Por ejemplo, si uno maquina la manera de entregar la ciudad al enemigo, o si el hereje privadamente aparta a los hombres de la fe. En esos casos, como quien peca ocultamente, peca no sólo contra ti, sino también contra otros, se debe proceder inmediatamente a la denuncia para impedir tal daño, a no ser que alguien tuviera buenas razones para creer que se podría alejar ese mal con la recriminación secreta. Pero hay también pecados secretos que solamente redundan en perjuicio de quien peca y de ti contra quien peca, porque resultas dañado por quien comete el pecado o simplemente por conocimiento de ello. Entonces solamente hay que buscar el remedio del hermano delincuente". (S. Th., II-II, q.33, a.7, resp.)
Decía también San Agustín: “una bofetada puede ser fruto de la caridad y una caricia una invitación al pecado”. Y así como las flexibilidades, contemporizaciones, la "misericordia" sin exigencias hacia el pecador, el ataque constante a la Tradición (que él llama "rigideces") de Francisco son "caricias" que incitan al pecado, las supuestas "lapidaciones" al Papa (y digo supuestas porque no se pueden conocer las intenciones del "lapidador", eso lo sabe solo Dios), bien pueden ser bofetadas fruto de la caridad. Y corregir públicamente (y usted profesor Llera lo ha hecho más de una vez desde estas columnas) las barbaridades, las herejías (y llamarlas tales, sin emplear eufemismos) proferidas por Francisco, es sin ningún atisbo de duda, un gran acto de caridad hacia aquel y hacia el resto de los católicos. Decir que el Papa erra, decir que es un mal Papa, decir que no está cumpliendo con su oficio de confirmar en la fe, y decirlo públicamente, no es lapidarlo, es hacerle un bien al obispo de Roma y a todos aquellos que han prestado atención a sus enseñanzas.

Y en cuanto a que no se debe separar la Caridad de la Verdad como dice Juan Mariner, es así, pero me gustaría agregar que primero viene la Verdad, y luego la Caridad. Dice Mons. Straubinger en su Biblia comentando a Juan 17,18-19:

Vemos aquí hasta qué punto el conocimiento y amor del Evangelio influye en nuestra vida espiritual. Jesús habría podido decirle que nos santificase en la caridad, que es el supremo mandamiento. Pero Él sabe muy bien que ese amor viene del conocimiento (v. 3). De ahí que en el plan divino se nos envió primero al Verbo, o sea la Palabra, que es la luz; y luego, como fruto de Él, al Espíritu Santo que es el fuego, el amor”. Cf. Sal. 42, 3.
De modo que sin Verdad, no puede haber Caridad, tal vez haya solidaridad, pero no caridad. O como bien dijo en un comentario de su artículo anterior el profesor Llera: Dios es Caridad. El Anticristo será solidario.
15/08/22 2:37 AM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Gracias por este Post Don Pedro.
Siempre es necesario recordar estás verdades.
Dios le bendiga abundantemente!
15/08/22 5:52 AM
  
claudio
Estimado Pedro Luis, la Caridad funciona unida indisolublemente a la Fe y a la Esperanza, son inseparables, lo que hay que tener presente es esa armonía de acción que explica, contiene y da sentido a cada una en su centralidad en Dios.
La mera ayuda humana es otra cosa, es un acto bueno, sin duda, ayudar al necesitado, pero la Caridad tiene otra dimensión.
Con relación al pecado mortal, algo ha ocurrido que diluyó el contenido moral, de voluntaria elección del mal, de verdadero enfrentamiento a Dios, enfrentamiento mortal por elección personal.
Hubo un "aflojar" las conductas y de la precisión de las expresiones eclesiales que generó "dudas" sobre el pecado, que se mantiene y han crecido en materias muy concretas, matrimonio, aborto, sexualidad, castidad de estado.
Si no hay respuestas a tiempo que pongan las cosas en orden el desorden es inevitable.
Nuestra Señora de Akita, Fátima de Oriente, ha dicho claramente que:
"La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros... iglesias y altares saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.
"El demonio será especialmente implacable contra las almas consagradas a Dios. Pensar en la pérdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y gravedad, no habrá ya perdón para ellos."
Vean esos mensajes y su relación con Fátima, en Catolic.net-Nuestra Señora de Akita, son de 1973.
15/08/22 4:25 PM
  
hornero (Argentina)
Asunto actual este del pecado y las denuncias necesarias para combatirlo. La Virgen viene denunciando desde La Salette hasta sus actuales Mensajes, que la Iglesia está infestada por el pecado. Lo afirman con caridad, también Pastores y fieles, además de ser materia de escándalo diario denunciado ante distintas instancias de la Iglesia.

Pero hay algo que se elude confesar: que la Iglesia toda ha sido sobrepasada en su capacidad de enfrentar la ola de iniquidad que se abate sobre ella y la humanidad.

Desde hace varios siglos el mal viene avanzando dentro de la Iglesia de modo creciente hasta desbordar de modo evidente. La falsa teología, la corrupción en la Liturgia, la verborragia vacía, torcida, ambigua, mundana, cuando no herética y cismática de obispos y conferencias episcopales, han sumido a la cristiandad en un operativo demoledor guiado y orientado por el príncipe de este mundo, el demonio, que “combate con todo su furor porque sabe que le queda poco tiempo” (Apoc.).

Porque sabe que María lo va a aniquilar definitivamente. Ella tiene el poder para hacerlo, la ÚNICA que ha recibido de Cristo esta Misión. Ni los Apóstoles, ni el Papa, ni los santos, ni los mártires, recibieron el poder para hacerlo. San Miguel Arcángel combate bajo la Autoridad y Conducción de María, con el Poder que Ella le confiere, como subordinado a la Señora Vestida de Sol.

Por esto, el pecado que asola a la Iglesia es la rebelión de unos y otros contra la Misión eminente de la Virgen. El orgullo de unos y otros, servidores del mundo, aún cuando intentan engañarse y engañar, se retuerce ante la humilde Majestad de la Madre de Dios y de la Iglesia.

¡No, señores, ustedes no han podido hacer nada hasta hoy por detener el error y la perversión en la Iglesia y en el mundo! ¡Confiesen su derrota!, apelen a María, nuestra Madre y Reina a fin de que pronto resplandezca en plenitud el triunfo ya iniciado de su Corazón Inmaculado en el mundo.

Entonces, la Iglesia, resplandeciente en su santidad, podrá llevar adelante la obra de la Evangelización bajo la Conducción de María, su Madre y Reina.

La invoquemos hoy en la Solemnidad de su Asunción en Cuerpo y Alma al Cielo.


16/08/22 12:23 AM
  
Francisco Villar Deaño
Siempre estás conmigo,
Desbordas mi FE,
Orando a TU lado,
¿A qué temeré?.
PAZ Y BIEN.
16/08/22 3:57 AM
  
Vicente
Debemos ayudarnos los unos a los otros a vivir santamente.
16/08/22 8:55 AM
  
Oscar de Caracas
Soy católico tradicional, y si pido por las intenciones del Papa. Las herejías de este pontificado, que han sido combatidas por los artículos del Padre Iraburu y Luis Fernández Bustamante (disculpas sino recuerdo a otros autores de infocatolica) tengo la sensación que algunos autores caen en el "papalismo"
El Santo Padre no es responsable de todas las herejías y desórdenes de la Iglesia de hoy día, vienen desde Paulo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI; sin embargo por primera vez en mi vida he oído dudar de la fe del obispo de Roma en algunos medios católicos en inglés, esto es gravísimo, nunca he leído algo así en la historia de la Iglesia.

Dejo este enlace para ilustrar la situación

www.caminante-wanderer.blogspot.com/2022/08/la-via-anglicana.html?m=1
16/08/22 9:43 AM
  
hornero (Argentina)
La Iglesia oscila sin brújula; ha perdido la Fe. Desde arriba para abajo la confusión desequilibra los estamentos. Porque el demonio ha lanzado su ataque final feroz al “saber que le queda poco tiempo” (Apoc.).

No extraña, pues, que Cristo en su Misericordia se apiada de la Iglesia y de la humanidad, y envíe a Su Madre a salvarla de su extravío. Nadie ha recibido tal Misión de librarla del poder del demonio, porque la firmeza de la Roca de Pedro no exime a Pedro de sus falencias humanas. Conviven en la persona del Papa, el Vicario de Cristo indefectible, y la humanidad de su siervo pecador.

María lleva adelante su Misión no obstante las oposiciones. Jesús anuncia: “Soy el sembrador, recoged la cosecha, será grande” (Jesús, San Nicolás, 15-11-83); “Días gloriosos os esperan, en Mí os regocijáis amados hijos míos, decid éstas mis palabras” (Jesús, 17-11-83); “Apuraos que la noche se viene encima, sepan aprovechar el día, quiero que trabajen en mi causa” (La Virgen, 1-12-83); “La humanidad está toda contaminada…Cristo Jesús ganará la gran batalla” (27-12-83); “para que se conozca el urgente llamado de Cristo Jesús , a la conversión del hombre” (30-12-83); “En todos los lugares del mundo, donde han sido dados mis Mensajes, parecería que se predicó en cementerios…Por eso tu pueblo fue elegido”; “Les he dado las semillas, de aquí en adelante será tiempo de cosecha. No la descuiden, porque Yo la veré y ustedes la verán” (Jesús, 3-6-84). Jesús y Su Madre siguen hasta hoy urgiendo nuestra conversión y alentando con la Esperanza en los “nuevos Tiempos” que la Aurora de María nos ha traído.

Es verdad que se tropieza con la ceguera y rebeldía de muchos, pero son meras sombras que se extinguen de más en más mientras arrecia la Luz. Ayer escuché a un sacerdote confundido al extremo. Afirmar en su homilía que hay quienes consideran a la Virgen una diosa. Este lamentable sacerdote no sabe de lo que habla, confunde la cuasi infinita Dignidad de María con la divinidad; en su torpeza no llega a concebir el Misterio de la Madre de Cristo, Esposa del Espíritu Santo, Trono y Santuario de la Santísima Trinidad, Madre y Reina de la Iglesia, de los Apóstoles, de los santos, del Cielo y de la tierra, de todos los hombres y de todo lo Creado.

María lleva adelante su Misión, Pero, ¿cómo explicarla y hablar de ella ante una Iglesia y un mundo en tinieblas? Sólo la Aurora que resplandece de más en más iluminará las mentes y los corazones, golpeados por el derrumbe de la moderna Babilonia, por la tribulación purificadora, rescatados de la ciénaga que los paraliza y asfixia por las Manos misericordiosas de la Madre.

16/08/22 3:12 PM
  
Vicente
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, dice el Señor en el evangelio.
17/08/22 4:04 PM
  
hornero (Argentina)
“Georg Gänswein es un jurista y arzobispo alemán de la Iglesia católica, es Prefecto de la Casa Pontificia de la Santa Sede desde el 7 de diciembre de 2012, y también secretario personal del papa emérito, Benedicto XVI. Wikipedia”.

No conozco si a la fecha desempeña el cargo de Prefecto, pero lo ha desempeñado durante varios años del actual pontificado, juntamente con el de secretario del Papa emérito Benedicto XVI. Entonces, ¿cómo negar que Benedicto XVI reconoce a Francisco como auténtico Papa, si comparte su mismo secretario en las tareas vaticanas inmediatas al Papa?

Todo indica que estamos, por parte de quienes niegan la condición de Papa legítimo a Francisco, ante un error gravísimo, que confunde los errores personales del Papa con su condición de Vicario de Cristo. No saben distinguir entre la persona humana falible y pecadora de todo Papa y la Roca inquebrantable del Vicario de Cristo.

Ambas realidades conviven en la persona del Papa de modo misterioso. Quizás sea necesario que la teología y la doctrina lo expliciten.

No entender esto, configura un error más grave (cisma) que los cometidos por el Papa Francisco como persona humana falible. Y lo pernicioso de este error daña a la Iglesia y a nuestros hermanos sus miembros.
18/08/22 6:30 PM

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